Hugo golpeó la cadera contra el hombro de Al.
—Ven
afuera conmigo. —Se inclinó más cerca y
susurró. Rosie resopló.
—Estamos
en mitad de un juego. Al no puede irse.
Al
miró el tablero de ajedrez. Estaba a uno o dos movimientos
de perder. Demonios, nadie le ganaba a Rosie excepto el tío
Ron, y aún así eso era raro. Rosie estaba mirando
también el tablero, murmurando en voz baja, así
que Al le soltó a Hugo:
—Un
minuto.
Éste
se meció sobre sus talones, metiendo las manos en los
bolsillos, y sonrió. Era una mirada que Al conocía
bien. La mirada he-tenido-una-idea-genial. El problema
con las geniales ideas de Hugo era que normalmente acababan
metiéndoles en problemas. No era que Al no estuviera
de acuerdo. Habían sido los mejores amigos desde que
podía recordar y habría seguido a Hugo a cualquier
lado.
Rosie
hizo un movimiento, empujando suavemente su reina sobre una
casilla. Levantó la mirada hacia Al, mordiéndose
el labio, intentando no sonreír.
Al
examinó sus posibles jugadas (todas apestaban a mierda
de escreguto) y al final escogió la que acabaría
más rápido el juego.
—¡Jaque
mate! —Rosie se jactó mientras movía la
torre.
Al
suspiró desanimado. Se levantó y se pasó
una mano por el pelo, haciendo teatro mientras miraba el tablero
y negaba con la cabeza. Muchas de las piezas de Rosie estaban
aún sobre el tablero. Las de Al estaban en la caja retorciéndose
de dolor o yaciendo inmóviles y muertas.
—No
sé cómo lo haces, Rosie, pero nunca te veo venir.
—Rose sonrió radiante—. He oído que
el tío Percy llegará pronto. Apuesto a que puedes
ganarle en menos de cinco minutos.
—¿De
verdad? ¿Va a venir el tío Percy? Aparte de papá,
es mi mejor competidor. —Batió sus palmas y salió
corriendo del comedor de La Madriguera, gritando—: Abuelita
Weasley, ¿cuándo llega el tío Percy?
Al
y Hugo salieron por la puerta de atrás.
—¿Qué
pasa? —preguntó Al mientras hacían el matón
por el jardín, dispersando a las escandalosas gallinas.
Le
encantaba pasar el verano con los abuelos Weasley en La Madriguera,
principalmente porque estaba con Hugo. A pesar de que ya tenía
diecisiete y estaba a punto de empezar su último curso
en Hogwarts, todavía no había nadie en el mundo
con quien Al prefiriera pasar el tiempo que con su primo un
año menor. Si estaba un poco enamorado de Hugo, bueno,
nadie necesitaba saberlo. Y si era más bien un enorme
enamoramiento para toda la vida, más que uno pequeño,
entonces más razón para mantenerlo en secreto.
Hugo
le dirigió su mirada espera-hasta-que-sea-seguro.
Le condujo a través del jardín, cruzando el campo,
hacia el bosque que había al otro lado, mirando todo
el rato hacia atrás, como si esperara que alguien les
siguiese. Al intentó preguntarle varias veces a dónde
iban o qué gran secreto era ése, pero Hugo sólo
le lanzó su mirada cállate-ya.
Cuando
alcanzaron su aparente destino, Al casi rió. Una manta
estaba colocada sobre el suelo del bosque. Sobre la manta sólo
había una cosa: un melón y, por lo que parecía,
probablemente era el melón más grande del huerto
de La Madriguera.
—Si
querías hacer un picnic, no tenías que ponerte
tan misterioso. A la abuela no le importa que los cojamos, ya
lo sabes.
Hugo
miró una vez más sobre su hombro.
—No
nos vamos a comer el melón.
—¿Entonces
qué? ¿Va a ser algún tipo de broma? ¿Vamos
a vengarnos de Lily por el globo de agua de ayer?
—No.
No es una broma. —Las orejas de Hugo se pusieron rosas,
seguidas por su cuello y finalmente su cara. Sólo se
ruborizaba cuando estaba horriblemente avergonzado y, por lo
que sabía Al, eso sólo había sucedido dos
veces.
—¿Qué
demonios pasa, Hugo?
—Teddy
me contó algo y quería probarlo. —Hugo se
mostraba inquieto, moviendo rápidamente los ojos para
todos lados.
—¿Qué?
—Dios, ¿tan malo podía ser? Hugo ni siquiera
había parpadeado la vez que habían intentado volar
con las escobas del colegio hasta Rumanía y los había
pillado la Ley de Aplicación Mágica antes de que
cruzaran la primera frontera. Y eso que Al casi se había
ensuciado cuando había oído las sirenas.
—Esunacosasesual.
—¿Perdona?
Hugo
suspiró. Miró a Al a los ojos.
—Es
una cosa sobre sexo.
—Oh.
—Tan cercanos como eran y nunca habían hecho nada
sexual: nunca se habían masturbado en la misma habitación
ni sentado hombro con hombro ojeando revistas guarras. Lo más
cerca que habían estado era prometer que se contarían
el uno al otro la primera conquista, aunque ninguno de los dos
había tenido ninguna cita. ¡Gracias a Merlín!
Al no quería ni pensar en Hugo teniendo sexo con nadie.
Y en lo que a Al se refería, en realidad no estaba interesado
en estar con nadie más y se preguntaba si alguna vez
lo estaría. Además, su enamoramiento de Hugo impedía
que quisiera hacer frente a su primo. Era más fácil
fingir que el chico con el que fantaseabas al masturbarte no
era tu primo, si no sabías cómo se veía
su “equipamiento”.
—¿Qué
tipo de cosa sexual?
—Teddy
me dijo que se sentía realmente bien follarse un melón,
así que quería probarlo. —Los ojos de Hugo
se habían estrechado, con la boca cerrada en una fina
línea. Ésa era su mirada no-te-atrevas-a-reírte-de-mí.
Al
intentó no reírse, realmente lo intentó,
pero ¿quién ha oído nunca lo de follarse
un melón? Teddy debía de estar cachondeándose.
No pudo evitarlo, se rió intentando ocultarlo como si
estuviera tosiendo, pero fue inútil. Mientras su risa
empeoraba cayó al suelo, carcajeándose y apretándose
el estómago. Cuando finalmente recuperó el control,
se secó las lágrimas de los ojos y alzó
la mirada hacia Hugo.
Éste
estaba de pie con los brazos cruzados sobre su pecho, mirándole
airadamente. Ésa era su mirada estás-actuando-como-un-niño-de-dos-años.
—No
pretendía ser gracioso. Teddy dice que realmente funciona.
Dijo que James y él lo probaron y es genial.
¡Maldito
fuera! Hugo sabía que el modo seguro de conseguir que
Al hiciera algo que no quería hacer era decirle que James
lo había hecho antes. Cualquier cosa que James pudiera
hacer, Al estaba resuelto a hacerlo y a hacerlo mejor. Aunque
no estaba exactamente seguro de cómo se suponía
que iba a follarse un melón mejor que su hermano, pero
estaba malditamente seguro de que iba a descubrirlo. Se sentó
sobre la manta.
—Perdona.
Es que ha sonado un poco raro. —Se encogió de hombros
y empujó el melón suavemente con la punta de su
zapato—. Al menos no es una cabra.
Hugo
se rió.
Al
se unió a él, aunque sus costados aún dolían
de su anterior desbordante ataque de risa. El recuerdo del escándalo
Lorcan/Lysander/Niblets nunca fallaba para alegrar cualquier
ambiente. Demonios, el tío Percy podría estar
yaciendo en su lecho de muerte, y si alguien dijera: “cabra”,
la habitación entera estaría partiéndose
de la risa.
Hugo
paró bruscamente de reír.
—No
estoy bromeando, Al, quiero hacer esto.
—¿Estás
seguro? Nunca hemos hecho nada sexual antes. ¿No crees
que sería algo raro?
—No
es como si estuviéramos teniendo sexo el uno con el otro.
—Los ojos de Hugo centellearon con su mirada perro-apaleado—.
Simplemente usando el mismo accesorio. No tenemos que tocarnos
ni nada. Teddy dijo que si había dos agujeros y dos penes,
se crea algún tipo de efecto de succión, sobre
todo si logramos dar con un ritmo. —Su cara llameaba en
rojo de nuevo y se aclaró la garganta—. Si yo empujo
hacia fuera y tú hacia dentro debe causar un vacío.
—Hizo una seña con la mano en el aire—. Sólo
tenemos que probar y ver si podemos calcularlo.
Merlín,
eso era como una fantasía hecha realidad y una pesadilla
recurrente, todo en uno. ¿Cómo se suponía
que iba a mantener su enamoramiento en secreto si iban a estar
desnudos juntos, si iban a estar follándose la misma
fruta? Pero esto era por Hugo y él haría cualquier
cosa por Hugo. Merlín, su polla ya estaba llenándose
rápidamente sólo con la idea de hacer algo parecido
al sexo con él.
—Está
bien. Lo probamos una vez, pero si esto cambia nuestra amistad
lo más mínimo, voy a matar a Teddy.
Hugo
sonrió.
—No
te arrepentirás, te lo prometo. —Empezó
a bajarse la cremallera de los pantalones, sus ojos evitando
los de Al.
—Así...
¿qué? ¿Simplemente, ya sabes, nos bajamos
la cremallera y la sacamos? —Al rogó a los dioses
que fuese todo lo que tuvieran que hacer. Si la erección
de Hugo estaba tan sólo asomando fuera de sus pantalones,
podía no tener que encontrarse con ella personalmente.
—Vamos
a usar un melón. Creo que es un poco sucio. —Hugo
asintió con la cabeza—. En pelotas.
—¿En
pelotas?
En
lugar de contestar, Hugo se bajó los pantalones y los
calzoncillos para luego levantar su camiseta y quitársela.
La
mirada de Al se movió rápidamente por el cuerpo
desnudo de su primo. Hugo era tan magnífico como había
imaginado que era: lechosa piel blanca que resaltaba sus pecas,
un maravilloso reguero pelirrojo que llevaba a un pene, que
era más largo y delgado que el suyo. Esa erección
quedó fuera, dura y orgullosa, con un poco de líquido
preseminal brillando en la ranura. Al pensó en su gorda
polla, más corta y gruesa, colocada sobre un enredo de
rizos negros. Parecía mucho menos que lo que Hugo tenía.
—Vamos,
desenvaina tu equipo, después podremos preparar el melón.
Tendrás que hacer toda la magia, ya que yo aún
no tengo la edad.
Las
manos de Al temblaron mientras se arrancaba la ropa. Se sonrojó
cuando Hugo ojeó su polla y dijo:
—Buen
paquete.
Puesto
que no sabía qué se suponía que tenía
que decir cuando su deseado primo le hacía un cumplido
a su polla, Al sencillamente le llamó gilipollas.
Hugo
rió y le pasó el gran melón.
—Necesitamos
dos agujeros y luego un hechizo de calentamiento, ¿vale?
Los
hechizos taladradores para hacer los agujeros eran bastante
fáciles. Al colocó las aberturas en lados opuestos
del melón, pero descentrados para que sus pollas no hicieran
contacto accidentalmente dentro de la fruta.
—¿Cómo
de caliente?
—Más
que la temperatura corporal, pero no tanto como para quemar.
Al
lanzó varios hechizos de calor en el melón, probando
con los dedos después de cada uno, sintiendo la carne
interior calentándose con cada conjuro. ¿Quién
iba a decir que la pulpa caliente de un melón se sentiría
tan erótica? Finalmente, calculó que era una buena
temperatura. Asintió.
Hugo
mostró su arrogante sonrisa sé-que-estás-incómodo-pero-yo-no.
—Estamos
preparados para follar.
Al
gimió. Menos mal que Hugo no sabía lo preparado
que estaba para follárselo.
—Sujetamos
el melón, hincamos las pollas dentro y vamos a ello,
¿sí? —dijo Hugo.
—Supongo.
Es idea tuya, después de todo. —Asegurándose
de que sus manos estaban lo suficientemente lejos de Hugo para
que sus dedos no se rozaran, Al ayudó a sujetar el melón
a la altura de sus pollas.
—Voy
a contar hasta tres y empujamos juntos, ¿vale?
Al
asintió. Echó un vistazo al pene de Hugo. El problema
era que, una vez que su mirada estuvo en él, no había
modo de que fuera capaz de mirar a otro lado.
—Uno.
Las
caderas de Al dieron un pequeño tirón.
—Dos.
Esta
vez fue la polla de Hugo la que dio el tirón.
Al
gimió.
—Tres.
Al
empezó un poco más tarde que Hugo a empujar en
el melón, pero se perdonó a sí mismo. Después
de todo, había sido muy importante observar cómo
la polla de su primo se deslizaba suavemente dentro de la fruta.
El
interior del melón era cálido, húmedo,
baboso y jodidamente perfecto. Al empujó unas pocas veces,
olvidando su vergüenza al estar desnudo con Hugo, olvidando
que estaba follándose un melón, olvidando que
se suponía que tenían que encontrar algún
tipo de ritmo. La carne del melón presionaba contra su
polla, clavándose, pegándose y luego separándose.
Era increíble, como si estuviera excavando túneles
a través de la cálida pulpa que se volvía
a cerrar a su alrededor. Echó un vistazo a Hugo, preguntándose
si sentiría lo mismo, pero fue un error. Hugo estaba
mirándole directamente a él, con las pupilas dilatadas
y la boca ligeramente abierta. Parecía la personificación
del sexo… Al, perfecto Dios del sexo (y ésa era
sin duda una imagen que nunca había visto en Hugo). Cerró
los ojos antes de perderse totalmente.
Apenas
había encontrado un buen ritmo, saliendo y entrando de
nuevo, moviendo las caderas, golpeando la maldita fruta, cuando
el melón se movió y algo bastante más duro
que la pulpa golpeó su polla. Tenía que ser el
pene de Hugo a menos que alguna serpiente traicionera se hubiera
deslizado de algún modo dentro del melón…
una serpiente caliente y dura que se deslizaba insistentemente
contra su erección.
Al
abrió los ojos para ver a Hugo mirándole fijamente,
con su mirada te-reto-a-decir-que-esto-está-mal en
su rostro.
—¿Se
siente bien, verdad?
—Sip.
—Joder. Si Hugo quería jugar ese juego, Al aprovecharía
la ocasión. Se movió para que su polla entrara
en el melón inclinada hacia Hugo. La nueva posición
les permitía deslizarse el uno contra el otro en caricias
más largas, recorriendo sus respectivas longitudes, al
menos tan lejos como permitía el melón.
—¿Lo
tienes bien agarrado? —jadeó Hugo.
—¿Qué?
—Si
suelto el melón, ¿podrás cogerlo tú
solo?
Al
perdió el ritmo con la conversación y por la sensación,
Hugo también. ¿En qué demonios estaba,
de todas formas?
—Sip.
Puedo sostenerlo. ¿Por qué?
—Lo
voy a soltar.
Al
movió sus manos hacia la mitad justo cuando las de Hugo
resbalaron. Estaba pensando en lo vago que era su mejor amigo
para hacerle sujetar a él solo el melón, cuando
su primo envolvió su cintura con sus brazos, empujándoles
a ambos más apretados al melón, dándole
a Hugo más palanca. Sus pollas se deslizaban, chocaban
y continuaban empujándose una contra la otra. Al adoraba
la sensación de sentir otra polla cerca de la suya, adoraba
que fuese la de Hugo. El calor se estaba creando en su bajo
vientre, pero no lo suficientemente rápido, no lo suficiente
para que pudiera sobrepasar su límite. Necesitaba más.
Más presión, más contacto, más Hugo.
Arrancó su mirada de donde había estado fijada
en el melón y las dos pollas bombeando dentro y fuera,
buscando el rostro de Hugo, sin saber cómo decir lo que
necesitaba. ¿Y si todo era parte del juego del melón?
¿Y si no significada nada porque había una caliente
pieza de fruta entre ellos?
Los
ojos de Hugo estaban cerrados, la boca apretada en una delgada
línea, con el sudor goteando en su frente y luego deslizándose
sobre su larga nariz. Ésa era otra mirada que Al nunca
había visto antes, pero una de la que esperaba volver
a ser testigo, muchas, muchas más veces.
Todavía
estaba esforzándose en encontrar las palabras adecuadas
para decirle a Hugo que quería eso sin la barrera de
la fruta, cuando su primo empujó aún más
fuerte estrechando su cuerpo contra el melón por un lado,
empujando a Al violentamente contra él por el otro. El
melón reventó bajo la presión. Pulpa, semillas
y corteza salpicaron a su alrededor, sobre ellos. Los dos perdieron
el equilibrio y cayeron sobre el suelo: Al sobre un costado
con Hugo desparramado sobre él.
Con
un gruñido, Hugo se levantó y echó a Al
sobre su estómago. Manos pegajosas agarraron la cintura
de Al y le elevaron, forzando su culo en el aire. Antes de que
Al pudiera preguntarse qué estaba pasando, sus nalgas
fueron apartadas y algo cálido y flexible estaba lamiendo
su fruncido agujero.
—Dios,
Hugo, ¿eso es tu lengua?
—Mmm.
Durante
un loco momento, Al pensó que quizás había
acabado con fruta salpicada ahí abajo y que Hugo estaba
limpiándola (después de todo, a su primo siempre
le había gustado comer), pero ésa era una idea
estúpida. Hugo no estaba lamiendo su culo para limpiar
los restos de melón, eso era un tema sexual y Al lo adoraba.
Se empujó hacia esa lengua, esperando expresar cómo
se sentía sin abrir la boca realmente.
Hugo
pareció entenderlo, porque sus dedos escarbaron entre
sus nalgas, intentando abrirlas más. Al sintió
su impresionante nariz hurgando más profundamente, sintió
cómo su lengua golpeaba en su agujero, contra su cuerpo.
Lo más maravilloso era que parecía ir al grano
porque sus dedos se clavaron en las nalgas de Al, intentando
separarlas más. Al sintió la impresionante nariz
de Hugo excavando más profundo, notando cómo su
lengua golpeaba dentro de su agujero, dentro de su cuerpo. Lo
más asombroso, sin embargo, era lo mucho que parecía
Hugo estar disfrutando de su tarea. Murmuraba y gemía
del modo en que lo hacía cuando estaba comiendo un pudding
especialmente bueno.
—Dios,
Hugo, no pares.
—No
voy a parar nunca. Te deseaba desde hacía mucho tiempo.
Quería probarte —dijo Hugo apartando su cara sólo
lo suficiente para hablar.
¿Hugo
le había deseado? ¿Desde hacía mucho? Al
empujó las caderas hacia atrás buscando más
y más profundidad, gimiendo el nombre de Hugo e incluso
dijo algo sobre el amor, cosa que podría o no admitir
más tarde.
De
todos modos Hugo tuvo que oírle, porque Al fue girado
bruscamente y su primo estaba encima de él, cubriendo
su cuerpo, haciendo que su piel llameara y su corazón
latiera. Hugo enterró sus dedos en el pelo de Al y se
sumergió en sus labios, uniéndose con un choque
de dientes. A Al no le importaba el dolor o que hubiera mucha
saliva, porque era la boca de Hugo y eso no podía ser
sino perfecto.
—¿Me
quieres? —preguntó Hugo entre mordisqueos a los
labios de Al—. ¿Me quieres de verdad?
Al
envolvió sus brazos alrededor de la cintura de su primo
apretándole más cerca, situando su rostro en la
unión de su hombro y cuello, apretujando su polla contra
el pronunciado hueso de su cadera y gimió como si un
fuego danzara a través de su vientre.
—Te
quiero. Te quiero tanto —dijo antes de que su cerebro
pudiera ponerse al día con los acontecimientos.
Hugo
se elevó sobre sus codos y bajó la mirada hacia
Al. Le dirigió su mirada más-te-vale-creer-que-voy-en-serio,
pero no dijo nada. En vez de eso, asintió y movió
las caderas, descendiendo de nuevo hacia él, sus pollas
alineadas, duras y pegajosas de melón. Y entonces empezó
a empujar, ladeando las caderas, apretando su erección
contra la de Al, resoplando bruscamente el aliento contra su
rostro.
—Tan
bueno. Tan jodidamente bueno.
Al
cogió el ritmo de Hugo, animando sus caderas al tiempo
que las de su primo y manteniendo los ojos fijos en él.
Estaba viendo muchas expresiones nuevas. Quería catalogarlas
todas en caso de que eso nunca volviera a suceder. Sus pollas
temblaron la una contra la otra, el seco melón volviéndose
pegajoso y áspero contra la tierna piel pero a pesar
de la incomodidad, Al no se detendría, no quería
que Hugo se detuviera, quería que esa sensación
continuara sin parar.
Pero
Hugo paró.
—Sólo
necesito… —dijo. Se incorporó, miró
alrededor, agarró un puñado de pulpa del melón
y lo dejó caer sobre sus pollas. Sonrió —.
Ahí. Así debería ser mejor. ¿Te
importa si nos besamos otra vez?
Al
negó con la cabeza. Demonios, no, no le importaba. Entonces
empezaron a moverse a la vez: caderas empujando, pollas encontrándose
en pulpa viscosa, las bocas conectadas, las lenguas precipitándose,
lamiendo y probando. Al envolvió sus piernas y brazos
alrededor de Hugo, empujándole más cerca, atrapando
sus erecciones muy apretadas entre sus cuerpos.
Empujó
inquieto, tan cerca de liberarse, deseando verter su semilla,
pero sin querer que el momento acabara. Eludió esa delgada
línea entre el demasiado y la culminación, esperando
tan sólo un poco más.
—Yo
también te quiero —dijo Hugo, las palabras surgiendo
en un gemido.
Al
alcanzó la cima del placer. Gritó el nombre de
Hugo mientras su polla palpitaba mezclando su semen con melón
y sudor.
Hugo
lanzó su cabeza hacia atrás gimiendo. Su rostro
se parecía al de aquella vez cuando se cayó de
un manzano y se había roto la pierna unos años
atrás. Excepto que Al sabía que esta vez no era
por dolor. Hugo empujó una, dos veces y luego añadió
su semilla a la mezcolanza entre ellos.
Después
de varias respiraciones jadeantes y un pequeño beso o
dos, Hugo se quitó de encima de Albus, pero mantuvo sus
cuerpos apretados estrechamente juntos.
Al
delineó sus dedos sobre el rostro de Hugo, notando los
ojos medio cerrados, los músculos relajados, labios curvados
en una pequeña sonrisa. De todas sus expresiones, Al
estaba seguro de que ésta de recién-follado
iba a ser su preferida con diferencia.