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Sangre

Por Danvers


Pairing: Snape/Sirius
Rating: NC17
Advertencias: AU, Dubious, bondage, juegos con sangre, bestiality...
Summary: Snape paga con sangre el asesinato de Dumbledore. Sirius cobra la deuda. Pero quiere más...

 

Severus Snape recogía ingredientes en la oscuridad del aula de pociones. Debía aprovechar que Slughorn había salido para cogerlos, moviéndose como un ladrón en lo que antes era su feudo. Había llegado a odiar esa asignatura, y ahora daría lo poco que tenía para regresar a su puesto…

El cargo de director en esos días no era ningún regalo. Estaba obligado a ejercerlo tan sólo para cumplir su promesa: proteger a los estudiantes. Como si fuera tan fácil parar los pies a esos locos hermanos Carrow sin descubrir sus verdaderas lealtades…

Un ruido tras la estantería lo pilló desprevenido, cosa inusitada en él. Solía estar siempre alerta, ahora que no existía ningún lugar en el que pudiera sentirse seguro. Estaba amenazado por todos lados, siempre fingiendo, siempre solo.

Rodeó con sigilo la estantería, con la varita en la mano derecha y con la izquierda intentando abarcar todos los recipientes apretados contra su pecho. Pese a estar alerta, nunca hubiese esperado lo que se encontró. Un gran perro negro le gruñía en silencio, mostrándole amenazador sus fauces afiladas y babeantes.

Mierda. Black.

No le dio tiempo a pensar más. De un salto el perro aterrizó sobre su pecho, tirándolo al suelo de espaldas. Las ampollas y redomas de cristal se rompieron sobre su pecho, cortando su mano. El golpe en la nuca lo aturdió, haciendo que imprudentemente la varita cayera de su mano. Inmediatamente intentó recogerla, pero los dientes que sintió apretando su garganta lo disuadieron de realizar el menor movimiento.

Se quedó inmóvil, esperando la muerte. ¡Cómo no lo había sospechado...! Había oído que Black había vuelto del Velo, aunque no sabía cómo. Debería haber previsto que él sí tendría las suficientes agallas como para vengar al viejo director.

Bien. Lo merezco.

Muchas veces se había preguntado cómo acabaría su vida. Nunca habría imaginado que acabaría en manos de Black. O en su sucia boca de animal… Notaba cómo los colmillos desgarraban la fina piel del cuello y sangre caliente empezaba a resbalar hacia su nuca. Sentía el peso del animal sobre él dificultando su respiración. Más contacto del que había tenido en toda su vida con ese maldito aristócrata rebelde del demonio.

Sí… Vamos Black. Muerde, acaba con esto…

En el fondo se alegraba. Sí, se alegraba de que al final acabara su desgraciada vida. Que se quedaran ellos para luchar. Que se enfrentaran al puto Señor Tenebroso sin su ayuda, que nunca nadie le reconocía.

Esperó el desgarre que le daría la paz, pero contrariamente sintió cómo la presión sobre su cuello se relajaba. Una rasposa lengua arañó la herida que aún sangraba, abriéndola, provocándole quemazón y escozor.

Parecía que no iba a ser tan fácil, si es que morir desgarrado por un animal se podía llamar fácil… El cabrón de Black se regodearía de su desgracia. Vengaría cara la muerte de Dumbledore...

Maldito viejo, en qué situación me has dejado…

Desangrándose en el suelo de su vieja aula, con un espantoso perro lamiendo su sangre, bebiendo de él… Ni siquiera intentó apartarlo. El cuerpo que lo inmovilizaba era demasiado pesado. Ejercía demasiada fuerza contra él, empujándolo contra el suelo, haciendo que todos sus huesos notasen su dureza, doloridos como estaban por el golpe.

La terrible idea de que Black era en realidad un vampiro lo espabiló de golpe. ¡Merlín! ¿Y si la sangre lo volvía rabioso? Un perro de su medida bien podría descuartizarlo lenta, dolorosamente.

La lengua lo dejó de torturar y sintió las patas del animal posarse sobre su pecho. El perro compartía con Black esos intensos ojos azules, casi grises, que lo miraban intensamente. No, el perro no se volvería rabioso por probar su sangre. El hombre seguía estando bajo el animal. Saberlo no le tranquilizó en absoluto. Sabía que el hombre podía ser más salvaje que el animal. Y realmente tenía motivos para serlo. Si tan sólo pudiese explicarse…

—Black, escúchame antes…

El perro le enseñó los dientes, en una mueca burlona que intentaba intimidarlo. Lo había hecho mejor antes, cuando los tenía clavados en su garganta. Aunque ahora las patas le estaban destrozando las costillas y cada vez le costaba más que el aire llegase a sus pulmones.

—Por favor… necesito respirar. Te lo puedo explicar…

De pronto el peso sobre él desapareció y una gran sombra se movió ante él con rapidez para recoger su varita de entre los cristales rotos. Inmediatamente se vio hechizado por un silencius.

Como si pudiera hablar ahora ante la visión que tenía delante… Sirius Black estaba de pie ante él, completamente desnudo. Y lo bien que se veía el cabrón. Si hubiese sido él el que se encontrase en esa ridícula situación se vería completamente humillado. Pero el insufrible de Black se veía tan orgulloso como cuando vestía su mejor chaleco de terciopelo, o incluso cuando le cubrían harapos. Realmente el cabrón tenía porte… Firme, musculoso, rígido… ¿Rígido? ¡El muy hijo de puta estaba empalmado!

Se le ha puesto dura lamiendo mi sangre… ¡Jodido pervertido de mierda!

—No tienes que explicarme nada, maldito mortífago del demonio. Ya le contaste suficientes mentiras a Dumbledore. Él cometió el error de creerte. Pero yo no. Oh, no… yo nunca te creí, hijo de puta.

Snape lo miraba completamente descolocado. Escuchaba las palabras pero su cerebro no lograba descifrar su significado. Su mente intentaba no distraerse, pero las imágenes que recibían sus ojos eran demasiado perturbadoras. Black caminaba en estrechos círculos, parloteando con furia sin parar, desnudo, con una enorme polla balanceándose a cada paso, llamando a gritos su atención, cuando él no había visto una erección en su vida. Ni tenía ningún interés en verla…

—¡¿Me estás escuchando, maldito traidor?! —Una patada en las costillas le cortó la respiración—. ¿Ya has tenido tu recompensa por vender al hombre que te defendía? Espero que hayas disfrutado de ella porque ya no tendrás más tiempo para hacerlo. — De pronto se vio alzado por la túnica y acabó estrellado con fuerza contra una estantería—. Severus Snape, director de Hogwarts… Menuda recompensa. ¿Ha valido la pena? Has tenido que cargarte a Dumbledore para conseguirlo… No se cómo eres capaz de seguir en Hogwarts, después de lo que hiciste, ¡maldito cabrón de mierda!

Un terrible dolor en el estómago lo hizo doblarse sobre si mismo. El rodillazo lo había reventado por dentro, a juzgar por el dolor.

Llegaba la hora de la tortura. Solo esperaba que su parte Gryffindor hubiera rebajado un poco el conocido sadismo de los Black, que al fin y al cabo le corría por las venas…

—No caigas tan pronto, Snivellus, tenemos mucho tiempo para divertirnos… —Snape miró de pronto hacia la puerta, esperando ahora sí, que Slughorn llegara y lo descubriera. Pero Sirius entendió su mirada de esperanza—. No, no nos van a interrumpir. Slughorn se ha encontrado con una magnífica botella de aguamiel para él solo. Rosmerta lo entretendrá para mí. Estamos solos, Snivellus. Tú, yo y tu varita. Voy a ser tan considerado como para matarte con ella. Hasta te voy a conceder un juicio…

Snape se enderezó un poco, intentando mirar a Black a los ojos. Si le dejara hablar… estaba seguro que de podría demostrar su inocencia. Pero esos crueles ojos no mostraban mucha clemencia… Se vio estrellado de nuevo contra la estantería, haciéndola temblar y tirando algunos recipientes que se estrellaron contra el suelo.

—El mismo juicio que tuve yo. —Las esperanzas de Snape se esfumaron de golpe. Estaba perdido. Y en lo único en que podía pensar era en la cercanía de Black, en aquel trozo de carne que oscilaba entre sus piernas y rozaba contra su ropa… Intentó moverse, apartarse de esa obscenidad que lo ponía tan nervioso como para olvidar su cercana muerte. Pero Black lo tomó por las muñecas y las alzó, manteniéndolas sujetas a los lados de su cabeza. Acercándose a él. Muy cerca…

—No, tú no te mueves de aquí, cabrón. —Sirius miró la mano izquierda del mortífago, que chorreaba sangre por los cortes de los vidrios. Con el brazo en alto, la sangre llegó hasta la Marca Tenebrosa y la cubrió por completo. Sirius no pudo evitar lamer aquella sangre que tapaba su culpa—. ¿Orgulloso de tu marca, mortifago? Ts, Ts… tienes muy mala pinta, Snivellus. Dumbledore también la tenía, me lo contaron. Eso de tirarlo desde la torre… Pero tranquilo, aún no he acabado contigo. Estoy seguro de que tú acabarás peor.

Con las manos ocupadas, Sirius le golpeó con su propia cabeza, provocando que esta vez los dos empezasen a sangrar. Juntó las manos de Snape, para poder sujetarlas con su mano derecha, y tener la otra libre. Con ella se tocó la herida sobre su sien, recogiendo la sangre que ya le llegaba al cuello. Se la quedó mirando unos segundos…

Joder, está más loco que cuando salió de Azkabán. Que acabe pronto, por favor…

—¿Por esto tantas muertes? No hay sangre más pura que ésta, Snivellus. Te gustaría que corriera por tus venas, ¿verdad, mestizo de mierda? ¿Quieres probarla? —Snape se vio de pronto violado por dos dedos que llegaron hasta su garganta, provocándole arcadas. Notó cómo los dedos se movían por su boca, buscando su lengua—. Pruébala, Snivellus, saboréala. La mejor reserva de los Black. —Snape no tuvo más opción que lamer la sangre que había en aquellos dedos, o sabía que acabaría ahogándolo. Su sabor metálico no le asqueó, como imaginaba que haría.

—Sí, chupa, asesino de mierda. Serpiente rastrera... Te odio, Snape, siempre lo he hecho. Ansioso por entrar en un mundo que yo rechazaba, arrastrándote bajo todos esos tarados de mierda. Ellos eran basura, por creerse mejores que los demás. Pero tú… —Sirius apoyó la cabeza contra su frente, empujándolo contra la estantería, mientras seguía moviendo sus dedos dentro de su boca—. Tú eras peor. No eras como ellos y aún así te uniste a ese grupo de rancios seguidores de un desquiciado. Siempre detrás de Malfoy. Te veía. Te veía cómo lo seguías, Snivellus. Te veía siempre…

Snape siguió lamiendo y chupando aquellos dedos hasta que eliminó cualquier resto de sangre. Black respiraba ruidosamente contra su frente. No, respirando no… estaba jadeando. Concentrado en lo que estaba haciendo, no se había percatado de que el cabrón estaba empujando su polla desnuda contra su propia erección. Su propia erección…

¡Por Salazar que estoy duro como una piedra! Maldito perro degenerado…

—Te gusta… te gusta mi sangre. Lo sabía. Siempre lo he sabido. —Snape se preguntaba qué demonios sabía, porque él ya no entendía nada de lo que estaba diciendo—. Siempre has sido mi punto débil. Me irritabas tanto… Me irritas. Me provocas, Snivellus... —Sirius lamió la herida de su frente, una caricia caliente y húmeda que le hizo temblar. En ese momento soltó sus brazos, que cayeron pesados a sus costados, flojos, sin fuerza. Los dedos salieron de su boca e inconscientemente adelantó su cabeza para seguirlos. Pero se vio empujado de nuevo contra la estantería, por unas manos que tiraron con fuerza de su pelo, descubriendo su malherido cuello. Black empezó a lamer esas heridas, a morderlas, haciendo que la sangre comenzara a brotar de nuevo. Que lo hiciera el hombre era mucho más perturbador que lo hiciera perro. Podía escucharlo entre cada lamida y mordisco—… Loco. Me vuelves loco… Siempre. Siempre consigues… ponerme… ¡Ah… Severus! —Sobrepasado por la situación, Snape se preguntó cuánto tardaba un hombre en morir desangrado... Cuando escuchó su nombre, creyó que por fin Black había perdido su cordura.

Sirius desgarró la ropa que le molestaba. Túnica y camisa. Se sentía fuerte, desquiciado, fuera de control. Sí, así estaba mejor. Más piel qué lamer. Más sangre que caía en finas líneas por ese pálido cuello. Acarició su pecho, manchando de rojo el negro vello. Le gustó el contraste y arrastró más sangre de la que caía en pequeños caminos hasta ensuciar todo el torso. Sí, se veía sucio, lascivo. No pudo evitar restregar su rostro contra aquella obra de arte. Sí, olía tan bien… sabía tan bien… Lamió carne, vello… limpió con tesón esos pezones, rojo sobre rosado.

De pronto se separó un paso de ese cuerpo que lo estaba volviendo loco. Se veía obscenamente lujurioso. Los ojos cerrados, el cuello entregado, sangrante, ese pecho asomando entre telas rasgadas… Cómo le calentaba. Pero quería más. Lo quería todo. Y por Merlín que antes de cumplir su venganza lo tendría...

Se agachó a por la varita y agarrándolo del pelo, lo llevó hasta la mesa que presidía el aula. Su antigua mesa. Ahí se sentiría como en casa… Soltó una risa histérica que alarmó más a Snape que sus gritos e insultos.

—¿Te sentirás bien aquí? —Sin soltar el pelo de su rehén, pasó el antebrazo a lo largo de la mesa, arrastrando al suelo todo lo que había en ella—. Así estarás más cómodo. Pero no voy a olvidar a lo que he venido, ¿verdad? —Con un accio unas cuerdas finas para atar pergaminos volaron a sus manos.

Acabó de desgarrar la túnica y la retiró. La camisa estaba ya totalmente abierta, más roja que blanca. Se veía tan sexy así, con la camisa empapada en sangre mostrando su pecho teñido de rojo, que decidió no quitársela. Snape temblaba ante esa mirada escrutadora. Parecía un animal ante su presa. Eso era él. Su presa.

—Ven, vamos a ponerte donde hace años que tendrías que haber estado. Atado a la mesa. —Snape se vio empujado sobre la mesa. Lo colocó a través, atando sus manos en cruz, una a cada pata. Su cabeza colgaba a un lado, y al otro debía de hacer fuerza para que el borde no se le clavase en el coxis.

Merlín, me voy a romper…

Con esfuerzo pudo levantar la cabeza para ver qué demonios hacía Black. Lo estaba observando fijamente. Parecía como si estuviese mirando un filete antes de comérselo. Parecía desequilibrado, salvaje. Ávidos los ojos, el cuerpo desnudo… aún completamente rígido. ¿Cómo podía aguantar tanto? Él llevaba menos rato empalmado y ya le dolía insoportablemente.

Vio como Black se acercaba hasta colocarse entre sus piernas. Manipuló sus pantalones y los bajó de golpe, junto a la ropa interior. Desnudo. Estaba completamente desnudo. Como el animago. Con su erección a la vista. Vergonzosamente rígida. Pero Black no lo usó para burlarse, tal como había ignorado la suya propia. Tal solo se la quedó mirando, con el deseo pintado en su cara. Snape no pudo seguir viendo cómo era evaluado. Dejó caer la cabeza, incapaz de aguantar más el dolor de sus músculos. Empezaba a entender que Black no pretendía degradarlo con todo aquello. Someterlo sí, no humillarlo.

Y el cabrón lo está disfrutando…

Casi se rompe el cuello cuando de pronto lo alzó con fuerza. ¿Qué demonios le estaba haciendo? La visión casi lo desquició. Sobre su estómago había una maraña de pelo negro y rizado, que ocultaba totalmente la cara de Black. Pero no le hacía falta verlo para saber lo que le estaba haciendo. Porque podía sentirlo. Le estaba lamiendo. Estaba lamiendo y chupando su abdomen. También estaba hablando. No podía oírlo, pero podía sentir sobre él el suave aliento que salía de su boca sin sonido alguno. De pronto Black levantó la cabeza y se lo quedó mirando, una mirada frenética.

—Es por tu culpa. Por tu culpa, como siempre. Me vuelves loco…

Y sin decir más desapareció. Snape no supo si alegrarse o lamentarse. A él también lo estaba volviendo loco… Pero no tuvo tiempo de replantearse sus emociones. Dos patas enormes se apoyaron en la mesa, entre sus piernas. Detrás lo observaban dos bestiales ojos. Intentó moverse con todas sus fuerzas, pero aunque las cuerdas se movieron, no se liberó. Estaba a merced de esa boca llena de dientes afilados. Por Merlín, ¿tanto mal había hecho en su vida para acabar despedazado por un animal?

Sin rendirse a una muerte tan brutal, dejó su peso sobre las cuerdas que lo ataban y aguantando el dolor pudo mover una pierna y patear la cara del chucho. Lo debió de hacer bien, porque el perro cayó al suelo gimiendo lastimosamente. Severus Snape olvidó que no hay que cabrear a los animales. Sobre todo si estás atado y el animal en cuestión es enorme….

Los quejidos cesaron de pronto. Un dolor terrible en la pierna siguió al silencio. Le había mordido. El perro tenía sus fauces clavadas en su pierna. Black lo estaba mordiendo…

La sangre empezaba a resbalar por su muslo, pero el perro no soltaba a su presa. Dolía, quemaba, más que la herida del cuello, la cabeza o la mano. Y de pronto dolió más. El maldito chucho lo estaba lamiendo de nuevo, con esa lengua rasposa que hurgaba en la herida. Cada vez lamía más rápido, con tanta ansia que Snape temía que de un momento a otro lo mordería de verdad y se llevaría un trozo de carne.

Pero eso no ocurrió. El gran perro negro siguió lamiendo con avidez, dejando la herida atrás y subiendo por la pierna. Cuando llegó al final, miró a los ojos de su presa, retándole a moverse.

Oh, no. No, por favor…

La larga lengua salió de la boca llena de terribles dientes y recorrió entera la erección de Snape. ¡No! No... No dolía. Esa lengua que había desollado su muslo, ahora recorría su polla como una caricia. Dura, áspera, pero no dolorosa. El perro lo seguía mirando. La lengua seguía recorriendo la rígida erección, despacio, con cuidado.

Snape movió como pudo su pelvis. ¿Qué miraba Black? Joder, que siguiera con eso que estaba haciendo. Necesitaba eso. Qué más daba que fuera un hombre, un perro, que fuera Black. Le gustaba. Lo quería. Hacía tanto que no se corría… De follar ya ni se acordaba. Si iba a morir, al menos quería correrse una última vez. Joder, se merecía una última voluntad…

El perro pareció entender, porque lamió más fuerte, más rápido. Dolía, sí, pero lo justo para darle placer. Colgó la cabeza hacia atrás, disfrutando de la mamada. Por Merlín... la mamada que le estaba haciendo un perro. Pero sabía perfectamente que Black tenía el control. Sí, Black se la estaba chupando. Así, con los ojos cerrados, casi podía ver al hombre entre sus piernas. Desnudo, erecto por él, con el pelo colgando ante su rostro, pero dejándole ver cómo se tragaba su polla.

Oh, mierda, sí… Black, joder. Haz que me corra. Chúpamela, vamos, así…

Pero de pronto la dulce tortura de esa lengua paró. Antes de ver qué demonios ocurría ya notó la presión en los testículos. El perro estaba metiendo su morro bajo ellos. Estaba empujando su hocico entre sus piernas, haciéndose sitio, hociqueando sus pelotas.

Sí, joder, sí.

Haría lo que el chucho quisiese. Apenas podía moverse así, pero se apoyó de nuevo en las cuerdas para abrir las piernas. Sus ataduras volvieron a ceder un poco más, pero ahora no estaba para otra cosa que no fuera facilitarle el trabajo al animal. Colocó como pudo los talones en el borde de la mesa y se ofreció completamente. Polla, huevos, culo… Todo. Pero que siguiera lamiendo, por favor…

Pero el servicial perro desapareció. Ante él volvía a estar Sirius Black, desnudo, rígido, ansioso y sorprendido, a juzgar por su cara. Joder, ¿de qué se sorprendía? Era humano. Puede que a sus ojos fuera un mortífago asesino, pero era más humano que él. Y si le chupaban la polla de esa manera, no se podía quedar así, joder. No podía matarle ahora. Tenía que correrse, primero, ¡por piedad!

—Tendrías que verte, joder. Mira cómo estás… —La mano de Sirius envolvió su polla por primera vez—. Sabía que tú también me deseabas… Cuando me veías con Remus y me mirabas con odio. Estabas celoso. Igual que yo de Malfoy. —Su mano había empezado a moverse arriba y abajo, lentamente. Quizá fuera eso lo que le había nublado la mente, porque no entendía nada de lo que oía. ¿Black y el hombre lobo? ¿Black celoso de él? ¿De Lucius?— Merlín, cómo deseaba follarte… Y aún después de tantos años, de Azkaban. En mi casa, con los de la Orden. Joder, cómo me ponía tu cara de odio... Después de tus visitas me la machacaba tan fuerte que dolía.

Follar. Ha dicho que me quería follar. Se hacía pajas pensando en mí. El mayor seductor de Hogwarts corriéndose por mí... ¡Pero qué cojones!

—Si hubieses permanecido en nuestro bando… Lo has destrozado todo. Ahora no hay salida para nosotros. —Snape quería gritar: Joder, ¡si sigo en tu bando, gilipollas! No quería que lo matase. En el fondo no quería morir. Había sufrido ya tanto…

Pero de nosotros nada. Nunca existirá un nosotros, ni con amortentia. Saca tu mano de mi polla, loco pervertido de mierda…

—Tengo que hacerlo, debo hacerlo. Nadie más lo hará… —Sirius hablaba para él mismo. Se estaba convenciendo de algo que realmente ya no quería hacer—. Solo déjame… antes. Déjame. —Como si tuviera otra opción… La mano no había parado en ningún momento y su estómago empezaba a humedecerse con las gotas de su excitación.

Black acercó un dedo a la dentellada de su pierna. Recogió la sangre que todavía salía de la herida y el dedo manchado se perdió entre sus piernas, fuera de su vista. Pronto sintió cómo esparció la sangre por su entrada.

¿Pero qué coño te crees…? ¡Oh! ¡saca ese dedo hijo de puta! ¡Malnacido de mierda! No, por favor… Oooh… No. Yo nunca… ¡Ah! Otro dedo no, cabrón, que me vas a romper… ¡eh! ¿Qué coño has hecho? Joder, ¿qué estás tocando ahí? ¡Arg! ¡Así no, cabrón! Como antes… sí, así mejor… Oh, joder, ¡SÍ! ¡NO! ¡No sueltes mi polla!

Sirius mojó su otra mano en la herida, recogiendo más sangre. La llevó a su entrepierna, y la empapó con ella. Sucia, roja con la sangre de Snape. Cómo le gustaba sentirse cubierto por ella. Sacó los dedos para colocar su polla. Notaba cómo se tensaba bajo él.

—No te preocupes, no te dolerá. Seguro que Malfoy la tiene más grande que yo. ¿Te ha follado hace poco? Sé que le visitas en su casa, te controlamos. Mpf… Así… Oh, Merlín… qué bueno… joder. Estás tan estrecho... ¿Te lo follas tú? ¡Oh!

¿Y yo qué coño ée lo que mide Lucius? Seguro que no es tan grande como tú, cabrón. Gastas una buena polla, así que aléjala de mí, hijo puta. Pues claro que voy, porque me llama el Lord de los cojones, no te jode. Anda que iba yo a pisar esa casa si… ¡JODER! ¡ME CAGO EN LA PUTA! ¡Duele! Joder, joder, joder. ¡¿Qué me voy a follar a Lucius?! ¡A tú madre me voy a follar, cabrón! ¡Ah!… sí. Sí, tócame la polla. Mejor así… más suave. Joder, ¡así! ni que me estuviera oyendo…

Sirius se movía lentamente. Estaba tan estrecho… Si aceleraba el ritmo se correría en segundos. Y entonces tendría que matarlo. Maldita guerra, maldito traidor… ¿Cómo lo iba a matar? Ahora que lo tenía. Ahora que se le había entregado… Se recostó sobre él, agarrándolo por el pelo con las dos manos y estirándolo hacia él. Jadeando en su cuello, lamiendo su sabor metálico…

¡Qué haces! ¡No sueltes mi polla! ¡Ah! ¡No toques mi pelo, cabrón! ¡Ah! ¡No me estires! ¡Que…! Oooh. ¡Sí! Me quedo así. Oh, ahí, ¡justo ahí! Más rápido…

Snape tiró de sus brazos en la siguiente embestida, inconscientemente, sacudido por el placer. La cuerda que ataba su mano izquierda se soltó y golpeó a Sirius con la inercia. Los dos se quedaron helados, descolocados, demasiado insatisfechos como para dejarlo en ese momento. Snape se movió más rápido y agarró ese pelo rizado y tan negro como el suyo. Lo atrajo hasta él y mordió sus labios con tanta fuerza que en segundos brotó la sangre. Él también quería hacer daño. Cerró sus labios sobre la herida y succionó, bebiendo de él. Sí, realmente le había gustado el sabor. Movió sus caderas, incitándolo a seguir lo que estaban haciendo.

Sigue, joder. Ni se te ocurra dejarme así ahora. Sí, cómeme la boca. Así, lámeme como el animal que eres. Me tienes atado pero soy yo el que te tengo. Soy yo el que estaba en tu mente. Tantos años en tu mente… Msí. ¡Bésame, muérdeme, fóllame!

Sirius se descontroló al sentir esa boca sobre la suya. Empujó más rápido, más estocadas, más profundo… dentro de él, como siempre deseó. Dentro, más dentro… Correrse dentro, correrse ya…

Snape empujó a Sirius y lo apartó de él con su mano libre, que no tardó ni un segundo en dirigirse hacia su polla. Por Salazar que no podía más con esos calambres de placer que lo estaban atravesando desde el culo hasta la boca que le estaban comiendo. Se tenía que correr, ya. Su polla iba a reventar. O quizás el que iba a reventar sería él, entre el placer que salía a la vez de su culo y de su polla. Iba a explotar.

Sirius le apartó la mano y colocó la suya. Quería que acabase en su mano. Quería notar cómo su corrida le mojaba y se escurría entre sus dedos. Necesitaba eso para correrse. Para correrse en su culo…

Pero no pudo esperar. Fue simultáneo. Cuando sentía que su semen ya estaba llenando a Snape, notó entre los temblores del orgasmo cómo su mano se humedecía, se llenaba de él.

Cayó sobre el pecho de Snape, sin salir aún del sitio donde tanto había deseado estar. ¿Cómo lo iba a matar? ¿Cómo no lo iba a matar? No tenía opción. Dumbledore. La guerra. Mortífago. Traidor. Amante… Pero quizás sí podía encontrar una opción. Después de tantos años…

Se salió de golpe. Recogió la varita. Rodeó la mesa. Levantó su cabeza con una mano y se inclinó sobre ella, mirándole a contracorriente. Levantó su varita y lo apuntó…

Joder. Después de todo… Pero se había corrido. Y se llevaba parte de Black con él. De eso estaba seguro…

Finite incantatem… —Snape no podía creer que hubiese retirado antes el silencius… Tenía que hablar ahora… aún le quedaba una última oportunidad…

—Black, escúch… —Pero la varita estaba sobre su boca, amenazante.

—No. Una vez casi te maté. Me odié por ello, era el recuerdo que más me atacaba en Azkaban. Pago mi deuda ahora. Estamos en paz. Pero ten en cuenta que la próxima vez que nos crucemos… te mataré.

Snape cerró los ojos. No quería que Black viese su debilidad. Viviría. No iba a morir. No ahora. Una áspera humedad le mojó la cara, la boca. El perro, el perro había vuelto, se despedía de él. Escuchó las pisadas hacia la puerta. Abrió los ojos. Se había ido. Su varita estaba al lado de su mano libre.

Severus Snape cerró los ojos y se puso a llorar.

 

*****

 

Sirius Black tenía las manos manchadas de sangre. La sangre de ÉL, que manchaba el suelo de la casa de los gritos. Había perdido ya mucha. Al menos todavía respiraba...

—Snape. Por favor. Vuelve. Vuelve a mí. Perdona, por favor. Perdóname.

Severus Snape abrió los ojos. Vivo. Aún. Por poco. Volvió a cerrarlos, agotado y sin fuerzas. Pero volvió a oír esa voz… esa voz que había escuchado en su mente por meses…

Black…

—Sí, mírame. Abre los ojos. No te vayas, estoy aquí…

—El señor… Vol… Voldemort… Él…

—Sí. Muerto. Harry lo mató al final.

—Harry… ¿está vivo?

—Sí. Y antes de matarlo nos dijo a todos que estabas de nuestra parte. Que siempre lo habías estado… Que Dumbledore…

—Oh… vamos, ahora no. Déjalo. Déjame.

—No, no vas a morir. No puedes morir.

—No tengo… motivos. Déjame morir en paz…

—Sí los tienes. Me tienes a mí.

—No. No te tengo. No te quiero. Déjame, Black. ¿Por qué ahora? ¿Qué quieres de mí?

—Te quiero a ti. Cuando oí decir a Harry que estabas muerto… Yo también tuve ganas de estarlo. Tenía que verte. Cuando vi que aún respirabas… No me quites la vida, Snape. Tengo tanto que compensarte… lo que te hice… Por favor, no me dejes. Te daré lo que quieras…

—Entonces… Fóllame.

—¿Qué?

—Que me folles… Me he preguntado cada puto día de estos meses si la próxima vez que me cruzara contigo me follarías antes de matarme. Quiero sentirte dentro. Ahora.

—¿Ahora? ¿Aquí? Estás…

—Revíveme, Sirius. Por f…

No pudo acabar el ruego. Sirius se tumbó sobre él, tomando sus labios. Bajó hacia el cuello, donde estaba la herida que había cerrado él mismo, pero que aún estaba toda roja. Lamió con hambre hasta que no quedó más sangre que la del suelo.

—Joder Black, qué obsesión rara tienes con mi sangre. ¡Fóllame ya!

Sirius se rió, pero obedeció de inmediato. A un golpe de varita hizo desaparecer toda la ropa, la de ambos. Con cuidado abrió sus piernas y sin apoyar su peso en el cuerpo herido, restregó su erección contra la polla que se empezaba a llenar de sangre…

—Mmm quién me iba a decir que a mi edad descubriría que me gustan las pollas. Y encima la tuya, maldito perro del demonio.

—¿A tu edad? Pero… ¿Malfoy?

—A Lucius le han ido las pollas toda su vida. Pero la mía ni la tocó, gilipollas.

—Entonces eras… Oh, Merlín. ¿Te dañé?

—¿Más que cuando ese perro que llevas dentro me mordió y casi me desangra?

—…

—Déjalo, Black. En el fondo tenías razón. Yo lo maté.

—No. No la tenía. Me precipité, como siempre. Y tú lo pagaste. No me voy a poder perd…

—Black. Muévete. O métemela. Necesito una buena corrida antes de desmayarme, joder. Ya tendrás tiempo para hacerte perdonar…

—¿Empiezo ahora? —Sirius se arrastró hacia abajo y hundió su cara en la entrepierna de Snape, que esta vez sí, metió sus dedos entre su pelo y lo empujó hacia él. Como si hiciera falta…

—Mmm, buen chucho.

 

*****

 

En este punto Harry decidió darles privacidad. Salió de la casa de los gritos bajo la capa de invisibilidad.

¿A Lucius Malfoy le van las pollas?

No había tenido un día más raro en toda su vida. Y mira que su vida había sido rara.

No sabía qué había sido más impactante, matar por fin a Voldemort o saber que su padrino siempre había estado colgado de Severus Snape. O saber que Snape siempre había sido fiel a la Orden. O ver cómo su padrino lamía la sangre de su profesor de pociones y luego se la metía por el culo.

Joder, no pienso volver a meter la cabeza en un pensadero en mi vida…

Aunque de hecho sí podría hacerlo. En ese mismo. Porque la verdad es que había estado caliente de cojones.

En fin…

Harry Potter se dirigió al castillo, en busca de una persona. Debía de agradecer al señor Malfoy que le hubiese salvado la vida, al fingir que estaba muerto…

Sí, tengo que ser agradecido…

 

FIN

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