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Si los deseos fueran niños
Por Oldenuf2nobetter

Ubicación original

Traducción: Clau Felton Black
Beta: Heiko
Harry/Draco

Rating: R

Secuela: Bailando con Jamie



Era el día perfecto para una boda.

El cielo estaba azul, los campos radiantes desde la destartalada vivienda que era la casa ancestral de los Weasley hasta donde se perdía la vista, verde fresco de la naciente primavera, y había una brisa fragante que llevaba la esencia de los desordenados manojos de flores recién abiertas y que la dejaba gentilmente entre la gente que allí había. La risa también iba en esa brisa: risa y cariñosas felicitaciones, y el sonido de niños felices. De hecho, la escena era tan completamente festiva y perfectamente feliz que le dio a Narcisa Malfoy un principio de migraña de las más nauseabundas.

Se detuvo en la parte más alta del sucio camino, mirando hacia esa monstruosidad que Arthur Weasley llamaba casa, agarrándose a una áspera verja de madera para sostenerse, con los pies doloridos y el cuerpo agotado. Nunca había experimentado nada más agotador y humillante que tener que dirigirse a este ordinario y sucio rincón de Gran Bretaña, y ahora parecía que todo había sido por nada.

Porque en el centro de la pequeña multitud situada frente a ella, de pie y con los brazos alrededor de la que debía ser la menor de los Weasley (¿quién más podía ser, con ese espantoso cabello?), vestido pulcramente con túnica de gala y llevando una flor blanca en la solapa estaba el hombre que buscaba. A su intelecto no le llevó mucho tiempo poner las piezas en su sitio. Él vestía túnica formal, la chica llevaba un terriblemente soso pero significativamente blanco vestido, y un bouquet con flores. Parecían la viva estampa de unos recién casados recibiendo felicitaciones. Y por un momento, Narcisa se vio abrumada por el deseo de caer de rodillas, justo allí, en el sucio camino, y gritar de desconsuelo. Se había casado, y ella había llegado demasiado tarde.

 

***********

 



—Aquí tienes, Harry —le dijo alegremente Neville Longbottom mientras se acercaba con dos copas de champaña en sus manos. Se quedó con una y Harry tomó la otra con una suave sonrisa.

—Gracias, Nev —respondió Harry Potter, sin que la sonrisa que curvaba sus labios se reflejara en sus ojos. El Hombre-Que-Había-Derrotado-A-Voldemort levantó la copa hasta su boca y echó un trago, sus ojos moviéndose sobre la multitud. Por ahora, todos ellos se estaban manteniendo a distancia por respeto a la ocasión, pero sabía que solo era cuestión de tiempo que acabara rodeado de mujeres con sus caricias sugerentes y sonrisas maliciosas, y por hombres que esperaban poder ofrecerle un trago, todos ansiosos por escuchar algo de primera mano sobre los actos heroicos de la Batalla de Hogwarts. No quería hablar sobre eso; la guerra había terminado hacía varios años y nunca tuvo ganas de hablar sobre ella. Evitaba los grupos grandes por esa razón, pero por supuesto, no habría podido obviar el de este día. Cuando sintió una mano posarse suavemente sobre su solapa, se volvió y bajó la mirada hacia un par de ojos color café canela.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Ginny con gentileza, pero la preocupación se apreciaba en su bello y pecoso rostro, y sintió cómo le atravesaba una punzada de culpa. No debería preocuparse por él, mucho menos en ese día. Forzó una sonrisa y cubrió la mano sobre su pecho con una de las suyas, y la apretó con suavidad.

—Estoy bien —dijo tranquilo, pero ella entrecerró los ojos. Era demasiado lista como para que pudiera tomarle el pelo. —En serio, Gin —aseguró con firmeza—. Estoy bien. Y tú no deberías preocuparte por mí en este día. Aquí —apretó su mano una vez más y dio un paso atrás, gesticulando hacia Neville—. Quédate aquí junto a tu esposa, Nev. La gente está confundiendo quién es el novio.

Hubo algunas risas de aquellos que se encontraban cerca.

Cuando la batalla de Hogwarts fue relegada a los libros de historia y los muertos habían sido enterrados, y el luto había comenzado, Ginny se había acercado a Harry, toda llorosa y llena de disculpas, para decirle que durante su ausencia se había enamorado irremediablemente de Neville Longbottom. Al principio, Harry se había sentido un poco herido, pero después de reflexionarlo, se dio cuenta de que no estaba tan herido como debería si realmente hubiera estado enamorado de la linda Ginevra. Eso le dio un respiro.

Por supuesto que los Weasley había quedado devastados. Molly había soñado durante mucho tiempo con Harry como yerno, y había quedado inconsolable. Eso fue hasta que realmente conoció al gentil e incondicional Neville, y pudo ver que él y Ginny se complementaban el uno al otro. Ron había estado molesto, en solidaridad con Harry, hasta que su amigo se las había arreglado para convencerle de que eso era lo mejor. Y Hermione había tomado la determinación de entablar con Ginny una buena conversación, hasta que Harry la había llevado aparte y le había confesado algo que había tratado de esconder, incluso de sí mismo.

A partir de entonces, cuando Harry había sacado todo su coraje y se había embarcado primero en una amistad inverosímil y luego en una nueva relación, todos sin excepción se habían encontrado con que probablemente nunca habría sido un buen esposo para Ginny, dado de que realmente prefería la compañía de los hombres. Casi se desmayaron por su elección de pareja, y trataron de hablar con él al respecto, pero en esa ocasión, el hecho de que ya no iba a casarse con la menor de los Weasley no fue el asunto a discutir. Y ahora, casi tres años después, ni siquiera era asunto de conversación. Ginny se había casado con Neville y la relación de Harry había terminado hacía algunos meses. Los más cercanos a él sabían que todavía sufría por ese fracaso, y que extrañaba a su ex terriblemente, pero no encontraban la manera de confortarlo. Después de todo, ellos habían tratado de avisarle...

—Harry.

Se volvió cuando escuchó la suave y melodiosa voz cerca de su codo y miró hacia abajo, para encontrarse con los gentiles pero ligeramente prominentes ojos de Luna Lovegood estudiándolo ligeramente. Como siempre, parecía ligeramente disparatada, como si fuera una concha dentro de su túnica azul salpicada de largas peonías, con una sola peonía rosa colocada sobre su rubia y larga cabellera a modo de sombrero, pero Harry le tenía verdadero cariño a Luna, así que su expresión se suavizó.

—Dime, Luna —pidió.

Ella se giró y gesticuló hacia la colina más cercana, y Harry siguió su movimiento con los ojos. De pie en la cima de la loma estaba una mujer con su túnica de viaje llena de polvo.

—¿Esa no es Narcisa Malfoy?

Los ojos de Harry se abrieron un poco cuando vio el distintivo cabello rubio platino. Solo conocía a dos personas con ese color de cabello, y una de ellas era definitivamente la madre de Draco. La visión de la mujer, inmóvil en medio del camino hacia La Madriguera, era tan sorprendente que Harry se quedó paralizado, pero un momento después, cuando ella se giró para retirarse, la brisa haciendo ondear los mechones de ese inconfundible cabello, Harry dejó su copa en la mano de Luna y corrió detrás.

 

************

 

—¡Señora Malfoy!

Narcisa escuchó el grito, escuchó el ruido de los pasos que se acercaban presurosos tras ella y se detuvo, con pesar, con un suspiro saliendo de sus labios. No podía escapar de él, sobre todo ahora que tenía prohibido aparecerse... Se giró lentamente, irguiendo su espalda, sus fríos ojos azules estudiando a Harry Potter, mientras éste se apresuraba a alcanzarla por el inclinado terreno. Era realmente guapo, pensó cuando vio cómo se acercaba. Su oscuro cabello negro brillaba con destellos azulados por la luz del sol, y su cuadrada barbilla estaba bien afeitada. Sus hombros parecían bastante anchos, cubiertos por el chaleco de lana. Su túnica abierta revelaba la estrecha cintura, y su estómago plano quedaba detalladamente definido por el chaleco hecho a medida, y las esbeltas piernas dentro de los cuidados pantalones.

—Señora Malfoy —dijo cuando la alcanzó, la respiración siquiera forzada por haber subido la colina tan rápido—. ¿Qué está haciendo aquí?

—También me alegro de verlo, Sr. Potter —dijo, de manera remilgada, su delicada boca fruncida. Vio cómo sus mejillas se teñían de color rojo.

—Lo siento —dijo con rapidez, sus ojos verdes muy abiertos tras los cristales de sus gafas. Hermosos ojos verdes, pensó ella distraídamente, con sus pestañas negras. Realmente era casi tan hermoso como su Draco, aún cuando era su polo opuesto. —Es solo... —frunció el ceño—. ¿Qué está haciendo aquí?

Ella estudió el rostro serio durante otro momento y suspiró, negando con la cabeza.

—Ya no importa —murmuró, otra vez consciente de su túnica formal y el ramillete en la solapa—, ya no más —se sintió absolutamente horrorizada cuando sintió las lágrimas llenar sus ojos, y rápidamente se volvió para irse. Se sorprendió cuando una mano se aferró a su brazo para impedir que se fuera. Inhaló y tiró de su mano—. Suélteme, joven —dijo, de modo tirante.

—No, hasta que me diga por qué está aquí y por qué está llorando —dijo Harry tensamente. Había bajado la voz, que sonaba muy profunda y ligeramente dominante. Ella le miró, sorprendida. —¿Es por Draco?

Escuchar el nombre de su hijo, pronunciado tan casualmente por sus labios, hizo que la recorriera la ira, lo que la fortaleció. De un tirón, soltó su brazo del agarre de Harry. —¿Por qué se interesa, Sr. Potter? Creo que mi hijo podría desangrarse y usted sólo se detendría para mirarlo.

Harry se echó hacia atrás como si lo hubiera abofeteado, y ella lo vio palidecer. —Eso no es verdad —dijo, temblando—, yo no podría... yo nunca... —se detuvo, como si estuviera recomponiéndose y ella se abalanzó contra él.

—Oh, por favor —escupió, sus ojos llameantes—. Draco me contó lo que había pasado, cómo usted le dio la espalda y se alejó —su ira se transformó con rapidez y fue reemplazada por la desesperación—. ¿Cómo pudo hacerlo? —Dijo, con voz quebrada—. Sé que mi hijo puede ser... difícil. Puede ser arrogante y egoísta... —se detuvo para inhalar profundamente—. Nadie sabe mejor que yo lo indiferente que Draco puede ser con los sentimientos de otros. Después de todo, es hijo de su padre —parecía tan devastada que Harry solo pudo observarla—, pero no sé cómo pudo hacerle eso, sabiendo que no tendría ayuda, sabiendo que en San Mungo no le darían ninguna poción ni... Ni le darían siquiera tratamiento por culpa de la Marca...

Harry levantó su mano, su rostro convertido en la imagen de la confusión. —Señora Malfoy —dijo—, no tengo ni la más remota idea de lo que está diciendo, pero si algo le está pasando a Draco, haré todo lo que pueda. Por favor, dígame de que va todo esto...

Ella miró hacia los honestos ojos verdes, vio la confusión, el prolongado dolor y una preocupación real, y se sintió como si fuera el globo de un niño que se desinflaba lentamente. Se inclinó pesadamente contra la verja, sus ojos estudiando el pálido rostro de Potter. —No le dijo nada —murmuró, su voz ronca—. Me mintió, no le dijo absolutamente nada.

La frustración devolvió un poco de color a las mejillas de Harry.

—¿Exactamente qué... fue lo que no me dijo?

Ella lo miró largamente y luego volvió la vista hacia La Madriguera. Los invitados habían notado la ausencia de Harry y ella alcanzaba a ver tanto al pelirrojo joven Weasley como a la chica Granger que se dirigían hacia ellos por el camino. Curioso que su esposa no esté entre el grupo, pensó vagamente.

—Ahora ya no importa —susurró Narcisa—. De todas formas, ya es demasiado tarde.

La ansiedad de Harry apareció en su hermoso rostro. —¿Demasiado tarde para qué? Señora Malfoy, por favor...

—Harry, ¿qué sucede? —Preguntó el joven Weasley—. ¿Necesitas ayuda?

Harry miró sobre su hombro con irritación.

—No, todo va bien —contestó. Las personas que subía por el camino en túnica de gala detuvieron el paso. —Volved. Hablamos luego.

—¿Estas seguro? —dijo nerviosamente la chica Granger, mirando a Narcisa con desconfianza. Ésta supuso que no podía culparla: una de las últimas veces que la había visto, la chica estaba siendo torturada por la hermana de Narcisa, en su cuarto de costura.

—Hermione, estoy bien. Volved —miró a sus amigos fijamente por última vez y los dos jóvenes se giraron; la duda se reflejaba claramente en sus rostros, pero comenzaron a caminar de regreso a la recepción. La recepción de la boda. Narcisa se irguió, allí ya no había nada más qué hacer.

—Debo irme —dijo, con toda la dignidad que pudo mostrar—. Tengo... que recorrer un largo camino y debo regresar.

—Espere —dijo Harry intensamente, sus ojos verdes suplicantes—. Por favor. Necesito saber si a Draco le pasa algo malo.

Ella estudió el cándido rostro durante un buen rato y no vio otra cosa en esos ojos verdes que no fuera genuina preocupación. Sí, ciertamente podía ver qué era lo que había cautivado completamente a su hijo. —Señor Potter —preguntó con cautela—. ¿Quién terminó la relación?

Vio cómo una nube de dolor cubría sus ojos, y eso le dio la respuesta.

—Él —respondió Harry, con la voz tensa, pero ella no necesitaba oírle. La expresión de su rostro le había dado la respuesta.

—¿Le explicó por qué? —preguntó con suavidad. Narcisa vio cómo tragaba con dificultad.

—Me dijo que estaba aburrido —dijo crudamente, y advirtió cómo esas palabras todavía tenían el poder de herirlo—. Dijo que había sido divertido, una travesura, pero que ya no podía seguir intentando educarme, y que estaba cansado de mis... orígenes muggles.

Ella respiró hondamente.

—Niño estúpido —murmuró, mirando sobre el hombro de Potter y negando con la cabeza. —Es un niño estúpido, estúpido...

—Escuche —la cortó Harry, su frente bajando y ensombreciendo su expresión—, sé que hay... limitaciones en mis antecedentes y que a veces no lo sé todo sobre ser mago, pero difícilmente creo que eso me convierte en un estúpido...

—Usted no, señor Potter —dijo cansinamente, suspirando, una de sus pálidas manos subiendo hacia su frente—. Dios santo, qué enredo.

—Señora Malfoy, por favor —dijo Harry, su voz decayendo—. Por favor, dígame qué sucede.

Ella levantó sus serenos ojos azules y lentamente sacudió la cabeza.

—Es demasiado tarde —susurró—, su esposa nunca permitirá... No, Potter. Es demasiado tarde.

Para su completa sorpresa, pareció desconcertado.

—¿Qué esposa?

Le miró, tan confundida como Harry. Gesticuló en su dirección.

—Su esposa, Potter. La chica con la que acaba de casarse justo ahora.

Sacudió la cabeza rápidamente. —Señora Malfoy —dijo, gesticulando hacia el polvoriento camino—. Esa no es mi boda. Yo soy el padrino.

—Pero yo... vi a la joven Weasley. Tenía su brazo alrededor de ella... —sus palabras se fueron apagando.

—Es como una hermana para mí —explicó con suavidad—. Y yo soy el padrino de su esposo, Neville. Ella se casó...

—Con el chico Longbottom —musitó—. Oh, Dios mío —se aferró a la cerca con ambas manos—. Entonces... no está casado.

Harry negó con la cabeza lentamente, como si empezara a cuestionar su salud mental. Por su parte, ella reconoció que tenía buenas razones para hacerlo. En ese momento, sintió que el conflicto de emociones y la ansiedad comenzaban a evolucionar a un pequeño destello de esperanza. —Señor Potter —dijo, su voz sonando tensa como si suprimiera una emoción—. ¿Podría usted... venir conmigo a un sitio?

Harry frunció el ceño.

—¿Tiene que ver con Draco?

—Oh, sí —jadeó, como si se ahogara—. Está absolutamente relacionado con Draco.

Harry se humedeció los labios con la punta de la lengua, miró hacia la fiesta y luego se giró para mirarla, con un vigoroso asentimiento. Narcisa casi se hundió de alivio.

—¿Puede... quizás aparecernos? —le pidió ella con toda la dignidad que pudo—. Yo estoy... inhabilitada para hacerlo, y será mucho más rápido que repetir el viaje que me trajo hasta aquí.

Harry se percató de lo sucio y polvoriento de su túnica, así como de su demacrado rostro, pero no dijo nada al respecto. —Por supuesto —dijo, extendiendo su brazo. Ella se agarró con sus pálidas manos al vigoroso codo, con alivio—. ¿A dónde vamos?

—Solo... llévenos a la entrada de la propiedad de Malfoy Manor —respondió—. Le contaré el resto allí.

Harry asintió, giró ligeramente y se desaparecieron con un suave "plop".

 



*************

 


Cuando, momentos después, se aparecieron ante las inmensas verjas de acero que dejaban ver la gigantesca mansión en la distancia, Harry se tomó un momento para recomponer tanto su sentido de la orientación como su estómago. Aún hoy, años después de haberse aparecido como pasajero de Dumbledore, la aparición seguía siendo su la forma que menos le gustaba para viajar. Inspiró profundamente varias veces, luchando contra la inevitable náusea que siempre sentía. Una vez que el vértigo comenzó a disminuir lentamente, trató de alcanzar la verja para abrirla a la señora Malfoy, pero para su confusión, lo tomó de la túnica a la altura del codo y tiró de él, alejándolo de la verja, y lo condujo bordeando la alta pared de piedra que rodeaba los terrenos. Harry frunció el ceño ligeramente, pero la siguió sin hacer ningún comentario.

No podía explicar por qué había accedido a acompañarla de tan buena gana. La discusión que había puesto fin a su relación con Draco había sido mordaz y muy dolorosa. Las cosas que le había dicho no eran nuevas: estaba acostumbrado a que le dijeran que era un inútil y un ignorante. Pero que alguien que se suponía enamorado de él repitiera las palabras que el Tío Vernon había convertido en su letanía habitual de los domingos por la tarde, había dañado profundamente su alma. Desde el momento en que Draco le había dejado hacía siete meses, había dudado entre maldecir su nombre o entristecerse por el recuerdo.

Se había repetido mentalmente las últimas dos semanas de su relación hasta el cansancio, pensando que seguramente había omitido algo, algún indicio que había convertido en cenizas el amor que él sabía que Draco sentía por él, pero no había podido encontrar nada. Pensaba que habían sido felices. Se lo habían tomado con calma, siendo amigos al principio, y convirtiéndose en amantes casi un año después de finalizada la guerra. El tiempo que habían pasado juntos parecía la vida de otra persona. Ambos tenían sus demonios, gracias a sus respectivos pasados. Draco cubría con el sarcasmo las heridas dejadas por una niñez llena de abusos y crueldad ocasional, y cada cierto tiempo Harry se sentía inseguro y necesitado, pero había funcionado. Al menos eso pensaba.

Y entonces había llegado la noche en que había ido a buscar a Draco a su apartamento, en el Callejón Diagon, para llevarlo a cenar. Estaba listo para desafiar la opinión de sus amigos y sugerir que su relación fuera más formal. Habían estado discutiendo la posibilidad de vivir juntos, por lo que Harry había encargado una copia de la llave de la entrada de Grimmauld Place para él. Había tocado el timbre, con una larga rosa blanca y la llave envuelta en papel de regalo, que marcaba su primer aniversario, en sus manos. Y Draco no había estado en casa.

No había estado durante casi una semana, y Harry casi había entrado en pánico cuando el hombre que él consideraba su pareja había finalmente abierto la puerta. Pero en vez de explicar su ausencia, Draco le había dicho muy fríamente que había conocido a alguien, que estaba aburrido de la "ignorancia y completa falta de clase" de Harry y que había encontrado a alguien más parecido a él: "alguien educado y sofisticado, y más de su propio estatus". Harry había salido sin intentar discutir siquiera, cegado por las lágrimas y herido de una forma que solo Draco era capaz de conseguir. No se habían visto desde entonces. Harry tampoco se había sentido capaz de encontrárselo.

Sus amigos habían tratado de levantarle el ánimo, e incluso habían llegado a arreglarle citas, pero Harry había rechazado salir con alguien más. Había aceptado la oferta de los Chudley Cannons para jugar como buscador, y había pasado de gira los últimos seis meses. Permaneció lejos de Londres y sus alrededores a propósito, rechazando todas las invitaciones para regresar a casa, e incluso habría rechazado regresar este fin de semana, pero le había sido imposible faltar a la boda de Ginny y Neville, sobre todo porque hacía más de un año que aceptó ser el padrino del novio. En todo este tiempo, ni siquiera había escuchado mencionar el nombre de Draco, mucho menos había tenido ninguna información sobre él. Los dardos que Draco había lanzado todavía le dolían, ya que supo qué decir para herirle en lo más profundo.

Así que, pensó para sí mismo mientras seguía a Narcisa Malfoy por el sucio camino que circundaba los terrenos de Malfoy Maynor, ¿qué estoy haciendo aquí? ¿Curiosidad, quizás? ¿O solo masoquismo? Estaba comenzando a dudar seriamente del impulso que le había llevado con la madre de Draco, cuando ella se detuvo junto a una verja de madera, casi escondida por la hiedra que colgaba de la pared de piedra, giró una rústica manija de metal, puso su hombro contra ella y empujó. Como era pesada trató de forzarla, antes de que Harry pusiera la palma de su mano contra la áspera superficie y la ayudara a abrirla. La siguió hasta lo que resultó ser la entrada de una superficie llena de espesa maleza, en cuyo centro se encontraba una pequeña y reducida cabaña. Frunció el ceño cuando la vio dirigirse hacia allí.

Apartó unas cuantas ramas para seguirla, desconcertado, cuando subió al desvencijado porche.

—Señora Malfoy —dijo, confundido—. ¿Por qué no están en la mansión?

Ella se detuvo con la mano sobre la manchada manija de la puerta, y se volvió para mirarlo, con los labios apretados.

—Señor Potter —dijo, con toda la dignidad que pudo mostrar—. El nuevo propietario de la mansión se encuentra dentro, y prefiere que nosotros no lo estemos.

Harry frunció el ceño todavía más.

—No lo comprendo —dijo, débilmente. Ella lo estudió por un largo momento, como si buscara algún signo de que estaba diciendo la verdad.

—Realmente no lo entiende ¿verdad? —meditó, y luego suspiró—. Señor Potter, mientras usted estuvo fuera convirtiéndose en el favorito de miles de rabiosos fanáticos del quidditch, mi hijo y yo fuimos despojados de nuestro hogar, de nuestra fortuna y de nuestra magia por crímenes contra el ministerio. Ahora vivimos aquí —gesticuló hacia la vieja cabaña—, porque el primo de mi esposo no quiso que nadie se enterara de que nos había echado a la calle cuando tomó posesión de la mansión.

Harry parpadeó, pasmado. —Crímenes contra el Ministerio —repitió Harry—. ¿Qué diablos significa eso?

Una amarga sonrisa curvó sus labios. — Aparentemente, lo único que mantuvo a los entusiastas fiscales del Wizengamot lejos de nuestra puerta durante los dos años posteriores al final de la guerra fue el temor a disgustarle a usted. Una vez que la relación entre mi hijo y usted terminó... —Narcisa dejó que sus palabras cayeran en el silencio, sus ojos azules fríos.

—No quiero parecer tonto —dijo, claramente confundido—, pero sigo sin entender.

—Fuimos juzgados y encontrados culpables de crímenes de guerra, Señor Potter —dijo cansinamente—. Nuestra casa y la fortuna de mi esposo fueron embargadas, nuestras varitas confiscadas y destruidas y éstos... —ella levantó el ruedo de su túnica para revelar su elegante tobillo circundado con una rara y pesada pieza de metal— ...fueron colocados. Consiguen rastrear todos nuestros movimientos. Si somos lo suficientemente buenos y no molestamos a nadie en los próximos diez años, entonces probablemente puedan ser retirados. Así que ahora somos un poco más que squibs, subsistiendo con el mezquino estipendio al que estamos autorizados por el Ministerio de Magia.

Harry sintió que su ira comenzaba a subir. —Eso no tiene sentido —dijo, tristemente—. Usted salvó mi vida. Todos lo saben.

Ella sacudió su rubia cabeza con cansancio. —No hubo ningún testigo que se posicionara a nuestro favor. Aparentemente, nadie quiso presentarse para defender a quienes habían permitido que el Señor Tenebroso se hospedara en su casa.

—Como si hubieran tenido otra opción —dijo Harry con tristeza. Ella le dedicó una débil sonrisa.

—Eso ya no importa —murmuró, girándose de nuevo hacia la puerta.

—¿Por qué Draco ya no vive en su apartamento? —le preguntó a su espalda. Los hombros de ella se tensaron—. ¿También se lo quitaron?

Sin volverse, Narcisa negó con la cabeza. —Mi hijo está conmigo porque... —hizo una pausa, girándose ligeramente—. Está conmigo porque no quería que nadie le viera.

El miedo recorrió el cuerpo de Harry como agua helada, haciendo que se le erizara la piel de los brazos y de la espalda. —¿Por qué? —jadeó—. ¿Qué le sucede a Draco?

Le pareció que Narcisa estaba a punto de hablar, pero entonces apretó los labios y abrió la puerta de la cabaña. Cuando entró en el oscuro interior, Harry no tuvo más opción que seguirla.

La cabaña consistía en una larga habitación con una pieza de metal como cocina, y un abollado fregadero en una esquina; junto a ellos había unas sillas que no hacían juego entre sí alrededor de una mesa por todo comedor, y una chimenea negra de hollín en la que ardían las llamas de un fuego anémico. Aun así, la habitación se sentía helada y estaba oscura. El maltratado piso de madera carecía de alfombras, y las deslucidas ventanas tampoco tenían cortinas. Una lámpara estaba encendida sobre una mesa contigua al sofá, que quedaba frente a la chimenea, donde se encontraba una gastada silla de madera, ubicada casi en el centro del salón. En la pared del fondo se podía ver un corredor abierto que conducía a la habitación de atrás. Aparentemente, todo lo que contenía era un colchón hundido sobre un oxidado marco de metal. Todo parecía excesivamente austero e incómodo, y una enfermiza sensación depresiva atravesó el estómago de Harry. ¿Draco y su madre habían estado viviendo allí? ¿Desde cuándo? ¿Y por qué diablos nadie le había contado nada?

Narcisa se quitó el abrigo de viaje, lo colgó cerca de la puerta y pasó junto a él. Harry pudo observar que su túnica, que una vez debió haber sido muy fina, ahora estaba descolorida y ligeramente gastada. La vio moverse alrededor del sofá, sus ojos mirando hacia el interior del mueble, cuyo respaldo bloqueaba la vista de Harry. Sintió una sacudida de alarma cuando se arrodilló en el suelo, junto al sofá, y se inclinó hacia adelante.

—¿Draco? —susurró, y el corazón de Harry saltó hasta su garganta. Como si caminara dormido, siguió el camino que ella había seguido y se acercó a la orilla del largo mueble.

Narcisa estaba acariciando gentilmente la cabeza cubierta de cabello casi blanco. Observó cómo sus dedos elegantes pasaban suavemente por los sedosos cabellos, recordando cómo él había hecho eso mismo, y el puño que apretaba su corazón se hizo más fuerte. Pero allí había algo que no estaba bien. El cabello de Draco siempre había brillado como si hubiera capturado los rayos del sol entre sus hebras, pero éste estaba muerto. Acercándose a la espalda de Narcisa, observó con creciente alarma la figura acostada sobre el sofá.

Draco estaba cubierto hasta la barbilla con una sábana gruesa, y tendido sobre su costado, de frente a la chimenea, con una dolorosamente delgada y pálida mano bajo su mejilla. Siempre había sido esbelto y delgado, pero ahora presentaba un aspecto pálido y demacrado. Tenía marcas oscuras bajo sus ojos y parecía flaco, agobiado de preocupación y enfermo, muy enfermo. Su piel estaba cubierta por una fina capa de sudor y respiraba entrecortadamente. Y algo en el pecho de Harry se retorció con fuerza. Santo Dios, ¿estaba muriendo?

—Draco, cariño —repitió Narcisa, todavía acariciando su cabello—. Despierta, amor. Tienes visita.

Draco hizo un sonido gutural como de niño caprichoso, y trató de apartar su cabeza de la mano de su madre.

—Vamos, vamos —lo calmó Narcisa—. No hagas eso. Vamos, cariño, despierta.

Harry vio movimientos oculares bajo los párpados delgados como el papel, vio las pestañas moverse ligeramente y luego las vio levantarse sobre esos ojos que parecían agua cristalina a la luz de la luna. Draco parpadeó lentamente mientras enfocaba el rostro de su madre. Ella acunó su mejilla con su mano.

—Así está mejor —dijo con calidez, y Harry pudo asegurar que estaba haciendo serios esfuerzos por sonar alegre. —¿Has estado durmiendo todo el tiempo que estuve fuera? —Draco cerró sus ojos durante otro momento, luego suspiró y asintió, antes de abrirlos de nuevo. —¿Te sientes bien?

—Fenomenal —respondió sarcásticamente, humedeciéndose los pálidos labios con la lengua. Ese tono irónico reanimó a Harry: ¿cuán enfermo se encontraría alguien que podía hablar con tanta mordacidad?

Narcisa arregló la sábana que se encontraba cerca de su hombro, luego deslizó su mano bajo ella, en dirección hacia el brazo cubierto.

—Deja de preocuparte, madre —le dijo, un poco tensamente, retirando su brazo de la presión de la mano de Narcisa—. ¿Qué estabas diciendo sobre...?

Harry se movió entonces, y el suelo bajo sus pies crujió. Los ojos de Draco se elevaron y se abrieron con sorpresa, y el poco color que había en su rostro se disipó. Miró a Harry a los ojos, con la mirada fija y afligida.

—Oh, dime que no lo hiciste —los ojos de Draco volvieron a su madre, muy abiertos y casi en estado de pánico—. No lo hiciste.

—Amor, él puede ayudarnos —dijo, en tono apaciguador, sus manos dirigiéndose hacia él. Draco se removió, alejándose, echándose hacia atrás en el sofá.

—¿Cómo, madre? —preguntó, con la voz enronquecida, llena de algo que Harry no pudo descifrar—. Es demasiado tarde. Sabes que es demasiado tarde.

—Amor, no estamos seguros —dijo su madre rápidamente—. Puede llevarte a que te vea alguien...

—¡No! —Gritó Draco, arremetiendo con su brazo contra ella y apartando bruscamente su mano—. ¿Cómo pudiste hacerlo? —Estaba a punto de prorrumpir en llanto, y Harry sintió que su corazón daba un fuerte vuelco—. Sabías por qué debía ser de esta manera, tú sabías...

—Draco, no voy a quedarme sentada a esperar que suceda —dijo, con la voz llena de angustia—. ¡No me quedaré sin hacer nada!

—Por favor, ¿puede alguien... —Harry los interrumpió, alzando la voz sobre la suya y escuchando su eco en la casi vacía habitación— ...decirme qué es lo que está pasando?

El silencio siguió a la pregunta, pesado como algo viviente, mientras Draco Malfoy y su madre se miraban uno al otro. —Díselo —dijo duramente Narcisa, al final, y no fue una petición. —Me mentiste cuando me dijiste que lo sabía y que había tomado una decisión. Tú decidiste por él, y no tenías derecho —los ojos de Draco se llenaron de lágrimas, y la voz de su madre se suavizó—. Cariño, él tiene derecho a saberlo. Díselo.

Los ojos grises se quedaron fijos en los azules, y una lágrima solitaria bajó por la pálida mejilla. —Quizás nunca te perdone por esto —susurró Draco, roncamente. Los hombros de Narcisa se hundieron un poco.

—Lo sé —exhaló—. Es un riesgo que pienso correr.

Hubo otro largo momento en el que solo se comunicaron a través de miradas, luego Draco suspiró pesadamente en una combinación de irritación y resignación, y comenzó a empujarse a sí mismo para lograr sentarse. Cuando Narcisa se inclinó para ayudarlo, hizo una pausa lo suficientemente larga como para dedicarle una mirada funesta, por lo que se detuvo y se echó hacia atrás. Después de lo que fue claramente un gran esfuerzo, Draco sacó las piernas por un lado del viejo sofá, y puso la pesada sábana alrededor de su cuerpo. Sus tobillos parecían casi delicados, estaba tan delgado, considerando que únicamente se le veían los pies descalzos. Llevaba un pijama gris. Harry frunció el ceño, mientras se enderezaba y se apoyaba contra el respaldo del sofá, con un suspiro cansado. Sus muñecas y tobillos se parecían muy delgados, y su rostro estaba demacrado, pero parecía haber ganado mucho peso justo en su parte media. Los botones del pijama se veían tirantes, dentro de los ojales, a la altura del abdomen. De hecho, Harry pensó, mientras las pálidas y delicadas manos alisaban la tela de su pecho hacia abajo, que podría jurar que parecía como si...

—¿Pero qué demonios...? —exhaló, dando medio paso hacia atrás. Draco se acomodó el largo flequillo con una mano temblorosa y luego se giró hacia el rostro sorprendido de Harry.

—Felicidades, Potter —dijo secamente, limpiando la humedad de su rostro con dedos poco firmes, con las esquinas de sus labios curvándose en una sombra de lo que solía ser su sonrisa ladeada—. No todo el mundo puede presumir de haber dejado preñado a un Malfoy

Hubo un extraño y fuerte sonido en el interior de los oídos de Harry, quién sintió cómo toda la sangre se drenaba de su rostro, mientras observaba lo que era una incontrovertible verdad. Draco Malfoy, príncipe de Slytherin, el único sobreviviente de la Casa de los Malfoy, estaba inequívocamente embarazado. Muy, muy embarazado. Harry solo pudo quedarse boquiabierto.

—Yo no... —comenzó Harry, mientras miraba las formas de Draco—. Quiero decir... —levantó su mano y cubrió su boca, sus ojos completamente abiertos. Levantó la mirada hacia el rostro de Draco, solo para encontrarse con los ojos grises fijos en él. —¿Cómo? —jadeó.

La sonrisa de Draco se hizo más profunda. — ¿Realmente quieres que responda a eso delante de mi madre? —dijo, irónicamente, levantado una ceja.

—Yo... no comprendo —dijo Harry lentamente, sacudiendo su cabeza de un lado a otro.

—Sin duda —Draco arrastró las palabras con una mueca—. Y deberías sentarte antes de que te caigas, ¿no te parece?

Draco le señaló la silla más cercana y Harry dio dos tembloroso pasos antes de colapsar en el borde. En todo este tiempo, sus ojos no habían abandonado el rostro de Draco. Se observaron mutuamente durante un buen rato, durante el cual Narcisa se levantó del suelo y caminó hasta colocarse detrás del sofá, cerca del hombro de su hijo. Harry respiró profundamente varias veces, sus manos aferradas a los brazos de la silla.

—Ni siquiera sabía que algo así era posible —dijo, casi desfallecido, sus ojos bajando de nuevo hacia el estómago de Draco.

—Bueno, Potter, ahora ya somos dos —dijo el rubio, cerrando los ojos y echando su cabeza hacia atrás, como si fuera demasiado pesada como para sostenerla durante más tiempo. Narcisa puso su mano en su delgado hombro y le dio un apretón.

—Señor Potter, ¿me permite? —preguntó cautelosamente. El aludido apartó sus ojos del abdomen de Draco para encontrarla observándolo con aprehensión.

—Sí, por supuesto —dijo, su voz convertida en un suave graznido.

Ella retorció sus manos nerviosamente. —Me temo que todo este asunto es responsabilidad de mi esposo.

Las cejas de Harry se contrajeron con fuerza. Lucius Malfoy había muerto en Azkaban hacía cosa de un año: no había visto a Draco desde que había sido capturado después de la Batalla de Hogwarts. —¿Cómo se las pudo arreglar para hacer algo como esto? —preguntó secamente.

—Bueno, quizás no Lucius específicamente, sino su estirpe.

Harry la observó completamente desconcertado y ella suspiró, girando su anillo de bodas una y otra vez en su esbelto dedo. —Verá, los Malfoy nunca han sido particularmente... adeptos a la procreación...

Harry frunció el ceño. —¿Y eso que significa?

Draco dejó salir una risa sardónica y cansada. —Significa —dijo secamente, levantando la cabeza— que los hombres de mi familia siempre han fallado el tiro —sus labios se curvaron— algo con lo que, aparentemente, los Potter nunca han tenido problemas —Harry sintió que sus mejillas se encendían—. También está el pequeño detalle de que la mayoría de hombres Malfoy han preferido... a otros hombres.

Los sorprendidos ojos de Harry miraron a Narcisa y observaron que un delicado tinte carmín se extendía sobre sus pómulos. —Es verdad —dijo, tan suavemente que Harry tuvo que esforzarse para escuchar. —La mayoría de los hombres del linaje Malfoy han sido, bueno... —gesticuló con impotencia.

—Homosexuales —completó Draco con irritación—. Maricas, mariposones, afeminados, desviados, invertidos. Conoce las palabras, madre. Es uno de ellos.

—Draco —lo reprendió Narcisa, cuando vio que el rubor en las mejillas de Harry se hacía más intenso—. Por favor, no le hagas enfadar. Ha sido lo suficientemente bueno como para venir conmigo.

—¿Reconsiderando tu decisión, Potter? —le arrojó Draco.

Harry no le respondió, pero eso era lo menos grave de todo. No era capaz de pensar en nada porque estaba cerca de entrar en pánico. Todavía no podía asimilar la realidad que tenía frente a sí. Draco estaba embarazado y él iba a ser... no, no, todavía no estaba listo para ese pensamiento: la mera insinuación le hacía sentir como si no pudiera respirar apropiadamente.

—Como estaba diciendo —continuó Narcisa arrogantemente—, cuando se volvió obvio que el linaje Malfoy podía desaparecer si no se tomaban las medidas necesarias para asegurarlo, uno de los ancestros de Lucius colocó un encantamiento sobre las futuras generaciones de hombres Malfoy, para garantizar que al menos hubiera un heredero hombre por generación, aún si el gestante fuera... un hombre.

Harry levantó su mano. —Un momento —dijo tensamente—. ¿Uno de los ancestros Malfoy colocó una maldición en su descendencia?

—No es exactamente una maldición —Draco se rió secamente cuando su madre lo dijo. Ella se hizo escuchar por encima de su risa—. Era una... garantía de que el linaje continuaría.

—Desde aquí parece una maldición —dijo Draco, sombriamente, frotando uno de los lados de su vientre distendido, y por alguna razón, a Harry le dolió el comentario.

—Si eso es verdad —dijo Harry, apartando sus ojos del lugar donde la mano de Draco había estado frotando—. ¿Por qué Draco no sabía nada?

Narcisa le lanzó una mirada irónica. —Bueno, Señor Potter, durante la mayor parte de la vida formativa de Draco estuvimos metidos en una guerra. Y francamente, su padre y yo no supimos que prefería a los hombres hasta... bueno, bastante recientemente. Hizo un extremadamente buen trabajo escondiéndolo —dedicó a su hijo una mirada sombría.

—Pero usted sabía lo nuestro —dijo Harry, sus ojos sobre ella y su voz cortante—. Usted lo supo todo el tiempo. ¿No pensó que esto era algo que teníamos que saber?

—A mi madre nunca se le ocurrió que yo fuera el que estaba debajo, Potter —dijo Draco, con una risa cansada—, lo cual te demuestra lo que sabía.

—No era eso, Draco, y tú lo sabes —replicó su madre, bruscamente. Draco se quedó callado girando los ojos expresivamente—. Se había dispuesto que existiera una especie de... garantía de seguridad dentro del hechizo, diseñada para prevenir embarazos accidentales, pero en este caso está claro que falló.

—¿Qué clase de garantía? —preguntó Harry, estudiando a la madre y al hijo, tan parecidos.

—De acuerdo con la tradición familiar —dijo Narcisa con cuidado—, este encantamiento solo puede ser activado cuando durante el... —tragó delicadamente— acto... uno de los involucrados desea activamente que el resultado sea engendrar un hijo.

—¿Qué? —jadeó Harry.

—Ay, no es tan complicado, Potter —bufó Draco—. Según la leyenda —continuó con una gran dosis de sarcasmo, apuntando hacia su estómago—, ésto solo puede pasar si uno de los que está follando decide que quiere tener un pequeñajo. Y como encuentro difícil de creer que tú estuvieras deseando tener descendencia mientras tenías tu polla en mi culo, lo que digo es que algo debe haberse torcido.

—Draco, no hay necesidad de ser tan grosero— lo reprendió Narcisa.

—Oh, por Merlín, madre —comenzó Draco, con una insinuación de color extendiéndose en sus mejillas—. Tampoco hay necesidad de ser excesivamente delicado. Potter sabe quién era el sexualmente dominante en nuestra relación. Él estaba allí, ¿recuerdas? Y yo no...

Pero lo que fuera que estaba por decir no salió de sus labios porque repentinamente se tensó, sus ojos se abrieron mucho y sus manos se curvaron sobre su estómago con claro dolor. Sus dedos se apretaron en el pijama de seda y jadeó con fuerza.

—¿Draco? —Narcisa se inclinó hacia adelante sobre el respaldo del sofá, su mano en su hombro—. Draco, ¿qué sucede?

Draco sacudió la cabeza, su largo flequillo cayendo sobre sus ojos, su boca abierta en obvio dolor, y aun así, ningún sonido. Comenzó a temblar visiblemente, en obvio sufrimiento, y Harry se puso de pie lentamente.

—¿Qué sucede? —Preguntó, sus ojos fijos en Draco—. ¿Qué le sucede?

—Draco —dijo su madre, con un poco más de empeño—, Draco, por favor, amor, dinos qué te sucede.

Pero de nuevo, Draco sacudió la cabeza, su cabello oscilando sobre sus ojos, ahora apretados. Se mordió el labio inferior y lentamente se dejó caer sobre su costado, curvando sus piernas protectoramente frente a su estómago. Harry se acercó y se arrodilló junto al sofá, extendiendo su mano y aferrándola en una de las esbeltas muñecas de Draco.

—Draco —dijo suavemente, su rostro cerca del rubio—. Draco, dime qué te pasa —e incapaz de contenerse, acercó su otra mano para apartar el flequillo de sus ojos. Éstos se abrieron lentamente, para encontrar a Harry a escasos centímetros, observándolo con preocupación—. Dímelo —repitió Harry—. Por favor.

Draco se humedeció los labios con la lengua. —Me duele —jadeó.

—¿El qué?

Draco retiró la muñeca, entonces tomó la mano de Harry y la puso sobre su distendido estómago y la presionó allí. Alarmado, Harry se tensó por un momento a causa del gesto, pero casi inmediatamente se dio cuenta de por qué Draco lo había hecho, y olvidó la ansiedad provocada por ese contacto. El estómago bajo el pijama de seda estaba duro como una roca. Levantó sus ojos hacia los de Narcisa.

—¿Debe estar así de duro? —preguntó, y ella frunció el ceño. Se inclinó sobre el respaldo del sofá y colocó su palma junto a la de Harry. Después de un momento, miró hacia los afligidos ojos de su hijo.

—¿Desde hace cuánto tiempo, Draco? —preguntó suavemente. Estaba claro que estaba tratando de sonar calmada, pero Harry vio el miedo que había en sus ojos.

Draco tragó pesadamente. —Desde... esta mañana —respondió, de forma entrecortada—, pero ésta... ha sido la peor.

—¿Cómo de seguido?

Cerró los ojos, arqueando un poco la espalda, forzando su estómago hacia adelante dentro de sus manos. Harry dio un grito ahogado cuando sintió algo ondular bajo su mano.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó, con ojos sorprendidos. Draco abrió los suyos, y en ellos Harry encontró algo que nunca antes había visto: una especie de triste resignación que le dolió ver.

—Bueno, si la leyenda... es verdad —respondió, entre jadeos y voz débil—, eso es tu hijo.

Harry se quedó muy quieto, su mano todavía sobre el estómago de Draco, cuando sintió el movimiento de nuevo, un lento balanceo de izquierda a derecha, y entonces miró fijamente la hinchada figura del hombre que había sido su pareja durante un año. Sintió que iba a estallar en lágrimas. ¿Su hijo? Oh, Dios...

—Draco —dijo Narcisa de nuevo, más fuerte—, ¿cómo de seguido?

Draco miró hacia su madre de manera cansada. —¿Acaso importa?

—¡Por supuesto que importa! —chilló—. ¡Dímelo!

Abruptamente, la tensión abandonó su cuerpo y Draco se hundió en el sofá, haciendo una respiración profunda y liberándola lentamente. —No lo sé —dijo, finalmente—. Cada diez... quizás quince minutos —cerró sus ojos de nuevo, mientras realizaba otra respiración profunda, pero no apartó las manos de Harry de su estómago, y Harry estuvo patéticamente agradecido por ese pequeño favor. Había llegado a pensar que nunca podría tocar a Draco de nuevo.

—¡Oh, Draco! —Exclamó su madre, inclinándose sobre el sofá, su mano acariciando su rostro—. ¿Por qué no me lo dijiste antes de que me fuera?

Los ojos de Draco permanecieron cerrados y dio un suspiro cansado. —¿Para qué?

—¿Qué significa eso? —Preguntó Harry—. ¿Qué significa que tenga dolor cada pocos minutos?

Narcisa lo observó duramente. —Ya lleva nueve meses de embarazo, Señor Potter. Ya se puede imaginar lo que eso significa.

Harry parpadeó con rapidez. —¿Está a punto de dar a luz? —Jadeó—. Pero, ¿no deberíamos... llevarlo a San Mungo?

Narcisa le lanzó una larga y sufriente mirada.

—¿No oyó lo que le dije? No le atenderán. Ni siquiera lo verán.

Entonces, Harry se puso de pie y miró hacia la menuda figura de la madre de Draco. —¿Qué quiere decir con que no lo atenderán?

—No atenderán a nadie que lleve la Marca Tenebrosa —dijo, levantando la barbilla con orgullo, pero sus labios estaban temblorosos—. Es la nueva ley: no recibimos atención médica de ningún tipo.

Harry miró hacia la pálida cara de Draco y luego de nuevo a su madre. —Pero eso es excesivo —dijo tensamente—. ¿Quién propuso eso?

—El Wizengamot —suspiró Narcisa, apoyándose contra el respaldo del sofá—, la misma gente que nos quitó nuestro hogar y nuestra fortuna, y nos redujo a esto —gesticuló hacia el pequeño y sombrío lugar—. Mientras Draco y usted estuvieron juntos no se atrevieron a tocarnos, pero ahora... —se encogió de hombros—. No nos han sentenciado a muerte, pero tampoco harán nada para evitarlo.

—¿Muerte? —Harry frunció el ceño y su rostro perdió el color—. ¿Qué quiere decir con eso?

Narcisa pareció hundirse ante sus ojos. —Señor Potter, el embarazo masculino es... no desconocido en nuestro mundo, pero sí increíblemente raro. Hay... pociones, tratamientos que deben proveerse durante meses para hacer posible el nacimiento del bebé, pero...

—¿No ha visto a nadie? —dijo Harry débilmente. Narcisa lo miró con tristeza un momento y luego, lentamente negó con la cabeza.

—Nadie quiso atenderlo. Yo traté...

—¿Les dijo de quién era este bebé?

—No.

No fue ella quien respondió, sino Draco. Cuando Harry bajó la vista, se encontró los ojos grises fijos en él.

—No, por que yo no se lo permití.

—Por Dios santo, Draco —dijo Harry de forma tirante—. ¿Cuál es la gracia de tener la maldita fama si no la usas cuando es necesario?

Draco sacudió su cabeza. —No era mi fama lo que estaría usando, Potter —dijo suavemente. Harry lo observó durante un momento, con comprensión mezclada de exasperación, luego se dirigió a Narcisa.

—¿Qué pasará si no consigue ayuda?

Los ojos azules de Narcisa se llenaron de lágrimas. —No existe forma de que pueda parir al bebé —dijo, tensa—. Morirá. Ambos morirán.

Los ojos de Harry se abrieron y sus fosas nasales se dilataron, y miro de madre a hijo con el cuerpo rígido. —Una mierda —dijo finalmente.

Entonces se curvó, y en una sorprendente muestra de fuerza, deslizó sus brazos bajo el fino cuerpo de Draco, y sin ningún esfuerzo lo levantó y lo apretó contra su pecho. —Consiga una sábana y cúbralo —le dijo ásperamente a Narcisa.

—Potter —dijo Draco con debilidad—, ¿qué estás haciendo?

—Llevándote a que consigas ayuda —respondió de forma tirante, mientras Narcisa se apresuraba a traer la sábana. Cuando regresó lo cubrió con ella.

—No puedes —discutió Draco, comenzado a oponer una débil resistencia. Harry solo apretó sus brazos.

—Vaya que no —replicó, y entonces miró a Narcisa a la cara, que por primera vez desde que se encontraron en el camino mostraba signos de esperanza—. Saque mi varita de mi manga, por favor.

—Potter —protestó Draco, todavía agitándose—, no puedes, ¡lo sabrán!

Harry, quien había estado moviendo su brazo para que Narcisa alcanzara su varita, giró su cabeza y miró hacia Draco. —¿Qué?

—¡Lo sabrán! Si me llevas así a San Mungo, ¡lo sabrán!

—¿Quién sabrá qué? ¡Lo que dices no tiene sentido!

—Todos —respondió Draco, con los ojos muy abiertos y llenos de temor—. Todos, Harry. ¡Si me llevas allí, todos se enterarán de que es tuyo!

Harry frunció el ceño, sacudiendo ligeramente la cabeza. —¿Y cuál será la diferencia?

—Harry —Draco se aferró al frente de su túnica—, si me llevas a San Mungo y exiges que me atiendan, todos se darán cuenta que el bebé es tuyo. Piensa por un minuto en lo que eso significa. Todos sabrán que te revolcaste con un hombre y lo embarazaste, un antiguo mortífago, un maldito Malfoy, por Dios santo. Tú no quieres eso, ¡te destruirá!

Su voz se apagó, dejando un eco resonando en la pequeña y casi vacía habitación. Con cara pálida, Harry solo miraba fijamente al rostro angustiado de Draco.

—Oh, Draco —suspiró Narcisa, su mano acariciando su hombro. Harry tragó con fuerza.

—Tú lo sabías —exhaló—. Lo sabías. Por eso me dijiste que me fuera, ¿verdad? Por eso dijiste que todo había terminado. Ya lo sabías —Draco ni siquiera trató de pretender que no sabía lo que Harry estaba diciendo, solo devolvió la dura mirada de Harry con una de las suyas. Harry sacudió ligeramente la cabeza—. Eres idiota —jadeó—. Lo único que posiblemente pueda destruirme es que te sucedía algo. Lo demás me importa una mierda. Nunca me ha importado.

—Pues debería —dijo Draco desfalleciente—. No deberías desperdiciar...

—No te atrevas a decirme eso —Harry lo interrumpió con voz tirante—. No te atrevas. Tú eres más importante para mí... —las palabras se trabaron en su garganta, que sentía muy cerrada, y su mandíbula comenzó a temblar, y Draco, viendo su aflicción, hizo un sonido desde su garganta y presionó su rostro contra el cuello de Harry—. Nunca vuelvas a decirme eso —finalmente, Harry se las arregló para decirlo, sus manos apretándose alrededor del cuerpo de Draco.

—Lo siento —exhaló, su mano apretando la solapa de Harry—.Pensé...

—Cállate —dijo Harry duramente, parpadeando con rapidez. Extendió la mano para agarrar su varita, pero no lo logró, dado que tenía a Draco en brazos. Cuando la tuvo en su mano apuntó a su costado y dijo firmemente—. ¡Expecto Patronum! —un vapor blanco salió de la punta y se condensó en la figura de un ciervo blanco, que aterrizó con gracia frente a él, con los ojos fijos en su rostro—. Ve y dile a Kingsley Shacklebolt que me encuentre en la sala de emergencias de San Mungo, tan pronto como le sea posible llegar hasta allí. Y dile que traiga por lo menos a dos aurores con él —el majestuoso animal asintió una vez, se giró y desapareció a través de la pared. Todavía sosteniendo su varita en la mano, miró el rostro sorprendido de Narcisa. —Tome mi brazo —le ordenó llanamente, y ella se agarró con fuerza. Luego habló suavemente en el oído de Draco—: Sostente —sintió las manos de Draco cerrarse en su túnica y entonces dio un paso hacia el vacío.

 

**********

 

Harry se sentó en una de las incómodas sillas de la sala de espera de San Mungo, se inclinó hacia adelante, con sus manos apretadas en sus rodillas. Estaba mirando al suelo, su rodilla derecha saltando nerviosamente.

Cuando llegaron a San Mungo sucedió exactamente como Draco y Narcisa habían temido. La sanadora al cargo se había adherido rigurosamente a las nuevas disposiciones: ningún antiguo mortífago podía recibir tratamiento médico y la todavía visible Marca Tenebrosa en el antebrazo derecho de Draco lo marcaba claramente como uno de ellos.

Sosteniendo a Draco temblando en sus brazos, mientras luchaba con otra contracción, Harry no tuvo ánimos para negociar. Apuntó directamente su varita hacia la aterrorizada mujer y le dijo que buscara inmediatamente, a su superior. Cuando un hombre mayor había llegado y comenzado a decir las mismas estupideces, Harry simplemente perdió la razón.

—¿Y que pasa con el bebé que espera? —le gritó, sin importarle una pizca quién lo escuchara—. ¿También está sentenciado a muerte?

—Lo lamento, señor Potter —dijo el hombre, y realmente parecía sentirlo—, no será el primer inocente que sufra como resultado de esa marca.

Harry le miró fijamente y las lámparas doradas que estaban en las cuatro esquinas del techo explotaron espontáneamente con un estruendoso estallido, haciendo que las velas encendidas volaran alrededor de la habitación. Mientras la gente gritaba y buscaba un lugar a cubierto, Harry permaneció de pie en medio de todo el desbarajuste como si fuera la ira de Dios, sus piernas bien plantadas, y entrecerró los ojos como si fuera a lanzar fuego. Entonces se encontró con la mirada aterrorizada del sanador.

—No me hable —dijo, con la voz mortalmente enojada— sobre los inocentes que han sufrido como resultado de esta marca. Este hombre es mi pareja. Y usted va a ayudarlo. Ahora —Harry hizo una pausa, arqueando una ceja e ignorando completamente los jadeos asombrados que sonaron por la sala después de su anuncio—. Eso —dijo, su voz convertida en un siseo—, o le haré responsable de la muerte de mi hijo.

La llegada en ese momento de Kingsley Shacklebolt y dos aurores probablemente habría aclarado el asunto, pero el sanador ya asentía cuando el sonido de su aparición se empezó a olvidar.

Entonces, ambos cogieron a Draco, que se había desmayado de dolor momentos antes, por lo que Harry le había colocado en una camilla flotante. Mientras la asistente del sanador le dirigía a través de las puertas con su varita, él había comenzado a seguirlos.

El sanador a cargo se detuvo frente a Harry, bloqueándole el camino, y claramente aterrorizado por tener que hacerlo. —Lo siento, señor Potter —dijo nerviosamente, pero se mantuvo en su lugar—. Este será un procedimiento delicado y su presencia solo me distraerá. Tendrá que esperar aquí.

Narcisa se había aferrado a su manga. —Por favor —le había suplicado, cuando un músculo en la mandíbula de Harry se flexionó peligrosamente—. Harry, por favor —fue el hecho de que ella lo hubiera llamado por su nombre lo que logró calmarlo, por lo que se hizo a un lado. Cuando el hombre comenzó a moverse, Harry lo tomó por el brazo, no muy gentilmente.

—Sálvelos. A los dos —dijo llanamente, con sus fosas nasales dilatadas. Hizo una pausa—. Por favor —el hombre le miró a los ojos fijamente durante un largo momento, vio el miedo en ellos y asintió brevemente antes de seguir a la camilla.

Y ahora, cuatro horas después, Harry seguía sentado en esa insufrible silla de madera, sus ojos en el suelo, pero su mente a millones de millas de distancia. Kingsley estaba en la recepción de Ginny cuando su patronus lo encontró, y muchos de los invitados lo reconocieron. Ron y Hermione habían sido los primeros en llegar a San Mungo, seguidos de Arthur y Molly. Les había explicado lo sucedido en pocas y entrecortadas frases, y mientras todos parecían asombrados de la razón por la que Harry estaba en San Mungo, el hecho de que ellos solo mostraran preocupación y apoyo fue una muestra del profundo cariño que sentían por él. Arthur y Molly se habían quedado unos pocos minutos antes de regresar a La Madriguera, pero Ron y Hermione seguían sentados uno a cada lado de Harry. Narcisa se había instalado en una silla al otro lado de la habitación, sus ojos fijos en la puerta doble, sus manos retorciéndose nerviosamente en su túnica. Harry la miró y la vio tan sola que se giró hacia Hermione.

—Hermione —dijo suavemente, y ella también se giró para mirarlo, los ojos café muy abiertos en su rostro ovalado—. Sé que no tienes ninguna razón para sentir una disposición amable hacia ella, pero, ¿podrías por favor ver si la madre de Draco necesita algo? —Hermione había mirado hacia Narcisa, y luego de nuevo a Harry, y había afirmado con la cabeza.

—Por supuesto, Harry —tocó su brazo rápidamente, luego se puso de pie y atravesó la habitación, todavía con su primoroso vestido de dama de honor color lila. Hizo una pausa un poco dudosa frente a la rubia mujer y le habló suavemente, y cuando Narcisa negó con la cabeza, Hermione señaló la silla que estaba junto a ella, preguntando si quería un poco de compañía. Narcisa miró fijamente a la joven durante un momento, luego asintió, claramente agradecida de no estar sola durante esta vigilia.

Ron se inclinó hacia adelante y puso su mano en el hombro de Harry. —Todo irá bien, compañero —dijo suavemente—, ya lo verás.

Harry suspiró y hundió su rostro entre sus manos. —Esto es culpa mía, Ron —dijo suavemente, verbalizando lo que le había estado devorando internamente durante las últimas horas. Ron apretó su hombro.

—Estoy seguro de que no lo hiciste solo —dijo de manera vigorosa.

—No lo comprendes —suspiró, porque sabía que realmente no lo entendía. Probablemente sonaba como algo que todo futuro padre diría si hubiera problemas durante el parto—. Es culpa mía —pero en el caso de Harry, sabía que eso era nada menos que la cruda verdad.

Lo supo desde el momento en que la señora Malfoy habló sobre la garantía de seguridad del encantamiento. Las palabras hacían eco en su mente, una y otra vez...

..."Este encantamiento solo puede ser activado cuando durante el acto uno de los involucrados desea activamente que el resultado sea tener un hijo". Podía escuchar las palabras como si Narcisa las estuviera repitiendo en voz alta. Y cuando le dijo a Ron que todo era culpa suya, quería decir eso, literalmente. Podía decirles cuál fue el momento y lugar de la concepción del bebé que Draco todavía estaba luchando por parir, porque él había deseado que sucediera.

Habían estado en Venecia. La guerra había terminado hacía dos años y el viaje era una sorpresa de Harry. Para consternación de muchos, ellos dos habían estado juntos desde el otoño previo, y Harry quería desesperadamente una la oportunidad de tener a Draco solo para él, lejos de las entrometidas miradas que los seguían a cada momento. Así que habían ido a Venecia y se habían hospedado en un antiguo Palazzo, actualmente reconvertido en hotel muggle ubicado en el canal principal de la ciudad. Durante dos semanas solo habían sido una joven pareja enamorada. No habían recibido más atención que la que recibía cualquier otra pareja gay, y habían disfrutado del anonimato que las hordas de turistas muggles proveían. La última noche que habían pasado en la ciudad, Harry había sobornado al gondolero para que los llevara a una aislada esquina entre dos casas y desapareciera. Entonces, había acomodado a Draco sobre una suave sábana en la parte más baja de la góndola.

Se habían besado y acariciado por un largo y relajado momento, mientras las ropas eran retiradas y los fuegos artificiales estallaban sobre sus cabezas, pintando el cielo en azul, luego en verde, luego en rojo y luego en dorado. La suave y pálida piel de Draco reflejaba cada uno de estos colores, y cuando Harry, cuidadosamente, había presionado dos dedos dentro del irresistible calor que era el cuerpo de Draco, el rubio cabello adquirió el brillo de los colores de las explosiones, y la pasión en los ojos grises había sido el reflejo de su amor por Harry. Cuando éste levantó su cuerpo sobre esa suave, pálida perfección y presionó dentro del caliente y apretado canal que lo había envuelto como si fuera seda, sintió como si estuviera en casa por primera vez en su vida. Había comenzado a moverse lentamente, con seguros y profundos movimientos de caderas que habían hecho que la angosta barca se balanceara. Había escuchado los suaves gemidos de Draco en su oído y sentido cómo sus dedos se aferraban con fuerza a los músculos de su espalda.

—Te amo —había exhalado Draco.

—Yo también te amo —respondió Harry, con el corazón henchido.

Lo recordaba vívidamente. Ese recuerdo le había perseguido en sueños durante meses. En ese momento, cuando aumentó la velocidad de sus embestidas en respuesta a las súplicas de Draco y sintió su liberación gestándose dentro de él, el solitario huérfano que había sido Harry deseó con fuerza que hubiera una manera de tener hijos con la magnífica criatura que tenía entre sus brazos, que pudieran tener algo tangible como resultado de la magia que habían creado entre ellos. Y mientras Draco convulsionaba bajo él y Harry sentía la cálida prueba de su culminación entre sus estómagos sudados, él se había perdido dentro del cuerpo de Draco, y había sentido un cierto sentimiento de melancolía por aquello que no podía ser.

No tenía la más remota idea de lo equivocado que estaba.

Así que ahora estaba sentado, con el rostro entre sus manos y los dedos en su cabello, aterrorizado por las consecuencias de un deseo que no sabía que estaba formulando. Si algo le pasara a alguno de ellos, estaba seguro de que nunca se lo perdonaría.

Ron estaba frotando su hombro y tratando de pensar en algo que decir para reconfortarlo, cuando las puertas se abrieron casi sin hacer ruido.

—¿Señor Potter?

Levantó de golpe la cabeza y miró fijamente a la sanadora que se encontraron en cuanto llegaron al lugar. No se dio cuenta de que se había puesto de pie hasta que miró hacia ella. La sanadora evadió su mirada, lo que causó que el corazón de Harry le doliera dentro del pecho. Gesticuló hacia la puerta. Miró cómo Narcisa se ponía de pie también, retorciendo sus manos frente a ella, y la tomó por el brazo cuando dio un paso hacia adelante.

—No, lo siento —dijo la menuda mujer resueltamente, levantando la vista por primera vez—. Solo el esposo...

—Yo no... —comenzó Harry, pero Narcisa lo tomó del brazo y lo apretó.

—Sí, lo eres —susurró con fiereza, y él se giró para verla—. Lo eres. Ahora ve. Solo recuerda que estoy... —miró a Hermione y a Ron, quienes también se habían acercado y se encontraban detrás de ella— ...que estamos esperando, ¿de acuerdo?

Asintió nervioso, y pasó a través de las puertas. Cuando éstas se cerraron tras él, se giró hacia la sanadora.

—¿Se encuentra bien?

—Dejaré que el sanador al cargo discuta el caso con usted —dijo, sin comprometerse, guiándolo a lo largo del extenso pasillo, mientras su corazón se hundía a cada paso que daba. Cuando llegaron a la última puerta, ella la abrió y se hizo a un lado.

Dentro solo había una cama, cubierta por completo de lino blanco. A Harry se le trabó la respiración en la garganta cuando vio a Draco acostado allí, pálido como si estuviera muerto, su estómago alarmantemente plano bajo el apretado abrigo de la cama. Sus manos reposaban a sus costados, encima de las sábanas, su casi blanco cabello había sido echado hacia atrás. Le recordó a Harry el cuento de hadas que había escuchado leer a Dudley cuando eran niños, sobre una bella durmiente que solo podía ser despertada por un beso de amor verdadero. Solo que en este caso era un guapo pero frágil príncipe. Comenzaba a caminar hacia él, cuando algo a su izquierda llamó su atención y se volvió.

El sanador a cargo estaba de pie junto a una mujer joven, claramente una ayudante, quien estaba sosteniendo en sus brazos un bulto envuelto apretadamente. El hombre estaba escribiendo algo en su portapapeles, pero levantó la vista cuando vio a Harry, y le sonrió extenuadamente.

Esa sonrisa lo desarmó. Las piernas comenzaron a temblarle y estiró la mano tratando de agarrarse a algo, pero no encontró nada más que aire, hasta que la mano más pequeña del hombre se cerró firmemente alrededor de ella.

—Respire, hijo —dijo, con sorprendente gentileza para alguien que había sido tan reacio a ayudar solo unas horas antes—. Todo ha ido bien. Ambos están bien —Harry escuchó un zumbido en sus oídos y su visión comenzó a volverse gris en los extremos—. Tráigale una silla a este hombre, Mildred, antes de que tengamos otro paciente en nuestras manos —la voz le llegó como si estuviera a gran distancia.

Una silla apareció tras él y fue ayudado a sentarse. Dejó caer la cabeza entre sus rodillas y jadeó buscando aire. Sintió una mano en la base de la nuca, que masajeó con gentileza los músculos que no sabía que estaban tan tensos. Después de unos minutos, fue capaz de levantar la cabeza, con la habitación todavía girando ligeramente, y miró hacia los ligeramente divertidos ojos del sanador. —¿Va todo bien por aquí? —preguntó el hombre, y Harry asintió.

—Lo siento —dijo, escueto.

El sanador solo sonrió. —No hay problema —dijo amablemente—. Usted no es el primer padre novato que está cerca de morder el suelo. Puede ser un poco abrumador.

—Solo un poco —convino Harry, irónico.

—¿Está listo para conocer a su hijo?

Harry lo vio y tragó con dificultad, incapaz de responder con palabras a esa pregunta, asintió pesadamente. Entonces, la joven que sostenía el bulto se acercó y se detuvo a su derecha.

—Haga una cuna con sus brazos de esta manera —dijo suavemente, mostrándole la forma en que tenía colocados los brazos—, y recuerde sostenerle la cabeza.

Harry hizo como le decía, y luego el bulto fue colocado entre sus brazos, tan pequeño, tan ligero, mientras él miraba entre los pliegues de la sábana azul con detenimiento. Para su absoluto asombro, encontró una cabeza del tamaño de una naranja y un brillante rostro sonrosado con una respingada nariz y una barbilla puntiaguda. Sus perfectos labios estaban apretados y fruncidos como si estuviera enojado, y encima de todo eso había una espesa mata de cabello negro como la noche y una versión en miniatura de sus elegantes cejas oscuras. Sintió que el pequeño cuerpo se retorcía dentro de la suave manta y sostuvo a su hijo contra su pecho con aturdido asombro.

—Oh, Dios mío —exhaló—. Es tan pequeño —nunca había sentido sus manos tan grandes ni tan torpes.

—Así parece —dijo el sanador afectuosamente—, considerando todo lo sucedido, se encuentra en perfecto estado: seis libras con cinco onzas, dieciocho pulgadas de alto, todo perfectamente normal para un recién nacido, incluyendo los dedos de sus manos y pies, y sus respectivas cañerías. Felicidades, señor, este niño es un luchador.

Harry contempló el pequeño rostro y tuvo que parpadear para disipar las lágrimas de alivio. Levantó la vista para encontrar a los demás mirándolo con expresiones cálidas. —¿Y Draco? —Preguntó, mirando hacia la cama—. ¿Está...?

—Estará bien —le aseguró el hombre—. No voy a mentirle. Venía grave y se nos fue durante un momento. No hacemos muchas cesáreas en San Mungo. Pero finalmente pudimos controlar el desangramiento y sanar la incisión sin problemas. Sin duda, tendrá que ser muy cuidadoso durante las primeras semanas, tomárselo con calma, pero dentro de un mes aproximadamente estará bien.

Harry inhaló y exhaló lo que sintió que era la primera respiración profunda desde que entró en la deslucida cabaña unas horas antes. — Gracias —dijo al sanador—, por todo. Y lamento lo de hace un rato...

—No necesita disculparse, hijo —le dijo con gentileza—. No me gustan las nuevas leyes, aunque estoy obligado a cumplirlas —miró hacia donde yacía Draco y luego miró de nuevo a Harry a los ojos—. Tal vez debería poner a trabajar un poco su influencia y lograr que sean revocadas.

—Le aseguro que trataré de hacerlo —respondió Harry con firmeza, y el sanador lo palmeó en el hombro.

—Buen chico —el hombre comenzó a salir y Harry habló de nuevo.

—¿Podría ir a decirle a su madre y a mis amigos que todo está bien? Ellos están angustiados...

—No hay problema —hizo una pausa en su camino hacia la puerta y echó un último vistazo al bebé que se encontraba en los brazos de Harry—. Es un niño muy guapo, señor Potter.

Harry miró hacia el diminuto rostro y se permitió una pequeña sonrisa. —Se parece a su padre —dijo maravillado, mirando cómo los diminutos labios hacían un puchero.

—Así es —acordó el sanador—. A ambos padres —palmeó a Harry en el hombro, le hizo una seña a la asistente para que lo siguiera y ambos salieron de la habitación.

 


**************

 


Las horas pasaron. Harry se imaginó que ya había anochecido porque las ventanas encantadas de la habitación de Draco estaban oscuras. Solo había una lámpara encendida en una esquina, y esa era la única luz de la habitación. La que estaba junto a la cama estaba apagada para que no perturbara el sueño de padre e hijo.

Harry había transfigurado una de las incomodísimas sillas de madera en un mullido sofá con una otomana, y ahora estaba sentado entre el moisés donde el Bebé Potter permanecía dormido junto a la inmóvil forma del hombre que lo había dado a luz. Draco se había movido poco en las horas pasadas a la emergencia, pero lo había hecho. Cada movimiento o pequeño suspiro habían hecho crecer la esperanza en Harry, porque a pesar de que el sanador había dicho que todo estaba bien, él se acercaba cada cierto tiempo para revisar los signos vitales. No iba a quedarse tranquilo hasta que los ojos grises se abrieran y Draco fuera capaz de sonreírle otra vez.

Narcisa Malfoy había sido autorizada a entrar. Había lanzado una exclamación, toda llorosa sobre el bebé, había tomado las manos de su hijo inconsciente y había hecho sentir a Harry ligeramente incómodo con sus repetidas gracias. Él había tratado de evadirlas hasta que ella había tomado sus manos y lo había mirado directamente a los ojos.

—Usted salvó la vida mi hijo, señor Potter —dijo enfáticamente, las lágrimas cayendo por sus pálidas mejillas—. No olvidaré esto.

Ron y Hermione habían entrado un breve momento y estaban contemplando al bebé con asombro.

—Oh, Harry —había suspirado Hermione, con lágrimas en los ojos—. Se parece a ti.

—Parece un gnomo de jardín —dijo Ron, burlón, mientras observaba el pequeño y arrugado rostro, aguantando el golpe de Hermione en su brazo. Harry rió, por primera vez desde hacía meses, y se sintió bien.

El bebé solo había llorado una vez, un ligero y aflautado sonido, y casi al instante la suave asistente del sanador se había apresurado a su lado con un biberón. Sostener a su hijo para alimentarlo había sido una tarea que había llenado a Harry de un gozo placentero. Cambiar su pañal justo después, con la ayuda de la asistente, había sido algo menos divertido. Todo el personal había estado tranquilizándolo con que "sí, es perfectamente normal que sea tan asqueroso". Harry esperaba acostumbrarse más rápido a esa tarea, pues no podía imaginar a Draco con sus manos en esa porquería. El mero pensamiento lo hacía sonreír. Y él ya había decidido que estaría allí para atender a su hijo, solo esperaba poder convencer a Draco de que hiciera lo mismo.

Eso había sucedido hacía varias horas y ahora estaba dormitando, sus largas piernas cruzadas y la barbilla en su pecho. Hacía rato que había tirado al suelo su túnica, su corbata y su chaleco, y ahora solo vestía los pantalones negros y la arrugada camisa blanca, abierta hasta el cuello y con las mangas enrolladas en sus musculosos antebrazos. Se acomodó un poco en la silla, pero sus ojos se abrieron de golpe cuando escuchó a Draco suspirando.

Colocando la otomana a un lado, Harry se inclinó hacia adelante con ansiedad, mientras las esbeltas piernas de Draco se movían bajo las sábanas y sus manos se retorcían, para levantarse luego hacia su estómago. Harry contuvo el aliento cuando esas gráciles manos se deslizaron sobre la superficie ahora plana, y cuando se apretaron a las sábanas con un jadeo, él se apresuró a alcanzar una de sus muñecas con su mano. Los ojos de Draco se abrieron de golpe y giró la cabeza. Harry se inclinó hacia adelante.

—Todo está bien —dijo suavemente, su pulgar acariciando un lugar donde el pulso se agitaba como un ave atrapada—. Él se encuentra bien.

Draco tragó y la luz que había en la habitación pareció reunirse por un momento en los pálidos y grises ojos. —¿Él? —Exhaló roncamente.

—Dijiste que sería un niño —respondió Harry, curvando ligeramente sus labios.

Los ojos de Draco examinaron la habitación con rapidez, casi con desesperación, hasta que llegaron a la cuna situada junto a la silla transfigurada de Harry. —Quiero verlo —susurró—, necesito verlo.

—Por supuesto —entonces Harry se puso de pie y se inclinó sobre Draco, que lo miró con ojos interrogadores—. Aquí, pon tus manos en mi cuello y te ayudaré a sentarte. El sanador dijo que estarías dolorido, pero que estabas bien —Draco se quedó mirándolo—. ¿No quieres cogerlo? No podrás hacerlo si te quedas acostado.

Eso surtió efecto, pues Draco levantó sus brazos y los entrelazó en la nuca de Harry. Harry deslizó sus manos suavemente entre su espalda y el colchón, y lo levantó hasta dejarlo reclinado sobre las almohadas que estaban contra la cabecera, sintiendo su corazón aligerarse mientras sentía ese cuerpo entre sus manos. Peleó contra su deseo de abrazar a Draco porque no sabía cuál sería su reacción, y dio un paso atrás. Miró hacia el pálido rostro cubierto de cabello rubio y le vio formar una mueca.

—¿Te duele mucho?

Draco le miró a los ojos, tan cercanos a los suyos, y negó ligeramente con la cabeza. —No —susurró—. No. Por favor, yo solo... —sus ojos se dirigieron de nuevo a la cuna y Harry comprendió. Se dio la vuelta y levantó con cuidado al bebé, que estaba envuelto apretadamente, una mano bajo su cabeza y la otra bajo su acolchado trasero.

—Haz una cuna con tus brazos, así —se lo demostró, tal y como había aprendido hacía unas horas, y Draco lo hizo, tragando nerviosamente mientras Harry colocaba al bebé entre sus brazos. Sus ojos estaban ávidos, contemplando el pequeño rostro, y jadeó cuando el bebé se movió, una pequeña mano abriéndose paso entre la apretada envoltura, pequeños dedos estirándose y flexionándose como si estuvieran buscando algo.

—Oh, Dios mío —susurró con la voz quebrada, tocando la manita. Inhaló rápidamente cuando los diminutos dedos se curvaron alrededor de su dedo índice y lo apretaron. Miró a Harry a los ojos. Las lágrimas hicieron brillar sus ojos grises. —Oh, Dios mío —repitió, con el labio inferior temblando. Harry se sentó cuidadosamente sobre un lado de la cama, su cadera cerca de la de Draco, mientras los ojos del rubio regresaban a la contemplación del pequeño que tenía en brazos—. Es tan pequeño.

—Sé de buena fuente que está... ¿Qué fue lo que dijo el sanador? Oh, sí, "se encuentra en perfecto estado: seis libras con cinco onzas, dieciocho pulgadas de alto, todo perfectamente normal para un recién nacido, incluyendo los dedos de sus manos y pies, y sus respectivas cañerías” —Harry se echó hacia adelante y suavemente acarició con el dorso de su dedo la suave mejilla del bebé. Su cabecita se giró hacia la sensación, su pequeña boca abriéndose como si fuera un pajarito. Una leve sonrisa apareció en los labios de Harry—. Creo que tiene hambre otra vez.

Había varios biberones encantados para permanecer tibios junto a la cama, y se inclinó para alcanzar uno y pasárselo a Draco. Parpadeó y miró a Harry con incertidumbre. —Bien —dijo Harry con gentileza—, ponlo en su boca. Él sabe lo que debe hacer.

Draco extrajo su dedo del agarre del bebé, tomó el biberón y frotó con él el pequeño labio inferior. El bebé se aferró con entusiasmo, sus labios curvándose mientras comenzaba a succionar, haciendo mucho ruido. Los ojos de Draco se abrieron con algo de sorpresa, y Harry rió suavemente.

—Parece que este niño está hueco —dijo tiernamente, otra vez tocando el pequeño rostro solo con las yemas de sus dedos. Ambos observaron a su hijo comer durante unos minutos, entonces Harry levantó la vista hacia el rostro de Draco. Su expresión estaba llena de tanta ternura que hizo que la garganta de Harry se cerrara.

—Bueno —dijo, un poco ronco—. ¿Qué piensas?

La rubia cabeza se movió ligeramente. —Creo que es asombroso —exhaló—. No puedo creer que saliera de mí.

—Pues así fue —le aseguró Harry. Hizo una ligera pausa—. Creo que se parece a ti.

Draco frunció el ceño ligeramente, negando con la cabeza mientras estudiaba su carita. —Iba a decirte que pensaba que se parecía a ti. Tiene tu cabello y tus cejas... —los ojos grises se encontraron con los verdes—. Apuesto a que sus ojos son verdes —una sombra pasó por el guapo rostro—. Me temo que no habrá manera de que puedas negarlo.

Una arruga profunda atravesó el espacio entre las cejas de Harry.

—¿Por qué querría negarlo? —Preguntó con suavidad—. Ya anuncié que era mío a todo aquel que quiso escucharme, en la sala de emergencia.

Los ojos de Draco se abrieron con sorpresa.

—¿Realmente lo hiciste? —Harry asintió—. No estaba seguro —dijo el rubio, pensativo, con su voz en un susurro—. Estaba tan aturdido... pensé que tal vez lo había imaginado...

—No lo imaginaste —dijo Harry con firmeza. Los ojos de Draco cayeron de nuevo hacia el bebé, pero Harry pudo ver un rápido destello de sufrimiento en ellos—. Draco, mírame —pidió tranquilamente, con un innegable tono de orden en su voz. Draco levantó la cabeza. Parecía tan inquieto que algo se apretó dentro del pecho de Harry. —¿Qué pasa con eso? ¿Es que no quieres que la gente sepa que es mío? —el pensamiento de que tal vez Draco no quería admitir quién era el otro padre del niño hizo que el nudo en su pecho se convirtiera en dolor.

Draco frunció el ceño. —No, Harry. No es eso. Es que pensé... —su voz flaqueó un poco y volvió la vista hacia el niño—. Tenía miedo de que tú estuvieras... avergonzado...

—¿Avergonzado? —Harry frunció más el ceño—. ¿Por qué?

Draco le miró de nuevo, su expresión ligeramente exasperada. —Vamos, Potter. Admítelo. Aún para ti, que un hombre sea el que dé a luz a tu hijo es un poco fuera de la norma.

—¿Desde cuándo algo que haya hecho ha estado "dentro de la norma"? —preguntó Harry con cierta ironía.

—Potter —comenzó Draco con un suspiro.

—No, de verdad —lo interrumpió Harry, con la mirada en calma—. Cuando tenía quince meses, un megalómano psicótico asesinó a mis padres e intentó asesinarme a mí. Falló, pero tuvo éxito al colocar una parte de su retorcida alma dentro de mí, regalándome dieciséis años con asiento en primera fila en el país de los locos. Hablo con serpientes, monté a un dragón, peleé con demonios, vi al anteriormente mencionado psicótico renacer en toda su serpentaria gloria, y morí y regresé de nuevo, lo que es un truco bastante guay. Hasta donde sé, solo un hombre ha podido hacer eso, y su linaje supera al mío de largo. Literalmente —hizo una pausa, pensativo—. Aaah, sí —continuó—, inflé a mi tía —encogió uno de sus hombros en un gesto casual—. Así que dejar embarazado a mi novio viene a ser un día normal para mí.

Draco puso los ojos en blanco, pero Harry estuvo casi seguro de que su labio inferior se había movido ligeramente.

—Muy gracioso, Potter, pero esto no es una broma, ¿sabes?

—Draco —dijo Harry intensamente, capturando los ojos grises y sosteniendo su mirada—. Sé que esto no es una broma —lo miró durante otro largo momento—. Sé que él no es una broma.

Draco tragó con dificultad, luego humedeció sus labios con la lengua. —¿Deseas... tenerlo?

Harry sintió como si alguien apretara su corazón con fuerza. Tragó antes de contestar. —Más de lo que he deseado algo en mi vida —los ojos de Draco cayeron hacia el bebé, pero no antes de que Harry viera un destello de devastación en ellos. Frunció el ceño—. Draco... —dijo con rapidez.

—No, está bien —murmuró Draco, pero sonaba sofocado—. Será mejor de esta forma. Yo realmente no puedo... darle nada... —Harry observó las lágrimas agolpándose bajo sus párpados, oscureciendo las suaves pestañas color café. Frunció el ceño.

—No lo has entendido —dijo Harry con rapidez, tomando la mano que cubría el pequeño cuerpo—. No solo le quiero a él... —apretó la helada mano—. Os quiero a los dos.

Draco levantó la cabeza con los ojos muy abiertos, como si temiera creerse lo que estaba escuchando. Su flequillo cayó sobre uno de sus sorprendidos ojos. Harry lo cogió y lo deslizó hacia atrás suavemente.

—¿Cómo, después de todo lo que te dije?

Harry estudió el pálido rostro. —¿Sentías todo lo que me dijiste? —El ambiente se tensó entre ambos por la crueldad del recuerdo, y finalmente, Draco negó tristemente con la cabeza—. Entonces, ¿por qué lo dijiste?

Los ojos de Draco se cerraron, y movió su cabeza con impotencia. —Estaba tan asustado —exhaló—. Tan aterrorizado de que pensaras... —su voz se apagó.

—¿Aterrorizado de que pensara... el qué? —presionó Harry.

—Que yo era algún fenómeno, o que lo había hecho para atraparte —negó de nuevo con la cabeza y suspiró—. Realmente no sé qué era lo que estaba pensando, excepto que estaba muy asustado de que me lo quitaras... —se detuvo y mordió su labio inferior—. Puedes hacerlo, ¿sabes? Legalmente no tengo ningún derecho, y nadie te lo impediría.

Harry lo miró fijamente. —Draco, crecí sin padres —dijo, simplemente—. Nunca apartaría a mi hijo de su otro padre.

Se miraron largamente el uno al otro, Draco buscando en sus ojos, como tratando de adivinar si Harry estaba diciendo la verdad o no. Al final, la tensión en sus hombros comenzó a aligerarse, y siempre atento al bebé que sostenía, curvó su esbelto cuerpo hacia delante, inclinándose hasta que presionó su frente contra el hombro de Harry. En ese momento, algo en el pecho de Harry se relajó, la tensión se desvaneció y levantó su larga mano para posarla en la base de la nuca de Draco, sus dedos deslizándose en el suave cabello rubio que caía a lo largo de su nuca.

—Te amo, idiota sentimental —susurró Draco—. Muchísimo —Harry cerró los ojos con fuerza para luchar contra las lágrimas.

—Yo también te amo —dijo, en un murmullo áspero, y luego se hizo hacia atrás, antes de que su valor lo abandonara. Parte de él deseaba ignorarlo, pero su otra parte, la parte honorable, sabía que no podía hacerlo—. Pero hay algo que debo decirte...

Una leve cautela se instaló en los ojos de Draco.

—¿Qué?

Harry miró hacia el bebé, que seguía mamando del biberón tranquilamente. Colocó su mano sobre la cabecita, maravillado por el suave cabello y por lo grande que parecía su mano en comparación. —Todo esto es por mi culpa —dijo, suavemente.

—¿El qué?

Levantó la mirada hasta encontrar los ojos de Draco. —El bebé —respondió—, el embarazo, todo esto...

—¿Por qué lo crees? —preguntó el rubio, con sorpresa. Harry estudió el pálido rostro, lleno de sombras, de planicies y ángulos, las líneas causadas por el reciente dolor, y las severas depresiones de preocupación y privaciones, pero aun así tan bellas.

—Yo lo deseé.

Draco frunció el ceño.

—¿Qué?

—¿Recuerdas lo que dijo tu madre acerca del encantamiento? Que una de las dos personas... involucradas... debía desear activamente un bebé —Draco asintió ligeramente y Harry pudo ver cómo su rostro se ruborizaba—. Yo lo quise —dijo suavemente.

—Harry —comenzó Draco.

—No, fui yo —dijo enfáticamente, pero su voz y su expresión se suavizaron—. Recuerdo estar... sobre ti, dentro de ti y desear que hubiera una manera... —sacudió su cabeza de negra cabellera—. Estabas tan hermoso a la luz de la luna, y me estabas mirando, y recuerdo haber pensado "deseo poder tener hijos con este hombre" —se detuvo cuando vio que Draco se mordía el labio inferior y cerraba los ojos, sacudiendo su rubia cabeza—. Lo siento, Draco. Yo no sabía...

—Detente —dijo Draco suavemente—, solo... detente.

Harry miró hacia el pálido rostro, con el corazón en la garganta, esperando. Cuando los ojos de Draco se abrieron, no hubo en ellos el reproche que esperaba. De hecho, parecían estar llenos de cierto... regocijo. Frunció el ceño.

—Fue durante la última noche en Venecia, ¿verdad? —preguntó Draco, suavemente—. ¿Cuando estábamos en la góndola?

—¿Cómo lo sabes?

Los labios de Draco se curvaron lentamente en una suave sonrisa. —Porque yo estaba haciendo exactamente lo mismo —susurró, y Harry jadeó en su dirección.

—¿Qué? —exhaló.

—Estaba mirándote, y los fuegos artificiales iluminaban el cielo detrás de tu cabeza, y tus ojos eran tan verdes, y tú me mirabas como si yo fuera la cosa más importante en el mundo. Todo lo que pude pensar fue "deseo que haya una forma de tener hijos con este hombre" —hizo una pausa, los ojos grises llenos—. No solo fuiste tú. Fuimos los dos —miró hacia la maravilla que tenía entre sus brazos, con su desordenado pelo negro y sus cejas perfectas, y su respingada nariz de barbilla puntiaguda, la perfecta amalgama de los dos, y sonrió ligeramente—. Este pobre chiquillo no tuvo ninguna oportunidad.

—Eso no es verdad —dijo Harry suavemente. Draco levantó los ojos para encontrarse los del otro a solo unos centímetros de distancia—. La vida se abre completamente frente a él. Tiene infinitas oportunidades. Es el milagro que nos condujo el uno al otro de nuevo —levantó su mano y acunó la blanca mejilla en su palma, su pulgar acariciando el labio inferior—. Una segunda oportunidad —murmuró, mirando hacia los labios de Draco—. Quédate conmigo. Edúcalo conmigo. Acepta esta oportunidad, por favor.

Los ojos de Draco cayeron junto con los de Harry, quien se humedeció los labios con la punta de la lengua. El silencio pareció volverse más profundo a cada segundo que pasaba. Y luego, sin hacer ningún sonido, sus labios formaron una sola palabra.

—Sí.

Con un suave sonido de alivio y felicidad, Harry cerró la distancia entre ellos y cubrió la boca de Draco con la suya.

Era la más profunda y emocionante experiencia de su vida. Buscó la suave y cálida humedad de la boca de Draco con su lengua, y el otro hombre respondió con una lenta y aterciopelada caricia de la suya. Sus cabezas se ladearon primero en una dirección, luego en la otra, y casi se olvidaron de todo hasta que el bebé lloró. Harry se sentó echándose hacia atrás, con risa temblorosa.

—Lo siento, hijo —dijo, volviendo suavemente el biberón hasta su boca. Observó al bebé cerrarla alrededor y succionar desde la botella, mientras Draco inclinaba su cabeza sobre su amplio hombro.

—Así que, ¿cómo lo llamaremos? —reflexionó, estudiando el pequeño rostro que se revelaba bajo el peso de la cabeza de su pareja.

—Bueno —dijo Draco tentativamente—. Yo ya había pensado algo. Cuando me permití tener alguna esperanza de que él podría lograrlo.

—Bien —respondió Harry con tranquilidad—, ¿qué tienes en mente?

Draco alcanzó la mano del bebé y la acarició, y los diminutos dedos atraparon de nuevo su dedo índice y lo apretaron, los pequeños nudillos blanqueándose por el esfuerzo.

—Bueno —dijo Draco, un poco dubitativo—. Estuve pensando... James por tu padre y Arthur por el hombre que te crió desde que tenías once...

Harry se permitió cerrar los ojos y tuvo que tragar el nudo que llenó su garganta antes de poder hablar. —James Arthur —dijo finalmente—. El señor Weasley estará... muy contento.

—Pensé en James Ronald —dijo Draco con cierto sarcasmo—. Sé que es tu mejor amigo, pero lo siento. Simplemente no puedo.

El nudo en la garganta de Harry se disolvió con su risa. —Estarás satisfecho de tu decisión cuando sepas que Ron pensó que tu hijo parecía un gnomo de jardín.

—¡¿Qué?! —Draco levantó su cabeza y miró a Harry, sus ojos llenos de indignación, lo que hizo reír a Harry con más fuerza. —Ignorante —murmuró, poniendo su cabeza de nuevo sobre su hombro con un jadeo, y disfrutando del sonido de las risas sofocadas—. Es un bebé hermoso —sacudió la manita tiernamente y Harry le dio un beso en la mejilla.

—Sí —acordó, indulgentemente—. Claro que sí.

Permanecieron en un cálido silencio durante un largo momento, viendo cómo su hijo volvía a dormirse. Cuando sus pequeños labios se aflojaron, Harry retiró el biberón de su boca y limpió la leche que había quedado en la comisura de sus labios con la sábana en la que estaba envuelto. —Así que, ¿Tienes alguna idea de lo que le diremos cuando comience a preguntar de dónde vino? —preguntó Draco suavemente, girando su rostro hacia el cuello de Harry. Una lenta sonrisa se formó en los labios de éste, y sus ojos se iluminaron.

—Le diremos la verdad —respondió serenamente—. Le diremos que sus padres, unos extremadamente poderosos y dotados magos, lo deseaban tanto que su deseo se convirtió en realidad.

Draco suspiró suavemente, hundiendo la cabeza con más fuerza bajo la barbilla de Harry, su rostro dentro de la abertura del cuello de su camisa. —Te amo, Harry —exclamó.

—Yo también te amo —respondió, mirando el pacífico rostro de su hijo dormido, sintiendo el dulce aliento de su amante contra su garganta. Cerró los ojos y supo que nunca, en toda su vida, se había sentido tan completo—. Os amo a los dos.

 

 

Fin

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Secuela: Bailando con Jamie