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Limpia y sana diversión
Por Jade

Ubicación original

Traducido por Llase - Beta: Heiko

Harry/Fred/George

 

Harry odiaba tener que ducharse después del Quidditch.

Y no era porque le gustara oler como las medias viejas de Ron. No, a él le gustaba oler bien.

Sin embargo, siempre que podía, esperaba hasta regresar a los dormitorios de Gryffindor para darse una ducha. Al menos ahí tenía algo de privacidad.

Verán, Harry tenía quince años y muy poco control sobre su propio cuerpo. O sobre sus pensamientos. O, incluso, sobre sus ojos, algunas veces.

Desde luego, era natural mirar a otros chicos en las duchas. O al menos eso había oído. La mayoría sentía la auténtica necesidad de compararse con los otros, para estar seguros de su propia normalidad.

Pero Harry dudaba seriamente que la manera en que él lo hacía pudiese definirse como normal. Y esa era sólo la primera parte del problema. Mirar a otros chicos (no a todos, por supuesto, sólo a algunos en específico) le producía extrañas sensaciones.

Y esas sensaciones venían con una notable reacción física. Ese era el verdadero problema con las duchas comunales.

Cuando estaba sólo en la ducha, Harry podía hacerse cargo del problema. De forma rápida y eficiente. Y lo hacía, muy a menudo. Incluso era bueno en eso, pensaba con orgullo. Aunque no era algo de lo que pudiese presumir. Si existiera un TIMO en "masturbación", seguramente Harry obtendría un Extraordinario.

Pero algunas veces, cuando no tenía tiempo de regresar al dormitorio, Harry tenía que conformarse con las duchas de los vestidores. Se demoraba a propósito y esperaba a que todo el mundo se hubiera ido, para tomar una ducha rápida. Si sucedía que alguien más se encontraba ahí, Harry se aseguraba de mirar fijamente a la pared, sólo a la pared, y se esforzaba en pensar en la Profesora McGonagall vestida en traje de tartán. En general, eso lo mantenía fuera de problemas.

Una de esas tardes, después de una práctica particularmente larga, Harry iba tarde para la cena. Aún así, esperó pacientemente hasta que Neville terminó de ducharse, para entrar.

Ah, perfecto… No había nadie más ahí. Satisfecho, Harry giró uno de los grifos y comenzó a enjabonarse el cabello.

Desafortunadamente para él, había olvidado algo importante. A causa de cierta broma pesada que incluía las escobas del equipo de Slytherin y un bote de Vaselina para Bludger de la Vieja Beth, Fred y George Weasley estaban en detención discutiendo los pormenores de la fechoría y su respectivo castigo con Madame Hooch. Y eso significaba, por supuesto, que se habían retrasado en su regreso a los vestidores y para la ducha subsiguiente.

El primer indicio de que Harry estaba en problemas fue la presencia de dos personas detrás de él. Dos voces idénticas susurraron en su oído haciendo una fantástica imitación de una radio muggle.

—Y bien, si no es el Niño-que-vivió, ¡al ataque!

Harry maldijo entre dientes, cuando sintió a los gemelos colocarse a cada uno de sus costados. Fred y George eran dos grandes razones para ducharse en soledad.

Y no estaba exagerando.

No miraré, no miraré, no mira… Oh, Merín… Harry cerró los ojos con fuerza y trató de no pensar en la piel desnuda y sedosa que se encontraba a pocos centímetros de su mano. Fred y George habían crecido mucho durante el verano. Sus largas melenas le habían causado sueños muy inapropiados en las últimas semanas. La clase de sueños que lo obligaban a lanzar un hechizo limpiador sobre los pantalones de su pijama por la mañana.

Eso no estaba bien.

Fred y George iniciaron una conversación amena. Cuando Harry los escuchó bromear y terminar las oraciones del otro -como solían hacerlo-, comenzó a relajarse. Podría con ello; oh, claro que podría. En algún momento, abrió un ojo para tomar el jabón, lentamente y con precaución, sólo para descubrir que la pastilla no estaba ahí. Abrió el otro ojo y cometió el error de girarse para buscarlo alrededor.

Tuvo que apartar rápidamente la mirada de Fred —¿o era George?—, que tenía los brazos entrelazados sobre la cabeza y se lavaba la espuma del cabello. Desafortunadamente, voltearse hacia el lado contrario no fue mejor, porque justo ahí había otro hombre idéntico al primero, que holgazaneaba junto a la pared. Harry sacudió la cabeza y se dio cuenta de que ni siquiera estaba buscando el jabón. Frustrado, cerró los ojos otra vez. Así era más seguro.

—¿Buscabas esto? —preguntó una voz ronca junto a él.

Harry se sobresaltó y abrió los ojos para encontrar una mano extendida frente a él, sosteniendo su jabón.

—Sí, gracias —dijo Harry, su voz más aguda de lo que le hubiese gustado, y se estiró para cogerlo.

Sin embargo, no pudo tocarlo. La mano se había movido. Hacia arriba.

—¡Fred! —Protestó Harry, intentando alcanzarlo. Pero los gemelos eran algo más altos que él mismo.

—Yo soy Fred —respondió suavemente una voz del otro lado. Los traicioneros ojos de Harry se deslizaron hacia ese punto, para encontrar a otro pelirrojo junto a la pared.

Era como estar en un sueño. Sólo que diferente, porque sabía que no se encontraba en la salvedad de su habitación. Estaba en la ducha, desnudo, mojado y completamente rodeado.

Sin embargo, había sólo una cosa que era igual que en sus sueños. Harry se estaba poniendo duro.

No, no, no, no. Ahora no…, pensó. Pero, como siempre, su cuerpo no lo escuchó.

—Y bien, ¿qué tenemos aquí? —inquirió uno de los gemelos. Harry no estaba seguro de cuál de los dos, porque había cerrado los ojos otra vez.

—Harry, no sabíamos que te poníamos tanto —anunció otra voz, aún más cercana.

Joder, fue lo único que Harry pudo pensar, antes de que dos cuerpos, muy mojados y muy masculinos, se presionaran contra él.

Cuatro —contó—, cuatro manos se deslizaron sobre su piel.

Dos bocas, muy cerca de cada oreja, se rieron suavemente.

Una mano recorrió el pecho de Harry y se dirigió hacia abajo.

—Sólo dilo y nos detendremos, Harry —el moreno ya ni siquiera intentaba adivinar de quién se trataba esta vez.

¿Detenerse? ¿Por qué querría que esas maravillosas manos se detuvieran? Su lujurioso y extático cerebro sólo fue capaz de formular otra pregunta:

—¿Por… por qué?

—¿Por qué qué, Harry?

—¿Por qué estamos haciendo esto?

Harry asintió y notó que sus ojos se encontraban abiertos otra vez, clavados fijamente en los azules de Fred (¿o era George?).

—Porque queremos.

—Y tú lo quieres también.

—Sencillo.

Harry asintió otra vez, tragó saliva dificultosamente y sonrió.

Luego, una mano se cerró sobre su erección y, finalmente, Harry se dejó ir.

—¿Te gusta, Harry? —Preguntó una voz suave junto a su oído.

—Eres tan sexy, Harry —dijo una voz rasposa del otro lado.

—Pensamos que tal vez podrías estar interesado.

—Por la forma en que nos miras.

—Pero no estábamos seguros.

—Hasta hoy.

Harry gimió cuando George (casi estaba seguro de eso) masturbó su pene y lamió sus tetillas. Pero Fred (pensó) atajó su atención cuando lo escuchó gemir también.

—No te importa si nos unimos, ¿cierto, Harry?

Harry miró hacia abajó y notó que George no sólo estaba acariciando su erección, su mano —antes libre— ahora estaba ocupada frotando la de su hermano. Jadeó casi al mismo tiempo que Fred, quien se giró un poco y tomó el miembro de George en sus manos. Su otra mano aún se deslizaba sobre la piel desnuda de Harry.

El moreno cerró los ojos cuando fue incapaz de soportar la vista. Dejó de pensar y se dedicó sólo a sentir.

Se aferró con fuerza a los dos cuerpos, mientras le daban placer y se satisfacían mutuamente. Sus gemidos eran los más fuertes de todos y, por un instante, se preocupó de que alguien los pudiese descubrir. Sin embargo, dejó de mortificarse cuando comenzó a correrse.

Harry jadeó y su cuerpo se arqueó, acompasando las sacudidas de su pene en la mano de George. Ni siquiera pudo alertar a los gemelos antes de dejarlos empapados con su semilla.

A Fred y George no pareció importarles, tampoco; en realidad, pareció gustarles, porque se habían corrido juntos, un momento después.

Durante varios minutos, los únicos sonidos que se escucharon en los vestidores fueron respiraciones y jadeos entrecortados de los chicos, amortiguados por el ruido del agua caliente.

De pronto, Harry recuperó el sentido y miró a Fred y George apreciativamente:

—Ustedes… nosotros… gah…

Los gemelos se sonrieron mutuamente y dijeron:

—¿Crees que le gustó?

—Es difícil estar seguro. Tal vez deberíamos repetirlo.

—¿Ahora?

—¡Por supuesto que no! La cena es en cinco minutos.

—Oh, ¿después de cenar, entonces?

—Elemental.

A Harry ya no le importó ducharse, después de eso.


 

Fin


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