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Bailando con Jamie
Por Oldenuf2nobetter

Ubicación original
Traducción: Clau Felton Black

Beta: Veroboned

Harry/Draco

Rating: PG

Puedes leer la primera parte en Si los deseos fueran niños.



El sonido no era fuerte pero tampoco necesitaba serlo. Harry estaba tan en sintonía con cada gimoteo, con cada crujir de la cama, que al instante estaba despierto, se sentaba y buscaba sus anteojos en la mesa de noche. Moviéndose cautelosamente para no molestar al otro ocupante de la espaciosa cama, se sentó a un lado y deslizó sus pies dentro de las zapatillas. Poniéndose de pie, pasó la mano por su espesa cabellera negra mientras atravesaba la habitación.

El corredor estaba oscuro y helado, pero la puerta contigua a la habitación principal estaba ligeramente abierta y una plateada línea de luz formaba el dibujo de un pastel en la alfombra del corredor. Tan silenciosamente como pudo, empujó la puerta para abrirla y entró al país de las maravillas.

Las hadas pintadas retozaban sobre los verdes y ondulados campos, revoloteando de flor en flor, haciendo piruetas a través del brillante cielo azul que cubría las cuatro paredes. Los dragones volaban en el techo, las criaturas por lo general feroces se presentaban con ojos grandes, cálidos y con amplias y desacostumbradas sonrisas. En un cerro lejano, un castillo mágico estaba trazado contra el cielo, con estandartes rojos, dorados, plateados y verdes, colocados sobre las torrecillas, moviéndose con una suave brisa. Y detrás del castillo había un campo de juegos mágico, con tres aros a cada extremo y pequeñas figuras volando sobre escobas.

La alfombra parecía césped bien cuidado con margaritas. Justo bajo la ventana, que quedaba cerrada durante la noche, se encontraba la cuna que había sido primorosamente trabajada para simular una cabina de tren. Acostado boca arriba en medio de las sábanas había un niño pequeño con un pijama azul; el cabello negro alborotado rodeaba su rostro, su pequeña y respingada nariz estaba roja y se veía maltratada. Estaba resfriado y, si Harry suponía bien, preparándose para un buen lloriqueo.

—Ah, pequeñín, ¿no puedes dormir? —murmuró mientras se acercaba. El bebé lo vio e inmediatamente comenzó a gimotear, sus enormes ojos grises llenándose de lágrimas. —No hagas eso. —Harry llegó junto a la cuna, se inclinó para tomar al bebé en brazos y levantarlo para ponerlo contra su pecho. El bebé sonó congestionado y cuando inhaló hubo un suave ruido en su garganta. —Si lloras harás que tu nariz se ponga peor. Shhhh, amor, ya te tengo.

Las manitas se aferraron al suave algodón de la camisa de Harry y apretaron fuerte, igual que se habían aferrado a su corazón hacía siete meses y desde entonces no habían soltado su agarre. Nunca hubiera imaginado que fuese posible amar a alguien, o a algo, tanto como amaba a esa pequeña criatura, pero allí estaba. Su sol salía y se ponía en sus enormes ojos grises.

—Mipsy —dijo Harry suavemente, curvando su brazo bajo el calido cuerpecillo y acunándolo de lado a lado.

Hubo un suave ‘pop’ justo a su lado.

—¿Sí, amo Harry?

Harry observó alrededor y vio a la pequeña elfina mirándolo a él, con sus inmensos ojos verdes.

—El amo Jamie necesita poción descongestionante —dijo—. ¿Puedes ir a traerla?

—Por supuesto, señor.

La elfina se fue y regresó en el lapso de un latido de corazón, el vial de poción rosada en su mano.

—Gracias —dijo Harry, tomándolo de su mano. El bebé vio el vial acercándose a su rostro y apartó la cabeza, haciendo un puchero. —No, cariño, no hagas eso —dijo Harry suavemente—. Hará que te sientas mejor. —Jamie se retorció, apartando su rostro un poco más—. James —dijo Harry, su voz un poco más seria, y el pequeño lo miró por el rabillo del ojo—. Tienes que tomar la poción ahora.

Al final, tuvo que meter el gotero en su boca y apretar la ampolleta; el bebé se quejó y comenzó a llorar, pero tragó la mayor parte de la poción. Harry le entregó a Mipsy el vial vacío y colocó al bebé sobre su hombro.

—Dulce corderito —murmuró la elfina con compasión—. No se está sintiendo muy bien, ¿verdad?

—Así es —dijo Harry, palmeando al bebé en las nalgas y meciéndolo mientras lloraba—. Mipsy, ¿podrías traerme un biberón...?

—Ahora mismo, amo Harry. —Se fue y regresó con la misma velocidad, que hacía que Harry se asombrara de su eficiencia. Sostenía el biberón en su mano—. ¿Quiere que Mipsy le de el biberón al amo Jamie, señor? Así usted puede volver a dormir.

—No, está bien, Mipsy —respondió Harry, tomando el biberón cuando ella se lo alcanzó—, me lo llevaré al salón y nos sentaremos cerca del árbol. Tal vez así no molestemos mucho a Draco. Puedes regresar a la cama.

—Está bien, señor. Buenas noches. —Y se fue con otro suave estallido.

—Muy bien, hombrecito —murmuró Harry al bebé, que todavía estaba inquieto, aunque un poco menos—. Vamos abajo y dejemos que papi pueda dormir, ¿vale?

Salió de la habitación, su mejilla presionada contra la del bebé, murmurándole cosas gentilmente mientras pasaba por la oscura habitación principal y descendía las escaleras.

Hubo un momento en su vida en que Harry había desesperado de poder ser padre. Ginny se había enamorado de Neville y esa parte de su vida había terminado. Luego había tenido que reconocerse a sí mismo que no sólo era el hecho de no querer casarse con Ginny, sino que él no quería tener novia. Amaba a las mujeres que tenía en su vida, pero más bien como hermanas, o madres. Aceptar su propia sexualidad había sido el viaje más doloroso por el que había tenido que pasar, principalmente porque tuvo que poner su ansia de paternidad a un lado. O al menos eso había pensado.

Y entonces, se había reencontrado con su viejo rival de la escuela y se había dado cuenta de que quien una vez había sido la pesadilla de su existencia también era el amor de su vida. Habían comenzado una tumultuosa pero apasionada relación y durante largo tiempo, Harry creyó que, aunque no podía tener hijos, si tenía el amor de este magnífico hombre era suficiente. Y entonces su gran amor lo dejó, de manera cruel, y Harry quedó destruido. Tan devastado que estuvo fuera de Inglaterra los siguientes ocho meses.

Había regresado sólo por la boda de Neville y Ginny, había planeado estar en el país menos de una semana y casi había estado preparado para presentar sus excusas y retirarse de la recepción cuando Narcisa Malfoy había aparecido.

Las siguientes horas habían sido las más surrealistas en la vida de Harry.

Narcisa le dijo a Harry que Draco necesitaba su ayuda, pero no dio muchas explicaciones. Cuando llegaron a la desgastada casa donde habían sido reducidos a vivir, al principio había estado horrorizado por lo enfermo que Draco se encontraba. Sin color, muy pálido, mucho más delgado que la última vez que lo había visto, acostado en un andrajoso sofá respirando superficialmente mientras dormía, las líneas de dolor y fatiga marcadas alrededor de su boca. En ese instante, Harry había temido que estuviese muriendo. Entonces, su madre lo había despertado y él se había erguido penosamente hasta sentarse y Harry... lo había mirado fijamente.

Como poco, fue surrealista. Harry había sido criado por muggles: los hombres no se quedaban embarazados, no tenían el equipamiento necesario. Y aun así, sentado en ese desvencijado sofá, estaba la prueba innegable de que nada era imposible en el mundo mágico. Delgado como estaba, la inmensa e hinchada barriga de Draco era testimonio silencioso de la verdad.

Gracias a un antiguo hechizo realizado sobre los descendientes Malfoy, bajo ciertas circunstancias un hombre podía, de hecho, quedar embarazado y tener un bebé.

Era necesaria la magia para alimentar el embarazo y también sería necesaria para parir el bebé, y todo esto se podría hacer con el único objetivo de producir un heredero. Sin siquiera saber que lo estaban haciendo, Harry y Draco habían cumplido su parte, ambos habían deseado tener hijos con el otro, aun cuando pensaban que era imposible.

El resultado estaba actualmente aferrado al cuello de la camiseta de Harry mientras llegaba al final de las escaleras y se dirigía a la oscura y silenciosa sala.

A causa de las leyes que se habían promulgado al final de la guerra, era ilegal que alguien que portara la Marca Tenebrosa recibiese atención médica, por lo que Draco no había tenido ningún tipo de cuidado prenatal. Para cuando Harry se enteró del panorama, Draco estaba casi de parto y su cuerpo carecía de lo necesario para parir al bebé. Narcisa había buscado desesperadamente a Harry, ya que la otra alternativa era que ambos, tanto el padre como el bebé, murieran.

Por supuesto que Harry no lo había permitido. A pesar de lo surrealista de todo el asunto, lo fundamental era que lo había sacudido hasta lo más profundo. Era su pequeño, movería cielo y tierra con tal de tenerlo y que Draco sobreviviese.

No había sido necesario realinear los planetas; el truco había estado en redecorar la sala de emergencias con un estallido de magia no intencional. El bebé había nacido mediante una cesárea de emergencia y tanto el padre como el hijo se habían salvado.

Pero algo más se había salvado en esa increíble noche. Draco había abandonado a Harry sólo por ahorrarle la vergüenza de su... inusual... situación. Se había convencido de que cualquier noticia sobre el embarazo sólo destruiría irrevocablemente la reputación de Harry, pero para Harry parecía que el universo le hubiese dado el mayor de los regalos. Podía tener a Draco y podían tener a su hijo. Para Harry aquello no era ninguna aberración, era un milagro.

Atravesó el poco iluminado salón hacia la mecedora de caoba, que estaba a un lado de un alto y oscuro árbol de Navidad. Era casi la víspera de Navidad y habían colocado el árbol el fin de semana anterior. Sabiendo que el bebé estaba fascinado por él y pensando que quizás ayudaría a distraerlo de lo mal que se sentía hasta que la poción comenzara a hacer efecto, Harry se acercó al árbol y buscó entre las gruesas ramas. Finalmente, encontró lo que estaba buscando.

—Damas —dijo con suavidad—. Si no les importa, necesito un favor.

Sentada cerca del tronco, un hada de cabello negro levantó su cabeza de donde la tenía apoyada, entre sus brazos. Miró a Harry y frunció el ceño levemente, pero entonces vio al bebé e hizo un suave sonido susurrante, con sus alas extendidas mientras revoloteaba hacia ellos. Jamie la vio y la irritabilidad que le quedaba desapareció mientras la observaba maravillado. Era una preciosa cosita minúscula y Harry sonrió.

—No se siente bien —dijo gentilmente—, me preguntaba si no le importaría despertar a las demás y pedirles que iluminen el árbol por un momento, sólo hasta que se duerma de nuevo. Ustedes le gustan mucho... —Quedó suspendida encima del rostro sorprendido del bebé, haciendo amables sonidos; después asintió y aleteó de regreso al árbol. Momentos después, estaba despertando a las demás hadas y el árbol comenzó a brillar suavemente.

—Tu primera conquista, James Arthur —murmuró Harry, apoltronándose en la mecedora y acomodando a Jamie en el hueco de sus brazos—: las hadas del árbol.

En realidad, Harry sabía perfectamente bien que la primera conquista había sido él mismo. Sólo le había bastado ver una vez el pequeño rostro, esa cabeza de indomable cabello negro, y había caído enamorado. Y nada había cambiado desde entonces. A veces, lo aterrorizaba la ferocidad con la que amaba a su hijo, nunca había sentido nada parecido al fuerte agarre que Jamie tenía en su corazón. Adoraba a Draco, estaban juntos y eran más felices de lo que Harry alguna vez imaginó que podían ser, pero había algo profundamente singular en el amor que sentía por su hijo.

Amaba tanto a su hijo, que hizo algo que una vez juró que no haría: se había metido en política.

Las leyes que casi permitieron que Draco y Jamie murieran tenían que ser cambiadas y sólo había una manera de hacerlo. Harry era ahora uno de los miembros electos más jóvenes de la historia del Wizengamot y muchos pensaban que estaba tomando la vía rápida para convertirse algún día en ministro. Pero a él no le interesaba eso, sólo estaba interesado en cambiar la opinión pública lo suficiente para que los viejos prejuicios y odios fuesen superados.

No había sido, y seguía sin ser, fácil. Ayudaba su estatus de héroe de guerra, pero todavía quedaban algunos magos y brujas, en su mayoría de la vieja escuela, que pensaban que los mortífagos no merecían gozar de ningún tipo de derechos, incluida la asistencia de emergencias médicas. Y también había otros que creían que Harry y Draco eran una aberración y que Jamie no debería haber nacido.

Harry apretó sus brazos instintivamente alrededor de su hijo. Al principio, habían recibido vociferadores, escupiendo odio sobre el nacimiento de Jamie y la relación de Harry y Draco. Eso ya había acabado, pero todavía quedaban quienes los miraban con desaprobación y disgusto. En realidad, Harry no estaba seguro de cuál era su problema. Para él, aun cuando pensaba que la concepción y nacimiento de Jamie habían sido un milagro, tampoco lo era más que magos capaces de desaparecerse en un lugar y aparecer en otro, o convertir una taza en un animal vivo. Había sido criado en un mundo sin magia, todo era mágico para él. Así que lo había sorprendido y consternado saber que aún entre magos, había un tipo de magia que pudiese considerarse sospechosa. Incluso había roto otra de sus normas más antiguas y dado una entrevista a El Profeta cuando había comenzado a circular un rumor sobre que Draco sólo había podido tener este bebé a causa de un hechizo oscuro que quedó tras Voldemort.

Harry miró hacia abajo, al rostro de su hijo, mientras éste tomaba ruidosamente su biberón, y no pudo imaginar cómo alguien podía verlo y suponer que era producto de algo oscuro. Era hermoso y perfecto, y Harry haría todo lo que estuviese en su poder para asegurarse de que creciese feliz, saludable y sabiendo que era amado. Incluyendo obtener un cargo político y dar entrevistas al condenado periódico.

Jamie terminó su biberón y Harry lo puso a un lado antes de levantar al bebé y colocarlo contra su hombro, palmeándolo suavemente en su redondeada, sólida y pequeña espalda. Después de un momento, eructó sonoramente.

—Bueno, eso ha sido un eructo muy masculino —rió Harry, y Jamie respondió frotando su pequeña nariz contra su hombro—. Lo sé, bebé —dijo, con la mano posada sobre su espalda y haciendo calmantes círculos—, lo sé. La poción hará efecto muy pronto, te lo prometo.

El pequeño llevaba quisquilloso y afiebrado durante más de dos días. Le había contagiado el catarro el hijo menor de Ron y Hermione, el primero de su vida, y no estaba destacando por ser un buen paciente. Pero claro, pensó Harry, con una ligera sonrisa, en ese aspecto se parecía mucho a su otro padre.

La recuperación de Draco después del nacimiento de Jamie había sido larga y ardua. Como no había recibido ningún control prenatal, la cesárea de emergencia le había provocado una seria pérdida de sangre, había sanado lentamente y todavía se cansaba más fácilmente de lo que debería. Era por eso que Harry elegía el turno de la noche con el bebé; Draco necesitaba dormir más, a pesar de que discutía sobre eso enérgicamente. Estaba bien, decía siempre. Como nunca. Harry solamente sonreía y lo besaba en la frente mientras se quedaba dormido de nuevo, todavía protestando que no estaba cansado.

Jamie empezó a inquietarse bastante y Harry se levantó de la mecedora para caminar lentamente por la habitación. El movimiento pareció calmarlo y Harry empezó a tararear suavemente, haciendo una pausa durante un momento para mecerse de un pie a otro, girando y repitiendo el patrón en la otra dirección. No estaba seguro de lo que estaba tarareando; pensó vagamente que era un villancico de Navidad y pareció ser reafirmado cuado las hadas que todavía revoloteaban entre las ramas del árbol comenzaron a acompañarlo con sus voces suaves, agudas y puras. Siguió caminando de atrás adelante y comenzó a menearse suavemente al ritmo de la hermosa melodía. Parecía recordar vagamente las palabras.

Noche de paz, noche de amor, todo duerme alrededor…

Continuó tarareando y sintió cómo Jamie comenzaba a relajarse entre sus brazos, cómo su cabeza se acomodaba para descansar sobre su hombro. A pesar de eso, Harry continuó moviéndose, cantando a susurros acompañado por las hadas en el árbol.

No estaba seguro de cómo supo que ya no estaba solo en la habitación. Supuso que de la misma manera que siempre lo sabía. Había un... reconocimiento. Se giró lentamente sobre sí, todavía moviéndose suavemente al ritmo de la canción, y encontró a Draco de pie en la entrada, con su bata blanca, los brazos cruzados sobre su pecho y la cabeza apoyada contra el marco de la puerta. Los estaba observando, con esos grandes ojos grises del mismo color de los de su hijo.

—¿Qué estás haciendo? —murmuró. Harry sonrió.

—Bailando con Jamie —respondió, manteniendo su voz baja.

Una ligera sonrisa irónica curvó sus labios.

—Bueno, entonces él te debe de estar llevando, porque ambos sabemos que tú no sabes bailar. —La sonrisa de Harry fue cálida ante la suave burla—. ¿Se encuentra bien?

Harry asintió.

—Está bien. De hecho, creo... —Se inclinó hacia atrás y miró hacia abajo. Los rosados labios de Jamie estaban apretados pero sus ojos todavía estaban ligeramente abiertos. —No, todavía no. —Palmeó la pequeña espalda, sus ojos en el rostro de Draco—. Deberías volver a la cama.

—No —respondió, moviéndose del marco y acercándose a Harry. Se detuvo frente a ellos—. Creo que prefiero bailar con mi esposo y mi hijo, si te parece bien a ti.

Harry sonrió y extendió su otro brazo, curvándolo alrededor de Draco y poniendo su delgado cuerpo junto a él. Draco deslizó su brazo en torno a la cintura de Harry y apoyó su cabeza en un hombro; la cabeza de Jamie permanecía en el otro y los tres se balancearon suavemente a la luz del árbol, acompañados por la encantadora canción.

Y en ese momento, Harry supo que no importaba lo que los demás pensaran. Ésta era su realidad, su familia, su vida. Y era perfecta.

 

 

Fin

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Puedes leer la primera parte en Si los deseos fueran niños.