Jim no
desperdicia grandes cantidades de su tiempo tratando de entender nada
de lo que hace Spock. Supone que si lo hiciera no tendría tiempo
de hacer funcionar una nave, y tal vez se suicidaría. Uhura
(que ya vuelve a hablarle, lo que está bastante bien, porque
él cree que nada de todo esto fue realmente culpa suya, aparte
de las partes que sí lo fueron) dice que ésa es la forma
adecuada de lidiar con Spock. Jim aceptó el consejo porque,
bueno, Uhura volvía a hablarle, y era muy maja y él
de verdad no quería morir mientras dormía por culpa
de esos enormes pedazos del final de su relación que probablemente
habían sido completamente culpa de Jim. Y pensó que
ella podría, tal vez, perdonarlo antes de su muerte.
Así
que no tiene ni idea de por qué Spock está… bueno,
si fuera cualquier otra persona, diría alterado. Pero Spock
probablemente no se ha movido sin un motivo concreto en toda su vida
(un hecho por el que Kirk no se avergüenza de agradecer a una
entidad superior, todas las noches. En ocasiones, dos veces), así
que no se altera. Pero está raro, más incómodo
dentro de su propia piel de lo que ha estado nunca; y Kirk sabe lo
suficiente sobre Spock como para saber que está incómodo
la mayor parte del tiempo (sólo porque no intente descifrarlo
él solo, no quiere decir que no presta atención a lo
que tiene delante de las narices). No cree que sea nada que él
haya hecho, y la nave funciona bien, con eficiencia, admirablemente
incluso, y Jim se permite una cantidad obscena de orgullo al respecto.
Probablemente Spock también lo hace; el orgullo es una de las
emociones en las que están trabajando (en cierto modo porque
Jim cree en privado, y algunas veces en público, que Spock
sabe lo suficiente sobre portarse como un cabrón creído
como para que les dure toda una vida y algo más). Uhura está
mejor de lo que estaba.
En general,
tal vez por primera vez desde que se conocieron… no hay nada
mal. Bueno, hay cosas que están mal. Scotty está flipado
con su propio intelecto supuestamente genial y a Kirk le cuesta mucho
asegurarse de que no teletransporte toda la maldita nave por secciones.
Chekov tiene doce años y puede que de verdad sea un genio,
pero a veces esto parece una guardería. El almirante Pike es
un gran hombre, pero le parece que jamás dejará de mirar
a Jim por encima del hombro. Hay toda una tripulación que depende
de él, y hasta Jim sólo cree que sabe lo que hace la
mitad del tiempo. E, incluso entonces, a veces está tan equivocado
que ni Spock sabe reunir esa expresión de entretenimiento que
hace que esté bien. El padre de Jim sigue muerto. Vulcano sigue
destruido. En algún lugar ahí fuera, aún hay
una colonia con los diez mil supervivientes de una especie en peligro
que trata de improvisar una manera de conservar su existencia, y Jim
sabe que Spock todavía piensa a veces que debería estar
con ellos.
Ahí
fuera, en alguna realidad que Jim no puede evitar pensar es mucho,
mucho peor, hay un lugar donde él era un amigo muerto de Spock
y ninguno de los dos llegó a conocer el sonido de ese pequeño
jadeo que Spock deja escapar cuando Jim se limita a respirarle en
el cuello.
Así
que, sí, hay cosas que están mal, que están muy
mal, pero podrían estar peor. Las cosas siempre podrían
estar peor. Ése, imagina, es un buen lema cuando el mundo se
está desmoronando sobre tu cabeza al menos tres veces a la
semana y nadie, mucho menos Jim, sabe qué coño están
haciendo (Spock hace un buen papel, pero Jim sabe mejor que nadie,
incluido Spock, que eso es lo único que es). Y, claro que sí,
lo va descubriendo lentamente: no cogerse de las manos en el puente;
delegar; el embriagador poder de encerrar a la gente que le molesta
a sus camarotes; la emocionante aventura que constituye la monogamia.
Lo va pillando, va aprendiendo y esta semana, por primera vez, llega
a no ser horrible incluso la mayor parte del tiempo.
El puente
de mando, lleno como está, queda extrañamente silencioso
por las noches. Spock no está de servicio, y Jim podría
no estarlo también si quisiera, pero no quiere realmente. Le
gusta sentarse aquí, y notar cómo la nave funciona a
su alrededor. Está bastante seguro de que la tripulación
nocturna no le tiene tanto cariño a su costumbre, pero la verdad
es que no le importa mucho. Los mantiene alerta.
Eso es
algo que podría decir un capitán de nave estelar, ¿no?
—¿Sabes?
—Llega una voz desde atrás, como si continuara con una
conversación—. Si pensara que lo que te espera es una
cama vacía, sabría por qué estás aquí.
—Buenas
noches, Bones.
—Sí,
bueno, no lo son, esto es lo que se llama madrugada. Vete a la cama,
o convertiré eso en una orden.
—La
verdad es que no estoy seguro de si has comprendido cómo funciona
todo esto del capitán: yo doy órdenes, tú las
sigues. De vez en cuando te postras ante mí y me suplicas compasión.
—McCoy se ríe, un poco, lo que es agradable de oír;
un sonido normal, uno que probablemente podría escuchar en
cualquier parte del universo.
—Y
aun así, como tu médico de cabecera, puedo mandarte
a la cama. Si quieres puedo hasta arroparte. —Un cadete delante
de ellos se ríe por lo bajo y Jim intenta no tirarle nada a
la cabeza. Probablemente no sería muy maduro lanzar un zapato,
y eso es lo único que tiene a mano.
—Y
de todas formas, sí que me espera una cama vacía —añade,
ignorando por completo el hecho de que McCoy podría mandarlo
a la cama. Y es un cabrón enfermizo que terminaría arropándolo.
Podría haber nanas, en algún momento. McCoy lo mira,
examinando ese nuevo dato. Probablemente también está
considerando lo que pasará si intenta mantener una conversación
sobre la relación de Kirk en el puente de la Enterprise (descuartizamiento
inmediato, eso es lo que pasaría, y Kirk va a convertir eso
en una norma).
—Dudo
mucho que sea así —es lo único que dice—,
seguro que puedes encontrar a algún voluntario. Ahora, vete.
—Hace gestos con las manos como si estuviera ordenándole
a un gato que fuera hacia la puerta. Jim se va, porque no merece la
pena discutir y probablemente puede dormir unas cuantas horas si se
empeña. En lo que muy probablemente será una cama vacía.
Spock no suele precisamente vagar por las noches, pero Jim nunca ha
estado seguro exactamente de cuánto duerme; un poco, lo suficiente
como para mantenerlo en marcha (sería ilógico no hacerlo),
pero no lo suficiente como para mantenerlos a ambos completamente
cuerdos. El camarote de Spock está justo al lado del suyo,
y una o dos veces a Jim se le ha pasado por la cabeza derribar la
pared, pero ha decidido que explicarle eso a la Flota Estelar sería
un poquito incómodo, y que tal vez también es demasiado
pronto.
Como si
ésta fuera una relación normal que progresa de manera
normal, a velocidad normal.
Como si
alguno de los dos supiese siquiera qué aspecto podría
tener una relación normal.
Llega a
su camarote, y está oscuro, pero no lo suficiente como para
que no distinga que ya hay alguien en la cama. Se quita la ropa y
no finge que no se siente aliviado.
Puede dormir
perfectamente bien sin Spock ahí; cree que es demasiado listo
como para enamorarse de forma tan estúpida. Pero puede que
le guste más cuando Spock está ahí, tenso e inmóvil
junto a él, los dos cansados y derrumbados y sin saber lo que
están haciendo. Pero, bueno, haciéndolo juntos.
Sí,
está bastante enamorado, considerando que todo esto es por
alguien que probablemente no tiene ni idea de por qué está
en la cama, para empezar. Se ha agenciado un genio que no sería
capaz de unir las palabras que expresaran el sencillo concepto de
querer estar con alguien.
Jim no
hace demasiadas preguntas, pero acapara las respuestas que consigue
de todos modos.
—Cariño,
ya estoy en casa. —A veces no se resiste a ser un poco cabrón
y hacer chistes malos. Spock nunca los pilla, lo que de alguna manera
les parece bien a todos.
—No
estás en casa —contesta Spock—. Estás aquí.
—Jim lucha por no leer entre líneas mientras se desnuda.
—Me
siento como en casa —arguye; más por discutir, por conseguir
una reacción, que por cualquier otra cosa. Está tratando
de decidir si está demasiado cansado para algo de sexo (probablemente
no) y si Spock lo está (es difícil saberlo, desde esta
distancia). Metiéndose en la cama, sólo en ropa interior,
se mueve hacia él. Una cierta cantidad de mimos está
permitida, pero en general se limitan a cogerse de las manos si quieren
tocarse. Sujeta la de Spock ahora, para agarrarse a algo, sólo
porque le apetece.
Hoy ha
sido un buen día; eso no significa que no haya sido uno difícil.
Spock le
devuelve el apretón; no puede deducir mucho de la presión.
Spock es fuerte, para empezar, y cuando no quiere comunicar sus sentimientos
sencillamente no lo hace. Es tranquilizador saber que esas ocasiones,
cuando está más aislado del mundo, cuando está
más callado, son los momentos en que se necesita más
a Jim. Está descubriendo ese intenso amor por sentirse necesitado,
uno que no había conocido antes, y se pregunta, a veces, lo
que eso podría decir de él. Le dejará a Bones
lo de averiguarlo, sin embargo (claro que no es como si fuera a contarle
nada de esto, a no ser que estuviera muy borracho y no tuviera a Spock
cerca para que le impidiera hablar).
—¿Cómo
ha ido tu día? —dice, porque a veces siente que tiene
que hablar, incluso cuando entiende que a lo mejor se supone que debe
callarse. Sentir el momento o algo así. Nunca ha estado del
todo seguro de qué se supone que debe hacer cuando no tiene
la boca abierta.
—He
estado contigo durante su mayor parte. —Jim no tiene la más
remota idea de lo que podría significar eso. Una indicación
de que no debería haber preguntado, o puede que una respuesta.
Y si es una respuesta no tiene ni idea de lo que significa, y en realidad
no quiere saberlo. Bueno, se muere por saberlo, pero no quiere pasar
por el mal rato de preguntar… ni el dolor de descubrir que la
respuesta no es la que le gustaría.
—Tu
noche, entonces. No he estado aquí para eso —dice Jim,
en lugar de preguntar lo que quería decir Spock. Ya saldrá
en su momento, y está dispuesto a aprender algo de paciencia
del hombre tumbado a su lado.
—He
comido, he dormido, he realizado tres diagnósticos —dice
Spock—. Todos tus libros son aburridos, y ninguno es educativo.
Jim no
era consciente de tener siquiera libros, ya que básicamente
recogió su cuarto en la Academia y lo metió aquí
en dos días. Lleva sin leer por placer desde Dios sabe cuándo.
Desde que se presentó al Kobayashi Maru por primera vez. Desde
que estaba en Iowa. Sinceramente no se acuerda.
Preguntaría
por los diagnósticos, pero hay algo en él que está
completamente en contra de hablar de trabajo en la cama. En lugar
de eso besa el cuello de Spock, lento y perezoso, como si tuvieran
todo el tiempo del mundo. Como si tuvieran siquiera algo de tiempo.
Definitivamente empezando algo, pero algo lento, perezoso y dulce.
Spock no
está dispuesto a nada de eso. Son sólo unos segundos
antes de que Jim esté boca arriba, una de las manos de Spock
sujetando sus muñecas contra su cabeza, los labios de Spock
sobre los suyos y su lengua follándose la boca de Jim y Dios,
sí, esto. Esto lo vuelve loco y lo reconstruye, lo lleva a
casa y lo lanza tan lejos de ella como no recuerda haber estado jamás.
Está jadeando, de repente tan hambriento de esto como Spock,
embistiendo contra él, intentando moverse sin que se le permita.
Estirándose y resollando y señor, está a segundos
de suplicar. En estos momentos sabe que le daría a Spock cualquier
cosa que pidiera; control sobre la nave, control sobre lo que hiciera
falta, porque está tan desesperadamente caliente y tan profundamente
enamorado que, sólo durante un segundo, nada más importa.
Los besos
se van volviendo húmedos y resbaladizos y los dos están
perdiendo el control, arremetiendo el uno contra el otro salvajemente,
los dos en ropa interior, y podrían quitársela pero
Jim no cree que le guste el tiempo de no moverse que iría incluido
en eso, en realidad no sabe si podría soportarlo, ahora mismo.
Spock no aparenta ser capaz, tampoco, con sus ojos dilatados, su respiración
chocando rápidamente contra el cuello de Jim, donde se ha acomodado.
Nunca ha
hablado, y a Jim a veces le molesta, a veces no, sabe que Spock hablando
sucio sería insoportablemente sexy, pero también sólo
un poquito cómico, así que se permite hablar él
mismo, justo ahora, con la boca libre pero las muñecas aún
atrapadas, frotándose contra Spock, sin delicadeza, sin pensamientos
tras sus movimientos o sus palabras.
—Dios,
sí, así, justo así, vamos, suéltame, déjame
tocarte, por favor, he estado pensando en ello todo el día
y ¿sabes siquiera cómo es estar a tu lado todo el día
y no poder tocarte? ¿Sabes lo loco que me vuelve no tenerlo
permitido? ¿Tener que ser el maldito capitán cuando
lo único que quiero hacer es arrastrarte a algún sitio
y hacer esto, para siempre? —Los ojos de Spock se cierran; nota
el movimiento de las pestañas, y sabe que los dos van a correrse
más pronto que tarde, y tal vez habría querido algo
más cuando se metió en la cama. Pero, Dios, sí,
esto es lo que necesitaba. Da un golpecito en la cabeza de Spock con
la barbilla, trata de capturar sus labios y lo consigue, le besa durante
el orgasmo del otro y llegando al suyo propio, cuando los dos pierden
la capacidad de concentrarse en el beso siguiera. Terminan limitándose
a respirar en la boca del otro, calientes y pesados en el silencio
del dormitorio, en el silencio de toda la nave que los rodea.
—Sí
—murmura Jim, derrumbándose y reorganizando la posición
de Spock. No le gusta pensar que Spock es más humano en estos
momentos, porque eso no le hace justicia; ignora algo que es parte
de Spock (parte de él también, ahora; es un empalagoso
cuando acaba de correrse), y Kirk no haría eso. Pero es un
poco cierto: Spock permite más contacto, se permite a sí
mismo dejarse caer sobre el pecho de su amante, respirar hondo, disfrutar
sólo por un momento, y después recuperará el
control, le ofrecerá a Kirk el duro contacto de sus costados
y nada más.
Y Jim está
aprendiendo a dejar que eso sea suficiente porque, Dios, a veces lo
es.
Jim está
bastante seguro de que tuvieron que darle la nave después de
la que liaron con Nero, y también está bastante seguro
de que Starfleet les guarda un jodido rencor por ello. Ésa
es la única razón que se le ocurre para que le encasqueten
todas estas estúpidas misiones diplomáticas. No es como
si se le dieran bien. Spock y Uhura son lo único que se interpone
entre Jim y un conflicto interplanetario, la mayor parte de los días.
A veces,
cuando tiene mucha, mucha suerte, le dejan que vigile a algún
diplomático. O, más bien, le dejan que ordene a otra
gente vigilar a diplomáticos porque puede que Spock haya memorizado
toda regulación jamás escrita, y se complazca (a su
modo) en recitárselas a Jim cuando quiere hacer algo siquiera
remotamente divertido. Intentó ir, una vez, cuando no estaba
de servicio, sólo para conseguir una mínima posibilidad
de llegar a disparar un fáser.
Lo pilló.
Su primer oficial. Quien no llegó a humillarlo delante del
resto del equipo de exploración, pero quien improvisó
un incidente de carácter urgente que involucraba a Bones y
un lote de vacunas caducado. Está aprendiendo a mentir. Un
castigo apropiado será aplicado cuando a Kirk se le den bien
esas cosas.
Pero hoy
se requiere de él que sea el diplomático, lo que implica
muchas cosas. Para empezar, tiene que llevar el uniforme formal (e
incluso mirarlo hace que prácticamente se eche a llorar: unos
pantalones no necesitan tantos botones, es ineficiente): por otra
parte, puede que lo dejen hacer algo. Más probablemente, puede
que lo dejen sonreír educadamente, y asentir, y sonreír
más, y comer. Comida asquerosa, siempre es asquerosa; Dios
no permita que ser capitán de una nave sea agradable en absoluto
durante más de diez minutos seguidos al día.
Otra cosa
que significa es que mientras está ocupado lanzando miradas
de odio a su uniforme formal también recibe un sermón
por parte de Uhura sobre la cultura del planeta que visitan (algo
acerca de la poligamia, suena más o menos interesante pero
no puede asumir el hecho de que su… de que la antigua lo que
sea de Spock —ahí, eso está mejor, la terminología
es altamente desagradable— esté ahí cuando se
supone que él está cambiándose de ropa). Y, en
algún otro lugar de la nave, su primer oficial está
aterrorizando al equipo de seguridad, algo que encontraría
halagador si no fuese un hombre adulto que puede, y ha conseguido
siempre, cuidar de sí mismo. Y si no pensara que Spock probablemente
ha racionalizado todo el asunto para que cualquier equipo de psicólogos
sea incapaz de conectarlo a lo que hay entre ellos.
—…
y señor, yo evitaría mencionar a toda costa que no está
casado, porque se ofenderían gravemente y probablemente lo
casarían con alguien, cosa que sería agradable para
mí en muchos aspectos, pero probablemente no tanto para usted.
¿Está escuchándome siquiera?
—No
—dice él, y luego—: ¿Podrías darte
la vuelta o algo? No tengo problema con que me veas desnudo, pero
el hecho de que tú estés vestida lo arruina un poco.
—Ella se gira, y Jim decide no escuchar las maldiciones murmuradas,
porque probablemente hay una regla en alguna parte que dice que debería
lanzarla por una esclusa.
—¿Me
va a escuchar ahora?
—¿Se
lo has contado ya a alguien más?
—Sí.
—¿Es
probable que yo pueda empezar una guerra?
—No,
señor. Bueno, quiero decir, la mayoría de la gente se
las apañaría para no hacerlo. —Su tono consigue
expresar sus dudas de que él en concreto lo logre, pero Jim
lo deja pasar.
—Entonces,
no, probablemente no te escuche. Pero continúa de todos modos.
Spock se
encarga de los transportadores. Jim no pregunta por qué, pero
sí que baja el último.
—Te
veo esta noche, ¿no?
—Sí,
capitán. —Es el tono más tenso de la variedad
vulcana formal. Le pone la piel de gallina, oírlo tan retraído;
como las primeras semanas que pasaron juntos, antes de todo, antes
de que fueran algo el uno para el otro—. Tendré un informe
del día preparado en su camarote. Mi intención es realizar
un análisis completo mientras estamos en órbita.
—No
seas así —lo regaña, puede que un poco demasiado,
pero por mucho que hayan vivido aún están palpando los
bordes de esta cosa entre ellos. Kirk nunca se ha definido como otra
cosa aparte de un hombre que se complace en cruzar rayas.
—Disfrute
de su estancia en el planeta, capitán.
—No
estás enfadado porque no te llevo conmigo, ¿verdad?
—Siente verdadera curiosidad, ahora. No quiere irse hasta haber
descubierto qué está pasando. Sabe mejor que nadie que
no debería presionar a Spock así, de verdad, pero no
puede evitarlo.
Es como
si quisieras buscarle las cosquillas, llega una voz desde la parte
de atrás de su mente, sospechosamente parecida a la de su madre.
La ignora.
—No,
señor, es más conveniente que permanezca en la nave
durante esta misión en particular. Prepárese para el
transporte.
Dándole
vueltas a esa frase, llega a una sala llena de cosas absolutamente
espléndidas. Van vestidas con ropas muy pegadas y lo miran
en lo que piensa que podría convertirse rápidamente
en interés, y éste será un día muy difícil
para estar comprometido en lo que sea con un psíquico ligeramente
desequilibrado.
Cuando
Jim vuelve esa noche no encuentra a Spock por ninguna parte, y sus
informes del día lo esperan en el camarote. Según le
dicen, el vulcano está meditando en algún sitio. Jim
sólo ha conseguido esta información por parte de Sulu
tras una insistencia ridícula, considerando que lo enunció
como una orden la primera vez que preguntó. De verdad no sabe
qué es lo que les impide a todos amotinarse; sospecha que no
se le da muy bien ser un buen capitán, aún. Decide finalmente
dejar a Spock en paz; había estado jugueteando con la idea
de sugerirle a Spock que siguiera meditando, pero está siempre
preocupado por decir algo que pueda iniciar una discusión sobre
Vulcano.
No es que
no quiera hablar de ello; nunca es sólo eso, lo que pasa es
que no sabe cómo hablar con Spock cuando ha perdido a su madre,
a su hogar y a su especie entera en menos de una hora. No sabe cómo
ofrecerse a modo de compensación por eso, no sabe cómo
podría hacer que mejorase.
No sabe
escuchar sin intentar arreglarlo, y Dios sabe que hay veces en que
reconstruiría un planeta entero a partir de polvo de estrellas
por ese hombre, pero no sabe cómo.
En lugar
de eso, se lee los informes religiosamente, y después busca
a Sulu y le ordena que le enseñe esgrima. Necesita algo más
que peleas en bares para mantenerse en forma ahora que es un respetable
capitán de nave estelar que no bebe demasiado ni lucha sin
una jodida buena razón, a no ser que quiera atraer la ira de
la Flota Estelar y de su primer oficial.
Se arrastra
hasta la cama, exhausto y solo, y apenas despierta cuando Spock entra,
tumbándose junto a él, pero nota cómo tiene que
evitar estremecerse ante el contacto.
El plan
era que esto fuera fácil; cuando tuviera su propia nave, sería
fácil. Cuando Spock y Uhura terminaran —terminaran del
todo—, sería fácil. Cuando él y Spock estuviesen
juntos —juntos del todo, no más polvos enfadados en callejones
oscuros de un montón de planetas distintos—, se suponía
que sería fácil. O, al menos, más fácil
que esto, este arañar y desgajar una vida que quizás
nunca debió existir (un viejo amigo, y él no puede imaginarse
una vida en la que lo que sea que tienen se asiente en algo tan tranquilo,
no cuando empezó con blancura resplandeciente y dulzura, con
esto).
No se pone
así de filosófico a menudo; le deja eso a Spock, quien
según sospecha piensa mucho más de lo que jamás
deja relucir, en sus meditaciones y sus depresiones y sus silencios
tranquilos que podrían, posiblemente, ser felices.
No se hace
fácil, en cualquier caso, ésa es la cuestión.
Es difícil. Es casi imposible. Es estúpido, y quiere
un montón de cosas que todavía no puede tener. Las quiere
del mismo modo en que quería despegar con el coche de su segundo
padrastro cuando tenía once años y sencillamente no
dejar nunca de conducir. Quiere poder coger la mano de Spock cuando
le apetezca, incluso aunque nunca ha sido muy de ir de la mano, pero
quiere, de todas formas. Quiere que la nave siga funcionando del modo
en que lo hace, pero quiere saber que eso ocurre porque él
es un buen capitán, no porque ha tomado accidentalmente alguna
decisión correcta mientras daba manotazos en la oscuridad.
Quiere saber que incluso aunque todo siga estando bastante mal, tal
vez está empezando a ponerse mejor, con certeza absoluta, y
no el tipo de confianza temblorosa que saca a relucir para la revisión
de Bones.
—Parece
que estés estreñido —dice Bones, desde el otro
lado de la enfermería, de espaldas a Jim—. Y ¿qué
haces aquí?
—¿Revisar
tus cosas? —ofrece Kirk, e incluso a él le suena como
una conjetura.
—Tengo
laxantes por ahí.
—Me
parto el culo contigo, en serio, lo digo con total honestidad.
—Sé
que lo haces —dice Bones, y luego—: ¿Qué
quieres, en serio? ¿Vuelves a tener ese horrible herpes espacial?
—Me
pone muy triste que mi oficial médico se refiera a un día
de mi vida verdaderamente doloroso como horrible herpes espacial,
y no sólo porque esté bastante seguro de que no es así
como se llamaba. Y no, no es eso.
—Gracias,
Señor. —Para un hombre que parece disfrutar suturando
heridas, suena increíblemente sincero—. ¿Problemas
con el novio? —Hay un silencio total en la sala. Jim Kirk no
se ruboriza, pero sólo porque es el puto capitán Kirk
y no se ruboriza—. ¿De verdad has venido aquí
para hablarme de tus problemas amorosos? Porque, ya sabes, después
de la vez en que me hiciste explicar el pon farr y esa cosa con el
vino, creí que decidimos que ésa había sido la
peor idea que cualquiera de los dos había tenido, ¿no?
—Hemos
tenido algunas ideas jodidamente horribles.
—Incluyendo
ésta. —Pero se relaja contra la silla, y ahí está
el inconfundible sonido del bloc digital que se deja a un lado—.
Bueno, ¿qué problema tenemos con el marido?
—Yo
no soy la mujer —dice, porque tiene que decirlo, pero sigue
adelante; probablemente Bones sólo ha dicho eso en un desesperado
intento de distraerlo—. Algo va mal con él.
—¿Médicamente?
—¿Tal
vez? No sé explicarlo realmente y… oh, mierda, esto ha
sido un error. —Y se va, con lo que espera sea un estilo imponente,
porque ay de aquél que se interponga entre Jim Kirk y el puente
de mando. Va a cogerse un berrinche, y va a ser al mismo tiempo maravilloso
y catártico, y puede hacerlo porque es el capitán, incluso
si aún no ha descubierto cómo hacer eso bien.
Le sorprende
un poco que Bones no lo siga. Le sorprende menos que Spock aparezca
diez minutos después, con aspecto enfadado. Bueno, con aspecto
de Spock, pero se supone que no debería estar aquí,
y su ceja aparenta estar justo a punto de subir, así que debe
de estar enfadado.
—El
doctor McCoy me informa que se requiere mi presencia aquí —empieza
Spock—. Él ha utilizado un lenguaje menos delicado.
Son como
niños pequeños chivándose los unos de los otros,
a veces. No tiene ni idea de qué ha visto nunca en cualquiera
de los dos.
Su berrinche,
por cierto, está teniendo un excelente comienzo.
—Se
equivocaba, fuera cual fuese su lenguaje.
—Aunque
por lo general estoy preparado para aceptar eso como una posibilidad,
el doctor tiene un buen nivel de conocimiento en el campo del que
estábamos conversando. —Y ahora Jim se los imagina riéndose
tontamente y hablando de él a sus espaldas, y luego tirándose
de los pelos o algo y chismorreando el uno del otro.
—En
esta cuestión el doctor está muy, muy equivocado, señor
Spock. —Spock, por encima de todas las cosas, no extiende la
vida personal al puente (ésa es una de las principales razones
por las que nadie ha tirado nunca a Uhura por una esclusa), pero parece
alarmantemente cerca de hacerlo ahora.
—Usted
y yo tenemos cosas de las que hablar, capitán. Al respecto
—y Spock pone la cara que pone cuando lleva a Jim por caminos
oscuros; le ha cogido cariño a esa cara—… Al respecto
de mi posición en la Enterprise.
Coño,
si esto es de lo que iba toda esta semana Jim se lanzará él
mismo por una esclusa. Y empujará a Spock antes de él,
muy probablemente.
Va a ser
una pelea horrible.
Hay un
proceso complejo en cuanto a dónde será la pelea; los
gritos y el potencial de daño físico seguidos por sexo
salvaje del que hace temblar los cristales son consecuencias conocidas
de antemano. Bueno, Jim piensa gritar. Spock estará en silencio
la mayor parte del tiempo, cosa que no impide que sienta como si le
estuviera gritando, un talento que Jim ha estado intentando adquirir
mediante ósmosis. No es como si no hubiesen hablado de la posibilidad
de que Spock fuese a la colonia vulcana al menos ocho veces. No es
como si Kirk no fuera a ir con él si creyera que podría
hacerle algún bien a alguien.
Jim intenta
conducirlos a su camarote, tras darle a Sulu el mando, pero Spock
rechaza esa idea por completo y trata de llevarlos al suyo propio,
que está vacío y ni siquiera huele demasiado a él.
Nunca dormía realmente cuando estaba en él, y ahora
Jim está bastante seguro de que sólo lo usa para meditar
y cambiarse de ropa. Ignora el pinchazo de culpa ante lo rápido
que Spock se mudó de la cama de Uhura a la suya, y cuánto
de eso fue culpa de Kirk. A cuánta gente ha herido a su paso.
Los ha
llevado a esto, y nunca se lo dirá a Spock pero no se arrepiente
de un solo segundo de todo aquello.
Se ponen
de acuerdo en una de las cubiertas de observación, que pueden
aislarse fácilmente y no cabrean a ninguno de los dos. No ha
pasado tanto tiempo desde que ambos estaban en la Academia, y Jim
solía cotillear sobre sus superiores, y es imposible que Spock
haya esquivado los cotilleos. Hacen lo poco que pueden para evitarlos
aquí; Jim sabe que ha dejado atrás las suficientes conquistas
como para tener a la tripulación entretenida, no necesitan
tener también esto.
—No
vas a ir a Nuevo Vulcano, ¿sabes? —es con lo que empieza
Jim; no se anda con rodeos. O algo. La frase quería salir y
no va a ignorar esa necesidad.
—No
lo estaba planeando. —Jim se empeña en no sentirse aliviado.
Posiblemente porque está notando una ola de confusión
como las que sólo siente con Spock—. Era mi otra posición
a lo que me refería.
—¿Ahora
quieres ser capitán? Porque, ya sabes, a mí cada vez
se me da mejor y el estrés haría que te explotaran los
oídos. —Spock no opina que eso sea divertido, cosa que
es una pena.
—Me
refería a nosotros —dice por fin. A veces, Jim obtiene
algo de consuelo del hecho de que Spock, que tiene una palabra para
todo, no tiene una palabra para ellos. Se siente mejor respecto a
un montón de cosas que no entiende, si Spock tampoco las entiende—.
Me pregunto si es tan buena idea que estemos juntos cuando interfiere
con nuestra relación de trabajo.
Esta pelea
sólo la han tenido una vez. Fue rápida y concisa. Jim
se niega a dejar escapar algo bueno, y se niega a dejar que alguien
a quien quiere se enfrente él solo contra algo cuando Jim podría
hacerlo aunque sea un poquito mejor. No lo dijo con tantas palabras,
pero dejó entender su argumento a base de marcas en el cuello
de Spock, su pecho, sus hombros. No han vuelto a discutirlo.
—Es
la misma relación aquí, y en el puente, y en la cama.
—Es un argumento mejor que todas las otras cosas que le gustaría
decir. Spock podría asimilarlo mejor de lo que entendería
los otros, también—. Sería ilógico decir
que no lo es.
—Sería
ilógico decir que podemos avanzar hacia distintos objetivos,
sin que todos los aspectos de la relación se destruyan.
—¿Ahora
tenemos distintos objetivos?
—No
deseo cambiar quién eres. Hay un dicho terrestre, me parece…
¿sobre una cabra y un monte?
—Quieres
cambiar muchas cosas de mí —arguye Jim—. Te gustaría
que hiciera papeleo y que se me diera mejor el ajedrez.
—Hablo
de un aspecto más fundamental, capitán.
—No
tienes derecho a llamarme así ahora.
—No
deseo entrar en lo excesivamente personal.
—Estoy
bastante seguro de que estás intentando romper conmigo, y no
hay muchas cosas más personales que ésa. Llámame
Jim mientras lo haces, por lo menos. —Está a unos diez
minutos de ser uno de esos chiflados que se niegan a admitir que han
roto con ellos. Odia a esa gente.
Aun así,
nadie va a romper con él.
No perderá
esto después de todo lo que han hecho, lo que ha hecho, lo
que Spock ha hecho; joder, no cree que pueda permitirse la cantidad
de alcohol que le haría falta para superarlo, ni siquiera con
su nuevo sueldo resplandeciente y sus cuentas legítimas en
el mercado negro. Lo hace por el dinero de la Flota.
—Lo
que ocurre es… He sido infeliz. —Eso no hace que el estómago
de Jim se haga un puño, en absoluto. No le hace querer asesinar
a quienquiera que haya causado eso, con sus manos desnudas. Sería
horrible y sentimentaloide y tampoco es esa clase de persona. Tampoco
se para a pensar en la gravedad que debe tener una situación
para que Spock admita algo así. La voz queda de Spock no lo
mata lentamente, ni siquiera un poquito—. He sido infeliz, y
creo que tú también lo has sido.
—Frustrado
—dice Kirk por fin—. Conmigo mismo, más que cualquier
otra cosa. No contigo. Tú has sido… —No sabe qué
decir, ellos no son así—. Me gustas. —Al parecer,
su configuración predeterminada es la de una niña de
diez años con un cuelgue. Genial, podrán hacerse trenzas
el uno al otro y Bones escribirá en su maldito diario sobre
lo muy excluido que se siente. Se decide a ser un hombre, por fin,
porque ha negado esta idea las veces suficientes como para saber cómo
suena, como para saber decirlo bien—: Te quiero.
—Eso
es cierto.
—¿Entonces
cuál es el problema? ¿Tú no…? —Se
detiene. Spock se lo dirá si quiere, no va a presionarlo.
—Sí
—Lo suficientemente bueno para él, por el momento. Para
siempre, probablemente; ha aprendido a vivir con estas cosas. Seguirá
haciéndolo—. Y por tanto es ilógico prevenir que
tú… hagas lo que te apetece. Lo que te hace más
feliz de lo que yo puedo hacerte.
No hay
muchas cosas tan buenas, piensa Jim, pero no lo dice. Está
callado, repasa el lenguaje; está llegando al fondo. Es lo
que hacen los hombres buenos, piensa. Nadie le ha enseñado
nunca a ser uno; nadie le enseñó nunca a ser capitán.
Lo va averiguando.
—Hay
otros —dice Spock.
—No
como tú —contesta Jim inmediatamente. Siempre hay una
cama caliente; sólo hay una cama como la suya. Es por esto
por lo que su madre se casó tres veces después de que
su padre muriera, le parece; es lo que estaba buscando todo el tiempo.
Pero resulta que eso no es lo que había que decir.
—Se
me ha dicho que es tradicional mentir respecto a estos asuntos —dice
Spock—. Nyota se encargó de informarme.
—¿Qué
coño tiene que ver la teniente Uhura con que me estés
pidiendo que me folle a otra gente?
—Al
parecer no necesito requerir que lo hagas. Sencillamente estoy deshaciéndome
de la expectación que podría…
Oh, Jim
va a matarlo, coño. Y puede que también a Uhura, pero
eso después, hay cosas que hacer aquí antes.
Ahora mismo
presiona a Spock contra un muro, resiste el ansia tanto de estrangularlo
como de follarse su boca. Lo besa suave y dulcemente, de la forma
que a él le gusta y que Spock odia. Posiblemente cree que es
ineficiente. Jim se asegura de entrelazar los dedos, también;
palma con palma, rostro con rostro. Se echa atrás, junta sus
frentes.
Ilustración
de Mavitomo
—No
somos esa gente —dice, muy bajo; las palabras no tienen por
qué viajar más allá de la distancia entre ellos.
Nunca más tendrán que llegar tan lejos, si hace esto
bien. Cree que sabe cómo hacer esto bien—. Así
que voy a decírtelo una vez, y después no vamos a volver
a hablar de ello. —Spock traga saliva—. No hay nadie más
como tú, ni nadie a quien desee como te deseo a ti. Nunca lo
ha habido, nunca lo habrá. No pido que sea igual por tu parte,
pero te lo digo de todos modos. Eso no es algo por lo que tengas que
preguntarte, jamás. No estoy diciendo que sea fácil,
estoy diciendo que es verdad.
—No…
—Otra vez saliva; si fuera cualquier otra persona se estaría
rompiendo, probablemente. Lo he hecho bien, piensa Jim—. No
tendrás que volver a recordármelo.
—Bien
—Desenreda una mano, y la sube hasta la mejilla de Spock. Se
siente ridículo, asqueroso. Necesita esto, en cierto sentido—.
¿Es eso por lo que has estado tan raro?
—Tú
crees que soy raro todo el tiempo.
—Pero
me gusta esa rareza. No me ha gustado esto.
—Entonces,
cuando me llamas raro…
—No
me malinterpretes, normalmente estoy siendo muy cruel contigo.
—No
lo querría de ninguna otra forma —Suena forzado, pero
genuino. No lo que Spock cree que debería decir, pero lo que
va a decir; se van aprendiendo el uno al otro, de alguna manera.
Lleva a
Spock consigo en su siguiente misión en la superficie, sonríe
educadamente y se come algo que se retuerce, y no consigue mantener
del todo la sonrisa en la cara pero Bones emite interferencias cuando
lo escupe. Es una pasada. Uhura parece mortalmente ofendida, pero
nadie le ha pedido a ella que se coma esa cosa, así que se
puede callar la boca. Spock tiene aspecto de Spock, pero Jim lo conoce
lo suficientemente bien como para saber que seguramente tiene una
regla en contra de que los capitanes se coman y en contra de que no
se coman cualquier cosa que se les ofrezca, y que todos ellos las
conocerán muy pronto.
La reina
lo invita a entrar en su harén, en algún momento a altas
horas de la noche. La rechaza, que es algo que no habría hecho
hace seis meses. Tenía unos tentáculos increíbles.
Spock lo
saca de la lanzadera cogido de la mano; tira de él por los
pasillos y hasta el camarote de Jim. Lo empuja contra la puerta y
lo besa, profundo y duro y lo suficientemente suave.
Hay una
lección que aprender aquí. Jim está casi seguro
de que la ha aprendido, y cree que tal vez un día podría
dársele bien algo de esto.