Vuelve a Otras parejas

 

Las miradas de Hugo

Por Asnowyowl
Ubicación iriginal

Traducción: Danvers

Beta: Pescadora de Estigia

Rating: NC-17

 

 

 


Hugo golpeó la cadera contra el hombro de Al.

—Ven afuera conmigo. —Se inclinó más cerca y susurró. Rosie resopló.

—Estamos en mitad de un juego. Al no puede irse.

Al miró el tablero de ajedrez. Estaba a uno o dos movimientos de perder. Demonios, nadie le ganaba a Rosie excepto el tío Ron, y aún así eso era raro. Rosie estaba mirando también el tablero, murmurando en voz baja, así que Al le soltó a Hugo:

—Un minuto.

Éste se meció sobre sus talones, metiendo las manos en los bolsillos, y sonrió. Era una mirada que Al conocía bien. La mirada he-tenido-una-idea-genial. El problema con las geniales ideas de Hugo era que normalmente acababan metiéndoles en problemas. No era que Al no estuviera de acuerdo. Habían sido los mejores amigos desde que podía recordar y habría seguido a Hugo a cualquier lado.

Rosie hizo un movimiento, empujando suavemente su reina sobre una casilla. Levantó la mirada hacia Al, mordiéndose el labio, intentando no sonreír.

Al examinó sus posibles jugadas (todas apestaban a mierda de escreguto) y al final escogió la que acabaría más rápido el juego.

—¡Jaque mate! —Rosie se jactó mientras movía la torre.

Al suspiró desanimado. Se levantó y se pasó una mano por el pelo, haciendo teatro mientras miraba el tablero y negaba con la cabeza. Muchas de las piezas de Rosie estaban aún sobre el tablero. Las de Al estaban en la caja retorciéndose de dolor o yaciendo inmóviles y muertas.

—No sé cómo lo haces, Rosie, pero nunca te veo venir. —Rose sonrió radiante—. He oído que el tío Percy llegará pronto. Apuesto a que puedes ganarle en menos de cinco minutos.

—¿De verdad? ¿Va a venir el tío Percy? Aparte de papá, es mi mejor competidor. —Batió sus palmas y salió corriendo del comedor de La Madriguera, gritando—: Abuelita Weasley, ¿cuándo llega el tío Percy?

Al y Hugo salieron por la puerta de atrás.

—¿Qué pasa? —preguntó Al mientras hacían el matón por el jardín, dispersando a las escandalosas gallinas.

Le encantaba pasar el verano con los abuelos Weasley en La Madriguera, principalmente porque estaba con Hugo. A pesar de que ya tenía diecisiete y estaba a punto de empezar su último curso en Hogwarts, todavía no había nadie en el mundo con quien Al prefiriera pasar el tiempo que con su primo un año menor. Si estaba un poco enamorado de Hugo, bueno, nadie necesitaba saberlo. Y si era más bien un enorme enamoramiento para toda la vida, más que uno pequeño, entonces más razón para mantenerlo en secreto.

Hugo le dirigió su mirada espera-hasta-que-sea-seguro. Le condujo a través del jardín, cruzando el campo, hacia el bosque que había al otro lado, mirando todo el rato hacia atrás, como si esperara que alguien les siguiese. Al intentó preguntarle varias veces a dónde iban o qué gran secreto era ése, pero Hugo sólo le lanzó su mirada cállate-ya.

Cuando alcanzaron su aparente destino, Al casi rió. Una manta estaba colocada sobre el suelo del bosque. Sobre la manta sólo había una cosa: un melón y, por lo que parecía, probablemente era el melón más grande del huerto de La Madriguera.

—Si querías hacer un picnic, no tenías que ponerte tan misterioso. A la abuela no le importa que los cojamos, ya lo sabes.

Hugo miró una vez más sobre su hombro.

—No nos vamos a comer el melón.

—¿Entonces qué? ¿Va a ser algún tipo de broma? ¿Vamos a vengarnos de Lily por el globo de agua de ayer?

—No. No es una broma. —Las orejas de Hugo se pusieron rosas, seguidas por su cuello y finalmente su cara. Sólo se ruborizaba cuando estaba horriblemente avergonzado y, por lo que sabía Al, eso sólo había sucedido dos veces.

—¿Qué demonios pasa, Hugo?

—Teddy me contó algo y quería probarlo. —Hugo se mostraba inquieto, moviendo rápidamente los ojos para todos lados.

—¿Qué? —Dios, ¿tan malo podía ser? Hugo ni siquiera había parpadeado la vez que habían intentado volar con las escobas del colegio hasta Rumanía y los había pillado la Ley de Aplicación Mágica antes de que cruzaran la primera frontera. Y eso que Al casi se había ensuciado cuando había oído las sirenas.

—Esunacosasesual.

—¿Perdona?

Hugo suspiró. Miró a Al a los ojos.

—Es una cosa sobre sexo.

—Oh. —Tan cercanos como eran y nunca habían hecho nada sexual: nunca se habían masturbado en la misma habitación ni sentado hombro con hombro ojeando revistas guarras. Lo más cerca que habían estado era prometer que se contarían el uno al otro la primera conquista, aunque ninguno de los dos había tenido ninguna cita. ¡Gracias a Merlín! Al no quería ni pensar en Hugo teniendo sexo con nadie. Y en lo que a Al se refería, en realidad no estaba interesado en estar con nadie más y se preguntaba si alguna vez lo estaría. Además, su enamoramiento de Hugo impedía que quisiera hacer frente a su primo. Era más fácil fingir que el chico con el que fantaseabas al masturbarte no era tu primo, si no sabías cómo se veía su “equipamiento”.

—¿Qué tipo de cosa sexual?

—Teddy me dijo que se sentía realmente bien follarse un melón, así que quería probarlo. —Los ojos de Hugo se habían estrechado, con la boca cerrada en una fina línea. Ésa era su mirada no-te-atrevas-a-reírte-de-mí.

Al intentó no reírse, realmente lo intentó, pero ¿quién ha oído nunca lo de follarse un melón? Teddy debía de estar cachondeándose. No pudo evitarlo, se rió intentando ocultarlo como si estuviera tosiendo, pero fue inútil. Mientras su risa empeoraba cayó al suelo, carcajeándose y apretándose el estómago. Cuando finalmente recuperó el control, se secó las lágrimas de los ojos y alzó la mirada hacia Hugo.

Éste estaba de pie con los brazos cruzados sobre su pecho, mirándole airadamente. Ésa era su mirada estás-actuando-como-un-niño-de-dos-años.

—No pretendía ser gracioso. Teddy dice que realmente funciona. Dijo que James y él lo probaron y es genial.

¡Maldito fuera! Hugo sabía que el modo seguro de conseguir que Al hiciera algo que no quería hacer era decirle que James lo había hecho antes. Cualquier cosa que James pudiera hacer, Al estaba resuelto a hacerlo y a hacerlo mejor. Aunque no estaba exactamente seguro de cómo se suponía que iba a follarse un melón mejor que su hermano, pero estaba malditamente seguro de que iba a descubrirlo. Se sentó sobre la manta.

—Perdona. Es que ha sonado un poco raro. —Se encogió de hombros y empujó el melón suavemente con la punta de su zapato—. Al menos no es una cabra.

Hugo se rió.

Al se unió a él, aunque sus costados aún dolían de su anterior desbordante ataque de risa. El recuerdo del escándalo Lorcan/Lysander/Niblets nunca fallaba para alegrar cualquier ambiente. Demonios, el tío Percy podría estar yaciendo en su lecho de muerte, y si alguien dijera: “cabra”, la habitación entera estaría partiéndose de la risa.

Hugo paró bruscamente de reír.

—No estoy bromeando, Al, quiero hacer esto.

—¿Estás seguro? Nunca hemos hecho nada sexual antes. ¿No crees que sería algo raro?

—No es como si estuviéramos teniendo sexo el uno con el otro. —Los ojos de Hugo centellearon con su mirada perro-apaleado—. Simplemente usando el mismo accesorio. No tenemos que tocarnos ni nada. Teddy dijo que si había dos agujeros y dos penes, se crea algún tipo de efecto de succión, sobre todo si logramos dar con un ritmo. —Su cara llameaba en rojo de nuevo y se aclaró la garganta—. Si yo empujo hacia fuera y tú hacia dentro debe causar un vacío. —Hizo una seña con la mano en el aire—. Sólo tenemos que probar y ver si podemos calcularlo.

Merlín, eso era como una fantasía hecha realidad y una pesadilla recurrente, todo en uno. ¿Cómo se suponía que iba a mantener su enamoramiento en secreto si iban a estar desnudos juntos, si iban a estar follándose la misma fruta? Pero esto era por Hugo y él haría cualquier cosa por Hugo. Merlín, su polla ya estaba llenándose rápidamente sólo con la idea de hacer algo parecido al sexo con él.

—Está bien. Lo probamos una vez, pero si esto cambia nuestra amistad lo más mínimo, voy a matar a Teddy.

Hugo sonrió.

—No te arrepentirás, te lo prometo. —Empezó a bajarse la cremallera de los pantalones, sus ojos evitando los de Al.

—Así... ¿qué? ¿Simplemente, ya sabes, nos bajamos la cremallera y la sacamos? —Al rogó a los dioses que fuese todo lo que tuvieran que hacer. Si la erección de Hugo estaba tan sólo asomando fuera de sus pantalones, podía no tener que encontrarse con ella personalmente.

—Vamos a usar un melón. Creo que es un poco sucio. —Hugo asintió con la cabeza—. En pelotas.

—¿En pelotas?

En lugar de contestar, Hugo se bajó los pantalones y los calzoncillos para luego levantar su camiseta y quitársela.

La mirada de Al se movió rápidamente por el cuerpo desnudo de su primo. Hugo era tan magnífico como había imaginado que era: lechosa piel blanca que resaltaba sus pecas, un maravilloso reguero pelirrojo que llevaba a un pene, que era más largo y delgado que el suyo. Esa erección quedó fuera, dura y orgullosa, con un poco de líquido preseminal brillando en la ranura. Al pensó en su gorda polla, más corta y gruesa, colocada sobre un enredo de rizos negros. Parecía mucho menos que lo que Hugo tenía.

—Vamos, desenvaina tu equipo, después podremos preparar el melón. Tendrás que hacer toda la magia, ya que yo aún no tengo la edad.

Las manos de Al temblaron mientras se arrancaba la ropa. Se sonrojó cuando Hugo ojeó su polla y dijo:

—Buen paquete.

Puesto que no sabía qué se suponía que tenía que decir cuando su deseado primo le hacía un cumplido a su polla, Al sencillamente le llamó gilipollas.

Hugo rió y le pasó el gran melón.

—Necesitamos dos agujeros y luego un hechizo de calentamiento, ¿vale?

Los hechizos taladradores para hacer los agujeros eran bastante fáciles. Al colocó las aberturas en lados opuestos del melón, pero descentrados para que sus pollas no hicieran contacto accidentalmente dentro de la fruta.

—¿Cómo de caliente?

—Más que la temperatura corporal, pero no tanto como para quemar.

Al lanzó varios hechizos de calor en el melón, probando con los dedos después de cada uno, sintiendo la carne interior calentándose con cada conjuro. ¿Quién iba a decir que la pulpa caliente de un melón se sentiría tan erótica? Finalmente, calculó que era una buena temperatura. Asintió.

Hugo mostró su arrogante sonrisa sé-que-estás-incómodo-pero-yo-no.

—Estamos preparados para follar.

Al gimió. Menos mal que Hugo no sabía lo preparado que estaba para follárselo.

—Sujetamos el melón, hincamos las pollas dentro y vamos a ello, ¿sí? —dijo Hugo.

—Supongo. Es idea tuya, después de todo. —Asegurándose de que sus manos estaban lo suficientemente lejos de Hugo para que sus dedos no se rozaran, Al ayudó a sujetar el melón a la altura de sus pollas.

—Voy a contar hasta tres y empujamos juntos, ¿vale?

Al asintió. Echó un vistazo al pene de Hugo. El problema era que, una vez que su mirada estuvo en él, no había modo de que fuera capaz de mirar a otro lado.

—Uno.

Las caderas de Al dieron un pequeño tirón.

—Dos.

Esta vez fue la polla de Hugo la que dio el tirón.

Al gimió.

—Tres.

Al empezó un poco más tarde que Hugo a empujar en el melón, pero se perdonó a sí mismo. Después de todo, había sido muy importante observar cómo la polla de su primo se deslizaba suavemente dentro de la fruta.

El interior del melón era cálido, húmedo, baboso y jodidamente perfecto. Al empujó unas pocas veces, olvidando su vergüenza al estar desnudo con Hugo, olvidando que estaba follándose un melón, olvidando que se suponía que tenían que encontrar algún tipo de ritmo. La carne del melón presionaba contra su polla, clavándose, pegándose y luego separándose. Era increíble, como si estuviera excavando túneles a través de la cálida pulpa que se volvía a cerrar a su alrededor. Echó un vistazo a Hugo, preguntándose si sentiría lo mismo, pero fue un error. Hugo estaba mirándole directamente a él, con las pupilas dilatadas y la boca ligeramente abierta. Parecía la personificación del sexo… Al, perfecto Dios del sexo (y ésa era sin duda una imagen que nunca había visto en Hugo). Cerró los ojos antes de perderse totalmente.

Apenas había encontrado un buen ritmo, saliendo y entrando de nuevo, moviendo las caderas, golpeando la maldita fruta, cuando el melón se movió y algo bastante más duro que la pulpa golpeó su polla. Tenía que ser el pene de Hugo a menos que alguna serpiente traicionera se hubiera deslizado de algún modo dentro del melón… una serpiente caliente y dura que se deslizaba insistentemente contra su erección.

Al abrió los ojos para ver a Hugo mirándole fijamente, con su mirada te-reto-a-decir-que-esto-está-mal en su rostro.

—¿Se siente bien, verdad?

—Sip. —Joder. Si Hugo quería jugar ese juego, Al aprovecharía la ocasión. Se movió para que su polla entrara en el melón inclinada hacia Hugo. La nueva posición les permitía deslizarse el uno contra el otro en caricias más largas, recorriendo sus respectivas longitudes, al menos tan lejos como permitía el melón.

—¿Lo tienes bien agarrado? —jadeó Hugo.

—¿Qué?

—Si suelto el melón, ¿podrás cogerlo tú solo?

Al perdió el ritmo con la conversación y por la sensación, Hugo también. ¿En qué demonios estaba, de todas formas?

—Sip. Puedo sostenerlo. ¿Por qué?

—Lo voy a soltar.

Al movió sus manos hacia la mitad justo cuando las de Hugo resbalaron. Estaba pensando en lo vago que era su mejor amigo para hacerle sujetar a él solo el melón, cuando su primo envolvió su cintura con sus brazos, empujándoles a ambos más apretados al melón, dándole a Hugo más palanca. Sus pollas se deslizaban, chocaban y continuaban empujándose una contra la otra. Al adoraba la sensación de sentir otra polla cerca de la suya, adoraba que fuese la de Hugo. El calor se estaba creando en su bajo vientre, pero no lo suficientemente rápido, no lo suficiente para que pudiera sobrepasar su límite. Necesitaba más. Más presión, más contacto, más Hugo. Arrancó su mirada de donde había estado fijada en el melón y las dos pollas bombeando dentro y fuera, buscando el rostro de Hugo, sin saber cómo decir lo que necesitaba. ¿Y si todo era parte del juego del melón? ¿Y si no significada nada porque había una caliente pieza de fruta entre ellos?

Los ojos de Hugo estaban cerrados, la boca apretada en una delgada línea, con el sudor goteando en su frente y luego deslizándose sobre su larga nariz. Ésa era otra mirada que Al nunca había visto antes, pero una de la que esperaba volver a ser testigo, muchas, muchas más veces.

Todavía estaba esforzándose en encontrar las palabras adecuadas para decirle a Hugo que quería eso sin la barrera de la fruta, cuando su primo empujó aún más fuerte estrechando su cuerpo contra el melón por un lado, empujando a Al violentamente contra él por el otro. El melón reventó bajo la presión. Pulpa, semillas y corteza salpicaron a su alrededor, sobre ellos. Los dos perdieron el equilibrio y cayeron sobre el suelo: Al sobre un costado con Hugo desparramado sobre él.

Con un gruñido, Hugo se levantó y echó a Al sobre su estómago. Manos pegajosas agarraron la cintura de Al y le elevaron, forzando su culo en el aire. Antes de que Al pudiera preguntarse qué estaba pasando, sus nalgas fueron apartadas y algo cálido y flexible estaba lamiendo su fruncido agujero.

—Dios, Hugo, ¿eso es tu lengua?

—Mmm.

Durante un loco momento, Al pensó que quizás había acabado con fruta salpicada ahí abajo y que Hugo estaba limpiándola (después de todo, a su primo siempre le había gustado comer), pero ésa era una idea estúpida. Hugo no estaba lamiendo su culo para limpiar los restos de melón, eso era un tema sexual y Al lo adoraba. Se empujó hacia esa lengua, esperando expresar cómo se sentía sin abrir la boca realmente.

Hugo pareció entenderlo, porque sus dedos escarbaron entre sus nalgas, intentando abrirlas más. Al sintió su impresionante nariz hurgando más profundamente, sintió cómo su lengua golpeaba en su agujero, contra su cuerpo. Lo más maravilloso era que parecía ir al grano porque sus dedos se clavaron en las nalgas de Al, intentando separarlas más. Al sintió la impresionante nariz de Hugo excavando más profundo, notando cómo su lengua golpeaba dentro de su agujero, dentro de su cuerpo. Lo más asombroso, sin embargo, era lo mucho que parecía Hugo estar disfrutando de su tarea. Murmuraba y gemía del modo en que lo hacía cuando estaba comiendo un pudding especialmente bueno.

—Dios, Hugo, no pares.

—No voy a parar nunca. Te deseaba desde hacía mucho tiempo. Quería probarte —dijo Hugo apartando su cara sólo lo suficiente para hablar.

¿Hugo le había deseado? ¿Desde hacía mucho? Al empujó las caderas hacia atrás buscando más y más profundidad, gimiendo el nombre de Hugo e incluso dijo algo sobre el amor, cosa que podría o no admitir más tarde.

De todos modos Hugo tuvo que oírle, porque Al fue girado bruscamente y su primo estaba encima de él, cubriendo su cuerpo, haciendo que su piel llameara y su corazón latiera. Hugo enterró sus dedos en el pelo de Al y se sumergió en sus labios, uniéndose con un choque de dientes. A Al no le importaba el dolor o que hubiera mucha saliva, porque era la boca de Hugo y eso no podía ser sino perfecto.

—¿Me quieres? —preguntó Hugo entre mordisqueos a los labios de Al—. ¿Me quieres de verdad?

Al envolvió sus brazos alrededor de la cintura de su primo apretándole más cerca, situando su rostro en la unión de su hombro y cuello, apretujando su polla contra el pronunciado hueso de su cadera y gimió como si un fuego danzara a través de su vientre.

—Te quiero. Te quiero tanto —dijo antes de que su cerebro pudiera ponerse al día con los acontecimientos.

Hugo se elevó sobre sus codos y bajó la mirada hacia Al. Le dirigió su mirada más-te-vale-creer-que-voy-en-serio, pero no dijo nada. En vez de eso, asintió y movió las caderas, descendiendo de nuevo hacia él, sus pollas alineadas, duras y pegajosas de melón. Y entonces empezó a empujar, ladeando las caderas, apretando su erección contra la de Al, resoplando bruscamente el aliento contra su rostro.

—Tan bueno. Tan jodidamente bueno.

Al cogió el ritmo de Hugo, animando sus caderas al tiempo que las de su primo y manteniendo los ojos fijos en él. Estaba viendo muchas expresiones nuevas. Quería catalogarlas todas en caso de que eso nunca volviera a suceder. Sus pollas temblaron la una contra la otra, el seco melón volviéndose pegajoso y áspero contra la tierna piel pero a pesar de la incomodidad, Al no se detendría, no quería que Hugo se detuviera, quería que esa sensación continuara sin parar.

Pero Hugo paró.

—Sólo necesito… —dijo. Se incorporó, miró alrededor, agarró un puñado de pulpa del melón y lo dejó caer sobre sus pollas. Sonrió —. Ahí. Así debería ser mejor. ¿Te importa si nos besamos otra vez?

Al negó con la cabeza. Demonios, no, no le importaba. Entonces empezaron a moverse a la vez: caderas empujando, pollas encontrándose en pulpa viscosa, las bocas conectadas, las lenguas precipitándose, lamiendo y probando. Al envolvió sus piernas y brazos alrededor de Hugo, empujándole más cerca, atrapando sus erecciones muy apretadas entre sus cuerpos.

Empujó inquieto, tan cerca de liberarse, deseando verter su semilla, pero sin querer que el momento acabara. Eludió esa delgada línea entre el demasiado y la culminación, esperando tan sólo un poco más.

—Yo también te quiero —dijo Hugo, las palabras surgiendo en un gemido.

Al alcanzó la cima del placer. Gritó el nombre de Hugo mientras su polla palpitaba mezclando su semen con melón y sudor.

Hugo lanzó su cabeza hacia atrás gimiendo. Su rostro se parecía al de aquella vez cuando se cayó de un manzano y se había roto la pierna unos años atrás. Excepto que Al sabía que esta vez no era por dolor. Hugo empujó una, dos veces y luego añadió su semilla a la mezcolanza entre ellos.

Después de varias respiraciones jadeantes y un pequeño beso o dos, Hugo se quitó de encima de Albus, pero mantuvo sus cuerpos apretados estrechamente juntos.

Al delineó sus dedos sobre el rostro de Hugo, notando los ojos medio cerrados, los músculos relajados, labios curvados en una pequeña sonrisa. De todas sus expresiones, Al estaba seguro de que ésta de recién-follado iba a ser su preferida con diferencia.



 

FIN

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