Diez y
treinta y tres de la mañana. Estaba seguro que, finalmente,
ese reloj medieval del Ministerio finalmente había pasado a
mejor vida desde que yo había llegado. Había muerto
de aburrimiento, probablemente. Sentí que también quería
expirar como él, en compasión.
Había
alcanzado el punto inevitable de la mañana en que me encontraba
bostezando y maldiciendo mentalmente a Hermione, a conciencia, para
mantenerme despierto. Era culpa suya que yo estuviese atrapado allí,
cambiando el culo de posición, incómodo, mientras éste
se adormecía y yo trataba de parecer remotamente interesado
en el zumbido del viejo mago que caminaba de arriba abajo a lo largo
del suelo de piedra. Después de todo, si no fuese por los poderes
de persuasión de Hermione, habría podido encontrar otras
cosas (cosas más interesantes y cómodas, sin duda) que
hacer con mis mañanas a parte de ejercer como el miembro más
joven del Wizengamot.
Cuando
me pidieron por primera vez que fuera miembro, les dije educadamente
que no estaba interesado. Bueno, tal vez no fui muy educado. En lo
que a mí concernía, Scrimgeour podía continuar
hundiendo el Ministerio sin mi aprobación. Pero Hermione (inevitablemente)
tenía otros planes.
—Harry,
¿no ves la oportunidad que representa? —dijo, mirándome
fijamente desde el otro lado de la mesa de cocina—. Todos estos
años hemos pensando que el Ministerio necesita reformas. Tú
podrías reformarlo desde dentro.
—Ya
hay suficientes jefes y muy pocos indios, Hermione. Demasiados cocineros
y todo eso.
—A
caballo regalado no le mires el dentado, Harry. Alguien tiene que
hacerlo, y puedes ser tú. Después de todo, más
vale pájaro en mano que ciento volando.
—¿Qué
significa eso, de todos modos? —pregunté irritado. Creo
que supe, desde ese momento, que ya había perdido la batalla,
y que seguiría su plan. O ella me arrastraría a hacerlo.
Todavía
no puedo explicar la cadena de acontecimientos que siguió.
Pero de algún modo, después de que la polvareda se calmara,
Kingsley Shacklebolt era ministro, Percy Weasley su más leal
diputado y yo ocupaba el quincuagésimo asiento en la esquina
trasera del Wizengamot, luchando por navegar entre las leyes de idiosincrasia
que gobiernan la Inglaterra mágica.
—Pronto
le pillarás el truco —dijo Ephemera Dalgleish en mi primera
mañana mientras tomaba asiento en el número cuarenta
y nueve—. Puede ser más divertido que cabalgar una ballena
jorobada en un huracán. —En mañanas como ésta,
cuando a la manecilla del reloj le lleva horas avanzar en el tiempo,
no puedo imaginar de qué me hablaba. En vez de eso, me siento
y planeo mi revancha. Cuando ese día llegue, y yo salte al
puesto número cuarenta y nueve, Hermione se encontrará
sentada a mi lado en una silla dura e imposible de soportar, para
ella sola.
Cambié
de nuevo, y suspiré. Diez y treinta y seis; después
de todo, el reloj no estaba roto. Ociosamente daba vueltas a algunas
ideas sobre cómo mejorar al Wizengamot (entre mis prioridades
estaba el tener una agenda diaria de verdad, para poder ayudar a mi
ya de por sí abusada vejiga en algún momento próximo),
cuando el tedioso mago terminó abruptamente su discurso, cabeceó
graciosamente y se fue. No fui el único pillado con la guardia
baja; hubo una nube de ruidos de personas poniéndose derechas
en sus asientos y el murmullo de gargantas aclarándose, mientras
todos pretendíamos haber estado despiertos todo el tiempo.
Después
de unos minutos, las puertas se abrieron y todos nos echamos hacia
adelante para ver quién venía a continuación.
Me quedé petrificado cuando vi a los guardias escoltando un
grupo pequeño de personas conocidas y no bienvenidas: Lucius,
Narcissa y Draco Malfoy. Tragué saliva con fuerza. «Entonces,
Neville está muerto», pensé.
Estaba
casi levantándome de la silla cuando un brazo agarró
el mío y me volvió a sentar.
—Señor
Potter —dijo Ephemera, en un tono bajo de advertencia—,
recuerde donde está.
Lo recordé,
bien. Una de las razones no tan nobles por las que acepté quedarme
fue para asegurarme de que Lucius Malfoy pagara por lo que había
hecho como la mano derecha de Voldemort. Que se le hubiese permitido
ser libre después de lo que le había hecho a Neville
era un amargo recuerdo de lo ilógica que era la ley mágica.
Neville se moría lentamente en San Mungo, maldito por la propia
varita de Malfoy, pero hasta que él realmente muriese nadie
podía poner un dedo sobre Malfoy. Discutí la injusticia
de esto con todo el que pude atrapar, pero claramente alguien bien
conectado y de un puesto alto en el Ministerio estaba impidiendo cualquier
esfuerzo en su contra. Eso explicaría por qué Malfoy
no había desaparecido hasta la fecha. Pero sólo era
cuestión de tiempo, antes de que el muy bastardo lo hiciera.
Ahora estaba
totalmente alerta, esperando la visión de Malfoy atado a una
silla mientras el Wizengamot lo interrogaba por fin. Me encontré
deseando que las cadenas que lo ataban se cerrasen y lo ahorcaran.
—Parece que los días de Malfoy en la Mansión están
por terminar —murmuré a Ephemera.
—Tal
vez.
Detrás
de los Malfoy había varios magos que no reconocí, seguidos
por la imponente figura de Augusta Longbottom, la abuela de Neville.
Parecía más vieja y frágil que la última
vez que la había visto, como si el buitre de su sombrero pudiese
levantarla y llevársela. Supuse que se debía a la tensión
de los últimos meses viendo a Neville morir, sin ser capaz
de evitarlo.
Por primera
vez, deseé estar en primera fila para ver lo que iba a suceder
a continuación. Quería ver a Lucius Malfoy tratando
de controlarse mientras la señora Longbottom testificaba contra
él y lo mandaba a Azkaban para siempre. Lo cual demuestra lo
poco que sé sobre el mundo Mágico. Haber suspendido
Adivinación debería haberme disuadido de mi fútil
intento para tratar de predecir el futuro.
Madame
Tabernash, cabeza del Wizengamot, observó al grupo. Movió
la varita, y un pequeño grupo de sillas se movió hacia
adelante. No parecía haber cadenas sobre ellos.
—Siéntense
—dijo.
Noté
que Draco Malfoy dejaba una silla vacía entre su padre y él.
—¿Lucius
Malfoy? —dijo ella.
—Presente.
—Después de tantos años, el sonido de su voz todavía
enviaba temblores por mi columna. Recordé la noche en que Sirius
cayó a través del velo, la batalla de Bethnal Green,
la leve luz del día reflejada en los ojos ciegos de Neville.
—Hace
ocho meses, se lo trajo aquí para afrontar el cargo de asalto
a Neville Longbottom, de veintitrés años, de Pendle,
Lancashire. ¿Auror Tomlinson?
Un hombre
alto, en pie cerca del marco de la puerta, dio un paso adelante, con
una túnica tan voluminosa que se parecía más
a una tienda de circo que a una prenda de vestir. El hombre se frotó
la cara brillante y roja.
—¿Sí,
señora?
—Por
favor, refresque nuestra memoria sobre lo que descubrió entonces.
—El
señor Malfoy, de Wiltshire, aquí presente, fue detenido
después de dejar la casa del joven Neville Longbottom. El señor
Longbottom fue descubierto bajo Tardius Lentum, una maldición
que causa una muerte lenta en la victima. Después de realizar
Priori Icantatem, fuimos capaces de determinar que el hechizo
fue realizado usando la varita de Lucius Malfoy. Era uno de los hechizos
predilectos de los mortífagos, señora, porque les daba
la oportunidad de escapar mucho antes de que la victima muriera. No
hay contrahechizo conocido, todavía. —Miró a la
señora Longbottom, con los ojos llenos de compasión—.
No hemos perdido la esperanza, señora, no se preocupe.
¿Eso
significaba que Neville todavía estaba vivo? Entonces ¿por
qué estaban los Malfoy aquí?
Madame
Tabernash asintió en señal de agradecimiento y posó
las manos sobre su regazo. Cuando habló, su voz era fría.
—Un
detalle técnico lo ha mantenido en libertad durante los últimos
ocho meses, señor Malfoy —dijo—. Asalto no es asesinato,
estamos al corriente de eso. La libertad vigilada de que disfruta
se basa en la contingencia de la supervivencia del señor Longbottom.
Hemos decidido esperar hasta que el cargo más grave, el de
asesinato, pueda aplicársele. —Mi opinión de ella
mejoró considerablemente.
Malfoy
se mantuvo sabiamente callado. A su lado, su esposa, que parecía
pensar que nada de aquello iba con ella, tampoco dijo palabra alguna.
—Pero
eso no es por lo que están hoy aquí.
Vi que
sus palabras fueron una sorpresa para Malfoy, que estaba pensando
en la coreografía de su propia parte del acto, mostrando una
mueca de dolor.
Ella ignoró
su actuación.
—¿Augusta
Longbottom? Por favor, informe al Wizengamot de lo que pide.
La abuela
de Neville se levantó lentamente, enderezando los hombros,
y recorrió la asamblea de magos y brujos con sus ojos.
—Señoría
—dijo simplemente—, señores jueces. Invocamos nuestro
derecho a Renovoenitor.
Su petición
causó cierta conmoción a mi alrededor. Me acerqué
más, codos sobre las rodillas, atento. ¿Qué diablos
era Renovoenitor? Miré a Ephemera en busca
de una explicación, pero ella sólo se encogió
los hombros en señal de respuesta.
—Es
una petición inusual —dijo Madame Tabernash, después
de un momento—. ¿Está segura de que eso es lo
que quiere?
—Absolutamente.
He perdido a mi hijo y a su esposa por culpa de los mortífagos.
Ahora el último de los Longbottom yace muriendo a manos de
Lucius Malfoy. He perdido a mi familia, Madame Tabernash, y el hombre
responsable todavía está libre para disfrutar de sus
propiedades, su salud, su heredero.
Todos los
ojos de la habitación cayeron sobre Draco Malfoy, que se removió
incómodo en la silla.
El mago
situado junto a la abuela de Neville se levantó y aclaró
la garganta. Madame Tabernash lo miró con dulzura.
—Señor
Algeron Longbottom, ¿no?
—Sí,
señora. —Así que éste era el tío
abuelo Algie, del infame incidente en Blackpool Pier. Me incliné
hacia delante para escucharlo mejor.
—Sólo
quería decir que Neville, pobre muchacho, era el último
de los Longbottom. Y ese sinvergüenza de ahí, quien se
cree que puede escaparse de la condena de asesinato porque Neville
todavía está vivo, cuando incluso cualquier crío
nacido ayer en Barley With Weatley Booth podría decir que él
mató a nuestro Neville y estar tan seguro como si él
mismo lo hubiese hecho. Y aquí está de pie este hombre
como si tuviera derecho a estarlo, cuando todo el mundo sabe que debería
estar pudriéndose en Azkaban…
Había
escuchado bastante drama en las películas sobre juicios en
el televisor de los Dursley, y seguía esperando que alguien
hiciese algo para acabar con el discurso del tío Algie, pero
la señora Tabernash parecía feliz de dejarlo hablar.
—No
había mejor chico que nuestro Neville. Las esperanzas de todos
los Longbottom estaban con él. —La Señora Longbottom
asintió rápidamente—.El tiempo corre en nuestra
contra. No pedimos nada más que lo que nos pertenece ante la
ley mágica, aunque esa ley pueda ser antigua.
—Ya
veo —dijo la señora Tabernash—. ¿Señor
Malfoy? ¿Cómo responde a esto?
La expresión
de Malfoy era deliberadamente fría.
—Me
temo que no tengo los mismos conocimientos en cuanto a tradiciones
mágicas arcaicas que al parecer la longevidad ha proporcionado
a la señora Longbottom —dijo—. Si alguien fuera
tan amable de explicarme qué es Renovoenitor,
podría dar una mejor respuesta a su pregunta.
—Muy
bien. Para que no haya confusión, la leeré tal y como
se estableció originalmente. —Invocó un gran libro,
que puso frente a ella con un firme golpe y que abrió en una
página cercana a la portada—. Cuando el único
heredero de una noble y antigua casa sea incapaz de continuar su línea
y producir un heredero, y cuando esa incapacidad haya sido provocada
por acciones hostiles de otra casa, entonces a los afectados se les
es permitido pedir un nuevo heredero mediante el rito de Renovoenitor.
La casa antagonista debe proveer el recipiente no enlazado dentro
de sus propios herederos para traer un reemplazo para el niño.
—Levantó la cabeza y lo miró duramente—.
Resumiendo, señor Malfoy, se le está ordenando que produzca
un nuevo heredero para los Longbottom.
Incluso
desde la distancia, reconocí la habitual sonrisa satisfecha
de Lucius Malfoy.
—Me
temo que ni mi esposa ni yo cumplimos el criterio de recipiente
no enlazado. Me parece que el matrimonio es muy útil para
tener herederos. Y no tengo ninguna hija, señora Tabernash.
Si fuese de otro modo…
El tío
Algie no se inmutó.
—Tiene
un hijo, que es mucho más que lo que le ha dejado a mi familia.
La joven estrella a su lado. Él es su único hijo y heredero,
¿no?
La sonrisa
desapareció.
—Sabe
que es así —gruñó Malfoy—. Pero ¿qué
tiene que ver…?
—Bueno,
ahí está su respuesta —dijo el tío Algie
finalmente.
—¿Está
sugiriendo Vir conceptus? —Madame Tabernash parecía
contrariada.
—Sí
—dijo la señora Longbottom.
—¡No!
—gritó Malfoy—. ¡No puedo acceder! Es peligroso,
podría matarlo…
La señora
Longbottom se giró hacia Malfoy, y había un aire de
triunfo en la forma en que habló, como si supiera que por fin
había sacado la carta ganadora.
—Los
Longbottom tendrán un heredero o la muerte del suyo, Malfoy.
Sea como sea, la deuda quedará pagada.
Ahora,
mi curiosidad estaba despierta de verdad. Me aventuré a echar
un vistazo a Ephemera, que parecía confundida; ella negó
con la cabeza.
—Escucha
—murmuró.
—Joven,
por favor, levántese —dijo Madame Tabernash—. ¿Cuál
es su nombre?
—Draco
Malfoy.
No había
puesto los ojos sobre él desde la noche en que Dumbledore fue
asesinado, y siete años después todavía no estaba
seguro de qué sentir hacia él. Por un lado, sabía
que se había escondido de los mortífagos y se había
exiliado en algún lugar, algunos decían Francia, otros
que en América. También decían que había
cortado la comunicación con sus padres, algo que obviamente
no era verdad. Por otro lado, recordé, estaban todos esos años
en que lo odiaba antes de esa noche en Hogwarts.
—¿Entiende
lo que los Longbottom requieren de su familia? —preguntó
Madame Tabernash.
—No,
Señoría, no del todo. ¿Me lo podría explicar?
—Me pregunté donde había aprendido a ser tan servil.
—Los
Longbottom exigen un heredero, que en la mayoría de las circunstancias
debería ser proveído por una mujer no casada de su familia.
Como no hay tal persona, la carga recae sobre usted.
—¿Qué
carga exactamente? —dijo Draco con suavidad.
—Vir
conceptus. —La repetición, claro estaba, no dejó
a Draco con más comprensión del tema que a mí.
Un color rojo subió gradualmente por las mejillas de Madame
Tabernash mientras se daba cuenta que tendría que ser mas explícita—.
Un hechizo que permite al hombre concebir un niño y llevarlo
hasta su nacimiento. Un embarazo masculino.
Más
murmullos se oyeron por parte del Wizengamot. Draco Malfoy se quedó
con la boca abierta, sin poder decir una palabra. Yo sentía
casi lo mismo.
—¿Eso
es posible? — Narcissa habló por primera vez con voz
temblorosa.
—Es
raro, pero no imposible. Se ha utilizado dos veces en mi tiempo de
vida —replicó Madame Tabernash—. Aunque ambas veces
fueron resultado del amor y no bajo Renovoenitor,
si mal no recuerdo. Así que sí, es posible. Diabólicamente
difícil, pero no imposible. El hechizo para la concepción
no es peligroso, pero requiere una gran cantidad de magia de ambos
padres para poder mantener el embarazo. Dada la incapacidad del Señor
Longbottom, el Señor Malfoy deberá proporcionar toda
la magia necesaria. Su habilidad para hacer hechizos se verá
afectada severamente; de hecho, hay un riesgo de que se produzca su
propia muerte debido a la debilidad.
—No
podemos acceder —dijo Lucius—. Es obvio que la única
razón para que esta idea absurda sea considerada es la de destruir
completamente la estirpe de los Malfoy, arruinar nuestros bienes,
empobrecernos y corromper nuestra herencia con la mancha de…
—Su boca se cerró abruptamente, pero la objeción
fue tan clara como si la hubiese dicho en voz alta.
—Debió
haberlo pensado dos veces antes de atacar a nuestro Neville —dijo
la Señora Longbottom fríamente—. Porque, estén
de acuerdo o no, nosotros tendremos nuestra satisfacción.
—¿Qué
pasaría si me niego? —Draco dio un pequeño paso
adelante.
La señora
Tabernash juntó las manos sobre el libro.
—Si
rehúsa, su padre será enviado inmediatamente a Azkaban
hasta que pueda pagar su deuda. ¿Entiende que es deuda de él,
y no suya?
—Es
una deuda Malfoy.
La habitación
estaba completamente en silencio. Draco se giró a medias hacia
sus padres y los estudió durante un largo momento, deteniéndose
más tiempo en la cara pálida de su madre. Finalmente,
levantó los ojos para mirar al Wizengamot. Mientras nos miraba,
pensé que su mirada se quedaba sobre mí un tenso instante.
—Si
acepto esto, necesito algunas promesas —dijo—. Primero,
que a mi familia se le permitirá regresar a casa.
—Debo
insistir, en cualquier caso, en que las acusaciones pendientes contra
su padre permanezcan —replicó Madame Tabernash.
—No
hay tales acusaciones contra mi madre.
—Entonces
a ella se le permitirá quedarse en Wiltshire sin ser molestada,
mientras evite esas acusaciones en el futuro.
Draco asintió.
—Segundo,
los Longbottom aceptarán que con este acto todas las deudas
quedarán pagadas y todas las demás reclamaciones contra
nuestras propiedades y cuentas abandonadas.
—¿Pero
se puede saber, maldito…? —empezó el tío
Algie, pero Tabernash lo paró con un movimiento de su mano.
—Joven,
no está en posición de negociar los términos
del Renovoenitor en esta corte. Las condiciones serán:
cualquier niño que nazca, heredará ambas fortunas cuando
cumpla la mayoría de edad. ¿Esta claro?
—Si,
lo entiendo —dijo calmado, como si no esperase concesión,
pero que como Slytherin necesitase ganar al menos un poco de ventaja,
así fuese pequeña. Tal vez había quedado satisfecho
con el hecho de que su madre no fuese molestada.
Luego habló
formail y rídigo, como si lo hubiese ensayado.
—Bajo el rito de Renovoenitor, por la presente
me ofrezco para asumir la deuda exigida por los Longbottom.
Madame
Tabernash se quitó las gafas y miró a Draco, recordándome
repentinamente a la profesora McGonagall.
—Esté
muy seguro, Señor Malfoy. Una vez haya comenzado, dese cuenta,
no se le permitirá cambiar de opinión. Toda su energía,
todo su poder, todo su propósito de vida estarán enfocados
a esto. Y si no es lo suficientemente fuerte para prolongar su embarazo
mágicamente, podría morir.
Draco tomó
aire, pero no llegó a retirar los ojos de la cara arrugada
de Tabernash.
—Soy
un Malfoy, soy lo suficientemente fuerte. Y usted ha dicho que se
ha hecho antes.
—Raramente,
y no sin un alto precio.
Él
asintió con firmeza una vez, con los labios juntos con determinación
y la mandíbula cerrada. Había visto esa mirada en su
cara demasiadas veces en la escuela como para cuestionarme su determinación
ahora.
—¿Y
esto la satisfará, señora Longbottom?
—Si,
señoría.
—Entonces
lo pondremos a deliberación del Wizengamot. Magos y brujas
—comenzó, y me di un golpe mental cuando me di cuenta
que estaba llamándonos a votar—. ¿Quién
acepta los términos de este acuerdo para que el Señor
Draco Malfoy pague la deuda de su padre a través de Renovoenitor?
Cuarenta
y nueve manos fueron levantadas, y agregué la mía a
la cuenta.
—Muy
bien. Como es lo normal en estos casos, por raros que sean, el rito
se hará en presencia de representantes del Wizengamot. Señor
Malfoy, señora Longbottom; cada uno puede escoger dos miembros
como testigos para asegurarse de que todo se hará de acuerdo
a lo acordado en el pasado.
Nada me
preparó para escuchar mi nombre, pronunciado por los Longbottom.
—En
honor a su amistad cercana con nuestro Neville —añadió
la Señora Longbootom.
—Pero
¿qué es lo que tengo que hacer? —susurré
a Ephemera.
—Observar
la concepción, según tengo entendido.
—¿Qué?
—medio grité, ignorando las miradas de desaprobación
dirigidas a mí—. Pero cómo… no puedo. Y
si Draco... bueno, y de todos modos, ¿quién es el padre?
—¡Vaya!
Tu amigo, Neville, por supuesto. En verdad necesitas prestar más
atención.
Pero yo
sabía que mi atención no era el problema. Era mi imaginación,
que en este momento estaba en un estado de rebelión debido
a lo extraños que se habían vuelto los acontecimientos.
***
Aplazamos
la sesión para el almuerzo, pero no tenia apetito. La idea
de que Draco Malfoy, de todas las personas en el mundo, iba a llevar
el hijo de Neville Longbottom era lo suficientemente extraña.
Que me llamaran como testigo de de lo que iba a pasar me hacía
sentir piedras en el estómago. Me preguntaba por lo que estaba
pasando Malfoy.
Encontré
a los otros tres testigos en San Mungo, mientras la mortecina luz
del atardecer del otoño se acababa. Yo había elegido
ir a pie desde las oficinas del Ministerio en vez de aparecerme, como
si el cruzar la distancia físicamente me diera algo de tiempo
para prepararme para lo que venía. No podía decidir
si me sentía más consternado o curioso por lo que iba
a suceder; sabía que les debía a Neville y a la abuela
de éste el presenciarlo. Tal vez se lo debía a Malfoy,
aunque no me gustaba pensar en eso.
En el vestíbulo de San Mungo, nos encontramos con un medimago
de túnica verde que miró mi abrigo muggle de manera
perspicaz antes de ver mi cicatriz. Suspiré y los seguí
hacia la habitación de Neville. Había estado ahí
antes, por supuesto –muchas veces en los últimos ocho
meses– pero cada vez era más consciente de mis torpes
intentos de conversación unilateral con un Neville que no respondía.
—Hola,
Nev —dije quedamente, alisando una esquina de su sábana
arrugada—. Soy yo, Harry —Los otros apartaron la vista,
incómodos. «Todavía no está muerto»,
quise decir, pero a duras penas parecía apropiado cuando estaba
predestinado a eso.
En Hogwarts,
Neville siempre había sido el que se iba a cama más
temprano, así que tenía experiencia en caminar de puntillas
a su alrededor mientras dormía. Por lo general, podía
pasar la visita pretendiendo que nada había cambiado. Pero
esta vez, su habitación tenía otra cama, donde Malfoy
estaba inmóvil, mirando el techo con verdadero temor en sus
ojos. Casi sentí lástima por él, hasta que miré
a Neville y recordé por qué estábamos allí.
La ira que sentí por los Malfoy en ese momento, hacia Lucius
por hacer esto a Neville y a Draco por salvarlo de prisión,
casi me sobrepabasaron, y luché contra el impulso de golpear
algo. O a alguien.
Madame
Tabernash entró saludándonos cordialmente.
—Se
que debes de estar asustado, pero trata de relajarte. Esto no te lastimará
—le dijo a Malfoy.
Mis nervios
estaban a punto de explotar, y traté de no asquearme, recordándome
que esto era lo que la familia de Neville quería. No iba a
mostrarme remilgado. En cualquier caso, Malfoy había decidido
pasar por esto. Debería haber dejado que su padre fuera arrastrado
a Azkaban, donde pertenecía, y donde iba a terminar de todos
modos.
Madame
Tabernash lanzó una serie de hechizos sobre Malfoy que eran
más inquietantes que cualquier cosa que hubiese visto hacer
a Pomfrey después de una lesión por quidditch. Imaginé
que le estaba dando a Malfoy los órganos que necesitaba, pero
no quería saber más detalles. Por suerte, nos ignoró.
Luego nos hizo formar un círculo alrededor de Neville y Malfoy.
—Para
poder crear la magia suficiente para mantener los primeros instantes
de vida, pido a cada uno de los presentes que done algo de su propio
poder —nos dijo—. La palabra que repetirán es augmenis.
Normalmente, los dos padres son los responsables de mantener el embarazo,
pero ése no es el caso. Espero poder darle una ayuda mágica
al señor Malfoy.
La mujer
bajó un poco las luces y comenzó con el hechizo. Mientras
observaba con un mezcla de curiosidad y ansiedad, delgadas líneas
de brillante luz azul rodearon las formas recostadas de Neville y
Malfoy. A su señal, comenzamos a entonar augmenis, y
las líneas se volvieran más gruesas y brillantes. Me
parecía que la magia que estábamos creando me dejaba
una sensación de protección, paz y tranquilidad. Mi
ira anterior hacia Malfoy se había ido; lo único de
lo que me di cuenta cuando lo miré, envuelto en su capullo
radiante de luz, fue lo hermoso que era.
De repente,
Malfoy dio un grito de asombro, y los rayos de luz se desvanecieron.
Por un instante, pareció que fuese a llorar, pero rápidamente
escondió sus emociones bajo una máscara bien aprendida.
Las luces
del cuarto volvieron a la normalidad.
—¿Ya
está? —pregunté, y luego me sentí como
un completo imbécil cuando Madame Tabernash se volvió
hacia mí con una mirada divertida—. Si, señor
Potter. ¿Estaba esperando algo más?
—Ah,
no. Yo… eh. Ha sido suficiente —me tambaleé hacia
atrás chocando con una esquina, agradecido de que la dignidad
de Neville estuviese a salvo, aunque la mía no lo estuviese.
—Señor
Malfoy, ahora practicaré una serie de hechizos restrictivos
en usted para prevenir que lastime al niño que lleva a la familia
Longbottom. Cuando termine, estará libre de regresar a su casa
con nuestros mejores deseos. Déjeme decirle que creo que usted
es algo bueno para su familia. Ojalá lo merecieran.
***
En cuanto
pude, fui a narrar los eventos del día a Ron y Hermione. Se
lo conté todo, aunque todavía estaba un poco sensible
por lo sereno y contento que me había sentido durante el hechizo
de concepción, así que omití esa parte.
No me sentí
tan ignorante cuando incluso Hermione dijo que nunca había
escuchado de Renovoenitor. Pareció tomar tal fallo como
un defenso a nivel personal, y podía verla planear su ataque
la biblioteca del Ministerio más tarde, para tomarse la revancha.
—Renovoenitor
—repitió, pensativa—. Suena bastante drástico.
Bueno, bien por los Longbottom. Eso hará que a los Malfoy se
les bajen los humos.
—¡No
me puedo creer que el hurón vaya a ser madre! Es demasiado
bueno para ser verdad. Alimentación a media noche y pañales
sucios, es exactamente lo que se merece. ¡Y parecerá
una ballena hinchada durante meses! —Ron estaba muy feliz por
la noticia.
—No
dejes que tu madre escuche eso —dijo Hermione riendo, y Ron
la miró, levemente avergonzado.
—De
todos modos, la mejor parte de todo esto es que los Longbottom finalmente
tendrán su venganza en contra de Lucius Malfoy —dije—.
¡Es brillante! Porque para un Malfoy, el nombre, la tierra y
la sangre lo son todo, ¿no? y ahora el propio heredero de Lucius
se lo dará todo a los Longbottom.
—¿Qué
quieres decir? —dijo Ron.
—Bueno,
el bebé de Draco será un Longbottom, pero heredará
todo de ambas partes.
—¿Entonces
quién va a tener el bebé? ¿No es Draco? —La
ceja de Hermione se elevó mientras trataba de seguir los detalles.
—No,
los Longbottom. Draco es sólo la incubadora. Pero la señora
Tabernash explicó que incluso después de que Draco se
case y tenga su propia familia, este bebé heredara todos los
bienes de los Malfoy. Y no hay nada que Lucius pueda hacer al respecto.
—Ah,
desearía poder haber visto la cara de Lucius cuando oyó
eso. Y cuando oyó que tendría que ser Draco quien lo
gestara. —La sonrisa de Ron amenazaba con partirle la cara en
dos.
—Era
eso o Azkaban —dije yo—. Draco podría haberse negado,
y su padre tendría que haber ido a prisión por no haber
pagado su deuda.
—¿Estas
diciéndome que el hurón salvó al imbécil
de su padre al aceptar todo esto? —preguntó Ron con los
ojos abiertos.
—Sí
—repentinamente recordé el miedo en la voz de Draco en
la Torre de Astronomía, al decirle al Profesor Dumbledore que
no había tenido otra opción que proteger su familia
al aceptar los términos de Voldemort, y supo exactamente por
qué se había ofrecido a hacer lo impensable de nuevo.
En ese instante, dejó de ser gracioso.
Incluso
Ron pareció afectado.
—Bueno,
eso muestra que… debes ser bastante cuidadoso con lo que pides,
porque puedes conseguirlo.
***
Seré
el primero en admitir que no siempre estoy informado sobre los acontecimientos
actuales. Recibo Noticias por Lechuza y el Giratiempos
ahora que me he unido al Wizengamot, y los leo a menudo, pero frecuentemente
dejo que la pila de El Profeta crezca en mi estudio hasta
que caiga por su propio peso. Y por último Ron insistió
en que Hermione fuese con él a la luna de miel que habían
pospuesto más veces de las que puedo acordarme, lo que significa
que ella no estuvo cerca para darme las noticias en al menos tres
semanas. Porque de otro modo, me habría dado cuenta de lo que
pasaba en cuanto recibiera la lechuza de Hermione. Me gusta pensar
que soy el tipo de persona que hace las cosas sin que se lo tengan
que deletrear.
Pero eso
es agua pasada.
No es que
esperara tener noticias de Hermione esa tarde; ella y Ron acababan
de volver y asumía que todavía tendrían jetlag.
Incluso después de tantos años, todavía subestimo
su entusiasmo por la acción inmediata.
Su lechuza
trajo una nota que decía: «¿Por qué
no me dijiste que Draco Malfoy está en Azkaban?»
Bueno,
porque yo no lo sabía. Y le respondí diciéndole
eso.
Ella estaba
en Grimmauld Place en una hora, con Percy detrás.
—Bueno,
y ¿qué ha hecho Malfoy para terminar en Azkaban? —pregunté
después de que me reprendiera por no seguir lo que aparentemente
había sido el titular de El Profeta durante semanas.
Estaba mirando las ediciones pasadas y tratando de escucharla a la
vez.
—De
eso se trata. Él no ha hecho nada. Pero en el momento
en que la tinta se secó en el acuerdo con los Longbottom, Lucius
y Narcisa vaciaron sus cámaras en Gringotts, hicieron las maletas
y desaparecieron.
Tiré
el periódico que tenía en la mano, tirando al suelo
el montón que Percy había acomodado con presteza.
—¡Mierda!
El Wizengamot debería haber hecho algo más rápido.
¡Sabía que esto pasaría! Así que Draco
los ayudó a escapar, después de todo.
—No,
ya te lo he dicho, él no hizo nada —dijo Hermione—.
Los aurores siguen diciendo que él no estaba involucrado.
—Entonces
no lo entiendo. ¿Por qué esta en Azkaban? —Me
puse de rodillas para agarrar unos diarios y ponerlos de nuevo en
una pila.
Percy,
de quien sospechaba que ya había recibido una buena reprimenda
de Hermione por no haberme mantenido informado, tosió levemente.
—Los
Longbottom se quieren asegurar de que no intente escaparse. Riesgo
de fuga, lo llaman.
—De
todos modos, Azkaban parece un poco drástico —dije—.
¿La familia de Neville no puede arreglarlo para que se quede
con ellos hasta que… ya sabéis?
—Podrían
hacerlo, pero se han negado. Así que como no había otro
lugar donde mandarlo, lo han llevado a Azkaban. ¡Es vergonzoso!
—Me pareció que Hermione estaba entrando en un ataque
de ira.
—Al
menos los dementores se han ido —dijo Percy—. Y estamos
hablando de uno de los Malfoy…
—Sigue
siendo una prisión —estalló Hermione—. Y
sigue siendo el primer lugar en el que el Ministerio piensa para poner
a la gente que encuentra inconveniente —ella me miró
en busca de apoyo.
—Sí
que parece que consiguió un acuerdo injusto —admití—.
¿Hay alguna prueba de que supiese que sus padres iban a irse?
—Bueno,
a decir verdad, no creo que haya sido demasiada la sorpresa de que
se hayan ido después de que Draco aceptara el plan de los Longbottom.
Teniendo en cuenta a lo que Lucius se enfrentaba. Pero Draco debería
de saber que lo llevarían a Azkaban por dejarlos irse. Así
que no le debieron de dar a conocer sus planes, o no se habría
quedado atrás. —Percy parecía sorprendido.
—Había
oído que rompió contacto con su padre hacía mucho
tiempo, pero después de que aceptó el embarazo, no pensé…
—dijo Hermione
—Ah,
no, estás en lo cierto, lo hizo —la interrumpió
Percy.
Eso no
tenía sentido.
—¿Entonces
por qué aceptó someterse a todo esto?
La cara
de Percy se llenó de asombro. Cada vez que ponía esa
cara, tenía que recordarme a mí mismo que los magos
no eran simplemente muggles con varitas. Había una historia
cultural detrás que a veces me pillaba con la guardia baja.
—Supongo
que reconoció que tenia ciertas obligaciones con… su
familia.
Hubo un
momento incómodo en el que todos pretendimos no estar pensando
en el papel de hijo pródigo que Percy representaba. Hermione
rompió el silencio.
—De
todos modos, éste es exactamente el tipo de cosas que necesitamos
extirpar del Ministerio —dijo—. Es demasiado fácil
mandar a alguien a Azkaban, sin juicio, o por quienes son sus amigos
o familia. ¡Tenemos que cambiar eso! —Cuando decía
tenemos, sabía que se refería a que yo
tenía.
—¿Qué
es exactamente lo que tienes en mente? —preguntó Percy
cuidadoso.
—Bueno
—comenzó lentamente, y sabía que estaba buscando
la manera de decir de forma casual algo por lo que yo saltaría—.
Todos hemos aceptado que Azkaban no es el lugar donde un padre embarazado
debe estar. Quiero decir, ¿qué cuidado prenatal pueden
tener? Y todos estamos de acuerdo en que este tipo de abuso de poder
del Ministerio es exactamente contra lo que deberíamos luchar,
¿no?
—Eh.
Sí —dije, con otro empujón a las pilas de periódico
que tenía delante.
La podía
ver estudiando mis reacciones.
—Estaba
pensando que, si alguien se ofreciera a cuidar a Malfoy, para garantizar
que no desaparezca antes de que el bebé nazca, probablemente
podríamos convencer al Ministerio de liberarlo. Y, ah, hay
bastante espacio en Grimmauld Place —finalizó con una
mirada desafiante, como si esperara que me lanzara al campo de batalla
totalmente armado, tratando de desbaratar su argumento.
—Está
bien —fue todo lo que dije.
Eso pareció
dejarla sin aire. Y sin habla, también, lo cual era de verdad
raro.
Percy se
removió en la silla.
—¿Qué?
—He
dicho que está bien. Si Hermione redacta la oferta, podéis
llevarla por la mañana a quien esté al cargo.
Percy parecía
asombrado.
—Tal
vez lleve algo de tiempo. Por lo menos una semana, o quizás
más. Sabes lo lentas que pueden ser las cosas.
—Muy
bien. Arregladlo lo antes posible.
—Bueno,
Harry. No creía que fueras a aceptar tan fácilmente
—admitió Hermione, riendo suavemente.
—Difícilmente
me puedo negar, porque tienes razón. Si quiero que mi presencia
en el Wizengamont me compense todas las molestias, tengo que pelear
por la ley cuando pueda.
—¿Incluso
por Malfoy? —me estaba probando, pero ya había calculado
esa parte de su esquema.
—Especialmente
por Malfoy. Es mejor si es Malfoy.
—No
te sigo, ¿por qué? —preguntó Percy.
—Porque
con Malfoy no puedo ser acusado de usar mi influencia sólo
para ayudar a mis amigos. Seamos realistas: cualquiera que conozca
la historia entre los dos sabrá que esa acusación no
tendría lugar —añadí el ultimo El Profeta
a la precaria torre que se alzaba—. Además, no sería
malo si vigilo a Malfoy. Por el bienestar de Neville.
Hermione
puso cara seria.
—Bueno,
políticamente es el mejor movimiento que puedes hacer en este
momento. Pero, Harry, ¿crees qué puedes hacerlo? Tal
vez Ron y yo debamos mudarnos contigo…
Sonreí.
—Cruzaremos
ese puente cuando lleguemos a él. —Traté de poner
un poco de confianza en mis palabras, aunque la situación no
me ofrecía ninguna. Pero Hermione estaba en lo cierto, tenía
que hacer algo. Y todavía recordaba la desesperación
que escuché en la voz de Draco la noche en que se enfrentó
a Dumbledore, creyendo que no tenia futuro ni esperanza, y cómo
había dejado caer la varita al encontrar un poco de ambas.
El profesor Dumbledore había estado dispuesto a darle una oportunidad,
y yo le debía a mi mentor hacer lo mismo.
***
Después
de delegar el problema Malfoy a Percy y Hermione, lo saqué
de mis pensamientos las siguientes dos semanas. Fuera de mi vista,
fuera de mi mente. Algunas veces hago estupideces como ésa.
Mientras
daba vueltas por mi cocina, preparando una fritura no muy elaborada
para el desayuno, era consciente del par de ojos color café
que registraban mis movimientos. Gracias a Dios, Dobby mantenía
la ropa lavada, y los calzoncillos limpios y sin agujeros. Bajo la
intensidad de su mirada, hice deliberadamente mis movimientos un poco
más suaves, para contrarrestar mi torpeza natural.
Estaba
enormemente agradecido que no haber tomado demasiado vodka en el Hipogrifo
Arrodillado la noche anterior. No había planeado exactamente
tener un compañero de desayuno cuando llegué al club.
Ha pasado tiempo desde que me las arreglé para conocer a alguien
que no cayese inmediatamente sobre mí con adoración
por la imagen pública que no había sido capaz de quitarme
de encima. O alguien que no saltara a cincuenta pies de mí
ante la posibilidad de que una lechuza de El Profeta estuviera
permanentemente en su piso.
Admito
que relajo mis estándares de vez en cuando; uno se siente solo
en esta casa vacía. Mientras que no sea muggle, eso sí.
Grimmauld Place todavía es demasiado mágico como para
pensar en traer alguien a casa y que no dude de su cordura con el
retrato de la Señora Black, y todavía me pongo nervioso
ante el pensamiento de pasar la noche en casa de un extraño.
—¿Tocino?
—pregunté.
—No,
gracias.
O mi nuevo
amigo no era una persona madrugadora o finalmente se estaba rindiendo
a lo que Ron llamaba «nervios Potter». Removía
su café, negro y sin azúcar, mirándome cuando
pensaba que yo no me daba cuenta. Estaba empezando a irritarme. Pero
luego recordé que él había bebido mucho más
alcohol que yo; tal vez el ofrecerle una poción para la resaca
no estaría mal.
—¿Puedo
ofrecerte una aspirina o algo así?
Me miró
directamente y pude ver el rubor aparecer. Se me cruzó por
la mente que había sido su primer hombre, y que a la luz del
día estaba arrepintiéndose.
—No,
estoy bien. He estado peor.
Me moví
detrás de él y comencé un torpe intento de masaje
en su cuello. Se relajó con un suspiro audible. El contacto
con su piel desnuda y la sensación de los músculos flexionándose
debajo de mis manos estaban causando interés en otras partes
de mi cuerpo. Me incliné hacia él y estaba a punto de
probar algo de lo que esperaba que todavía se estuviera ofreciendo,
cuando escuché un alboroto en el pasillo.
—¿Harry?
—Casi salté de mi piel, y aparté las manos como
si la piel del otro me quemara. La voz de Percy en el corredor era
inesperada y no bienvenida en ese momento, pero sabía que no
debía fingir que no estaba en casa.
—En
la cocina, Percy —respondí, y luego le dije a mi invitado
en voz baja, tratando de calmarlo—: Amigo de la familia. Desconoce
la importancia de llamar antes de venir.
Percy alzó
la voz y pude oír cómo se acercaba.
—Tenía
la esperanza de que estuvieras despierto, Harry. Supongo que debería
haberte avisado antes, pero Ron me dijo que te levantabas temprano,
y… ¡Oh!
—Está
bien, Percy —dije, peleando contra mi vergüenza. No era
como si Percy no estuviera al corriente de mis preferencias por los
hombres después de mi torpe ruptura con su hermana hacía
unos años—. Sólo estamos desayunando, ¿quieres
algo?
—No.
Er. En verdad debí haber llamado primero. Mira, lo siento.
Siempre llego en el momento equivocado.
La razón
por la que Percy estaba avergonzado sacó su cabeza rubia por
el marco de la puerta. Mi poca vergüenza se convirtió
en un monstruo cuando me encontré mirando fijamente a Draco
Malfoy. Un dicho no deseado se me metió en la cabeza en ese
momento: «el orgullo desaparece antes de la caída».
Recorrí a conciencia mi cerebro por algo más adecuado,
y encontré: «no me hagas preguntas y no te diré
mentiras».
Nadie dijo
nada durante un buen rato, hasta que Percy comenzó a dar una
explicación tardía.
—Lo
siento, no tuve la oportunidad de decirte que venía, Harry.
El Ministerio aprobó tu petición para tener a Malfoy
esta mañana, y pensé… Bueno, dijiste que no querías
que pasara un solodía más de lo necesario en Azkaban,
así que me tomé la libertad de traerlo aquí tan
pronto como fue liberado. Mira, podemos…
Puse mi
sonrisa de bienvenida, como si ser sorprendido en la cocina con un
amante medio desnudo fuera algo demasiado común como para ser
comentado por el hombre de mundo que yo era. Mientras tanto, frenéticamente
trataba de recordar el nombre del chico. Era algo con la A. ¿Alle?
¿Alex? Andrew, ése era.
—No,
no es gran cosa —dije con toda la confianza que pude lograr—.
Percy Weasley, Draco Malfoy. Éste es Andrew.
—Encantado
de conocerlos, pero en realidad me llamo Adam —dijo ‘Andrew’,
poniendo la sonrisa deslumbradora que había atrapado mi mirada
en el club la noche anterior.
Podía
sentir el calor irradiando de mí en olas.
—Lo
siento —murmuré. Percy, siempre tan diplomático,
puso una mirada de estoicismo. Esperaba que Malfoy hiciese un comentario
mordaz, pero parecía tan indiferente como Percy.
—¿No
ibas unos años por encima de mi curso en Hogwarts? —dijo
Percy, usando sus mejores modales del Ministerio.
—Eso
creo. ¿Tienes un par de hermanos mayores?
—Si,
es correcto —dijo Percy—. Er, Harry… creo que el
desayuno se está quemando.
—¡Mierda!
—el olor de huevos quemados me golpeó. Moví los
brazos tratando de despejar el humo, pero sólo conseguí
expandirlo por cada esquina de la habitación. Cogí el
mango de la sartén, pero mi varita todavía estaba arriba
(la verdad es que no tenía lugar dónde guardarla, con
la ropa que llevaba encima). Percy, siempre atento, abrió la
ventana; tiré todo el desastre en los arbustos y cerré
la ventana de un golpe.
—Lo
siento, Adam —dije, esperando que el uso de su nombre no sonara
demasiado obvio después de mi metedura de pata anterior—.
Tengo más huevos…
—No,
está bien. No tengo mucha hambre. En realidad debería
irme, así que…
Por la
mirada en su cara, más que mi desastroso desayuno, lo que lo
estaba llevando a la puerta era la mención de Azkaban. Lo había
puesto nervioso. Joder, a mí me ponía nervioso.
Se las arregló para poner tanto espacio como pudo entre él
y Malfoy mientras iba hacia la puerta. Se debió de vestir en
un tiempo récord, porque no había pasado ni un minuto
cuando volvió a hablar.
—Conozco
la salida —se oyó, seguido por el sonido de la puerta
cerrándose. Tenía la sensación de que era la
última vez que vería a Adam, pero en ese momento no
podía preocuparme por eso.
Percy,
bendito sea, siguió como si yo no hubiese demostrado ser un
idiota integral.
—Creo
que podríamos dejar que Malfoy se acomode y limpie, antes de
ir todos al Ministerio —dijo.
—¿Un
sábado por la mañana?
—Todavía
tenemos que rellenar formularios. Dime que no esperabas que fuera
tan simple, Harry. —Percy puso cara de disculpas.
—No
hay trabajo hecho hasta que el papeleo está acabado —respondí,
sonriendo.
—Qué
bien lo sabes. Repasarán lo de la seguridad, la parte financiera,
y le darán su varita Cohibendus.
—¿Su
qué?
—Bueno,
el Ministerio no va a permitirle tener su propia varita. Una varita
Cohibendus le permitirá realizar los hechizos que
necesita para mantener al bebé sano. Y unos cuantos hechizos
personales y de limpieza, para que no esté moleste pidiéndotelos
todo el tiempo.
Imaginé
lo bien que había tomado Malfoy la noticia de que su propia
varita estuviera fuera de límites. De momento fingía
que no le importaba, pero yo sabía que no era así. De
todos modos, se suponía que no debía hacer mucha magia,
así que tal vez no importaría tanto.
Percy cogió
un pedazo de tostada fría de la mesa y se volvió para
irse.
—Me
voy ya al Ministerio y me haré cargo de cuanto pueda. ¿Por
qué no nos vemos dentro de una hora?
—Está
bien.
Después
de que Percy se fuera, me permití echarle un vistazo a Malfoy,
que todavía no había dicho ni pío.
—Una
ducha estaría bien —fue lo primero que le escuché
decir, después de siete años. Parecía casi cómico,
dada la situación.
—Ah
sí, por supuesto. Te enseñaré dónde, ven.
¿Dónde están tus cosas?
Se produjo
un silencio.
—No
he traído nada —admitió Malfoy finalmente, y parecía
disgustado—. No tengo…
Estúpido
de mí por no pensarlo: había llegado directamente de
Azkaban.
—Te
prestaré algunas cosas.
Había
sido más fácil manejar la idea de hospedar a Malfoy
cuando era un concepto abstracto. Había hecho que Dobby arreglara
una habitación como si estuviese esperando un extraño,
un amigo de un amigo que necesitaba un lugar donde quedarse mientras
estaba en la ciudad. Ahora que estaba aquí, en persona, en
mi casa, no era un extraño, sino un recordatorio desagradable
de una parte de mi pasado que nunca había llegado a cerrar.
No podía evitar sentirme inquieto por los meses que se avecinaban.
Aun así,
no me había ridiculizado por la escena que presenció
en la cocina (todavía) y me estaba siguiendo por las escaleras
en silencio. En verdad deseará llevar algo más que unos
bóxers negros, pero lo que me tenía nervioso era el
no tener mi varita, aunque supiese que él estaba en igualdad
de condiciones.
Me desvié
hacia mi habitación, consciente de la cama desorganizada. Los
ojos de Malfoy estaban fijos en la misma dirección, como si
estuviesen buscando evidencias de lo que Andrew (Adam) y yo habíamos
hecho ahí. En cualquier momento, esperaba que se comenzara
un discurso sobre cómo no había esperado que al grandioso
Harry Potter le fuera el rollo gay de una noche, y yo repasaba mentalmente
algunos fragmentos de mi discurso absolutorio mientras me ponía
unos pantalones y deliberadamente recuperaba mi varita.
Su silencio
me estaba haciendo sentir tenso, así que decidí forzar
la situación. Cogí algo de ropa limpia para él
con una mano, y casualmente dejé caer la otra sobre su brazo.
Esperaba que saltara lejos, o gritara o insultara, algo, pero no hizo
movimiento alguno contra mi toque. En todo caso, puede que lo sintiera
acercarse, sólo un poco.
Era mi
oportunidad de echarle un vistazo de cerca a Malfoy. No podía
evitar buscar alguna evidencia de su extraña condición
(no había visto muchas mujeres embarazadas; menos aún
hombres), pero cualesquiera que fuesen los que tenía no eran
obvios, al menos no para mí. Estaba pálido y exhausto,
y me preocupé un poco.
Luego me
miró, realmente me miró, y el fantasma de quien
fuese que esperaba a ver (mi viejo némesis de la escuela, o
el chico engreído que había desafiado a Dumbledore en
la torre, o el cobarde en que había imaginado que se había
convertido) había desaparecido. Me encontré mirando
a los ojos de un extraño, un hombre con la expresión
desesperada de alguien que siente la desesperación de la prisión
aferrándose a él todavía, y tuve la sensación
surrealista de que nunca lo había conocido en mi vida. Este
Malfoy era un desconocido.
Dejé
que mi mano se apartara.
—Tu
habitación está por aquí —dije, más
confundido por Malfoy que nunca. Mientras lo guiaba por el pasillo
pensé: «la política hace extraños compañeros
de cama». Y me estremecí ante la imagen accidental.
Estaba
tratando de tener una conversación normal, pero había
olvidado que nunca habíamos tenido una de ésas en todos
los años de discusiones y odio. Era una lengua desconocida,
como intentar hablar chino en el aeropuerto de Pekín sin una
guía.
—Dobby
ha preparado una habitación para ti —le dije—.
Puedes ocupar cualquier otra, si lo prefieres, porque nadie más
vive aquí. Tú decides.
Por primera
vez, vi un rastro de ira cruzar por su cara.
—¿Mi
elección? Nada es mi elección, Potter. Dejé de
fingir que lo era hace ya muchos años.
***
Pasaron
horas antes de que me durmiera esa noche, practicando conversaciones
imaginarias con lo que creía que Malfoy utilizaría en
mi contra, y lo que yo respondería.
Intentaba
representar mentalmente mi viejo papel de enemigo, que solía
quedarme como un guante; pero francamente, ahora, me aburría.
No podía visualizar a ninguno de los dos rebajándose
al nivel donde los insultos y hechizos infantiles nos servirían.
Éramos adultos, y los adultos tienen formas mucho más
limpias de dejar heridas invisibles.
No era
como si aún viese el universo en absolutos. Mi mundo de blancos
y negros se había desvanecido el día en que maté
a Vincent Crabbe. Me dije que era necesario, y lo fue. Pero eso no
lo hacía más honorable que lo que Malfoy había
tratado de hacer durante nuestro sexto curso. Incluso él tuvo
una crisis de conciencia cuando llegó el momento de la verdad:
había bajado su varita, algo que yo nunca consideré
cuando al enfrentarme a Crabbe.
Tal vez
me había convertido en un ejemplo brillante de cómo
el mundo había cambiado. Al aceptarlo en mi casa, había
demostrado la paz, amor y hermandad que habían llegado al mundo
mágico desde la muerte de Voldemort. Lo que era una mentira
impresionante, por supuesto. De todos modos había una nueva
dirección, tal vez no de 90 grados, pero lo suficientemente
oblicua para ser llamado mejor. Tal vez podría hacer un trabajo
medianamente decente de falsificar mi idealismo, al menos el tiempo
que Malfoy estuviese. Me podría convertir en un modelo de tolerancia
para él. Tal vez un amigo sabio, un confidente.
Lo que
no esperaba era convertirme en irrelevante.
En los
primeros días, el total de nuestra interacción consistía
en mis explicaciones de reglas de la casa y él asintiendo y
tomando nota mental de ellas de forma tan silenciosa como lo haría
un fantasma. Era educado, callado, casi un monje en su monasterio.
La mayor parte del tiempo, me ignoraba; si alguien más se presentaba,
él desaparecía hasta que se fuera.
Decidí
que no podríamos hablar del futuro mientras no hablásemos
del pasado. Pero rechazó cualquiera de mis intentos por discutir
el pasado, así que no podíamos hablar de nada.
Me molestaba
muchísimo.
No es que
quisiera que se comportara de la misma forma que recordaba (o no exactamente).
Pero este cambio dramático me había dejado fuera de
lugar. Quiero decir, toda su vida se había reducido a esta
casa y a mí. Yo en su lugar estaría todo el día
tras de mí con tal de tener noticias, información, chismes,
cualquier cosa. Me pregunté qué le había hecho
Azkaban (habían sido seis semanas en prisión). ¿Acaso
incluso la nueva prisión, mejorada y libre de dementores, puede
dejarle a uno con tal blancura antinatural? ¿O era el resultado
de los años anteriores? ¿Dónde había estado
escondiéndose todo este tiempo?
Así
que lo molesté, por supuesto que lo hice. No he cambiado tanto.
Me dije que era por su propio bien, y la excusa no era nueva tampoco.
Pero incluso aunque no tuviera el don de Hermione para disecar la
gente con un corte suave de cuchillo, todavía reconocía
una depresión cuando la veía. Él se resistía,
yo lo molestaba aun más.
Finalmente,
una tarde, unas semanas después (y para mi mayor mi satisfacción),
estalló.
—¿Qué
quieres de mí exactamente, Potter? —gruñó—.
¿Qué te dejará satisfecho? ¿Qué?
Estuve
a punto de fingir que no sabía de qué estaba hablando,
pero cambié de idea.
—Estoy
tratando de entenderte, Malfoy. ¿Qué pasó para
que finalmente te callaras?
Me miró,
sorprendido por la pregunta; sus ojos se empequeñecieron y
se dio la vuelta, murmurando.
—Nada
de eso importa.
—¿Qué
es lo que no importa?
Finalmente
lo había hecho enfurecer; se detuvo y dio la vuelta, mirándome.
Secretamente estaba encantado de que él tampoco hubiese cambiado
tanto. Malfoy sin ese genio era demasiado extraño como para
estar en mi mente. Sentí como si finalmente estuviésemos
regresando a un terreno cómodo.
—Vamos,
Potter, no seas imbécil. Aquí estoy, recién salido
de Azkaban. No tengo amigos, mi padre me vendió a los Longbottom
para salvar su propio trasero, y ahora no tenemos ni puta idea de
donde está.
—Pero
eso no fue tu…
—Mientras
tanto, tengo un parasito dentro que se está llevando toda mi
magia, un jodido heredero para un chico que no podía soportar,
esta cosa se lleva mi nombre, mi cuerpo y mi… mi libertad,
¡y tal vez mi vida!
La forma
en que habló de Neville hizo que me encendiera.
—Mira,
si tu padre no hubiese lanzado esa maldición, Neville habría
podido tener sus herederos. Y tampoco es que tú estuvieras
obligado a…
—Ah,
por supuesto, porque tengo muchas opciones, ¿no es
así, Potter? Todos los hechizos que me han puesto para asegurarse
de que seguía con esto están sólo de adorno —me
dijo con una mirada indignada, retándome.
—Eso
no es lo que he querido decir.
—Ah,
error mío. Debes de haber dicho que escogí empezar cada
mañana escupiendo mis entrañas en tu baño para
que puedas regodearte de lo bajo que he caído, porque soy un
maldito masoquista.
Eso me
dejó en una pieza.
—¿De
qué estás hablando?
—Lo
mires como lo mires, has ganado. Ya lo he dicho, ¿vale? ¿Lo
has entendido? ¡Has ganado! ¿De verdad necesitabas
traerme aquí y restregármelo por la cara?
—No
es eso por lo que estás aquí. —Le puse una mano
en su brazo sin pensarlo, y él se alejó tan violentamente
como si lo hubiese golpeado.
—¿No?,
¿Entonces por qué, Potter? Te mueres por escuchar mis
secretos, pero aquí nunca se oye nada sobre los tuyos. ¿Qué
quieres de mí exactamente?
No sabía
qué decir. Hasta ese instante, había pasado por alto
el hecho de que estaba aprovechándome de él, aunque
con las mejores intenciones, para marcar una victoria en el Ministerio.
Ahora, veía que yo sólo era el último eslabón
de la cadena de gente que lo había utilizado para conseguir
algo que querían. Le habían enseñado que su único
valor era el de una herramienta, y que su única opción
era venderse tan caro como pudiese. Ahora estaba pidiendo saber cuánto
costaba esta vez.
—Neville
no te habría querido en Azkaban —dije finalmente, tratando
de comprar tiemp —. Y él es mi amigo. —Me sorprendió
que pareciese aceptar eso. Su ira se estaba derritiendo como la nieve
en primavera, dando lugar a aquella pasividad que enmascaraba algo
que había reconocido finalmente: desesperación
No pude
evitar pensar en que todo lo que damos se nos es devuelto.
—Mira
—dijo Draco—. Nunca he querido discutir contigo.
Eso era
tal blasfemia que no pude evitar reírme.
—Discúlpame
por no notar eso antes.
Me miró
sin expresión alguna antes de relajarse un poco.
—Déjame
expresarlo de otro modo: no quiero discutir contigo ahora.
Estamos atrapados aquí, por el momento. Sencillamente vamos
a intentar no matarnos, ¿está bien?
El problema
con eso es que todavía no podía decir si en los últimos
siete años él había madurado o se había
dado por vencido. Pero no podía seguir acosándolo para
verlo reaccionar, había caído en mi trampa.
—Está
bien —dije, sabiendo que podía conseguir mi objetivo
de distintas formas. Sentí como si debiese decir algo más,
algo conciliador—: Oye, lamento que te sientas de esa forma
por estar aquí.
Me miró
durante mucho tiempo, haciéndome sentir juzgado y ansioso.
—No
creo que sepas como me siento —dijo finalmente, su voz distante
y vacía.
***
Siempre
he sido propenso a sueños vividos, incluso antes de que Voldemort
entrara a joder en mi cerebro. Hermione probablemente me diría
que es por mi niñez llena de privaciones. Así que no
me sorprendí cuando a la mañana siguiente me desperté
después de un sueño bastante gráfico y erótico
con Malfoy. Limpié la evidencia y me dije que eso era sólo
porque vivía alguien nuevo en mi casa. Nada más. Había
tenido sueños accidentales antes con la gente más sorprendente;
todo el mundo los tiene. Me sentiría extraño con él
por un día o dos, pero esas excitantes imágenes se desvanecerían
rápidamente, y después todo regresaría a la normalidad.
Excepto
que las cosas no se dieron de esa manera.
Mi incomodidad
se quedó. Me encontré mirándolo mientras pasaba
por los pasillos. Me quedaba mirándolo durante nuestras silenciosas
comidas, sabiendo que él era consciente de ellopero incapaz
de pararme. Y cuanto más lo miraba, más me preguntaba:
acerca de su pasado, de sus decisiones, de su futuro. Estaba claro
que no sabía lo que pasaba por su cabeza en esos días,
y comencé a dudar que lo fuese a conocer alguna vez.
Sin embargo,
me fue doloroso mantener mis reacciones físicas en secreto.
Porque si algo había aprendido de mis sueños, es que
nunca debes confundirlos con la realidad.
***
Me sorprendió
que Malfoy preguntara de improviso si podía invitar a Pansy
Parkinson (ahora Pansy Goldstein) a una visita.
—Por
supuesto, Malfoy. ¿Por qué crees que me molestaría?
—Esta
es tu casa, no la mía —dijo—. Nunca has parecido
demasiado agradable con los Slytherin antes.
—Eso
fue hace mucho tiempo. No esperarás que me quede aferrado a
lo que pasó en la escuela, ¿no?
Me miró,
cauteloso.
—Nunca
se que esperar de ti.
Me encontré
a Pansy en la puerta unos días después, mientras Malfoy
estaba indispuesto.
—¿Dónde
está Draco? —fue su saludo.
Tenía
en la punta de la lengua una disculpa por no ser él. A pesar
de lo que Malfoy me había dicho, no me sentía cómodo
cerca de ella.
—Arriba,
ya baja.
Entró
con la misma confianza descarada que recordaba. No se molestó
en arreglarse para Malfoy; llevaba unos jeans y un suéter,
con un pañuelo verde sobre su melena corta. Nunca la había
visto con ropa muggle antes, pero el cambio le quedaba mejor, de alguna
forma.
—Bien,
bien, Potter. ¿Se te han acabado los Gryffindor por salvar?
¿Ya has llegado a los Slytherin? —dijo, pero sonreía
y me tendía una mano con retraso. Yo la apreté con suavidad
y la acompañé, pasando delante del retrato de la Señora
Black, que nos miró pero se mantuvo en silencio, gracias a
Dios.
—Me
alegro de verte, Parkin… er…
—Llámame
Pansy, es más fácil. Si me llamas Goldstein, miraré
alrededor en busca de Anthony.
—De
acuerdo. Felicidades, por cierto. —Todavía estaba intentado
entender cómo esos dos habían llegado a conectar. Tampoco
es que fuese bueno prediciendo quiénes terminarían formando
una pareja (Ron y Hermione habían sido mi único éxito
en ese departamento).
—Gracias.
Mi familia todavía tiene problemas para aceptar que me he casado
con un Ravenclaw. —Su sonrisa superior empezaba a irritarme—.
De todos modos, no es tan extraño como la que ha montado Draco
al convertirse en el primer homosexual embarazado de la historia.
Todas las
palabras me abandonaron y la miré.
–Ah,
eso es… Él… es… ¿qué has dicho?
—tartamudeé finalmente.
Ella me
miró con una expresión de completo desdén.
—Ah,
vamos, Potter, no finjas que no lo sabías… —Ella
se acercó un poco, luego sus ojos se agrandaron—. Ay,
Dios, no lo sabías, ¿verdad? ¡Hostia!
—dejó salir una carcajada poco elegante.
—No,
no lo sabía —dije, con toda la dignidad que pude—.
Nunca lo ha mencionado.
—Vaya,
Potter. Eres la última persona que imaginaría siendo
homófobo.
—No,
no lo soy. No tengo ningún problema. —Sí que lo
tenía, excepto que no era el que Pansy pensaba.
—Bien,
porque he escuchado los rumores que siguen apareciendo de ti.
De cómo el grandioso Harry Potter nunca parece echarse novia…
—¡Pansy!
—Malfoy sacó la cabeza por la puerta—. Me había
parecido oírte. Dios, ¡me alegro de verte!
Ella chilló
y se le lanzó encima.
—Draco,
¡cabrón! Te he echado tanto de menos. Déjame que
te mire… eh, espera un minuto, no pareces embarazado. ¿Dónde
has estado?, ¿vomitando?
Escuchar
detrás de puertas no era tanto un pecado social como una forma
de sobrevivir a los Dursley, así que no me sentí particularmente
culpable cuando me quedé en el pasillo. Pansy estaba hablando,
su voz una perfecta imitación del acento de un pijo.
—Bueno,
dime, querido. Comencemos por cómo demonios llegaste a vivir
con el jodido buenazo de Harry Potter, ¡de entre toda la gente!
Aunque se ha vuelto atractivo, debo admitirlo. Parecía demasiado
insípido en el colegio.
—Tuve
que escoger entre esto y Azkaban, pensaba que era obvio —dijo
secamente—. ¿O me estás ofreciendo quedarte conmigo?
—No
seas tonto, el nombre de Potter es lo único que impide al Ministerio
mantenerte alejado. No podría… —Rió, nerviosa.
—Por
supuesto que no.
—Oh,
no seas así, Draco. —Hubo un silencio que pareció
extraño incluso desde mi lado de la puerta—. Está
bien, no hablaremos de Potter. Dime, ¿por qué aceptaste
meterte en esta estupidez por el grandísimo bastardo?
—Me
conoces lo suficiente. No lo hice por Padre.
—Bueno,
parecía demasiado tolerante por tu parte, por mucho que lo
odies. Pero últimamente he empezado a pensar que no te conozco.
¿Entonces?
—No
me interrogues, Pansy. No es educado.
—Esto
no es un interrogatorio, querido, esto es preocupación amistosa.
Sólo porque no te hayas molestado en seguir en contacto conmigo
no significa que no me preocupe a morir por ti. Pero no estoy preguntando
sobre eso. ¿Has oído mi pregunta? ¿Las palabras
‘dónde has estado todos estos años’ han
salido de estos labios, Draco? No. Porque estoy siendo educada.
Otro silencio
de muerte.
—Lo
hice por mi madre. Sabía que ella no podría aguantar
que él estuviese en Azkaban. Otra vez no. La última
vez aguantó a duras penas, y ahora está en el borde
del precipicio, todo el tiempo, esperando. Él terminará
allí, tarde o temprano. Sólo pensé que mi madre
merecía todo el tiempo que yo pudiese conseguirle, al lado
de él.
—Dios
Draco, ¡vaya regalo! ¡Es un precio muy alto el que has
pagado!
Escuché
un crujido de la vieja silla cerca a la chimenea.
—¿Dónde
está el puñetero elfo? Necesitamos algo de té.
—¿Té?
Creo que whiskey suena mucho mejor, ¿no? —rió
Pansy.
—No
puedo. Está restringido para mí.
Escuché
el sonido de una aparición seguido por la voz de Dobby, y luego
a Malfoy dando su orden.
—Listo,
Pansy. Suficiente información acerca de mí. Probablemente
puedes rellenar las lagunas de El Profeta. Háblame
de ti y de Goldstein. ¿Es rico? ¿Guapo? ¿Bueno
en la cama?
—Ah,
Draco. Eres un sinvergüenza —dijo ella.
No tenía
interés alguno en escuchar nada sobre Pansy o su esposo, así
que me fui, pero no podía quitar de mi mente lo que ella había
soltado al llamar a Malfoy homosexual. ¿Por qué iba
Malfoy a tener esa carta escondida, de entre todas las cosas? ¿Creía
que le daba ventaja el esconderlo de mí? Traté de enfocarme
en pensar en ese secreto. Así, podía evitar pensar en
el hecho de que seguía soñando con él y despertándome
duro.
***
A la tarde
siguiente, la puerta del estudio se abrió y Malfoy se quedó
de pie allí. Estaba delgado y parecía desvalido, con
una camisa blanca y unos pantalones que había sacado quién
sabí de dónde. Aunque en sus ojos no había algo
que semejara el abandono.
—Pansy
te lo ha contado, ¿no?
—¿El
qué?
—No
juegues a hacerte el tonto. Que practicamos la misma religión.
Por así decirlo.
Pasé
con cuidado una página de mi libro antes de mirarlo.
—Sí.
—Creí
que estabas actuando de forma extraña. No lo hagas.
—Relájate,
Malfoy. Como si me importara con quién follas.
—Ah,
claro, porque tengo una larga fila de hombres que entran y salen de
mi habitación…
—¿Eso
qué quiere decir? —No estaba de humor para ser juzgado,
especialmente por él.
—Mira,
yo no soy el que se folla a chicos cuyos nombres no me parece que
valga la pena recordar…
Solamente
le había llevado seis semanas decirlo.
—Eso
no es asunto tuyo —dije, exactamente de la forma en la que la
había practicado, frío y calmado, y regresé a
mi libro.
—No,
estás en lo cierto. No me importa si tocas música en
tu cama. Trae uno nuevo cada noche. Es tu casa.
Mis ojos
pasaron sobre diez palabras exactamente antes de que respondiera con
practicada condescendencia.
—Si
no te conociera mejor, pensaría que estás celoso.
Y sólo
así, la conversación cayó en punto muerto.
—Dejemos
el tema, ¿vale? —Malfoy evitaba mi mirada cuidadosamente.
—Por
mí, de acuerdo. No he sido yo quien ha sacado el tema.
Al principio,
pensé que se iría rápidamente, mostrando su furia
con un portazo, para suavizar la derrota en su propio terreno. En
vez de eso, cruzó la habitación para dejarse caer con
cuidado en una silla, todo el tiempo bajo mi mirada. No recordaba
que su caminar fuera tan sinuoso, como si sus ligamentos se hubiesen
estirado y su centro de gravedad hubiese cambiado. Estaba seguro de
que eso tenía que ver con los cambios por que su cuerpo estaba
pasando; nunca lo había notado en la escuela.
—No
puedo creer lo extraña que es mi vida —dijo, casi solo
para él.
Dejé
que su obvia frustración conmigo me traspasara sin hacerle
caso, y esperé a que las palabras se asentaran. No lo pude
evitar; no fui capaz de aguantar la risa. Me miró como si estuviese
loco, pero su cara se transformó de repente y él también
empezó a reír. Incrédulas muestras de alegría
iluminaron toda su expresión, haciéndole parecer relajado
y realmente atrayente.
Repentina
y horriblemente, supe que tenía un problema. Mi risa se evaporó.
***
Una tarde,
llegué temprano a casa desde una reunión del Wizengamot,
pero Malfoy no estaba en su lugar habitual en la biblioteca. Dobby
apareció al instante, aunque estaba hablando tan frenéticamente
que me llevó un rato entender lo que estaba diciendo.
—El
amo Draco Malfoy no se despierta —dijo, y salí corriendo
rápidamente.
—¡Mierda,
mierda, mierda! —dije, con Dobby en mis talones. Había
notado cómo Malfoy adelgazaba y palidecía cada día
más, pero no me había permitido a mí mismo pensar
que algo fuera realmente mal. Si algo le pasaba, nunca me perdonaría
el haber sido tan estúpido.
Lo encontré
acostado en su cama, totalmente vestido, lo que me dio un poco de
esperanza.
—Dobby,
¿cuánto tiempo ha estado así? —pregunté.
—Dobby
cree que desde después del té. ¡Dobby está
tan contento que Harry Potter esté en casa!
Puse ambas
manos en los hombros de Malfoy, moviéndolo suavemente al principio
y después con más fuerza cuando no se despertó.
—Tan
cansado —me pareció oír que murmuraba, en un suspiro.
Mi varita
estaba en mi mano antes de que me diera cuenta, y luché por
recordar el hechizo que habíamos realizado en San Mungo para
ayudarlo a conservar su energía.
—Aumens… augmens… augmenis, ¡ése
es! —me deslicé sobre la cama—. Augmenis.
Podía
sentir mi pánico desaparecer mientras el hechizo cogía
fuerza, llenándome con un leve recuerdo de la paz y alegría
que sentí en ese momento.
—Vamos,
Malfoy, dilo conmigo. Augmenis.
—Ahhh
—fue lo único que logró decir.
—Augmenis,
sólo dilo. Por favor, Malfoy. Dios, no te puedes morir, por
favor.
—Augmenis
—murmuró finalmente, de forma casi inaudible.
—Así
es. De nuevo, vamos, digámoslo juntos, augmenis. —El
hechizo se estaba haciendo más fuerte, al menos para mí,
y rogaba para que lo ayudara también. Su voz sonó un
poco más fuerte mientras repetía la palabra, y esperé
que no fuera sólo mi mente la que me hacía creer eso.
—Varita
—pidió. Busqué en el bolsillo en el que sabía
que solía tenerla y coloqué sus dedos alrededor. Juntos
repetimos el hechizo, hasta que estuve seguro de que funcionaba: el
color regresaba a sus mejillas, su voz se hacía más
fuerte y la tranquilidad que nos proporcionaba el hechizo nos transfiguraba
a ambos.
Finalmente
se volvió hacia mí, acostándose a mi lado (y
cuándo me había tumbado yo no estaba entre mis recuerdos).
—Creo
que eso es suficiente —dijo.
—Muy
bien. ¿Cómo te sientes?
—Mucho.
Mejor. Gracias.
—De
nada. —Mi cerebro me decía que debería estar avergonzado
al encontrarme en la cama de Malfoy con nuestros dedos entrelazados
alrededor de su varita y la mía, pero el hechizo había
realizado su magia en nosotros, y sólo me sentía en
paz y sin preocupaciones.
Aunque
cuando nos despertamos juntos, unas cuantas horas después,
la vergüenza cayó con todo su peso.
***
Algo cambió
entre nosotros después de eso. Ninguno de los dos pensaba admitir
que nos habíamos hecho amigos (y no era así), pero establecimos
una reciprocidad que era casi agradable.
Lo regañaba
para que comiera más, y él aceptaba que no lo haría
menos Malfoy que lo ayudara con el augmenis de vez en cuando.
Creo que ese episodio lo asustó lo suficiente como para que
me escuchase al menos una vez.
Cualquier
atracción que sintiera hacia Malfoy, cualquier deseo que mis
desastrosos sueños crearan, lo mantuve cuidadosamente para
mí. Nada bueno podría salir de ahí, estaba seguro.
Tal vez debería emplear algo de tiempo en buscar a alguien
apropiado para sacar de mi mente esa nueva y extraña fantasía,
pero estaba demasiado ocupado. O eso era lo que me decía.
Llevé
a casa un árbol deforme tres días antes de Navidad,
llevándolo al estudio y dejando atrás un camino grueso
de espinas. Hermione me había pasado lo peor de las decoraciones,
hechas a mano, de los Weasley, y arrastré a Draco para que
me ayudara a decorarlo.
—Mierda,
Potter. ¿Podrían ser estas cosas más feas? —me
dijo, mostrándome un pino que dejaba su mano llena de escarcha
roja.
—A
caballo regalado no le mires el dentado —dije, y me detuve para
verlo estirarse lánguidamente para añadir una mal cortada
estrella de papel brillante a una rama alta. No es que mirar a Malfoy
fuese nuevo, aunque sí lo fuese el motivo para ello. No había
razón para no disfrutar de la vista cuando no estaba pensando
en actuar en consecuencia.
—Como
si no pudieras permitirte el lujo de comprar los tuyos. ¿O
te asusta parecer demasiado gay si haces un árbol de navidad
bonito?
—Jódete,
Malfoy.
—Eso
quisieras —dijo despreocupadamente, y tiró un árbol
de oropel en mi dirección. Me silenció la imagen de
un sueño que apareció en mi mente.
Pansy le
había mandado un regalo por la mañana temprano, y Malfoy
estaba siendo el crío impaciente que era.
—¿Por
qué tengo que esperar? Quiero abrirlo ahora —dijo, haciendo
un puchero como un niño pequeño mientras yo trataba
de evitar que me gustara.
—¿Por
qué no lo ha traído en persona? —dije—.
Le dijiste que era bienvenida aquí, ¿no? No quiero que
piense que yo…
—No
todo es por ti, Potter —dijo bruscamente—. Su esposo se
opone a mí. Estoy fuera de límites.
—Eso
es ridículo, ¿por qué? —Me asombré.
—¿Necesitas
una lista? Podría decir que esta celoso porque Pansy es mi
mejor amiga desde el colegio. O tal vez porque mi padre es un mortífago
prófugo. Porque no podría ser algo tan trillado como
el que esté soltero y embarazado, ¿no?
—En
cualquier caso, nunca me gustó Goldstein —respondí.
—Eres
tan predecible, Potter. ¿Qué te importa eso? —Me
miró con un rastro de sonrisa.
—No
está bien, eso es todo. Oye, ¿vas a abrirlo o no?
Parpadeó
en mi dirección como si esperase que hablara.
—Bueno,
está bien. —Pero solamente recogió con indiferencia
el moño rojo con verde bastante elaborado, como si pensara
que éste sería su único regalo y que su navidad
podría terminar antes de que comenzar. Pero me las había
arreglado para comprar un par de cosas que creía que él
necesitaba, así que dije—: Vamos. Un regalo temprano
no arruinará tus fiestas.
Con eso,
haló el moño hasta que se soltó. Le tomó
un segundo añadirlo a las horribles y poco acordes decoraciones
del árbol. Esperaba que rompiera el papel, pero tomó
su varita.
—Patesco
—dijo. No pasó nada—. Mierda —murmuró—.
Parece ser que en el Ministerio no pensaron que alguien se molestaría
en darme regalos.
El desaliento
en su voz me hizo sentir peor de lo que pensaba.
—Tú
arráncalo. Es más divertido así.
Deslizó
su dedo índice debajo del papel y lo arrancó.
—Patricia
Wingans, Knightsbridge —leyó de la tapa de la caja—.
Nunca he oído hablar de ellos. Sin embargo, nada más
que lo mejor para Pansy. Qué bueno que Goldstein tenga dinero.
—Abrió la tapa.
No podía
ver qué había, pero sí el shock en su cara y
la forma en que estaba luchando para no perder el control.
—¿Qué?
¿Qué ha dado? —imaginé alguna broma horrorosa;
algo falto de gusto y ofensivo.
—¿A
mi? Nada.
Con manos
temblorosas, Malfoy levantó un pequeño traje de invierno,
de color crema y apariencia suave, adornado con copos de nieve de
color azul claro, tejidos. Había pequeñas botas de lana,
guantes imposiblemente pequeños, gorros delicadamente tejidos,
pequeños pijamas en verde y amarillo pasteles, y mantas de
suave franela. Cada uno de ellos era exquisito, obviamente caro, y
una puñalada directa al corazón de Malfoy.
—Oh,
Dios —dije. No sabía que más decir. Tía
Petunia siempre había dicho a cualquiera que la escuchara lo
horrible y vulgar, por no mencionar de mala suerte, que era dar ropa
de bebé antes de que el niño naciera. O Pansy no lo
sabía, o esta era una más de las diferencias entre ella
y tía Petunia.
—Feliz
Navidad —murmuró, con una voz horriblemente ahogada y
los ojos cerrados con fuerza.
Hasta ese
momento, nunca había creído que la condición
de Malfoy fuese real, o al menos eso me hacía creer a mí
mismo. Era algo abstracto, una enfermedad que lo mareaba por las mañanas
y lo irritaba en la noche. De repente, adiviné que él
pensaba de la misma forma. Tal vez era la única forma en la
que podía pensar en ello.
Ahora todo
era increíblemente real. Malfoy iba a tener un bebé
y, peor aún, a nadie le importaba. Ni al Ministerio, para el
cual era un problema con el cual lidiar. Ni a sus padres, que lo habían
usado para cubrir las pistas y poder escapar a una nueva vida sin
preocupaciones. Ni siquiera a los Longbottom, que no se habían
interesado por él en las semanas que habían pasado y
le habían dejado saber que solamente estaban interesados en
el heredero.
Y, hasta
ese momento, ni siquiera a mí.
Tomé
el regalo de Pansy de su regazo y lo dejé de nuevo en la caja,
poniéndolo en el suelo debajo del horrible árbol, y
me senté en el sofá al lado de él. Estaba luchando
para no derrumbarse delante de mí; temblaba por el esfuerzo.
No podía pensar en qué más hacer, así
que pasé lo que esperaba fuese una mano comprensiva de arriba
a abajo por su brazo. Yo era incapaz de quitarme el recuerdo de la
única vez que lo había visto llorar, en los baños
de Hogwarts, donde lo había dejado muriéndose desangrado
en el piso.
—Todo
irá bien —le dije, sabiendo que era una patraña.
Pero la esperanza detrás de ella era sincera, y pareció
que él la escuchó, aunque todavía no podía
hablar. Escondió la cara en mi hombro—. Oye, ¿quieres
salir de aquí? —dije—. Has estado encerrado en
esta casa durante días, no me extraña que estés
deprimido.
—¿A
dónde? —Su voz quedaba ahogada por mi camiseta, y sus
dedos agarraban mi manga demasiado fuerte. No me molestaba.
—He
oído hablar de una discoteca, cerca de la Biblioteca Británica.
Podríamos ir a bailar. —No me podía creer lo que
estaba ofreciendo, y esperaba que me dijese que no al instante. No
me decepcionó.
—¡Ni
hablar, Potter! No me someteré al ridículo de todo el
mundo mágico. No seas estúpido.
—Es
un club muggle. Nadie sabrá que estamos allá.
—Da
igual, no puedo beber —fue su siguiente objeción—.
Es una de las restricciones.
—No
es un problema.
—Y
tampoco me puedo aparecer.
—Iremos
en taxi.
Se alejó
y me miró.
—¿No
crees que los muggles notarán...? —Hizo un gesto hacia
su estómago, que a duras penas se estaba empezando a hinchar.
—No.
Por un lado, nadie lo imaginaría. Creerían que es barriga
cervecera, tal vez... —Su expresión se oscureció—.
No es que estés gordo, para nada. Tienes… buen aspecto
—finalicé, callándome antes de que dijera algo
en verdad vergonzoso.
Sus ojos
se fijaron primero en el árbol, después en la caja,
y luego en mí.
—Está
bien.
Popstarz
estaba lleno, pero era una noche de viernes en Londres. Malfoy y yo
estábamos presionados desde todos lados por la multitud en
el bar. Él parecía mareado por las luces y la música,
por no mencionar los cuerpos sobrecalentados a nuestro alrededor.
Llevé un mano alrededor de su cintura, acercándolo para
hacer de escudo entre él y todos los codos y manos mientras
tratábamos de atrapar la atención del barman.
El cabello
rubio brillante de Malfoy lo hizo, y el barman asintió en su
dirección.
—Sólo
tomaré un zumo de calabaza —dijo, y yo hice una mueca.
Dondequiera que hubiese pasado el tiempo desde Hogwarts, aparentemente
no había sido en un lugar muggle. Los ojos del barman se estrecharon;
le ponía a Malfoy la etiqueta de uno de los idiotas que tendría
que soportar antes de los últimos pedidos.
—Que
sea un Virgin Mary —grité sobre el ruido—. Y un
escocés.
Malfoy
me lanzó una mirada asesina.
—¿Es
eso algún tipo de broma idiota, Potter?
—No.
Es zumo de tomate con otras cosas que te gustarán. —Me
acomodé de tal forma que le pudiera hablar directamente al
oído. Olía al jabón Palmolive que normalmente
compro. Me gustó en él—. Los muggles no toman
zumo de calabaza.
—Entonces
no saben lo que se están perdiendo. —Me dirigió
una sonrisa nerviosa.
Nos dieron
nuestras bebidas.
—Vamos,
salgamos de esta multitud —le dije, alejándolo de la
barra del bar.
—No
puedo, creo que mis zapatos se han pegado al piso —gruñó,
pero me siguió escaleras arriba.
La suerte
estuvo de nuestra parte, y conseguimos una mesa pequeña en
la 'Sala de los Ochenta' que acababa de ser abandonada. Un grupo animado
de mujeres cerca de nosotros nos miró de arriba abajo, aprobándonos
(especialmente a Malfoy) al parecer, y asintieron en nuestra dirección
con sonrisas socarronas. Noté que tenían cortes de pelo
en punta y tintes similares, como si compartieran el mismo estilista
retro. Cortes por Casanova.
—No
me dijiste que veníamos a un club gay —dijo Malfoy por
encima del ruido de 'Frankie Goes to Hollywood'.
—Pensé
que lo darías por hecho. De todos modos, según parece,
viene mucha más gente aquí.
Parecía
incómodo con algo; abrió la boca, la cerró, llenándola
con el contenido de su voz, y finalmente habló:
—Mira, no me ofenderé si ves a alguien que te gustaría
conocer mejor. Sólo tengamos un código: cuando quieras
que me pierda, puedes...
—No es necesario.
Siguió
como si no hubiese escuchado lo que yo había dicho.
—Debería
ser una palabra que no digamos en otro caso: Quiditch. ¿Qué
te parece?
—No
puedes volver a casa solo, Malfoy —dije neutralmente
—Si
me metes en una de esas cosas, ah, taxis. Creo que puedo hacerlo.
—Mira,
si tú quieres conocer a alguien...
Se rió.
—Joder,
¡no! Eso es lo último que necesito ahora. Sólo
estaba... quiero decir que sé que probablemente quieres...
El volumen
de la música había aumentado abruptamente y prácticamente
le tuve que gritar mi respuesta.
—No,
no lo haría. Sólo quiero irme a casa contigo.
Me di cuenta
demasiado tarde de lo que había dicho. Sus ojos se abrieron
como platos, e incluso una de las mujeres que se lo comía con
los ojos desde la otra mesa me mostró un descarado pulgar hacia
arriba sobre su hombro, que por suerte no vio. Casi me tiré
a dar una explicación estúpida, pero después
lo pensé mejor. Demonios, eso era lo que quería;
¿por qué fingir algo diferente? Esperé por ver
cómo reaccionaba.
El tomó
el camino cobarde y actuó como si lo que yo acababa de decir
fuese inocente, pero yo había visto sus ojos.
—¿Entonces
vamos a bailar, o no? —le dijo al vaso.
—Podemos
bailar si quieres —esperé un golpe, y luego añadí—
¿Es una invitación?
Me miró
y sonrió.
—No,
en realidad esto es una invitación: ¿te importaría
bailar conmigo, Potter?
—Estaría
encantado. Y por cierto, me llamo Harry.
No fue
hasta que estuvimos en la pista que comencé a preocuparme de
estar frente a una tentación que no podría ser capaz
de soportar. Había visto a Malfoy bailar en el Baile de cuarto
año, pero esos suaves valses no se comparaban con sus movimientos
maravillosos al ritmo de George Michael cantando “I want your
sex”. Mi propio intento de baile no era más que movimientos
erráticos, pero podía arreglármelas para mantener
el ritmo. Lo que él estaba haciendo generaría cientos
de sermones escandalizados sobre los pecados de la música pop
y los deseos carnales.
Parecía
feliz, por primera vez desde que había llegado a Grimmauld
Place, así que me resigné a sufrir en silencio.
Misericordiosamente,
la canción terminó, y la que la siguió era mucho
más lenta. Draco dejó de bailar («Gracias,
señor») y me miró de forma algo extraña.
La multitud nos cercó cortándonos una salida fácil,
así que renuncié a la esperanza que tenia de mantener
algo de cordura y posé los brazos alrededor de sus hombros.
Comenzamos a mecernos, con tanta distancia entre nosotros como podíamos
mantener sin dejar de bailar técnicamente juntos.
Lo sentí
acercarse a mí, lentamente al principio. Conforme se relajaba
con la música, pegaba su cuerpo al mío cada vez más.
Había estado medio excitado desde la última canción,
pero la sensación de él contra mí, y el calor
del escocés que me había bebido demasiado rápido,
me habían llevado a despertar por completo y no quería
que él se enterara.
Pero si
los deseos fuesen caballos, los mendigos serian jinetes. Una última
vuelta nos juntó, y mi secreto salió a la luz. Y en
ese instante me di cuenta de que él también tenía
un secreto. La sensación de su polla contra la mía consiguió
mi completa atención.
Debí
de haber pensado en la estupidez que iba a hacer, pero los científicos
no han inventado un aparato que mida eso en el momento. «Sin
riesgo, no hay gloria», decía esa ridícula
voz en mi cabeza.
Deslicé
mis manos por la parte baja de su espalda, hasta llegar a su trasero
y atraerlo hacia mí. Podía sentir la suave curvatura
de su estómago, donde descansaba contra mi cadera. Era extraño
pero no incómodo, al menos no para mí. Movió
la cabeza hacia atrás, sólo un poco, pero lo suficiente
para exponer la elegante línea de su cuello. Ni siquiera intenté
resistirlo; mi boca estuvo sobre él al instante, y su suspiro
sólo me dio más valor para explorarlo más.
—Dios,
Harry, ¿qué estamos haciendo? —susurró.
Me gustó
que dijera estamos. Si iba a irme al infierno, no quería
hacerlo solo.
—No
lo sé. Pero probablemente no deberíamos hacerlo aquí.
Era más
fácil decirlo que hacerlo. No iba a estar satisfecho hasta
que mi boca no probara la suya, y no podía esperar hasta que
estuviésemos en algún otro lado. Y una vez lo saboreé,
pensé en lo siguiente por supuesto, y entonces de verdad
teníamos que salir de ahí.
—Vamos
—dije y lo saqué de la pista, hacia la puerta. Lo dejé
ahí y regresé a nuestra mesa, tomé lo que quedaba
del escocés, y recogí nuestros abrigos para irnos.
No creo
que la mujer en la mesa de al lado tuviese intención de atrapar
mi mirada, pero me dirigió una sonrisa.
—Bueno,
cariño, eso no te ha llevado mucho tiempo —dijo.
—No,
para nada —repliqué, sabiendo que estaba sonrojado por
la excitación y peleando contra una sonrisa—. Sólo
trece años.
***
Nos topamos
con el único taxista de Londres que estaba interesado en una
conversación profunda. El interior del taxi tenía grabado
un mensaje evangélico en la esquina izquierda de la mampara
de separación con el chófer: «En caso de Arrebatamiento
(1), este vehículo quedará
sin conductor». Yo sólo esperaba que Dios pospusiera
ese gran evento hasta que yo llevara a Malfoy a casa.
—El
Señor me ha traído a Londres a hacer su trabajo —nos
dijo el conductor con una amplia sonrisa cuando me vio leyendo el
mensaje. Hasta ese momento, no me había dado cuenta de que
el Señor tenía una flota de taxis negros en Londres—.Jovenzuelos,
¿estáis cubiertos por la sangre del cordero?
—¿Perdón?
—dijo Malfoy, con aspecto algo enfermo.
—¿Están
salvados?
—No
—respondió, mirándome con una sonrisa enigmática—.
Pero me parece que tal vez lo estaremos en poco tiempo.
—¿En
serio? —dijo—. La venda se me cae de los ojos a mí
también.
El conductor
continuó con su parloteo imparable de versos de la Biblia mezclados
con comentarios acerca del cricket, dejándome confuso sobre
cómo se predicaban los principios religiosos, y si la Segunda
Venida era llamada así por la aparición de Jesús
de Nazaret o la de Brian Laras de los Cricketers de West Indies. Mientras
tanto, yo luchaba contra mi nuevo deseo de dejar vagar mis manos por
el cuerpo de Malfoy. Imaginaba que el conductor tendría mucho
que decir sobre eso, incluyendo la palabra «abominación».
Fue el viaje más largo de mi vida, y mis nervios se deshacían
por la demora, mientras me preguntaba si Malfoy ya había regresado
a sus cabales.
—Hoy
es el primer día del resto de nuestra vida —nos aseguró
el hombre, una opinión que yo pensaba encajaba perfectamente
con mi estado de ánimo.
Finalmente
llegamos a Grimmauld Place, y pagué al conductor. No fue hasta
que él estuvo fuera de vista que me permití tocar a
Malfoy de nuevo, llevando un brazo alrededor de él mientras
nos movíamos juntos. Amé la forma en que se recostó
contra mí para susurrarme.
—Date
prisa.
Esperar
no había hecho nada para disminuir mi hambre por él;
en todo caso, el largo camino a casa había hecho mi deseo más
feroz. Era mi propio miedo a lo que me enfrentaría después
lo que me mantenía a raya mientras cerraba la puerta detrás
de nosotros.
Estuvo sobre mí al instante, llevándome contra la pared
con el peso de su cuerpo. La señora Black, por primera vez
desde que yo recordaba, se quedó sin habla.
—Aquí
no —dije contra su cabello, mientras sus manos luchaban con
mi camiseta—. Vamos...
Pudimos
caminar, parando de vez en cuando, hasta la habitación mas
cercana, deteniéndonos en una ocasión con un beso que
casi me hizo correrme por su intensidad.
—Espera,
más despacio —dije, casi sin querer. Si lo hacíamos
algo más lento, tenía miedo de empezar a escuchar todas
las advertencias que se amontonaban en mi cerebro, esperando al momento
en que poder disparándose como balas.
Tenía
el borde de su camiseta en mis manos y estaba levantándola
tanto como podía con sus manos agarrando la mía. En
ese momento, di un paso atrás y alcé la tela suave,
que tuve fuera de su cabeza más rápido de lo que nunca
había desnudado a nadie antes. Atacó los demás
botones de mi camiseta y presionó la boca contra el hueco de
mi garganta antes de que la tela cayera al suelo.
Habíamos
estado dando tumbos por la habitación como un par de polillas
confundidas por una lámpara, y finalmente lo llevé con
una sola mano contra el brazo del sofá. Su respiración
ya era irregular en mi oído, y enviaba oleadas de descargas
eléctricas a mi columna. Mi voz se había convertido
en gruñidos inarticulados mientras nos restregábamos
con frenesí.
—Harry,
Harry —murmuraba. No sabía qué estaba respondiendo
yo, probablemente algo en la lengua de los ángeles que sólo
nuestro taxista habría podido interpretar.
Sus manos
rodearon mi cintura, y luego se deslizaron por la cinturilla de mi
pantalón luchando contra la tela, casi sin resultado. Mis propias
manos estaban en sus bolsillos, llevándolo con fuerza contra
mí, moviéndonos, y la fricción me estaba enloqueciendo.
Separé las piernas a cada lado de él, mis rodillas golpeando
contra el sofá.
De alguna
forma, habíamos desabrochado nuestras cremalleras, y entonces
ya lo tenía en la mano, sintiendo esa piel caliente entre mis
dedos como si perteneciese a ese lugar. Él se había
inclinado hacia atrás, y tenía los ojos abiertos, mirándome.
Una mirada larga y escrutadora con inesperada dulzura. Lo que fuese
que vio en mi cara le tranquilizó en cierto modo, y regresamos
a nuestra anterior ferocidad, besando y mordiendo la boca del otro,
cabalgándonos. Ahora sus manos también estaban sobre
mí. En el momento en que lo sentí apretar y llevar hacia
atrás mi prepucio me corrí; no lo pude parar, caliente
y sucio y pordiosdraco me estaba diciendo al oído,
pero nunca supe qué era.
Apenas
me había recuperado cuando me lancé sobre él
de nuevo, esta vez bajando sus pantalones hasta los zapatos. Tenía
la mano sobre la mía, en su polla, y estaba haciendo estos
sonidos maravillosos con cada movimiento. Lo sentí paralizarse
en mis brazos, y luego llegar en mi mano; sólo verlo con el
borde de los dientes atrapando su labio inferior y esa expresión,
mitad dolor y mitad éxtasis, me habría hecho correrme
de nuevo si hubiese sido posible.
—Ah
Dios, tan bueno —dijo, y se dejó caer en el brazo del
sofá llevándome con él. Tuve cuidado de no caer
sobre él. Nuestro peso combinado movió lo suficiente
el sofá para sacudir la mesa del otro extremo y mandar una
lámpara contra el piso, asustándonos.
—Ésa
es mi señal para decir que nunca me gusto mucho esa lámpara,
de todas formas —dije, y él se rió.
De repente,
ambos escuchamos una voz desagradable chillando desde la puerta. Dobby
nos estaba mirando alarmado, sus ojos casi tapados por el montón
de ropa tirada que había cogido en brazos.
—¡Draco
Malfoy! ¿Qué está haciendo? ¡Córrase
de encima de Harry Potter!
Sentí
a Malfoy temblar, y finalmente me di cuenta de que se estaba riendo.
—Creo
que lo acabo de hacer (2) —dijo,
lo suficientemente alto para que yo lo escuchara.
Me moví
para separar nuestras piernas y sentarme, pero Malfoy, probablemente
todavía relajado, no estaba dejando que me moviera.
—No,
Dobby, está bien —dije—. No es lo que crees.
—Eso
depende de qué es lo que cree.
—No
estás ayudando —murmuré en su oído, pero
no podía enojarme con el después de lo que habíamos
hecho—. Dobby, Malfoy no me está haciendo daño.
Sólo estamos... ehm...
—Dobby,
Potter y yo estamos follando. Ahora vete.
Hubo un
silencio largo antes de que me atreviera a abrir los ojos.
—Ah,
Dobby se da cuenta ahora. —Dobby nos miraba, extrañamente
tranquilo. Echó un vistazo a la lámpara rota, haciéndola
desaparecer con un chasquido de sus dedos.
—Buenas
noches, amos —dijo esfumándose.
Malfoy
todavía se estaba riendo. Gruñí.
—Ah,
mierda. No volveré a ser capaz de mirarlo a los ojos.
—Ah,
relájate, Potter. Es un elfo domestico. Imagino que ha visto
cosas peores. De hecho, es un ex elfo domestico de los Malfoy, estoy
seguro de que ha visto cosas peores.
—Pero...
en fin, técnicamente no estamos follando. —Se movió
para quedar mirándome a los ojos, y no pude contener una sonrisa
malvada. —Al menos no todavía. Aunque eso podría
cambiar.
—Mhmm...
¿Es una invitación?
Sonreí.
—No,
esto es una invitación: ¿te gustaría
continuar arriba, Malfoy?
—Estaría
encantado. Y por cierto, me llamo Draco. —Entrecerró
los ojos un momento—. ¿Crees que lo podrás recordar
por la mañana?
—No
lo olvidaré.
Por alguna
razón, parecía importante dejarlo decidir entre su cama
o la mía. No me sorprendí al encontrarme en sábanas
extrañas. Pasamos varios minutos sólo descansando en
los brazos del otro, tocándonos en silencio. Era casi tan confortable
como augmenis.
Deslizó
un dedo sobre mi mejilla.
—Necesitamos
hacer algo con esto —dijo, frotando la barba incipiente con
la yema de sus dedos—. O voy a terminar con un mal caso de piel
lastimada
Mi corazón
saltó ante el pensamiento de que podríamos hacer esto
el tiempo suficiente como para causar un problema.
—Permíteme
—dijo—, es uno de los pocos hechizos que mi varita puede
hacer. —La aspereza de mi cara desapareció después
de su depilio.
—Gracias.
—Apuesto
a que se queda corto con los hechizos de lubricación —murmuró.
Movió su varita contra su mano y dijo las palabras de un hechizo
que yo sólo había usado una vez antes. Para nuestra
sorpresa, su palma se cubrió de un líquido brillante.
—Hostia
puta —dijo, y ambos comenzamos a reír.
Miró
su mano llena de lubricante; le tomó sólo un momento
decidir qué hacer con él. No estaba duro cuando comenzó
a masajear su propia polla, llevando el lubricante arriba y abajo,
pero sí lo estuve antes de que terminara. Miré sus delgadas
y elegantes manos, y deseé todo el tiempo que estuviesen sobre
mí.
Y luego
me miró con esa intensidad que me dedicaba, y me sentí
asombrado, asustado, tímido y tal vez un poco bendecido. Necesitaba
decir lo primero que pasara por mi mente.
—¿Sabías
que he querido esto por semanas?
Se acercó,
y sus ojos estaban serios.
—Entonces
por fin te he ganado en algo, Potter. Yo he querido esto durante años.
—¿En
serio? —dije, asombrado. ¿Cómo no me había
dado cuenta?
—Sí.
—Llevó un dedo a lo largo del puente de mi nariz, y la
tocó con algo de afecto—. Todavía está
un poco torcida. Siento habértela roto.
—Ah,
¿qué vez?
—Posiblemente
la última vez. Aunque en ese momento no lo sentía —me
observó—. Tal vez tampoco lo lamente ahora, te hace parecer
un poco peligroso.
Dejé
que mi propio dedo siguiera la cicatriz blanca en su cara hasta su
clavícula, y finalmente hasta su pecho.
—Definitivamente
lamento lo que te hice yo.
Levantó
mi mano suavemente y succionó un dedo en su boca. Mi pene saltó
ante la intimidad que eso representaba.
—Oye,
¿hay algo que tenga que saber? Bueno, no puedo lastimarte...
lastimar algo, ¿cierto? —Esperaba no sonar como un imbécil,
pero ese conocimiento no era algo que uno aprendiera en los vestuarios
de la escuela.
—No,
el dragoncito está bien empaquetado ahí. O al menos
eso me han dicho.
—Está
bien.
Se arrastró
hasta quedar sobre mí y se acercó para otro largo y
apasionado beso, que se convirtió en deliberadas y lentas lamidas
que bajaron por mi cuerpo. Cuando llegó a mi pene, estaba seriamente
duro de nuevo. Me tocó primero con el pulgar, y después
su lengua cayó sobre mí con el mismo cuidado. Si lo
que habíamos hecho en la planta de abajo había sido
apresurado y frenético, parecía estar determinado a
que esta vez fuese lenta y cuidadosa. Lo único que yo podía
hacer era acariciar y probar su piel donde pudiese alcanzar, mientras
trataba de reprimir los sonidos vergonzosos que seguían escapando
de mi garganta.
—También
he deseado esto —dijo en voz baja, antes de abrir un poco más
mis piernas y que su boca me engullera. Y entre palabras, la imagen
de él ahí, y las sensaciones vertiginosas que me atravesaban,
no pude aguantar más y me corrí en su boca.
Incluso
después de unos cuantos minutos, mi respiración todavía
estaba agitada. Él me miraba desde debajo de sus pálidas
pestañas. Sólo me observaba, pero no me sentía
extraño, lo que era una sorpresa por sí sola.
—¿Te
acuerdas de lo que estábamos hablando antes de que Dobby llegara?
—dijo finalmente—. Escucha, yo nunca, exactamente... ah.
Nadie ha... bueno, digamos que he leído el libro pero no he
pasado los ÉXTASIS todavía. —Sonaba más
nervioso de lo que nunca lo había oído.
—Entonces
intentemos algo diferente.
—Está
bien. Necesitamos dejar algo para la próxima vez, supongo.
—La idea de que estuviese pensando en una próxima vez
era tan excitante como cualquier cosa que ya hubiésemos hecho,
y prácticamente lo arrastré encima de mí. Su
pene estaba aún cubierto de lubricante, y lo guié entre
mis apretados muslos y me arqueé contra él.
—Ah,
joder, eso es.... ngghh.
Sus caderas
se movían irregularmente contra mí, y pasó un
poco de tiempo antes de que lleváramos un ritmo constante.
Por cansado que estuviese de haberme corrido dos veces, no quise que
terminara pronto, pero él tenía otras ideas.
—Ah,
Dios —dijo, y luego dejó salir el sonido más maravilloso,
y sentí su humedad entre mis piernas.
Se desplomó
en la cama con un largo suspiro y, maldita sea, su cabello nunca se
había visto tan mal antes e igualmente hermoso. No podía
dejar de tocarlo, acariciando su cara una y otra vez, manoseando su
cabello rubio empapado.
Finalmente
se recuperó lo suficiente como para abrir sus ojos.
—Wow.
—¿Crees
que deberíamos haber estado haciendo esto a lo largo de todo
este tiempo? —dije, sin dejar de mover mi mano.
—¿Quieres
decir cuando teníamos once años? ¡Maldito pervertido!
Le di un
pequeño pellizco de desaprobación, no lo suficientemente
fuerte para lastimarlo.
—No,
idiota. Ya sabes lo que quiero decir, ¿no?
—Sí.
No fue
hasta que estuvimos casi dormidos, con mi mano atrapada bajo su brazo,
que se me ocurrió plantearme a qué pregunta había
respondido.
***
Me desperté
no mucho tiempo después del amanecer y lo miré dormir
a mi lado durante un rato largo. Estaba acostado de lado mirándome,
con una pierna metida entre las mías, sus brazos abrazando
una de las varias almohadas dispersas sobre la cama. Finalmente comenzó
a moverse, y lo besé para despertarlo.
—Buenos
días. Veamos, era David, o Douglas, o... Ah, ya me acuerdo.
Draco, ¿no?
—Muy
gracioso.
Estaba
moviendo mi mano por su pecho, acariciando la pálida piel y
moviendo un dedo perezoso alrededor de sus pezones antes de deslizarme
más abajo hacia su vientre. Estaba suave, tal vez un poco más
firme de lo que esperaba. Me preguntaba si podría sentir algún
movimiento.
—¿Se
siente extraño, Harry?
—Por
supuesto. —Hizo un movimiento para alejarse, pero lo detuve,
sujetándolo con fuerza—. No significa que no me guste.
Entonces
me sorprendió cogiendo mi mano y moviéndola deliberadamente
más abajo, hacia su erección matutina, y presionando
ahí.
—¿Mejor?
—Mhm
—rodé para llevar una pierna alrededor de él—.
Y mejor aún.
Pude ver
los signos de excitación apoderándose gradualmente de
él. Su sonrisa era mucho más seductora cuando no la
provocaba conscientemente.
Después
tomamos una ducha bastante necesaria, y me quejé de tener que
ir al Wizengamot mientras Draco me torturaba con el conocimiento de
que él sí podía regresar a la cama. Con todo,
fue mucho mejor que mi experiencia con Adam. O, para el caso, con
cualquier otro.
A pesar
de que me las arreglé para quemar el desayuno otra vez.
***
La noticia
de que se había encontrado un contrahechizo para Tardis
Lentum y que Neville estaba recuperándose sin efectos
secundarios se propagó a través del Wizengamot como
la pólvora.
Madame
Tabernash me detuvo mientras caminaba hacia mi asiento de la esquina.
—Señor
Potter, quería ser la primera en comunicarle lo felices que
estamos todos de que su amigo Neville se esté recuperando.
He oído que Augusta Longbottom está muy emocionada por
el regreso de su nieto a la familia. Y estará feliz de escuchar
que los Longbottom han renunciado a su derecho de Renovoenitor.
La petición será presentada mañana, y estoy segura
de que el Wizengamot la aceptará.
Mis pensamientos,
hasta ese momento, habían estado solamente en Neville y en
cuándo podría visitarlo.
—Espere,
¿eso qué significa? ¿Qué va a pasar con
Draco? Quiero decir, con el señor Malfoy.
Ella me
palmeó en el brazo.
—Quiere
decir que es libre de ir a donde quiera. Usted ha sido más
que generoso con él los últimos meses, aunque sé
que ustedes son como la noche y el día. Sólo espero
que él sepa apreciar lo que usted ha hecho por él...
—No,
eso no es lo que quiero decir. ¿Qué va a pasar con el
niño? Draco lo tendrá en unas cuantas semanas.
—Ah,
los Longbottom asumen que Neville tendrá sus propios hijos
en el futuro —dijo.
—¿Entonces
están repudiando al hijo de Draco?
—Sí,
eso es correcto.
Sentí
mi cólera arder.
—Pero
un bebé no es algo... desechable.
Ella me
miró con un rastro de ceño fruncido, como si de algún
modo la hubiese ofendido.
—Seguro
que puede entender que los Longbottom están en su derecho de
preferir un heredero de su propia familia. ¿No tiene Neville
el derecho de decidir eso por sí mismo después de todo
lo que ha pasado?
—Bueno,
sí, por supuesto, pero...
—Y
el hijo de Draco será heredero de los Malfoy. Eso debería
satisfacer a todo el mundo, ¿no cree?
—Bueno,
supongo —dije, pero todavía estaba disgustado por lo
bizantino que parecía todo. De algún modo me sentía
sucio sólo con estar involucrado.
Recorrí
con la vista la copia de El Profeta que estaba cuidadosamente
doblada y esperando en mi asiento. Mi alegría por la cura de
Neville decididamente estaba opacada por lo que significaba para Draco,
y El Profeta no se abstuvo de despotricar contra la ya odiada
familia Malfoy, sin molestarse en separar el padre del hijo. Tire
el periódico con repugnancia.
El día
pareció más interminable de lo normal hasta que llegó
la hora de que pudiese llegar a casa y darle las novedades a Draco.
Lo encontré en la creciente oscuridad de la biblioteca con
una manoseada copia del periódico y una taza grande de té
que se había enfriado mucho. No estaba seguro de cómo
se lo estaría tomando, y no lo podía deducir por su
expresión.
Acomodándome
en el sofá junto a él, llevé mi mano sobre su
estómago como si tuviese el derecho a tocarlo de esa manera,
y él no se alejó. Buena señal.
—Mira,
esto no significa...
—Sé
exactamente lo que significa, Harry. Significa que el dragoncito ahora
es un bastardo. Significa que los Longbottom ya no nos necesitan a
ninguno de los dos.
—Bueno,
te han liberado de Renovoenitor. Significa que puedes mantener
tu bebé. No tienes que dárselo a los Longbottom después
de todo. Eso es bueno, ¿no?
—Sí.
Bueno. Como dice El Profeta, a los Malfoy nunca se nos ha
dado bien renunciar a nuestras posesiones.
No sabía
cómo actuar con él ante la que era la primera crisis
seria en la que nos metíamos juntos. Si es que aún estábamos
juntos en esto. Traté de utilizar las técnicas que había
aprendido con los hipogrifos.
—Lleva
tiempo el acostumbrarse, supongo.
—Tienes
un don para subestimar, Potter —dijo, pero con una sonrisa suave—.
Solo piénsalo, tendré la oportunidad de joder a este
niño como mi familia me jodió a mí. ¿No
sería increíble?
Leí
entre líneas y decidí que no le molestaba tanto como
parecía. Probablemente estaba aterrorizado por la idea.
—Mira.
No te preocupes. Creo que todos los nuevos padres sienten que no están
listos para el desafío. Todavía tienes algo de tiempo
para hacerte a la idea.
—Tiempo
es lo único que tengo —dijo quedamente—. Mira,
puedo irme mañana.
Un nudo
se formó en mi estómago.
—¿De
qué estás hablando?
—No
tienes por qué mantenerme vigilado para los Longbottom. Así
que supongo...
—No,
no quiero que vayas a ningún sitio. Para nada. —Mis brazos
lo rodearon al instante, como si físicamente pudiese evitar
que me dejara a base de mantenerlo contra mi sofá. Mi corazón
se aceleró por el puro miedo—. Te quiero, Draco, ¿no
lo he dejado claro? Los Longbottom no tienen nada que ver con esto.
Nada que ver con nosotros. Todos nosotros. —Me sentí
cómodo diciéndolo, y cada parte de mi quería
escucharlo—. ¿Te quedarás? ¿Por favor?
—Yo... Dios, sí. Me quedo. —Vaciló un momento,
y luego me apretó en un firme abrazo antes de alejarse y mirar
alrededor—. ¿Por qué está tan oscuro aquí?
¡Dobby! Necesitamos algo de luz. ¿Dónde estas
bicho tonto? ¡Dobby!
***
Por primera
vez en meses, Draco no me había insinuado que me saltara una
sesión del Wizengamot en beneficio de placeres más carnales.
Pero esta vez lo perdoné por no abrir sus ojos antes de irme.
Ya había
luchado contra la gravedad que cerraba mis párpados toda la
mañana, cuando me encontré con alguien (algo) muy pálido
que flotaba en el centro del patíbulo, preparado para dirigirse
al Wizengamot.
—¿Es
Binns? —le susurré a Ephemera.
—Buena
vista —me murmuró—. Por fin se ha jubilado de Hogwarts
y ha venido a hacernos escuchar sus objeciones. Probablemente serán
unas objeciones larguísimas.
Miré
alrededor a mis compañeros del Wizengamot, hasta el último
de los cuales reconocí que habían sufrido las tediosas
clases de Historia de la Magia a través de sus años
de colegio. Sabía como iría esta votación, así
que me rendí al cansancio y cerré los ojos. No ayudó
que me hubiese estado despierto toda la noche.
—Parece
haber tenido una dura noche —dijo Ephemera. Mis ojos se abrieron
y mi cabeza se movió en su dirección—. Escuché
que el señor Malfoy ha tenido un niño esta mañana.
Felicidades.
—En
verdad no tuve que ver con eso —repliqué, pero rebusque
en mi bolsillo y saqué una foto que había tomado esta
mañana. Draco estaba mirando a su recién nacido por
primera vez, con una mirada de gran asombro, un dedo dubitativo acariciando
suavemente la suave y pequeña ceja.
«—¿Cómo
lo llamarás, Draco? —había preguntado, después
de tomar la foto mágica—. Dragoncito no servirá.
—Brian
—había respondido—. Ninguno de esos malditos nombres
de estrellas ni ancestros muertos, ni cualquier mierda. Nunca ha habido
alguien en la familia que se llamara Brian. Es único.
—Como
si cualquiera de tus hijos pudiese ser algo más —le aseguré,
y cuidadosamente los besé a ambos.»
Ese recuerdo
recorrió un largo camino para borrar los otros de ver a Draco
llorando durante la noche, como si estuviera bajo un cruciatus.
Y nunca antes me había dado cuenta de lo hábil que era
para las blasfemias poco convencionales.
Ephemera
conjuró una taza de té caliente y me la dio.
—Parece
que necesita esto —susurró.
—Sí,
gracias.
—Percy
Weasley me dijo que el señor Malfoy seguirá como tu
huésped. Creo que es maravilloso que haya abierto su casa al
bebe y su... eh... madre.
—Padre
—la corregí. Draco había sido muy claro en eso,
después de que los medimagos le habían restaurado completamente
su masculinidad. Y el pensamiento me dejó con una sonrisa aún
mayor.
—Será
una bendición para el pequeño el tenerlo a usted para
cuidarlo.
—No
sólo a mí —respondí rápidamente—.
Draco se muere de ganas por educarlo. Y también esta Neville,
por supuesto. —Neville, por su parte, estaba haciendo todo lo
posible para adaptarse a lo que había despertado, asumiendo
el papel de tío favorito por el momento. No esperaba menos
de alguien que siempre nos había deslumbrado con su integridad.
—Señor
Potter, no nací ayer. Creo que puedo imaginar por qué
el Señor Malfoy decidió quedarse en Grimmauld Place
—ella se acercó como si fuese a revelar el secreto de
las Pirámides, mientras yo sentía mi cara arder más
que el desierto egipcio—. Nada se mueve más rápido
que los rumores, incluso en el Wizengamot.
—Ah,
bueno. Sí. Cierto. —¿Dónde estaban todas
esos indeseadas dichos que deberían estar saliendo de mi cabeza
para que pudiese empezar a explicar las cosas que pasaban entre Draco
y yo? ¿Los caminos del Señor son inescrutables? ¿De
perdidos al río? ¿Hasta una ardilla ciega encuentra
una bellota de vez en cuando?
Luego,
la respuesta perfecta me llegó finalmente, una que incluso
Hermione tendría que haberme aplaudido: «es mejor guardar
silencio y que piensen que eres tonto, antes que hablar y despejar
todas las dudas».
Sonreí
a Ephemera, bajé la cabeza a mi escritorio y, con el zumbido
de Binns en mis oídos una vez más, comencé a
cabecear.
Fin
¡Coméntalo
aquí!
(1)
Arrebatamiento: Acontecimiento que forma parte del dogma de fe en
ciertas religiones cristianas (evangélicos, fundamentalistas,
baptistas…), y según el cual Dios llamará a su
presencia a todos los hombres, para que convivan con Él en
el cielo. Vuelve.
(2)
La expresión inglesa get off puede significar tanto
"quitarse de encima" como "excitar a alguien".
Vuelve.