Vuelve
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Sangre
Por
Danvers
Pairing:
Snape/Sirius
Rating: NC17
Advertencias: AU, Dubious, bondage, juegos con sangre, bestiality...
Summary: Snape paga con sangre el asesinato de Dumbledore. Sirius
cobra la deuda. Pero quiere más...
Severus
Snape recogía ingredientes en la oscuridad del aula de pociones.
Debía aprovechar que Slughorn había salido para cogerlos,
moviéndose como un ladrón en lo que antes era su feudo.
Había llegado a odiar esa asignatura, y ahora daría
lo poco que tenía para regresar a su puesto…
El cargo
de director en esos días no era ningún regalo. Estaba
obligado a ejercerlo tan sólo para cumplir su promesa: proteger
a los estudiantes. Como si fuera tan fácil parar los pies a
esos locos hermanos Carrow sin descubrir sus verdaderas lealtades…
Un ruido
tras la estantería lo pilló desprevenido, cosa inusitada
en él. Solía estar siempre alerta, ahora que no existía
ningún lugar en el que pudiera sentirse seguro. Estaba amenazado
por todos lados, siempre fingiendo, siempre solo.
Rodeó
con sigilo la estantería, con la varita en la mano derecha
y con la izquierda intentando abarcar todos los recipientes apretados
contra su pecho. Pese a estar alerta, nunca hubiese esperado lo que
se encontró. Un gran perro negro le gruñía en
silencio, mostrándole amenazador sus fauces afiladas y babeantes.
Mierda.
Black.
No le dio
tiempo a pensar más. De un salto el perro aterrizó sobre
su pecho, tirándolo al suelo de espaldas. Las ampollas y redomas
de cristal se rompieron sobre su pecho, cortando su mano. El golpe
en la nuca lo aturdió, haciendo que imprudentemente la varita
cayera de su mano. Inmediatamente intentó recogerla, pero los
dientes que sintió apretando su garganta lo disuadieron de
realizar el menor movimiento.
Se quedó
inmóvil, esperando la muerte. ¡Cómo no lo había
sospechado...! Había oído que Black había vuelto
del Velo, aunque no sabía cómo. Debería haber
previsto que él sí tendría las suficientes agallas
como para vengar al viejo director.
Bien.
Lo merezco.
Muchas
veces se había preguntado cómo acabaría su vida.
Nunca habría imaginado que acabaría en manos de Black.
O en su sucia boca de animal… Notaba cómo los colmillos
desgarraban la fina piel del cuello y sangre caliente empezaba a resbalar
hacia su nuca. Sentía el peso del animal sobre él dificultando
su respiración. Más contacto del que había tenido
en toda su vida con ese maldito aristócrata rebelde del demonio.
Sí…
Vamos Black. Muerde, acaba con esto…
En el fondo
se alegraba. Sí, se alegraba de que al final acabara su desgraciada
vida. Que se quedaran ellos para luchar. Que se enfrentaran al puto
Señor Tenebroso sin su ayuda, que nunca nadie le reconocía.
Esperó
el desgarre que le daría la paz, pero contrariamente sintió
cómo la presión sobre su cuello se relajaba. Una rasposa
lengua arañó la herida que aún sangraba, abriéndola,
provocándole quemazón y escozor.
Parecía
que no iba a ser tan fácil, si es que morir desgarrado por
un animal se podía llamar fácil… El cabrón
de Black se regodearía de su desgracia. Vengaría cara
la muerte de Dumbledore...
Maldito
viejo, en qué situación me has dejado…
Desangrándose
en el suelo de su vieja aula, con un espantoso perro lamiendo su sangre,
bebiendo de él… Ni siquiera intentó apartarlo.
El cuerpo que lo inmovilizaba era demasiado pesado. Ejercía
demasiada fuerza contra él, empujándolo contra el suelo,
haciendo que todos sus huesos notasen su dureza, doloridos como estaban
por el golpe.
La terrible
idea de que Black era en realidad un vampiro lo espabiló de
golpe. ¡Merlín! ¿Y si la sangre lo volvía
rabioso? Un perro de su medida bien podría descuartizarlo lenta,
dolorosamente.
La lengua
lo dejó de torturar y sintió las patas del animal posarse
sobre su pecho. El perro compartía con Black esos intensos
ojos azules, casi grises, que lo miraban intensamente. No, el perro
no se volvería rabioso por probar su sangre. El hombre seguía
estando bajo el animal. Saberlo no le tranquilizó en absoluto.
Sabía que el hombre podía ser más salvaje que
el animal. Y realmente tenía motivos para serlo. Si tan sólo
pudiese explicarse…
—Black,
escúchame antes…
El perro
le enseñó los dientes, en una mueca burlona que intentaba
intimidarlo. Lo había hecho mejor antes, cuando los tenía
clavados en su garganta. Aunque ahora las patas le estaban destrozando
las costillas y cada vez le costaba más que el aire llegase
a sus pulmones.
—Por
favor… necesito respirar. Te lo puedo explicar…
De pronto
el peso sobre él desapareció y una gran sombra se movió
ante él con rapidez para recoger su varita de entre los cristales
rotos. Inmediatamente se vio hechizado por un silencius.
Como si
pudiera hablar ahora ante la visión que tenía delante…
Sirius Black estaba de pie ante él, completamente desnudo.
Y lo bien que se veía el cabrón. Si hubiese sido él
el que se encontrase en esa ridícula situación se vería
completamente humillado. Pero el insufrible de Black se veía
tan orgulloso como cuando vestía su mejor chaleco de terciopelo,
o incluso cuando le cubrían harapos. Realmente el cabrón
tenía porte… Firme, musculoso, rígido… ¿Rígido?
¡El muy hijo de puta estaba empalmado!
Se
le ha puesto dura lamiendo mi sangre… ¡Jodido pervertido
de mierda!
—No
tienes que explicarme nada, maldito mortífago del demonio.
Ya le contaste suficientes mentiras a Dumbledore. Él cometió
el error de creerte. Pero yo no. Oh, no… yo nunca te creí,
hijo de puta.
Snape lo
miraba completamente descolocado. Escuchaba las palabras pero su cerebro
no lograba descifrar su significado. Su mente intentaba no distraerse,
pero las imágenes que recibían sus ojos eran demasiado
perturbadoras. Black caminaba en estrechos círculos, parloteando
con furia sin parar, desnudo, con una enorme polla balanceándose
a cada paso, llamando a gritos su atención, cuando él
no había visto una erección en su vida. Ni tenía
ningún interés en verla…
—¡¿Me
estás escuchando, maldito traidor?! —Una patada en las
costillas le cortó la respiración—. ¿Ya
has tenido tu recompensa por vender al hombre que te defendía?
Espero que hayas disfrutado de ella porque ya no tendrás más
tiempo para hacerlo. — De pronto se vio alzado por la túnica
y acabó estrellado con fuerza contra una estantería—.
Severus Snape, director de Hogwarts… Menuda recompensa. ¿Ha
valido la pena? Has tenido que cargarte a Dumbledore para conseguirlo…
No se cómo eres capaz de seguir en Hogwarts, después
de lo que hiciste, ¡maldito cabrón de mierda!
Un terrible
dolor en el estómago lo hizo doblarse sobre si mismo. El rodillazo
lo había reventado por dentro, a juzgar por el dolor.
Llegaba
la hora de la tortura. Solo esperaba que su parte Gryffindor hubiera
rebajado un poco el conocido sadismo de los Black, que al fin y al
cabo le corría por las venas…
—No
caigas tan pronto, Snivellus, tenemos mucho tiempo para divertirnos…
—Snape miró de pronto hacia la puerta, esperando ahora
sí, que Slughorn llegara y lo descubriera. Pero Sirius entendió
su mirada de esperanza—. No, no nos van a interrumpir. Slughorn
se ha encontrado con una magnífica botella de aguamiel para
él solo. Rosmerta lo entretendrá para mí. Estamos
solos, Snivellus. Tú, yo y tu varita. Voy a ser tan considerado
como para matarte con ella. Hasta te voy a conceder un juicio…
Snape se
enderezó un poco, intentando mirar a Black a los ojos. Si le
dejara hablar… estaba seguro que de podría demostrar
su inocencia. Pero esos crueles ojos no mostraban mucha clemencia…
Se vio estrellado de nuevo contra la estantería, haciéndola
temblar y tirando algunos recipientes que se estrellaron contra el
suelo.
—El
mismo juicio que tuve yo. —Las esperanzas de Snape se esfumaron
de golpe. Estaba perdido. Y en lo único en que podía
pensar era en la cercanía de Black, en aquel trozo de carne
que oscilaba entre sus piernas y rozaba contra su ropa… Intentó
moverse, apartarse de esa obscenidad que lo ponía tan nervioso
como para olvidar su cercana muerte. Pero Black lo tomó por
las muñecas y las alzó, manteniéndolas sujetas
a los lados de su cabeza. Acercándose a él. Muy cerca…
—No,
tú no te mueves de aquí, cabrón. —Sirius
miró la mano izquierda del mortífago, que chorreaba
sangre por los cortes de los vidrios. Con el brazo en alto, la sangre
llegó hasta la Marca Tenebrosa y la cubrió por completo.
Sirius no pudo evitar lamer aquella sangre que tapaba su culpa—.
¿Orgulloso de tu marca, mortifago? Ts, Ts… tienes muy
mala pinta, Snivellus. Dumbledore también la tenía,
me lo contaron. Eso de tirarlo desde la torre… Pero tranquilo,
aún no he acabado contigo. Estoy seguro de que tú acabarás
peor.
Con las
manos ocupadas, Sirius le golpeó con su propia cabeza, provocando
que esta vez los dos empezasen a sangrar. Juntó las manos de
Snape, para poder sujetarlas con su mano derecha, y tener la otra
libre. Con ella se tocó la herida sobre su sien, recogiendo
la sangre que ya le llegaba al cuello. Se la quedó mirando
unos segundos…
Joder,
está más loco que cuando salió de Azkabán.
Que acabe pronto, por favor…
—¿Por
esto tantas muertes? No hay sangre más pura que ésta,
Snivellus. Te gustaría que corriera por tus venas, ¿verdad,
mestizo de mierda? ¿Quieres probarla? —Snape se vio de
pronto violado por dos dedos que llegaron hasta su garganta, provocándole
arcadas. Notó cómo los dedos se movían por su
boca, buscando su lengua—. Pruébala, Snivellus, saboréala.
La mejor reserva de los Black. —Snape no tuvo más opción
que lamer la sangre que había en aquellos dedos, o sabía
que acabaría ahogándolo. Su sabor metálico no
le asqueó, como imaginaba que haría.
—Sí,
chupa, asesino de mierda. Serpiente rastrera... Te odio, Snape, siempre
lo he hecho. Ansioso por entrar en un mundo que yo rechazaba, arrastrándote
bajo todos esos tarados de mierda. Ellos eran basura, por creerse
mejores que los demás. Pero tú… —Sirius
apoyó la cabeza contra su frente, empujándolo contra
la estantería, mientras seguía moviendo sus dedos dentro
de su boca—. Tú eras peor. No eras como ellos y aún
así te uniste a ese grupo de rancios seguidores de un desquiciado.
Siempre detrás de Malfoy. Te veía. Te veía cómo
lo seguías, Snivellus. Te veía siempre…
Snape siguió
lamiendo y chupando aquellos dedos hasta que eliminó cualquier
resto de sangre. Black respiraba ruidosamente contra su frente. No,
respirando no… estaba jadeando. Concentrado en lo que estaba
haciendo, no se había percatado de que el cabrón estaba
empujando su polla desnuda contra su propia erección. Su propia
erección…
¡Por
Salazar que estoy duro como una piedra! Maldito perro degenerado…
—Te
gusta… te gusta mi sangre. Lo sabía. Siempre lo he sabido.
—Snape se preguntaba qué demonios sabía, porque
él ya no entendía nada de lo que estaba diciendo—.
Siempre has sido mi punto débil. Me irritabas tanto…
Me irritas. Me provocas, Snivellus... —Sirius lamió la
herida de su frente, una caricia caliente y húmeda que le hizo
temblar. En ese momento soltó sus brazos, que cayeron pesados
a sus costados, flojos, sin fuerza. Los dedos salieron de su boca
e inconscientemente adelantó su cabeza para seguirlos. Pero
se vio empujado de nuevo contra la estantería, por unas manos
que tiraron con fuerza de su pelo, descubriendo su malherido cuello.
Black empezó a lamer esas heridas, a morderlas, haciendo que
la sangre comenzara a brotar de nuevo. Que lo hiciera el hombre era
mucho más perturbador que lo hiciera perro. Podía escucharlo
entre cada lamida y mordisco—… Loco. Me vuelves loco…
Siempre. Siempre consigues… ponerme… ¡Ah…
Severus! —Sobrepasado por la situación, Snape se preguntó
cuánto tardaba un hombre en morir desangrado... Cuando escuchó
su nombre, creyó que por fin Black había perdido su
cordura.
Sirius
desgarró la ropa que le molestaba. Túnica y camisa.
Se sentía fuerte, desquiciado, fuera de control. Sí,
así estaba mejor. Más piel qué lamer. Más
sangre que caía en finas líneas por ese pálido
cuello. Acarició su pecho, manchando de rojo el negro vello.
Le gustó el contraste y arrastró más sangre de
la que caía en pequeños caminos hasta ensuciar todo
el torso. Sí, se veía sucio, lascivo. No pudo evitar
restregar su rostro contra aquella obra de arte. Sí, olía
tan bien… sabía tan bien… Lamió carne, vello…
limpió con tesón esos pezones, rojo sobre rosado.
De pronto
se separó un paso de ese cuerpo que lo estaba volviendo loco.
Se veía obscenamente lujurioso. Los ojos cerrados, el cuello
entregado, sangrante, ese pecho asomando entre telas rasgadas…
Cómo le calentaba. Pero quería más. Lo quería
todo. Y por Merlín que antes de cumplir su venganza lo tendría...
Se agachó
a por la varita y agarrándolo del pelo, lo llevó hasta
la mesa que presidía el aula. Su antigua mesa. Ahí se
sentiría como en casa… Soltó una risa histérica
que alarmó más a Snape que sus gritos e insultos.
—¿Te
sentirás bien aquí? —Sin soltar el pelo de su
rehén, pasó el antebrazo a lo largo de la mesa, arrastrando
al suelo todo lo que había en ella—. Así estarás
más cómodo. Pero no voy a olvidar a lo que he venido,
¿verdad? —Con un accio unas cuerdas finas para
atar pergaminos volaron a sus manos.
Acabó
de desgarrar la túnica y la retiró. La camisa estaba
ya totalmente abierta, más roja que blanca. Se veía
tan sexy así, con la camisa empapada en sangre mostrando su
pecho teñido de rojo, que decidió no quitársela.
Snape temblaba ante esa mirada escrutadora. Parecía un animal
ante su presa. Eso era él. Su presa.
—Ven,
vamos a ponerte donde hace años que tendrías que haber
estado. Atado a la mesa. —Snape se vio empujado sobre la mesa.
Lo colocó a través, atando sus manos en cruz, una a
cada pata. Su cabeza colgaba a un lado, y al otro debía de
hacer fuerza para que el borde no se le clavase en el coxis.
Merlín,
me voy a romper…
Con esfuerzo
pudo levantar la cabeza para ver qué demonios hacía
Black. Lo estaba observando fijamente. Parecía como si estuviese
mirando un filete antes de comérselo. Parecía desequilibrado,
salvaje. Ávidos los ojos, el cuerpo desnudo… aún
completamente rígido. ¿Cómo podía aguantar
tanto? Él llevaba menos rato empalmado y ya le dolía
insoportablemente.
Vio como
Black se acercaba hasta colocarse entre sus piernas. Manipuló
sus pantalones y los bajó de golpe, junto a la ropa interior.
Desnudo. Estaba completamente desnudo. Como el animago. Con su erección
a la vista. Vergonzosamente rígida. Pero Black no lo usó
para burlarse, tal como había ignorado la suya propia. Tal
solo se la quedó mirando, con el deseo pintado en su cara.
Snape no pudo seguir viendo cómo era evaluado. Dejó
caer la cabeza, incapaz de aguantar más el dolor de sus músculos.
Empezaba a entender que Black no pretendía degradarlo con todo
aquello. Someterlo sí, no humillarlo.
Y el
cabrón lo está disfrutando…
Casi se
rompe el cuello cuando de pronto lo alzó con fuerza. ¿Qué
demonios le estaba haciendo? La visión casi lo desquició.
Sobre su estómago había una maraña de pelo negro
y rizado, que ocultaba totalmente la cara de Black. Pero no le hacía
falta verlo para saber lo que le estaba haciendo. Porque podía
sentirlo. Le estaba lamiendo. Estaba lamiendo y chupando su abdomen.
También estaba hablando. No podía oírlo, pero
podía sentir sobre él el suave aliento que salía
de su boca sin sonido alguno. De pronto Black levantó la cabeza
y se lo quedó mirando, una mirada frenética.
—Es
por tu culpa. Por tu culpa, como siempre. Me vuelves loco…
Y sin decir
más desapareció. Snape no supo si alegrarse o lamentarse.
A él también lo estaba volviendo loco… Pero no
tuvo tiempo de replantearse sus emociones. Dos patas enormes se apoyaron
en la mesa, entre sus piernas. Detrás lo observaban dos bestiales
ojos. Intentó moverse con todas sus fuerzas, pero aunque las
cuerdas se movieron, no se liberó. Estaba a merced de esa boca
llena de dientes afilados. Por Merlín, ¿tanto mal había
hecho en su vida para acabar despedazado por un animal?
Sin rendirse
a una muerte tan brutal, dejó su peso sobre las cuerdas que
lo ataban y aguantando el dolor pudo mover una pierna y patear la
cara del chucho. Lo debió de hacer bien, porque el perro cayó
al suelo gimiendo lastimosamente. Severus Snape olvidó que
no hay que cabrear a los animales. Sobre todo si estás atado
y el animal en cuestión es enorme….
Los quejidos
cesaron de pronto. Un dolor terrible en la pierna siguió al
silencio. Le había mordido. El perro tenía sus fauces
clavadas en su pierna. Black lo estaba mordiendo…
La sangre
empezaba a resbalar por su muslo, pero el perro no soltaba a su presa.
Dolía, quemaba, más que la herida del cuello, la cabeza
o la mano. Y de pronto dolió más. El maldito chucho
lo estaba lamiendo de nuevo, con esa lengua rasposa que hurgaba en
la herida. Cada vez lamía más rápido, con tanta
ansia que Snape temía que de un momento a otro lo mordería
de verdad y se llevaría un trozo de carne.
Pero eso
no ocurrió. El gran perro negro siguió lamiendo con
avidez, dejando la herida atrás y subiendo por la pierna. Cuando
llegó al final, miró a los ojos de su presa, retándole
a moverse.
Oh,
no. No, por favor…
La larga
lengua salió de la boca llena de terribles dientes y recorrió
entera la erección de Snape. ¡No! No... No dolía.
Esa lengua que había desollado su muslo, ahora recorría
su polla como una caricia. Dura, áspera, pero no dolorosa.
El perro lo seguía mirando. La lengua seguía recorriendo
la rígida erección, despacio, con cuidado.
Snape movió
como pudo su pelvis. ¿Qué miraba Black? Joder, que siguiera
con eso que estaba haciendo. Necesitaba eso. Qué más
daba que fuera un hombre, un perro, que fuera Black. Le gustaba. Lo
quería. Hacía tanto que no se corría… De
follar ya ni se acordaba. Si iba a morir, al menos quería correrse
una última vez. Joder, se merecía una última
voluntad…
El perro
pareció entender, porque lamió más fuerte, más
rápido. Dolía, sí, pero lo justo para darle placer.
Colgó la cabeza hacia atrás, disfrutando de la mamada.
Por Merlín... la mamada que le estaba haciendo un perro. Pero
sabía perfectamente que Black tenía el control. Sí,
Black se la estaba chupando. Así, con los ojos cerrados, casi
podía ver al hombre entre sus piernas. Desnudo, erecto por
él, con el pelo colgando ante su rostro, pero dejándole
ver cómo se tragaba su polla.
Oh,
mierda, sí… Black, joder. Haz que me corra. Chúpamela,
vamos, así…
Pero de
pronto la dulce tortura de esa lengua paró. Antes de ver qué
demonios ocurría ya notó la presión en los testículos.
El perro estaba metiendo su morro bajo ellos. Estaba empujando su
hocico entre sus piernas, haciéndose sitio, hociqueando sus
pelotas.
Sí,
joder, sí.
Haría
lo que el chucho quisiese. Apenas podía moverse así,
pero se apoyó de nuevo en las cuerdas para abrir las piernas.
Sus ataduras volvieron a ceder un poco más, pero ahora no estaba
para otra cosa que no fuera facilitarle el trabajo al animal. Colocó
como pudo los talones en el borde de la mesa y se ofreció completamente.
Polla, huevos, culo… Todo. Pero que siguiera lamiendo, por favor…
Pero el
servicial perro desapareció. Ante él volvía a
estar Sirius Black, desnudo, rígido, ansioso y sorprendido,
a juzgar por su cara. Joder, ¿de qué se sorprendía?
Era humano. Puede que a sus ojos fuera un mortífago asesino,
pero era más humano que él. Y si le chupaban la polla
de esa manera, no se podía quedar así, joder. No podía
matarle ahora. Tenía que correrse, primero, ¡por piedad!
—Tendrías
que verte, joder. Mira cómo estás… —La mano
de Sirius envolvió su polla por primera vez—. Sabía
que tú también me deseabas… Cuando me veías
con Remus y me mirabas con odio. Estabas celoso. Igual que yo de Malfoy.
—Su mano había empezado a moverse arriba y abajo, lentamente.
Quizá fuera eso lo que le había nublado la mente, porque
no entendía nada de lo que oía. ¿Black y el hombre
lobo? ¿Black celoso de él? ¿De Lucius?—
Merlín, cómo deseaba follarte… Y aún después
de tantos años, de Azkaban. En mi casa, con los de la Orden.
Joder, cómo me ponía tu cara de odio... Después
de tus visitas me la machacaba tan fuerte que dolía.
Follar.
Ha dicho que me quería follar. Se hacía pajas pensando
en mí. El mayor seductor de Hogwarts corriéndose por
mí... ¡Pero qué cojones!
—Si
hubieses permanecido en nuestro bando… Lo has destrozado todo.
Ahora no hay salida para nosotros. —Snape quería gritar:
Joder, ¡si sigo en tu bando, gilipollas! No quería
que lo matase. En el fondo no quería morir. Había sufrido
ya tanto…
Pero
de nosotros nada. Nunca existirá un nosotros, ni con amortentia.
Saca tu mano de mi polla, loco pervertido de mierda…
—Tengo
que hacerlo, debo hacerlo. Nadie más lo hará…
—Sirius hablaba para él mismo. Se estaba convenciendo
de algo que realmente ya no quería hacer—. Solo déjame…
antes. Déjame. —Como si tuviera otra opción…
La mano no había parado en ningún momento y su estómago
empezaba a humedecerse con las gotas de su excitación.
Black acercó
un dedo a la dentellada de su pierna. Recogió la sangre que
todavía salía de la herida y el dedo manchado se perdió
entre sus piernas, fuera de su vista. Pronto sintió cómo
esparció la sangre por su entrada.
¿Pero
qué coño te crees…? ¡Oh! ¡saca ese
dedo hijo de puta! ¡Malnacido de mierda! No, por favor…
Oooh… No. Yo nunca… ¡Ah! Otro dedo no, cabrón,
que me vas a romper… ¡eh! ¿Qué coño
has hecho? Joder, ¿qué estás tocando ahí?
¡Arg! ¡Así no, cabrón! Como antes…
sí, así mejor… Oh, joder, ¡SÍ! ¡NO!
¡No sueltes mi polla!
Sirius
mojó su otra mano en la herida, recogiendo más sangre.
La llevó a su entrepierna, y la empapó con ella. Sucia,
roja con la sangre de Snape. Cómo le gustaba sentirse cubierto
por ella. Sacó los dedos para colocar su polla. Notaba cómo
se tensaba bajo él.
—No
te preocupes, no te dolerá. Seguro que Malfoy la tiene más
grande que yo. ¿Te ha follado hace poco? Sé que le visitas
en su casa, te controlamos. Mpf… Así… Oh, Merlín…
qué bueno… joder. Estás tan estrecho... ¿Te
lo follas tú? ¡Oh!
¿Y
yo qué coño ée lo que mide Lucius? Seguro que
no es tan grande como tú, cabrón. Gastas una buena polla,
así que aléjala de mí, hijo puta. Pues claro
que voy, porque me llama el Lord de los cojones, no te jode. Anda
que iba yo a pisar esa casa si… ¡JODER! ¡ME CAGO
EN LA PUTA! ¡Duele! Joder, joder, joder. ¡¿Qué
me voy a follar a Lucius?! ¡A tú madre me voy a follar,
cabrón! ¡Ah!… sí. Sí, tócame
la polla. Mejor así… más suave. Joder, ¡así!
ni que me estuviera oyendo…
Sirius
se movía lentamente. Estaba tan estrecho… Si aceleraba
el ritmo se correría en segundos. Y entonces tendría
que matarlo. Maldita guerra, maldito traidor… ¿Cómo
lo iba a matar? Ahora que lo tenía. Ahora que se le había
entregado… Se recostó sobre él, agarrándolo
por el pelo con las dos manos y estirándolo hacia él.
Jadeando en su cuello, lamiendo su sabor metálico…
¡Qué
haces! ¡No sueltes mi polla! ¡Ah! ¡No toques mi
pelo, cabrón! ¡Ah! ¡No me estires! ¡Que…!
Oooh. ¡Sí! Me quedo así. Oh, ahí, ¡justo
ahí! Más rápido…
Snape tiró
de sus brazos en la siguiente embestida, inconscientemente, sacudido
por el placer. La cuerda que ataba su mano izquierda se soltó
y golpeó a Sirius con la inercia. Los dos se quedaron helados,
descolocados, demasiado insatisfechos como para dejarlo en ese momento.
Snape se movió más rápido y agarró ese
pelo rizado y tan negro como el suyo. Lo atrajo hasta él y
mordió sus labios con tanta fuerza que en segundos brotó
la sangre. Él también quería hacer daño.
Cerró sus labios sobre la herida y succionó, bebiendo
de él. Sí, realmente le había gustado el sabor.
Movió sus caderas, incitándolo a seguir lo que estaban
haciendo.
Sigue,
joder. Ni se te ocurra dejarme así ahora. Sí, cómeme
la boca. Así, lámeme como el animal que eres. Me tienes
atado pero soy yo el que te tengo. Soy yo el que estaba en tu mente.
Tantos años en tu mente… Msí. ¡Bésame,
muérdeme, fóllame!
Sirius
se descontroló al sentir esa boca sobre la suya. Empujó
más rápido, más estocadas, más profundo…
dentro de él, como siempre deseó. Dentro, más
dentro… Correrse dentro, correrse ya…
Snape empujó
a Sirius y lo apartó de él con su mano libre, que no
tardó ni un segundo en dirigirse hacia su polla. Por Salazar
que no podía más con esos calambres de placer que lo
estaban atravesando desde el culo hasta la boca que le estaban comiendo.
Se tenía que correr, ya. Su polla iba a reventar. O quizás
el que iba a reventar sería él, entre el placer que
salía a la vez de su culo y de su polla. Iba a explotar.
Sirius
le apartó la mano y colocó la suya. Quería que
acabase en su mano. Quería notar cómo su corrida le
mojaba y se escurría entre sus dedos. Necesitaba eso para correrse.
Para correrse en su culo…
Pero no
pudo esperar. Fue simultáneo. Cuando sentía que su semen
ya estaba llenando a Snape, notó entre los temblores del orgasmo
cómo su mano se humedecía, se llenaba de él.
Cayó
sobre el pecho de Snape, sin salir aún del sitio donde tanto
había deseado estar. ¿Cómo lo iba a matar? ¿Cómo
no lo iba a matar? No tenía opción. Dumbledore. La guerra.
Mortífago. Traidor. Amante… Pero quizás sí
podía encontrar una opción. Después de tantos
años…
Se salió
de golpe. Recogió la varita. Rodeó la mesa. Levantó
su cabeza con una mano y se inclinó sobre ella, mirándole
a contracorriente. Levantó su varita y lo apuntó…
Joder.
Después de todo… Pero se había corrido. Y se llevaba
parte de Black con él. De eso estaba seguro…
—Finite
incantatem… —Snape no podía creer que hubiese
retirado antes el silencius… Tenía que hablar
ahora… aún le quedaba una última oportunidad…
—Black,
escúch… —Pero la varita estaba sobre su boca, amenazante.
—No.
Una vez casi te maté. Me odié por ello, era el recuerdo
que más me atacaba en Azkaban. Pago mi deuda ahora. Estamos
en paz. Pero ten en cuenta que la próxima vez que nos crucemos…
te mataré.
Snape cerró
los ojos. No quería que Black viese su debilidad. Viviría.
No iba a morir. No ahora. Una áspera humedad le mojó
la cara, la boca. El perro, el perro había vuelto, se despedía
de él. Escuchó las pisadas hacia la puerta. Abrió
los ojos. Se había ido. Su varita estaba al lado de su mano
libre.
Severus
Snape cerró los ojos y se puso a llorar.
*****
Sirius
Black tenía las manos manchadas de sangre. La sangre de ÉL,
que manchaba el suelo de la casa de los gritos. Había perdido
ya mucha. Al menos todavía respiraba...
—Snape.
Por favor. Vuelve. Vuelve a mí. Perdona, por favor. Perdóname.
Severus
Snape abrió los ojos. Vivo. Aún. Por poco. Volvió
a cerrarlos, agotado y sin fuerzas. Pero volvió a oír
esa voz… esa voz que había escuchado en su mente por
meses…
Black…
—Sí,
mírame. Abre los ojos. No te vayas, estoy aquí…
—El
señor… Vol… Voldemort… Él…
—Sí.
Muerto. Harry lo mató al final.
—Harry…
¿está vivo?
—Sí.
Y antes de matarlo nos dijo a todos que estabas de nuestra parte.
Que siempre lo habías estado… Que Dumbledore…
—Oh…
vamos, ahora no. Déjalo. Déjame.
—No,
no vas a morir. No puedes morir.
—No
tengo… motivos. Déjame morir en paz…
—Sí
los tienes. Me tienes a mí.
—No.
No te tengo. No te quiero. Déjame, Black. ¿Por qué
ahora? ¿Qué quieres de mí?
—Te
quiero a ti. Cuando oí decir a Harry que estabas muerto…
Yo también tuve ganas de estarlo. Tenía que verte. Cuando
vi que aún respirabas… No me quites la vida, Snape. Tengo
tanto que compensarte… lo que te hice… Por favor, no me
dejes. Te daré lo que quieras…
—Entonces…
Fóllame.
—¿Qué?
—Que
me folles… Me he preguntado cada puto día de estos meses
si la próxima vez que me cruzara contigo me follarías
antes de matarme. Quiero sentirte dentro. Ahora.
—¿Ahora?
¿Aquí? Estás…
—Revíveme,
Sirius. Por f…
No pudo
acabar el ruego. Sirius se tumbó sobre él, tomando sus
labios. Bajó hacia el cuello, donde estaba la herida que había
cerrado él mismo, pero que aún estaba toda roja. Lamió
con hambre hasta que no quedó más sangre que la del
suelo.
—Joder
Black, qué obsesión rara tienes con mi sangre. ¡Fóllame
ya!
Sirius
se rió, pero obedeció de inmediato. A un golpe de varita
hizo desaparecer toda la ropa, la de ambos. Con cuidado abrió
sus piernas y sin apoyar su peso en el cuerpo herido, restregó
su erección contra la polla que se empezaba a llenar de sangre…
—Mmm
quién me iba a decir que a mi edad descubriría que me
gustan las pollas. Y encima la tuya, maldito perro del demonio.
—¿A
tu edad? Pero… ¿Malfoy?
—A
Lucius le han ido las pollas toda su vida. Pero la mía ni la
tocó, gilipollas.
—Entonces
eras… Oh, Merlín. ¿Te dañé?
—¿Más
que cuando ese perro que llevas dentro me mordió y casi me
desangra?
—…
—Déjalo,
Black. En el fondo tenías razón. Yo lo maté.
—No.
No la tenía. Me precipité, como siempre. Y tú
lo pagaste. No me voy a poder perd…
—Black.
Muévete. O métemela. Necesito una buena corrida antes
de desmayarme, joder. Ya tendrás tiempo para hacerte perdonar…
—¿Empiezo
ahora? —Sirius se arrastró hacia abajo y hundió
su cara en la entrepierna de Snape, que esta vez sí, metió
sus dedos entre su pelo y lo empujó hacia él. Como si
hiciera falta…
—Mmm,
buen chucho.
*****
En este
punto Harry decidió darles privacidad. Salió de la casa
de los gritos bajo la capa de invisibilidad.
¿A
Lucius Malfoy le van las pollas?
No había
tenido un día más raro en toda su vida. Y mira que su
vida había sido rara.
No sabía
qué había sido más impactante, matar por fin
a Voldemort o saber que su padrino siempre había estado colgado
de Severus Snape. O saber que Snape siempre había sido fiel
a la Orden. O ver cómo su padrino lamía la sangre de
su profesor de pociones y luego se la metía por el culo.
Joder,
no pienso volver a meter la cabeza en un pensadero en mi vida…
Aunque
de hecho sí podría hacerlo. En ese mismo. Porque la
verdad es que había estado caliente de cojones.
En fin…
Harry Potter
se dirigió al castillo, en busca de una persona. Debía
de agradecer al señor Malfoy que le hubiese salvado la vida,
al fingir que estaba muerto…
Sí,
tengo que ser agradecido…
FIN
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