Vuelve a Otras parejas

 

Nos aprendemos despacio

Por Raphaela

Traducido por Ronna - Revisión: Veroboned & Heiko

Ilustrado por Mavitomo

Ubicación original

Precuela de Mucho más, más que eso

Kirk/Spock

Fandom: Star Trek

Rating: R

 

.

 

Jim no desperdicia grandes cantidades de su tiempo tratando de entender nada de lo que hace Spock. Supone que si lo hiciera no tendría tiempo de hacer funcionar una nave, y tal vez se suicidaría. Uhura (que ya vuelve a hablarle, lo que está bastante bien, porque él cree que nada de todo esto fue realmente culpa suya, aparte de las partes que sí lo fueron) dice que ésa es la forma adecuada de lidiar con Spock. Jim aceptó el consejo porque, bueno, Uhura volvía a hablarle, y era muy maja y él de verdad no quería morir mientras dormía por culpa de esos enormes pedazos del final de su relación que probablemente habían sido completamente culpa de Jim. Y pensó que ella podría, tal vez, perdonarlo antes de su muerte.

Así que no tiene ni idea de por qué Spock está… bueno, si fuera cualquier otra persona, diría alterado. Pero Spock probablemente no se ha movido sin un motivo concreto en toda su vida (un hecho por el que Kirk no se avergüenza de agradecer a una entidad superior, todas las noches. En ocasiones, dos veces), así que no se altera. Pero está raro, más incómodo dentro de su propia piel de lo que ha estado nunca; y Kirk sabe lo suficiente sobre Spock como para saber que está incómodo la mayor parte del tiempo (sólo porque no intente descifrarlo él solo, no quiere decir que no presta atención a lo que tiene delante de las narices). No cree que sea nada que él haya hecho, y la nave funciona bien, con eficiencia, admirablemente incluso, y Jim se permite una cantidad obscena de orgullo al respecto. Probablemente Spock también lo hace; el orgullo es una de las emociones en las que están trabajando (en cierto modo porque Jim cree en privado, y algunas veces en público, que Spock sabe lo suficiente sobre portarse como un cabrón creído como para que les dure toda una vida y algo más). Uhura está mejor de lo que estaba.

En general, tal vez por primera vez desde que se conocieron… no hay nada mal. Bueno, hay cosas que están mal. Scotty está flipado con su propio intelecto supuestamente genial y a Kirk le cuesta mucho asegurarse de que no teletransporte toda la maldita nave por secciones. Chekov tiene doce años y puede que de verdad sea un genio, pero a veces esto parece una guardería. El almirante Pike es un gran hombre, pero le parece que jamás dejará de mirar a Jim por encima del hombro. Hay toda una tripulación que depende de él, y hasta Jim sólo cree que sabe lo que hace la mitad del tiempo. E, incluso entonces, a veces está tan equivocado que ni Spock sabe reunir esa expresión de entretenimiento que hace que esté bien. El padre de Jim sigue muerto. Vulcano sigue destruido. En algún lugar ahí fuera, aún hay una colonia con los diez mil supervivientes de una especie en peligro que trata de improvisar una manera de conservar su existencia, y Jim sabe que Spock todavía piensa a veces que debería estar con ellos.

Ahí fuera, en alguna realidad que Jim no puede evitar pensar es mucho, mucho peor, hay un lugar donde él era un amigo muerto de Spock y ninguno de los dos llegó a conocer el sonido de ese pequeño jadeo que Spock deja escapar cuando Jim se limita a respirarle en el cuello.

Así que, sí, hay cosas que están mal, que están muy mal, pero podrían estar peor. Las cosas siempre podrían estar peor. Ése, imagina, es un buen lema cuando el mundo se está desmoronando sobre tu cabeza al menos tres veces a la semana y nadie, mucho menos Jim, sabe qué coño están haciendo (Spock hace un buen papel, pero Jim sabe mejor que nadie, incluido Spock, que eso es lo único que es). Y, claro que sí, lo va descubriendo lentamente: no cogerse de las manos en el puente; delegar; el embriagador poder de encerrar a la gente que le molesta a sus camarotes; la emocionante aventura que constituye la monogamia. Lo va pillando, va aprendiendo y esta semana, por primera vez, llega a no ser horrible incluso la mayor parte del tiempo.

 

 

 

 

El puente de mando, lleno como está, queda extrañamente silencioso por las noches. Spock no está de servicio, y Jim podría no estarlo también si quisiera, pero no quiere realmente. Le gusta sentarse aquí, y notar cómo la nave funciona a su alrededor. Está bastante seguro de que la tripulación nocturna no le tiene tanto cariño a su costumbre, pero la verdad es que no le importa mucho. Los mantiene alerta.

Eso es algo que podría decir un capitán de nave estelar, ¿no?

—¿Sabes? —Llega una voz desde atrás, como si continuara con una conversación—. Si pensara que lo que te espera es una cama vacía, sabría por qué estás aquí.

—Buenas noches, Bones.

—Sí, bueno, no lo son, esto es lo que se llama madrugada. Vete a la cama, o convertiré eso en una orden.

—La verdad es que no estoy seguro de si has comprendido cómo funciona todo esto del capitán: yo doy órdenes, tú las sigues. De vez en cuando te postras ante mí y me suplicas compasión. —McCoy se ríe, un poco, lo que es agradable de oír; un sonido normal, uno que probablemente podría escuchar en cualquier parte del universo.

—Y aun así, como tu médico de cabecera, puedo mandarte a la cama. Si quieres puedo hasta arroparte. —Un cadete delante de ellos se ríe por lo bajo y Jim intenta no tirarle nada a la cabeza. Probablemente no sería muy maduro lanzar un zapato, y eso es lo único que tiene a mano.

—Y de todas formas, sí que me espera una cama vacía —añade, ignorando por completo el hecho de que McCoy podría mandarlo a la cama. Y es un cabrón enfermizo que terminaría arropándolo. Podría haber nanas, en algún momento. McCoy lo mira, examinando ese nuevo dato. Probablemente también está considerando lo que pasará si intenta mantener una conversación sobre la relación de Kirk en el puente de la Enterprise (descuartizamiento inmediato, eso es lo que pasaría, y Kirk va a convertir eso en una norma).

—Dudo mucho que sea así —es lo único que dice—, seguro que puedes encontrar a algún voluntario. Ahora, vete. —Hace gestos con las manos como si estuviera ordenándole a un gato que fuera hacia la puerta. Jim se va, porque no merece la pena discutir y probablemente puede dormir unas cuantas horas si se empeña. En lo que muy probablemente será una cama vacía. Spock no suele precisamente vagar por las noches, pero Jim nunca ha estado seguro exactamente de cuánto duerme; un poco, lo suficiente como para mantenerlo en marcha (sería ilógico no hacerlo), pero no lo suficiente como para mantenerlos a ambos completamente cuerdos. El camarote de Spock está justo al lado del suyo, y una o dos veces a Jim se le ha pasado por la cabeza derribar la pared, pero ha decidido que explicarle eso a la Flota Estelar sería un poquito incómodo, y que tal vez también es demasiado pronto.

Como si ésta fuera una relación normal que progresa de manera normal, a velocidad normal.

Como si alguno de los dos supiese siquiera qué aspecto podría tener una relación normal.

 

 

 

 

 

Llega a su camarote, y está oscuro, pero no lo suficiente como para que no distinga que ya hay alguien en la cama. Se quita la ropa y no finge que no se siente aliviado.

Puede dormir perfectamente bien sin Spock ahí; cree que es demasiado listo como para enamorarse de forma tan estúpida. Pero puede que le guste más cuando Spock está ahí, tenso e inmóvil junto a él, los dos cansados y derrumbados y sin saber lo que están haciendo. Pero, bueno, haciéndolo juntos.

Sí, está bastante enamorado, considerando que todo esto es por alguien que probablemente no tiene ni idea de por qué está en la cama, para empezar. Se ha agenciado un genio que no sería capaz de unir las palabras que expresaran el sencillo concepto de querer estar con alguien.

Jim no hace demasiadas preguntas, pero acapara las respuestas que consigue de todos modos.

—Cariño, ya estoy en casa. —A veces no se resiste a ser un poco cabrón y hacer chistes malos. Spock nunca los pilla, lo que de alguna manera les parece bien a todos.

—No estás en casa —contesta Spock—. Estás aquí. —Jim lucha por no leer entre líneas mientras se desnuda.

—Me siento como en casa —arguye; más por discutir, por conseguir una reacción, que por cualquier otra cosa. Está tratando de decidir si está demasiado cansado para algo de sexo (probablemente no) y si Spock lo está (es difícil saberlo, desde esta distancia). Metiéndose en la cama, sólo en ropa interior, se mueve hacia él. Una cierta cantidad de mimos está permitida, pero en general se limitan a cogerse de las manos si quieren tocarse. Sujeta la de Spock ahora, para agarrarse a algo, sólo porque le apetece.

Hoy ha sido un buen día; eso no significa que no haya sido uno difícil.

Spock le devuelve el apretón; no puede deducir mucho de la presión. Spock es fuerte, para empezar, y cuando no quiere comunicar sus sentimientos sencillamente no lo hace. Es tranquilizador saber que esas ocasiones, cuando está más aislado del mundo, cuando está más callado, son los momentos en que se necesita más a Jim. Está descubriendo ese intenso amor por sentirse necesitado, uno que no había conocido antes, y se pregunta, a veces, lo que eso podría decir de él. Le dejará a Bones lo de averiguarlo, sin embargo (claro que no es como si fuera a contarle nada de esto, a no ser que estuviera muy borracho y no tuviera a Spock cerca para que le impidiera hablar).

—¿Cómo ha ido tu día? —dice, porque a veces siente que tiene que hablar, incluso cuando entiende que a lo mejor se supone que debe callarse. Sentir el momento o algo así. Nunca ha estado del todo seguro de qué se supone que debe hacer cuando no tiene la boca abierta.

—He estado contigo durante su mayor parte. —Jim no tiene la más remota idea de lo que podría significar eso. Una indicación de que no debería haber preguntado, o puede que una respuesta. Y si es una respuesta no tiene ni idea de lo que significa, y en realidad no quiere saberlo. Bueno, se muere por saberlo, pero no quiere pasar por el mal rato de preguntar… ni el dolor de descubrir que la respuesta no es la que le gustaría.

—Tu noche, entonces. No he estado aquí para eso —dice Jim, en lugar de preguntar lo que quería decir Spock. Ya saldrá en su momento, y está dispuesto a aprender algo de paciencia del hombre tumbado a su lado.

—He comido, he dormido, he realizado tres diagnósticos —dice Spock—. Todos tus libros son aburridos, y ninguno es educativo.

Jim no era consciente de tener siquiera libros, ya que básicamente recogió su cuarto en la Academia y lo metió aquí en dos días. Lleva sin leer por placer desde Dios sabe cuándo. Desde que se presentó al Kobayashi Maru por primera vez. Desde que estaba en Iowa. Sinceramente no se acuerda.

Preguntaría por los diagnósticos, pero hay algo en él que está completamente en contra de hablar de trabajo en la cama. En lugar de eso besa el cuello de Spock, lento y perezoso, como si tuvieran todo el tiempo del mundo. Como si tuvieran siquiera algo de tiempo. Definitivamente empezando algo, pero algo lento, perezoso y dulce.

Spock no está dispuesto a nada de eso. Son sólo unos segundos antes de que Jim esté boca arriba, una de las manos de Spock sujetando sus muñecas contra su cabeza, los labios de Spock sobre los suyos y su lengua follándose la boca de Jim y Dios, sí, esto. Esto lo vuelve loco y lo reconstruye, lo lleva a casa y lo lanza tan lejos de ella como no recuerda haber estado jamás. Está jadeando, de repente tan hambriento de esto como Spock, embistiendo contra él, intentando moverse sin que se le permita. Estirándose y resollando y señor, está a segundos de suplicar. En estos momentos sabe que le daría a Spock cualquier cosa que pidiera; control sobre la nave, control sobre lo que hiciera falta, porque está tan desesperadamente caliente y tan profundamente enamorado que, sólo durante un segundo, nada más importa.

Los besos se van volviendo húmedos y resbaladizos y los dos están perdiendo el control, arremetiendo el uno contra el otro salvajemente, los dos en ropa interior, y podrían quitársela pero Jim no cree que le guste el tiempo de no moverse que iría incluido en eso, en realidad no sabe si podría soportarlo, ahora mismo. Spock no aparenta ser capaz, tampoco, con sus ojos dilatados, su respiración chocando rápidamente contra el cuello de Jim, donde se ha acomodado.

Nunca ha hablado, y a Jim a veces le molesta, a veces no, sabe que Spock hablando sucio sería insoportablemente sexy, pero también sólo un poquito cómico, así que se permite hablar él mismo, justo ahora, con la boca libre pero las muñecas aún atrapadas, frotándose contra Spock, sin delicadeza, sin pensamientos tras sus movimientos o sus palabras.

—Dios, sí, así, justo así, vamos, suéltame, déjame tocarte, por favor, he estado pensando en ello todo el día y ¿sabes siquiera cómo es estar a tu lado todo el día y no poder tocarte? ¿Sabes lo loco que me vuelve no tenerlo permitido? ¿Tener que ser el maldito capitán cuando lo único que quiero hacer es arrastrarte a algún sitio y hacer esto, para siempre? —Los ojos de Spock se cierran; nota el movimiento de las pestañas, y sabe que los dos van a correrse más pronto que tarde, y tal vez habría querido algo más cuando se metió en la cama. Pero, Dios, sí, esto es lo que necesitaba. Da un golpecito en la cabeza de Spock con la barbilla, trata de capturar sus labios y lo consigue, le besa durante el orgasmo del otro y llegando al suyo propio, cuando los dos pierden la capacidad de concentrarse en el beso siguiera. Terminan limitándose a respirar en la boca del otro, calientes y pesados en el silencio del dormitorio, en el silencio de toda la nave que los rodea.

—Sí —murmura Jim, derrumbándose y reorganizando la posición de Spock. No le gusta pensar que Spock es más humano en estos momentos, porque eso no le hace justicia; ignora algo que es parte de Spock (parte de él también, ahora; es un empalagoso cuando acaba de correrse), y Kirk no haría eso. Pero es un poco cierto: Spock permite más contacto, se permite a sí mismo dejarse caer sobre el pecho de su amante, respirar hondo, disfrutar sólo por un momento, y después recuperará el control, le ofrecerá a Kirk el duro contacto de sus costados y nada más.

Y Jim está aprendiendo a dejar que eso sea suficiente porque, Dios, a veces lo es.

 

 

 

 

 

Jim está bastante seguro de que tuvieron que darle la nave después de la que liaron con Nero, y también está bastante seguro de que Starfleet les guarda un jodido rencor por ello. Ésa es la única razón que se le ocurre para que le encasqueten todas estas estúpidas misiones diplomáticas. No es como si se le dieran bien. Spock y Uhura son lo único que se interpone entre Jim y un conflicto interplanetario, la mayor parte de los días.

A veces, cuando tiene mucha, mucha suerte, le dejan que vigile a algún diplomático. O, más bien, le dejan que ordene a otra gente vigilar a diplomáticos porque puede que Spock haya memorizado toda regulación jamás escrita, y se complazca (a su modo) en recitárselas a Jim cuando quiere hacer algo siquiera remotamente divertido. Intentó ir, una vez, cuando no estaba de servicio, sólo para conseguir una mínima posibilidad de llegar a disparar un fáser.

Lo pilló. Su primer oficial. Quien no llegó a humillarlo delante del resto del equipo de exploración, pero quien improvisó un incidente de carácter urgente que involucraba a Bones y un lote de vacunas caducado. Está aprendiendo a mentir. Un castigo apropiado será aplicado cuando a Kirk se le den bien esas cosas.

Pero hoy se requiere de él que sea el diplomático, lo que implica muchas cosas. Para empezar, tiene que llevar el uniforme formal (e incluso mirarlo hace que prácticamente se eche a llorar: unos pantalones no necesitan tantos botones, es ineficiente): por otra parte, puede que lo dejen hacer algo. Más probablemente, puede que lo dejen sonreír educadamente, y asentir, y sonreír más, y comer. Comida asquerosa, siempre es asquerosa; Dios no permita que ser capitán de una nave sea agradable en absoluto durante más de diez minutos seguidos al día.

Otra cosa que significa es que mientras está ocupado lanzando miradas de odio a su uniforme formal también recibe un sermón por parte de Uhura sobre la cultura del planeta que visitan (algo acerca de la poligamia, suena más o menos interesante pero no puede asumir el hecho de que su… de que la antigua lo que sea de Spock —ahí, eso está mejor, la terminología es altamente desagradable— esté ahí cuando se supone que él está cambiándose de ropa). Y, en algún otro lugar de la nave, su primer oficial está aterrorizando al equipo de seguridad, algo que encontraría halagador si no fuese un hombre adulto que puede, y ha conseguido siempre, cuidar de sí mismo. Y si no pensara que Spock probablemente ha racionalizado todo el asunto para que cualquier equipo de psicólogos sea incapaz de conectarlo a lo que hay entre ellos.

—… y señor, yo evitaría mencionar a toda costa que no está casado, porque se ofenderían gravemente y probablemente lo casarían con alguien, cosa que sería agradable para mí en muchos aspectos, pero probablemente no tanto para usted. ¿Está escuchándome siquiera?

—No —dice él, y luego—: ¿Podrías darte la vuelta o algo? No tengo problema con que me veas desnudo, pero el hecho de que tú estés vestida lo arruina un poco. —Ella se gira, y Jim decide no escuchar las maldiciones murmuradas, porque probablemente hay una regla en alguna parte que dice que debería lanzarla por una esclusa.

—¿Me va a escuchar ahora?

—¿Se lo has contado ya a alguien más?

—Sí.

—¿Es probable que yo pueda empezar una guerra?

—No, señor. Bueno, quiero decir, la mayoría de la gente se las apañaría para no hacerlo. —Su tono consigue expresar sus dudas de que él en concreto lo logre, pero Jim lo deja pasar.

—Entonces, no, probablemente no te escuche. Pero continúa de todos modos.

 

 

 

 

Spock se encarga de los transportadores. Jim no pregunta por qué, pero sí que baja el último.

—Te veo esta noche, ¿no?

—Sí, capitán. —Es el tono más tenso de la variedad vulcana formal. Le pone la piel de gallina, oírlo tan retraído; como las primeras semanas que pasaron juntos, antes de todo, antes de que fueran algo el uno para el otro—. Tendré un informe del día preparado en su camarote. Mi intención es realizar un análisis completo mientras estamos en órbita.

—No seas así —lo regaña, puede que un poco demasiado, pero por mucho que hayan vivido aún están palpando los bordes de esta cosa entre ellos. Kirk nunca se ha definido como otra cosa aparte de un hombre que se complace en cruzar rayas.

—Disfrute de su estancia en el planeta, capitán.

—No estás enfadado porque no te llevo conmigo, ¿verdad? —Siente verdadera curiosidad, ahora. No quiere irse hasta haber descubierto qué está pasando. Sabe mejor que nadie que no debería presionar a Spock así, de verdad, pero no puede evitarlo.

Es como si quisieras buscarle las cosquillas, llega una voz desde la parte de atrás de su mente, sospechosamente parecida a la de su madre. La ignora.

—No, señor, es más conveniente que permanezca en la nave durante esta misión en particular. Prepárese para el transporte.

Dándole vueltas a esa frase, llega a una sala llena de cosas absolutamente espléndidas. Van vestidas con ropas muy pegadas y lo miran en lo que piensa que podría convertirse rápidamente en interés, y éste será un día muy difícil para estar comprometido en lo que sea con un psíquico ligeramente desequilibrado.

 

 

 

 

Cuando Jim vuelve esa noche no encuentra a Spock por ninguna parte, y sus informes del día lo esperan en el camarote. Según le dicen, el vulcano está meditando en algún sitio. Jim sólo ha conseguido esta información por parte de Sulu tras una insistencia ridícula, considerando que lo enunció como una orden la primera vez que preguntó. De verdad no sabe qué es lo que les impide a todos amotinarse; sospecha que no se le da muy bien ser un buen capitán, aún. Decide finalmente dejar a Spock en paz; había estado jugueteando con la idea de sugerirle a Spock que siguiera meditando, pero está siempre preocupado por decir algo que pueda iniciar una discusión sobre Vulcano.

No es que no quiera hablar de ello; nunca es sólo eso, lo que pasa es que no sabe cómo hablar con Spock cuando ha perdido a su madre, a su hogar y a su especie entera en menos de una hora. No sabe cómo ofrecerse a modo de compensación por eso, no sabe cómo podría hacer que mejorase.

No sabe escuchar sin intentar arreglarlo, y Dios sabe que hay veces en que reconstruiría un planeta entero a partir de polvo de estrellas por ese hombre, pero no sabe cómo.

En lugar de eso, se lee los informes religiosamente, y después busca a Sulu y le ordena que le enseñe esgrima. Necesita algo más que peleas en bares para mantenerse en forma ahora que es un respetable capitán de nave estelar que no bebe demasiado ni lucha sin una jodida buena razón, a no ser que quiera atraer la ira de la Flota Estelar y de su primer oficial.

Se arrastra hasta la cama, exhausto y solo, y apenas despierta cuando Spock entra, tumbándose junto a él, pero nota cómo tiene que evitar estremecerse ante el contacto.

 

 

 

 

El plan era que esto fuera fácil; cuando tuviera su propia nave, sería fácil. Cuando Spock y Uhura terminaran —terminaran del todo—, sería fácil. Cuando él y Spock estuviesen juntos —juntos del todo, no más polvos enfadados en callejones oscuros de un montón de planetas distintos—, se suponía que sería fácil. O, al menos, más fácil que esto, este arañar y desgajar una vida que quizás nunca debió existir (un viejo amigo, y él no puede imaginarse una vida en la que lo que sea que tienen se asiente en algo tan tranquilo, no cuando empezó con blancura resplandeciente y dulzura, con esto).

No se pone así de filosófico a menudo; le deja eso a Spock, quien según sospecha piensa mucho más de lo que jamás deja relucir, en sus meditaciones y sus depresiones y sus silencios tranquilos que podrían, posiblemente, ser felices.

No se hace fácil, en cualquier caso, ésa es la cuestión. Es difícil. Es casi imposible. Es estúpido, y quiere un montón de cosas que todavía no puede tener. Las quiere del mismo modo en que quería despegar con el coche de su segundo padrastro cuando tenía once años y sencillamente no dejar nunca de conducir. Quiere poder coger la mano de Spock cuando le apetezca, incluso aunque nunca ha sido muy de ir de la mano, pero quiere, de todas formas. Quiere que la nave siga funcionando del modo en que lo hace, pero quiere saber que eso ocurre porque él es un buen capitán, no porque ha tomado accidentalmente alguna decisión correcta mientras daba manotazos en la oscuridad. Quiere saber que incluso aunque todo siga estando bastante mal, tal vez está empezando a ponerse mejor, con certeza absoluta, y no el tipo de confianza temblorosa que saca a relucir para la revisión de Bones.

—Parece que estés estreñido —dice Bones, desde el otro lado de la enfermería, de espaldas a Jim—. Y ¿qué haces aquí?

—¿Revisar tus cosas? —ofrece Kirk, e incluso a él le suena como una conjetura.

—Tengo laxantes por ahí.

—Me parto el culo contigo, en serio, lo digo con total honestidad.

—Sé que lo haces —dice Bones, y luego—: ¿Qué quieres, en serio? ¿Vuelves a tener ese horrible herpes espacial?

—Me pone muy triste que mi oficial médico se refiera a un día de mi vida verdaderamente doloroso como horrible herpes espacial, y no sólo porque esté bastante seguro de que no es así como se llamaba. Y no, no es eso.

—Gracias, Señor. —Para un hombre que parece disfrutar suturando heridas, suena increíblemente sincero—. ¿Problemas con el novio? —Hay un silencio total en la sala. Jim Kirk no se ruboriza, pero sólo porque es el puto capitán Kirk y no se ruboriza—. ¿De verdad has venido aquí para hablarme de tus problemas amorosos? Porque, ya sabes, después de la vez en que me hiciste explicar el pon farr y esa cosa con el vino, creí que decidimos que ésa había sido la peor idea que cualquiera de los dos había tenido, ¿no?

—Hemos tenido algunas ideas jodidamente horribles.

—Incluyendo ésta. —Pero se relaja contra la silla, y ahí está el inconfundible sonido del bloc digital que se deja a un lado—. Bueno, ¿qué problema tenemos con el marido?

—Yo no soy la mujer —dice, porque tiene que decirlo, pero sigue adelante; probablemente Bones sólo ha dicho eso en un desesperado intento de distraerlo—. Algo va mal con él.

—¿Médicamente?

—¿Tal vez? No sé explicarlo realmente y… oh, mierda, esto ha sido un error. —Y se va, con lo que espera sea un estilo imponente, porque ay de aquél que se interponga entre Jim Kirk y el puente de mando. Va a cogerse un berrinche, y va a ser al mismo tiempo maravilloso y catártico, y puede hacerlo porque es el capitán, incluso si aún no ha descubierto cómo hacer eso bien.

 

 

 

 

Le sorprende un poco que Bones no lo siga. Le sorprende menos que Spock aparezca diez minutos después, con aspecto enfadado. Bueno, con aspecto de Spock, pero se supone que no debería estar aquí, y su ceja aparenta estar justo a punto de subir, así que debe de estar enfadado.

—El doctor McCoy me informa que se requiere mi presencia aquí —empieza Spock—. Él ha utilizado un lenguaje menos delicado.

Son como niños pequeños chivándose los unos de los otros, a veces. No tiene ni idea de qué ha visto nunca en cualquiera de los dos.

Su berrinche, por cierto, está teniendo un excelente comienzo.

—Se equivocaba, fuera cual fuese su lenguaje.

—Aunque por lo general estoy preparado para aceptar eso como una posibilidad, el doctor tiene un buen nivel de conocimiento en el campo del que estábamos conversando. —Y ahora Jim se los imagina riéndose tontamente y hablando de él a sus espaldas, y luego tirándose de los pelos o algo y chismorreando el uno del otro.

—En esta cuestión el doctor está muy, muy equivocado, señor Spock. —Spock, por encima de todas las cosas, no extiende la vida personal al puente (ésa es una de las principales razones por las que nadie ha tirado nunca a Uhura por una esclusa), pero parece alarmantemente cerca de hacerlo ahora.

—Usted y yo tenemos cosas de las que hablar, capitán. Al respecto —y Spock pone la cara que pone cuando lleva a Jim por caminos oscuros; le ha cogido cariño a esa cara—… Al respecto de mi posición en la Enterprise.

Coño, si esto es de lo que iba toda esta semana Jim se lanzará él mismo por una esclusa. Y empujará a Spock antes de él, muy probablemente.

Va a ser una pelea horrible.

 

 

 

 

Hay un proceso complejo en cuanto a dónde será la pelea; los gritos y el potencial de daño físico seguidos por sexo salvaje del que hace temblar los cristales son consecuencias conocidas de antemano. Bueno, Jim piensa gritar. Spock estará en silencio la mayor parte del tiempo, cosa que no impide que sienta como si le estuviera gritando, un talento que Jim ha estado intentando adquirir mediante ósmosis. No es como si no hubiesen hablado de la posibilidad de que Spock fuese a la colonia vulcana al menos ocho veces. No es como si Kirk no fuera a ir con él si creyera que podría hacerle algún bien a alguien.

Jim intenta conducirlos a su camarote, tras darle a Sulu el mando, pero Spock rechaza esa idea por completo y trata de llevarlos al suyo propio, que está vacío y ni siquiera huele demasiado a él. Nunca dormía realmente cuando estaba en él, y ahora Jim está bastante seguro de que sólo lo usa para meditar y cambiarse de ropa. Ignora el pinchazo de culpa ante lo rápido que Spock se mudó de la cama de Uhura a la suya, y cuánto de eso fue culpa de Kirk. A cuánta gente ha herido a su paso.

Los ha llevado a esto, y nunca se lo dirá a Spock pero no se arrepiente de un solo segundo de todo aquello.

Se ponen de acuerdo en una de las cubiertas de observación, que pueden aislarse fácilmente y no cabrean a ninguno de los dos. No ha pasado tanto tiempo desde que ambos estaban en la Academia, y Jim solía cotillear sobre sus superiores, y es imposible que Spock haya esquivado los cotilleos. Hacen lo poco que pueden para evitarlos aquí; Jim sabe que ha dejado atrás las suficientes conquistas como para tener a la tripulación entretenida, no necesitan tener también esto.

—No vas a ir a Nuevo Vulcano, ¿sabes? —es con lo que empieza Jim; no se anda con rodeos. O algo. La frase quería salir y no va a ignorar esa necesidad.

—No lo estaba planeando. —Jim se empeña en no sentirse aliviado. Posiblemente porque está notando una ola de confusión como las que sólo siente con Spock—. Era mi otra posición a lo que me refería.

—¿Ahora quieres ser capitán? Porque, ya sabes, a mí cada vez se me da mejor y el estrés haría que te explotaran los oídos. —Spock no opina que eso sea divertido, cosa que es una pena.

—Me refería a nosotros —dice por fin. A veces, Jim obtiene algo de consuelo del hecho de que Spock, que tiene una palabra para todo, no tiene una palabra para ellos. Se siente mejor respecto a un montón de cosas que no entiende, si Spock tampoco las entiende—. Me pregunto si es tan buena idea que estemos juntos cuando interfiere con nuestra relación de trabajo.

Esta pelea sólo la han tenido una vez. Fue rápida y concisa. Jim se niega a dejar escapar algo bueno, y se niega a dejar que alguien a quien quiere se enfrente él solo contra algo cuando Jim podría hacerlo aunque sea un poquito mejor. No lo dijo con tantas palabras, pero dejó entender su argumento a base de marcas en el cuello de Spock, su pecho, sus hombros. No han vuelto a discutirlo.

—Es la misma relación aquí, y en el puente, y en la cama. —Es un argumento mejor que todas las otras cosas que le gustaría decir. Spock podría asimilarlo mejor de lo que entendería los otros, también—. Sería ilógico decir que no lo es.

—Sería ilógico decir que podemos avanzar hacia distintos objetivos, sin que todos los aspectos de la relación se destruyan.

—¿Ahora tenemos distintos objetivos?

—No deseo cambiar quién eres. Hay un dicho terrestre, me parece… ¿sobre una cabra y un monte?

—Quieres cambiar muchas cosas de mí —arguye Jim—. Te gustaría que hiciera papeleo y que se me diera mejor el ajedrez.

—Hablo de un aspecto más fundamental, capitán.

—No tienes derecho a llamarme así ahora.

—No deseo entrar en lo excesivamente personal.

—Estoy bastante seguro de que estás intentando romper conmigo, y no hay muchas cosas más personales que ésa. Llámame Jim mientras lo haces, por lo menos. —Está a unos diez minutos de ser uno de esos chiflados que se niegan a admitir que han roto con ellos. Odia a esa gente.

Aun así, nadie va a romper con él.

No perderá esto después de todo lo que han hecho, lo que ha hecho, lo que Spock ha hecho; joder, no cree que pueda permitirse la cantidad de alcohol que le haría falta para superarlo, ni siquiera con su nuevo sueldo resplandeciente y sus cuentas legítimas en el mercado negro. Lo hace por el dinero de la Flota.

—Lo que ocurre es… He sido infeliz. —Eso no hace que el estómago de Jim se haga un puño, en absoluto. No le hace querer asesinar a quienquiera que haya causado eso, con sus manos desnudas. Sería horrible y sentimentaloide y tampoco es esa clase de persona. Tampoco se para a pensar en la gravedad que debe tener una situación para que Spock admita algo así. La voz queda de Spock no lo mata lentamente, ni siquiera un poquito—. He sido infeliz, y creo que tú también lo has sido.

—Frustrado —dice Kirk por fin—. Conmigo mismo, más que cualquier otra cosa. No contigo. Tú has sido… —No sabe qué decir, ellos no son así—. Me gustas. —Al parecer, su configuración predeterminada es la de una niña de diez años con un cuelgue. Genial, podrán hacerse trenzas el uno al otro y Bones escribirá en su maldito diario sobre lo muy excluido que se siente. Se decide a ser un hombre, por fin, porque ha negado esta idea las veces suficientes como para saber cómo suena, como para saber decirlo bien—: Te quiero.

—Eso es cierto.

—¿Entonces cuál es el problema? ¿Tú no…? —Se detiene. Spock se lo dirá si quiere, no va a presionarlo.

—Sí —Lo suficientemente bueno para él, por el momento. Para siempre, probablemente; ha aprendido a vivir con estas cosas. Seguirá haciéndolo—. Y por tanto es ilógico prevenir que tú… hagas lo que te apetece. Lo que te hace más feliz de lo que yo puedo hacerte.

No hay muchas cosas tan buenas, piensa Jim, pero no lo dice. Está callado, repasa el lenguaje; está llegando al fondo. Es lo que hacen los hombres buenos, piensa. Nadie le ha enseñado nunca a ser uno; nadie le enseñó nunca a ser capitán. Lo va averiguando.

—Hay otros —dice Spock.

—No como tú —contesta Jim inmediatamente. Siempre hay una cama caliente; sólo hay una cama como la suya. Es por esto por lo que su madre se casó tres veces después de que su padre muriera, le parece; es lo que estaba buscando todo el tiempo. Pero resulta que eso no es lo que había que decir.

—Se me ha dicho que es tradicional mentir respecto a estos asuntos —dice Spock—. Nyota se encargó de informarme.

—¿Qué coño tiene que ver la teniente Uhura con que me estés pidiendo que me folle a otra gente?

—Al parecer no necesito requerir que lo hagas. Sencillamente estoy deshaciéndome de la expectación que podría…

Oh, Jim va a matarlo, coño. Y puede que también a Uhura, pero eso después, hay cosas que hacer aquí antes.

Ahora mismo presiona a Spock contra un muro, resiste el ansia tanto de estrangularlo como de follarse su boca. Lo besa suave y dulcemente, de la forma que a él le gusta y que Spock odia. Posiblemente cree que es ineficiente. Jim se asegura de entrelazar los dedos, también; palma con palma, rostro con rostro. Se echa atrás, junta sus frentes.

 

 

Ilustración de Mavitomo

 

 

—No somos esa gente —dice, muy bajo; las palabras no tienen por qué viajar más allá de la distancia entre ellos. Nunca más tendrán que llegar tan lejos, si hace esto bien. Cree que sabe cómo hacer esto bien—. Así que voy a decírtelo una vez, y después no vamos a volver a hablar de ello. —Spock traga saliva—. No hay nadie más como tú, ni nadie a quien desee como te deseo a ti. Nunca lo ha habido, nunca lo habrá. No pido que sea igual por tu parte, pero te lo digo de todos modos. Eso no es algo por lo que tengas que preguntarte, jamás. No estoy diciendo que sea fácil, estoy diciendo que es verdad.

—No… —Otra vez saliva; si fuera cualquier otra persona se estaría rompiendo, probablemente. Lo he hecho bien, piensa Jim—. No tendrás que volver a recordármelo.

—Bien —Desenreda una mano, y la sube hasta la mejilla de Spock. Se siente ridículo, asqueroso. Necesita esto, en cierto sentido—. ¿Es eso por lo que has estado tan raro?

—Tú crees que soy raro todo el tiempo.

—Pero me gusta esa rareza. No me ha gustado esto.

—Entonces, cuando me llamas raro…

—No me malinterpretes, normalmente estoy siendo muy cruel contigo.

—No lo querría de ninguna otra forma —Suena forzado, pero genuino. No lo que Spock cree que debería decir, pero lo que va a decir; se van aprendiendo el uno al otro, de alguna manera.

 

 

 

 

Lleva a Spock consigo en su siguiente misión en la superficie, sonríe educadamente y se come algo que se retuerce, y no consigue mantener del todo la sonrisa en la cara pero Bones emite interferencias cuando lo escupe. Es una pasada. Uhura parece mortalmente ofendida, pero nadie le ha pedido a ella que se coma esa cosa, así que se puede callar la boca. Spock tiene aspecto de Spock, pero Jim lo conoce lo suficientemente bien como para saber que seguramente tiene una regla en contra de que los capitanes se coman y en contra de que no se coman cualquier cosa que se les ofrezca, y que todos ellos las conocerán muy pronto.

La reina lo invita a entrar en su harén, en algún momento a altas horas de la noche. La rechaza, que es algo que no habría hecho hace seis meses. Tenía unos tentáculos increíbles.

Spock lo saca de la lanzadera cogido de la mano; tira de él por los pasillos y hasta el camarote de Jim. Lo empuja contra la puerta y lo besa, profundo y duro y lo suficientemente suave.

Hay una lección que aprender aquí. Jim está casi seguro de que la ha aprendido, y cree que tal vez un día podría dársele bien algo de esto.

 

 

 


Fin

¡Coméntalo aquí!

 

Segunda parte: Mucho más, más que eso