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Practicando la Misma Religión

Por Geoviki
Ubicación original

Traducción: Loves
Beta: Pescadora de Estigia, Heiko

Harry/Draco, NC-17

Nota: La redacción de Intruders reconoce ciertos componentes moralmente delicados en la temática de este fanfic, y recuerda a sus lectores que la intención de esta recopilación es mostrar un amplio abanico de posibilidades dentro del género del mpreg.

 

 

Y nos sentí nuevos, y sentí el suelo, y me sentí creer.
And I felt us new, and I felt the ground, and I felt myself believing

Shadows on a Dime – Ferron


Diez y treinta y tres de la mañana. Estaba seguro que, finalmente, ese reloj medieval del Ministerio finalmente había pasado a mejor vida desde que yo había llegado. Había muerto de aburrimiento, probablemente. Sentí que también quería expirar como él, en compasión.

Había alcanzado el punto inevitable de la mañana en que me encontraba bostezando y maldiciendo mentalmente a Hermione, a conciencia, para mantenerme despierto. Era culpa suya que yo estuviese atrapado allí, cambiando el culo de posición, incómodo, mientras éste se adormecía y yo trataba de parecer remotamente interesado en el zumbido del viejo mago que caminaba de arriba abajo a lo largo del suelo de piedra. Después de todo, si no fuese por los poderes de persuasión de Hermione, habría podido encontrar otras cosas (cosas más interesantes y cómodas, sin duda) que hacer con mis mañanas a parte de ejercer como el miembro más joven del Wizengamot.

Cuando me pidieron por primera vez que fuera miembro, les dije educadamente que no estaba interesado. Bueno, tal vez no fui muy educado. En lo que a mí concernía, Scrimgeour podía continuar hundiendo el Ministerio sin mi aprobación. Pero Hermione (inevitablemente) tenía otros planes.

—Harry, ¿no ves la oportunidad que representa? —dijo, mirándome fijamente desde el otro lado de la mesa de cocina—. Todos estos años hemos pensando que el Ministerio necesita reformas. Tú podrías reformarlo desde dentro.

—Ya hay suficientes jefes y muy pocos indios, Hermione. Demasiados cocineros y todo eso.

—A caballo regalado no le mires el dentado, Harry. Alguien tiene que hacerlo, y puedes ser tú. Después de todo, más vale pájaro en mano que ciento volando.

—¿Qué significa eso, de todos modos? —pregunté irritado. Creo que supe, desde ese momento, que ya había perdido la batalla, y que seguiría su plan. O ella me arrastraría a hacerlo.

Todavía no puedo explicar la cadena de acontecimientos que siguió. Pero de algún modo, después de que la polvareda se calmara, Kingsley Shacklebolt era ministro, Percy Weasley su más leal diputado y yo ocupaba el quincuagésimo asiento en la esquina trasera del Wizengamot, luchando por navegar entre las leyes de idiosincrasia que gobiernan la Inglaterra mágica.

—Pronto le pillarás el truco —dijo Ephemera Dalgleish en mi primera mañana mientras tomaba asiento en el número cuarenta y nueve—. Puede ser más divertido que cabalgar una ballena jorobada en un huracán. —En mañanas como ésta, cuando a la manecilla del reloj le lleva horas avanzar en el tiempo, no puedo imaginar de qué me hablaba. En vez de eso, me siento y planeo mi revancha. Cuando ese día llegue, y yo salte al puesto número cuarenta y nueve, Hermione se encontrará sentada a mi lado en una silla dura e imposible de soportar, para ella sola.

Cambié de nuevo, y suspiré. Diez y treinta y seis; después de todo, el reloj no estaba roto. Ociosamente daba vueltas a algunas ideas sobre cómo mejorar al Wizengamot (entre mis prioridades estaba el tener una agenda diaria de verdad, para poder ayudar a mi ya de por sí abusada vejiga en algún momento próximo), cuando el tedioso mago terminó abruptamente su discurso, cabeceó graciosamente y se fue. No fui el único pillado con la guardia baja; hubo una nube de ruidos de personas poniéndose derechas en sus asientos y el murmullo de gargantas aclarándose, mientras todos pretendíamos haber estado despiertos todo el tiempo.

Después de unos minutos, las puertas se abrieron y todos nos echamos hacia adelante para ver quién venía a continuación. Me quedé petrificado cuando vi a los guardias escoltando un grupo pequeño de personas conocidas y no bienvenidas: Lucius, Narcissa y Draco Malfoy. Tragué saliva con fuerza. «Entonces, Neville está muerto», pensé.

Estaba casi levantándome de la silla cuando un brazo agarró el mío y me volvió a sentar.

—Señor Potter —dijo Ephemera, en un tono bajo de advertencia—, recuerde donde está.

Lo recordé, bien. Una de las razones no tan nobles por las que acepté quedarme fue para asegurarme de que Lucius Malfoy pagara por lo que había hecho como la mano derecha de Voldemort. Que se le hubiese permitido ser libre después de lo que le había hecho a Neville era un amargo recuerdo de lo ilógica que era la ley mágica. Neville se moría lentamente en San Mungo, maldito por la propia varita de Malfoy, pero hasta que él realmente muriese nadie podía poner un dedo sobre Malfoy. Discutí la injusticia de esto con todo el que pude atrapar, pero claramente alguien bien conectado y de un puesto alto en el Ministerio estaba impidiendo cualquier esfuerzo en su contra. Eso explicaría por qué Malfoy no había desaparecido hasta la fecha. Pero sólo era cuestión de tiempo, antes de que el muy bastardo lo hiciera.

Ahora estaba totalmente alerta, esperando la visión de Malfoy atado a una silla mientras el Wizengamot lo interrogaba por fin. Me encontré deseando que las cadenas que lo ataban se cerrasen y lo ahorcaran.

—Parece que los días de Malfoy en la Mansión están por terminar —murmuré a Ephemera.

—Tal vez.

Detrás de los Malfoy había varios magos que no reconocí, seguidos por la imponente figura de Augusta Longbottom, la abuela de Neville. Parecía más vieja y frágil que la última vez que la había visto, como si el buitre de su sombrero pudiese levantarla y llevársela. Supuse que se debía a la tensión de los últimos meses viendo a Neville morir, sin ser capaz de evitarlo.

Por primera vez, deseé estar en primera fila para ver lo que iba a suceder a continuación. Quería ver a Lucius Malfoy tratando de controlarse mientras la señora Longbottom testificaba contra él y lo mandaba a Azkaban para siempre. Lo cual demuestra lo poco que sé sobre el mundo Mágico. Haber suspendido Adivinación debería haberme disuadido de mi fútil intento para tratar de predecir el futuro.

Madame Tabernash, cabeza del Wizengamot, observó al grupo. Movió la varita, y un pequeño grupo de sillas se movió hacia adelante. No parecía haber cadenas sobre ellos.

—Siéntense —dijo.

Noté que Draco Malfoy dejaba una silla vacía entre su padre y él.

—¿Lucius Malfoy? —dijo ella.

—Presente. —Después de tantos años, el sonido de su voz todavía enviaba temblores por mi columna. Recordé la noche en que Sirius cayó a través del velo, la batalla de Bethnal Green, la leve luz del día reflejada en los ojos ciegos de Neville.

—Hace ocho meses, se lo trajo aquí para afrontar el cargo de asalto a Neville Longbottom, de veintitrés años, de Pendle, Lancashire. ¿Auror Tomlinson?

Un hombre alto, en pie cerca del marco de la puerta, dio un paso adelante, con una túnica tan voluminosa que se parecía más a una tienda de circo que a una prenda de vestir. El hombre se frotó la cara brillante y roja.

—¿Sí, señora?

—Por favor, refresque nuestra memoria sobre lo que descubrió entonces.

—El señor Malfoy, de Wiltshire, aquí presente, fue detenido después de dejar la casa del joven Neville Longbottom. El señor Longbottom fue descubierto bajo Tardius Lentum, una maldición que causa una muerte lenta en la victima. Después de realizar Priori Icantatem, fuimos capaces de determinar que el hechizo fue realizado usando la varita de Lucius Malfoy. Era uno de los hechizos predilectos de los mortífagos, señora, porque les daba la oportunidad de escapar mucho antes de que la victima muriera. No hay contrahechizo conocido, todavía. —Miró a la señora Longbottom, con los ojos llenos de compasión—. No hemos perdido la esperanza, señora, no se preocupe.

¿Eso significaba que Neville todavía estaba vivo? Entonces ¿por qué estaban los Malfoy aquí?

Madame Tabernash asintió en señal de agradecimiento y posó las manos sobre su regazo. Cuando habló, su voz era fría.

—Un detalle técnico lo ha mantenido en libertad durante los últimos ocho meses, señor Malfoy —dijo—. Asalto no es asesinato, estamos al corriente de eso. La libertad vigilada de que disfruta se basa en la contingencia de la supervivencia del señor Longbottom. Hemos decidido esperar hasta que el cargo más grave, el de asesinato, pueda aplicársele. —Mi opinión de ella mejoró considerablemente.

Malfoy se mantuvo sabiamente callado. A su lado, su esposa, que parecía pensar que nada de aquello iba con ella, tampoco dijo palabra alguna.

—Pero eso no es por lo que están hoy aquí.

Vi que sus palabras fueron una sorpresa para Malfoy, que estaba pensando en la coreografía de su propia parte del acto, mostrando una mueca de dolor.

Ella ignoró su actuación.

—¿Augusta Longbottom? Por favor, informe al Wizengamot de lo que pide.

La abuela de Neville se levantó lentamente, enderezando los hombros, y recorrió la asamblea de magos y brujos con sus ojos.

—Señoría —dijo simplemente—, señores jueces. Invocamos nuestro derecho a Renovoenitor.

Su petición causó cierta conmoción a mi alrededor. Me acerqué más, codos sobre las rodillas, atento. ¿Qué diablos era Renovoenitor? Miré a Ephemera en busca de una explicación, pero ella sólo se encogió los hombros en señal de respuesta.

—Es una petición inusual —dijo Madame Tabernash, después de un momento—. ¿Está segura de que eso es lo que quiere?

—Absolutamente. He perdido a mi hijo y a su esposa por culpa de los mortífagos. Ahora el último de los Longbottom yace muriendo a manos de Lucius Malfoy. He perdido a mi familia, Madame Tabernash, y el hombre responsable todavía está libre para disfrutar de sus propiedades, su salud, su heredero.

Todos los ojos de la habitación cayeron sobre Draco Malfoy, que se removió incómodo en la silla.

El mago situado junto a la abuela de Neville se levantó y aclaró la garganta. Madame Tabernash lo miró con dulzura.

—Señor Algeron Longbottom, ¿no?

—Sí, señora. —Así que éste era el tío abuelo Algie, del infame incidente en Blackpool Pier. Me incliné hacia delante para escucharlo mejor.

—Sólo quería decir que Neville, pobre muchacho, era el último de los Longbottom. Y ese sinvergüenza de ahí, quien se cree que puede escaparse de la condena de asesinato porque Neville todavía está vivo, cuando incluso cualquier crío nacido ayer en Barley With Weatley Booth podría decir que él mató a nuestro Neville y estar tan seguro como si él mismo lo hubiese hecho. Y aquí está de pie este hombre como si tuviera derecho a estarlo, cuando todo el mundo sabe que debería estar pudriéndose en Azkaban…

Había escuchado bastante drama en las películas sobre juicios en el televisor de los Dursley, y seguía esperando que alguien hiciese algo para acabar con el discurso del tío Algie, pero la señora Tabernash parecía feliz de dejarlo hablar.

—No había mejor chico que nuestro Neville. Las esperanzas de todos los Longbottom estaban con él. —La Señora Longbottom asintió rápidamente—.El tiempo corre en nuestra contra. No pedimos nada más que lo que nos pertenece ante la ley mágica, aunque esa ley pueda ser antigua.

—Ya veo —dijo la señora Tabernash—. ¿Señor Malfoy? ¿Cómo responde a esto?

La expresión de Malfoy era deliberadamente fría.

—Me temo que no tengo los mismos conocimientos en cuanto a tradiciones mágicas arcaicas que al parecer la longevidad ha proporcionado a la señora Longbottom —dijo—. Si alguien fuera tan amable de explicarme qué es Renovoenitor, podría dar una mejor respuesta a su pregunta.

—Muy bien. Para que no haya confusión, la leeré tal y como se estableció originalmente. —Invocó un gran libro, que puso frente a ella con un firme golpe y que abrió en una página cercana a la portada—. Cuando el único heredero de una noble y antigua casa sea incapaz de continuar su línea y producir un heredero, y cuando esa incapacidad haya sido provocada por acciones hostiles de otra casa, entonces a los afectados se les es permitido pedir un nuevo heredero mediante el rito de Renovoenitor. La casa antagonista debe proveer el recipiente no enlazado dentro de sus propios herederos para traer un reemplazo para el niño. —Levantó la cabeza y lo miró duramente—. Resumiendo, señor Malfoy, se le está ordenando que produzca un nuevo heredero para los Longbottom.

Incluso desde la distancia, reconocí la habitual sonrisa satisfecha de Lucius Malfoy.

—Me temo que ni mi esposa ni yo cumplimos el criterio de recipiente no enlazado. Me parece que el matrimonio es muy útil para tener herederos. Y no tengo ninguna hija, señora Tabernash. Si fuese de otro modo…

El tío Algie no se inmutó.

—Tiene un hijo, que es mucho más que lo que le ha dejado a mi familia. La joven estrella a su lado. Él es su único hijo y heredero, ¿no?

La sonrisa desapareció.

—Sabe que es así —gruñó Malfoy—. Pero ¿qué tiene que ver…?

—Bueno, ahí está su respuesta —dijo el tío Algie finalmente.

—¿Está sugiriendo Vir conceptus? —Madame Tabernash parecía contrariada.

—Sí —dijo la señora Longbottom.

¡No! —gritó Malfoy—. ¡No puedo acceder! Es peligroso, podría matarlo…

La señora Longbottom se giró hacia Malfoy, y había un aire de triunfo en la forma en que habló, como si supiera que por fin había sacado la carta ganadora.

—Los Longbottom tendrán un heredero o la muerte del suyo, Malfoy. Sea como sea, la deuda quedará pagada.

Ahora, mi curiosidad estaba despierta de verdad. Me aventuré a echar un vistazo a Ephemera, que parecía confundida; ella negó con la cabeza.

—Escucha —murmuró.

—Joven, por favor, levántese —dijo Madame Tabernash—. ¿Cuál es su nombre?

—Draco Malfoy.

No había puesto los ojos sobre él desde la noche en que Dumbledore fue asesinado, y siete años después todavía no estaba seguro de qué sentir hacia él. Por un lado, sabía que se había escondido de los mortífagos y se había exiliado en algún lugar, algunos decían Francia, otros que en América. También decían que había cortado la comunicación con sus padres, algo que obviamente no era verdad. Por otro lado, recordé, estaban todos esos años en que lo odiaba antes de esa noche en Hogwarts.

—¿Entiende lo que los Longbottom requieren de su familia? —preguntó Madame Tabernash.

—No, Señoría, no del todo. ¿Me lo podría explicar? —Me pregunté donde había aprendido a ser tan servil.

—Los Longbottom exigen un heredero, que en la mayoría de las circunstancias debería ser proveído por una mujer no casada de su familia. Como no hay tal persona, la carga recae sobre usted.

—¿Qué carga exactamente? —dijo Draco con suavidad.

Vir conceptus. —La repetición, claro estaba, no dejó a Draco con más comprensión del tema que a mí. Un color rojo subió gradualmente por las mejillas de Madame Tabernash mientras se daba cuenta que tendría que ser mas explícita—. Un hechizo que permite al hombre concebir un niño y llevarlo hasta su nacimiento. Un embarazo masculino.

Más murmullos se oyeron por parte del Wizengamot. Draco Malfoy se quedó con la boca abierta, sin poder decir una palabra. Yo sentía casi lo mismo.

—¿Eso es posible? — Narcissa habló por primera vez con voz temblorosa.

—Es raro, pero no imposible. Se ha utilizado dos veces en mi tiempo de vida —replicó Madame Tabernash—. Aunque ambas veces fueron resultado del amor y no bajo Renovoenitor, si mal no recuerdo. Así que sí, es posible. Diabólicamente difícil, pero no imposible. El hechizo para la concepción no es peligroso, pero requiere una gran cantidad de magia de ambos padres para poder mantener el embarazo. Dada la incapacidad del Señor Longbottom, el Señor Malfoy deberá proporcionar toda la magia necesaria. Su habilidad para hacer hechizos se verá afectada severamente; de hecho, hay un riesgo de que se produzca su propia muerte debido a la debilidad.

—No podemos acceder —dijo Lucius—. Es obvio que la única razón para que esta idea absurda sea considerada es la de destruir completamente la estirpe de los Malfoy, arruinar nuestros bienes, empobrecernos y corromper nuestra herencia con la mancha de… —Su boca se cerró abruptamente, pero la objeción fue tan clara como si la hubiese dicho en voz alta.

—Debió haberlo pensado dos veces antes de atacar a nuestro Neville —dijo la Señora Longbottom fríamente—. Porque, estén de acuerdo o no, nosotros tendremos nuestra satisfacción.

—¿Qué pasaría si me niego? —Draco dio un pequeño paso adelante.

La señora Tabernash juntó las manos sobre el libro.

—Si rehúsa, su padre será enviado inmediatamente a Azkaban hasta que pueda pagar su deuda. ¿Entiende que es deuda de él, y no suya?

—Es una deuda Malfoy.

La habitación estaba completamente en silencio. Draco se giró a medias hacia sus padres y los estudió durante un largo momento, deteniéndose más tiempo en la cara pálida de su madre. Finalmente, levantó los ojos para mirar al Wizengamot. Mientras nos miraba, pensé que su mirada se quedaba sobre mí un tenso instante.

—Si acepto esto, necesito algunas promesas —dijo—. Primero, que a mi familia se le permitirá regresar a casa.

—Debo insistir, en cualquier caso, en que las acusaciones pendientes contra su padre permanezcan —replicó Madame Tabernash.

—No hay tales acusaciones contra mi madre.

—Entonces a ella se le permitirá quedarse en Wiltshire sin ser molestada, mientras evite esas acusaciones en el futuro.

Draco asintió.

—Segundo, los Longbottom aceptarán que con este acto todas las deudas quedarán pagadas y todas las demás reclamaciones contra nuestras propiedades y cuentas abandonadas.

—¿Pero se puede saber, maldito…? —empezó el tío Algie, pero Tabernash lo paró con un movimiento de su mano.

—Joven, no está en posición de negociar los términos del Renovoenitor en esta corte. Las condiciones serán: cualquier niño que nazca, heredará ambas fortunas cuando cumpla la mayoría de edad. ¿Esta claro?

—Si, lo entiendo —dijo calmado, como si no esperase concesión, pero que como Slytherin necesitase ganar al menos un poco de ventaja, así fuese pequeña. Tal vez había quedado satisfecho con el hecho de que su madre no fuese molestada.

Luego habló formail y rídigo, como si lo hubiese ensayado.

—Bajo el rito de Renovoenitor, por la presente me ofrezco para asumir la deuda exigida por los Longbottom.

Madame Tabernash se quitó las gafas y miró a Draco, recordándome repentinamente a la profesora McGonagall.

—Esté muy seguro, Señor Malfoy. Una vez haya comenzado, dese cuenta, no se le permitirá cambiar de opinión. Toda su energía, todo su poder, todo su propósito de vida estarán enfocados a esto. Y si no es lo suficientemente fuerte para prolongar su embarazo mágicamente, podría morir.

Draco tomó aire, pero no llegó a retirar los ojos de la cara arrugada de Tabernash.

—Soy un Malfoy, soy lo suficientemente fuerte. Y usted ha dicho que se ha hecho antes.

—Raramente, y no sin un alto precio.

Él asintió con firmeza una vez, con los labios juntos con determinación y la mandíbula cerrada. Había visto esa mirada en su cara demasiadas veces en la escuela como para cuestionarme su determinación ahora.

—¿Y esto la satisfará, señora Longbottom?

—Si, señoría.

—Entonces lo pondremos a deliberación del Wizengamot. Magos y brujas —comenzó, y me di un golpe mental cuando me di cuenta que estaba llamándonos a votar—. ¿Quién acepta los términos de este acuerdo para que el Señor Draco Malfoy pague la deuda de su padre a través de Renovoenitor?

Cuarenta y nueve manos fueron levantadas, y agregué la mía a la cuenta.

—Muy bien. Como es lo normal en estos casos, por raros que sean, el rito se hará en presencia de representantes del Wizengamot. Señor Malfoy, señora Longbottom; cada uno puede escoger dos miembros como testigos para asegurarse de que todo se hará de acuerdo a lo acordado en el pasado.

Nada me preparó para escuchar mi nombre, pronunciado por los Longbottom.

—En honor a su amistad cercana con nuestro Neville —añadió la Señora Longbootom.

—Pero ¿qué es lo que tengo que hacer? —susurré a Ephemera.

—Observar la concepción, según tengo entendido.

—¿Qué? —medio grité, ignorando las miradas de desaprobación dirigidas a mí—. Pero cómo… no puedo. Y si Draco... bueno, y de todos modos, ¿quién es el padre?

—¡Vaya! Tu amigo, Neville, por supuesto. En verdad necesitas prestar más atención.

Pero yo sabía que mi atención no era el problema. Era mi imaginación, que en este momento estaba en un estado de rebelión debido a lo extraños que se habían vuelto los acontecimientos.

 

 

***

 


Aplazamos la sesión para el almuerzo, pero no tenia apetito. La idea de que Draco Malfoy, de todas las personas en el mundo, iba a llevar el hijo de Neville Longbottom era lo suficientemente extraña. Que me llamaran como testigo de de lo que iba a pasar me hacía sentir piedras en el estómago. Me preguntaba por lo que estaba pasando Malfoy.

Encontré a los otros tres testigos en San Mungo, mientras la mortecina luz del atardecer del otoño se acababa. Yo había elegido ir a pie desde las oficinas del Ministerio en vez de aparecerme, como si el cruzar la distancia físicamente me diera algo de tiempo para prepararme para lo que venía. No podía decidir si me sentía más consternado o curioso por lo que iba a suceder; sabía que les debía a Neville y a la abuela de éste el presenciarlo. Tal vez se lo debía a Malfoy, aunque no me gustaba pensar en eso.
En el vestíbulo de San Mungo, nos encontramos con un medimago de túnica verde que miró mi abrigo muggle de manera perspicaz antes de ver mi cicatriz. Suspiré y los seguí hacia la habitación de Neville. Había estado ahí antes, por supuesto –muchas veces en los últimos ocho meses– pero cada vez era más consciente de mis torpes intentos de conversación unilateral con un Neville que no respondía.

—Hola, Nev —dije quedamente, alisando una esquina de su sábana arrugada—. Soy yo, Harry —Los otros apartaron la vista, incómodos. «Todavía no está muerto», quise decir, pero a duras penas parecía apropiado cuando estaba predestinado a eso.

En Hogwarts, Neville siempre había sido el que se iba a cama más temprano, así que tenía experiencia en caminar de puntillas a su alrededor mientras dormía. Por lo general, podía pasar la visita pretendiendo que nada había cambiado. Pero esta vez, su habitación tenía otra cama, donde Malfoy estaba inmóvil, mirando el techo con verdadero temor en sus ojos. Casi sentí lástima por él, hasta que miré a Neville y recordé por qué estábamos allí. La ira que sentí por los Malfoy en ese momento, hacia Lucius por hacer esto a Neville y a Draco por salvarlo de prisión, casi me sobrepabasaron, y luché contra el impulso de golpear algo. O a alguien.

Madame Tabernash entró saludándonos cordialmente.

—Se que debes de estar asustado, pero trata de relajarte. Esto no te lastimará —le dijo a Malfoy.

Mis nervios estaban a punto de explotar, y traté de no asquearme, recordándome que esto era lo que la familia de Neville quería. No iba a mostrarme remilgado. En cualquier caso, Malfoy había decidido pasar por esto. Debería haber dejado que su padre fuera arrastrado a Azkaban, donde pertenecía, y donde iba a terminar de todos modos.

Madame Tabernash lanzó una serie de hechizos sobre Malfoy que eran más inquietantes que cualquier cosa que hubiese visto hacer a Pomfrey después de una lesión por quidditch. Imaginé que le estaba dando a Malfoy los órganos que necesitaba, pero no quería saber más detalles. Por suerte, nos ignoró. Luego nos hizo formar un círculo alrededor de Neville y Malfoy.

—Para poder crear la magia suficiente para mantener los primeros instantes de vida, pido a cada uno de los presentes que done algo de su propio poder —nos dijo—. La palabra que repetirán es augmenis. Normalmente, los dos padres son los responsables de mantener el embarazo, pero ése no es el caso. Espero poder darle una ayuda mágica al señor Malfoy.

La mujer bajó un poco las luces y comenzó con el hechizo. Mientras observaba con un mezcla de curiosidad y ansiedad, delgadas líneas de brillante luz azul rodearon las formas recostadas de Neville y Malfoy. A su señal, comenzamos a entonar augmenis, y las líneas se volvieran más gruesas y brillantes. Me parecía que la magia que estábamos creando me dejaba una sensación de protección, paz y tranquilidad. Mi ira anterior hacia Malfoy se había ido; lo único de lo que me di cuenta cuando lo miré, envuelto en su capullo radiante de luz, fue lo hermoso que era.

De repente, Malfoy dio un grito de asombro, y los rayos de luz se desvanecieron. Por un instante, pareció que fuese a llorar, pero rápidamente escondió sus emociones bajo una máscara bien aprendida.

Las luces del cuarto volvieron a la normalidad.

—¿Ya está? —pregunté, y luego me sentí como un completo imbécil cuando Madame Tabernash se volvió hacia mí con una mirada divertida—. Si, señor Potter. ¿Estaba esperando algo más?

—Ah, no. Yo… eh. Ha sido suficiente —me tambaleé hacia atrás chocando con una esquina, agradecido de que la dignidad de Neville estuviese a salvo, aunque la mía no lo estuviese.

—Señor Malfoy, ahora practicaré una serie de hechizos restrictivos en usted para prevenir que lastime al niño que lleva a la familia Longbottom. Cuando termine, estará libre de regresar a su casa con nuestros mejores deseos. Déjeme decirle que creo que usted es algo bueno para su familia. Ojalá lo merecieran.

 

 

***

 

 

En cuanto pude, fui a narrar los eventos del día a Ron y Hermione. Se lo conté todo, aunque todavía estaba un poco sensible por lo sereno y contento que me había sentido durante el hechizo de concepción, así que omití esa parte.

No me sentí tan ignorante cuando incluso Hermione dijo que nunca había escuchado de Renovoenitor. Pareció tomar tal fallo como un defenso a nivel personal, y podía verla planear su ataque la biblioteca del Ministerio más tarde, para tomarse la revancha.

Renovoenitor —repitió, pensativa—. Suena bastante drástico. Bueno, bien por los Longbottom. Eso hará que a los Malfoy se les bajen los humos.

—¡No me puedo creer que el hurón vaya a ser madre! Es demasiado bueno para ser verdad. Alimentación a media noche y pañales sucios, es exactamente lo que se merece. ¡Y parecerá una ballena hinchada durante meses! —Ron estaba muy feliz por la noticia.

—No dejes que tu madre escuche eso —dijo Hermione riendo, y Ron la miró, levemente avergonzado.

—De todos modos, la mejor parte de todo esto es que los Longbottom finalmente tendrán su venganza en contra de Lucius Malfoy —dije—. ¡Es brillante! Porque para un Malfoy, el nombre, la tierra y la sangre lo son todo, ¿no? y ahora el propio heredero de Lucius se lo dará todo a los Longbottom.

—¿Qué quieres decir? —dijo Ron.

—Bueno, el bebé de Draco será un Longbottom, pero heredará todo de ambas partes.

—¿Entonces quién va a tener el bebé? ¿No es Draco? —La ceja de Hermione se elevó mientras trataba de seguir los detalles.

—No, los Longbottom. Draco es sólo la incubadora. Pero la señora Tabernash explicó que incluso después de que Draco se case y tenga su propia familia, este bebé heredara todos los bienes de los Malfoy. Y no hay nada que Lucius pueda hacer al respecto.

—Ah, desearía poder haber visto la cara de Lucius cuando oyó eso. Y cuando oyó que tendría que ser Draco quien lo gestara. —La sonrisa de Ron amenazaba con partirle la cara en dos.

—Era eso o Azkaban —dije yo—. Draco podría haberse negado, y su padre tendría que haber ido a prisión por no haber pagado su deuda.

—¿Estas diciéndome que el hurón salvó al imbécil de su padre al aceptar todo esto? —preguntó Ron con los ojos abiertos.

—Sí —repentinamente recordé el miedo en la voz de Draco en la Torre de Astronomía, al decirle al Profesor Dumbledore que no había tenido otra opción que proteger su familia al aceptar los términos de Voldemort, y supo exactamente por qué se había ofrecido a hacer lo impensable de nuevo. En ese instante, dejó de ser gracioso.

Incluso Ron pareció afectado.

—Bueno, eso muestra que… debes ser bastante cuidadoso con lo que pides, porque puedes conseguirlo.

 

 

***

 

 

Seré el primero en admitir que no siempre estoy informado sobre los acontecimientos actuales. Recibo Noticias por Lechuza y el Giratiempos ahora que me he unido al Wizengamot, y los leo a menudo, pero frecuentemente dejo que la pila de El Profeta crezca en mi estudio hasta que caiga por su propio peso. Y por último Ron insistió en que Hermione fuese con él a la luna de miel que habían pospuesto más veces de las que puedo acordarme, lo que significa que ella no estuvo cerca para darme las noticias en al menos tres semanas. Porque de otro modo, me habría dado cuenta de lo que pasaba en cuanto recibiera la lechuza de Hermione. Me gusta pensar que soy el tipo de persona que hace las cosas sin que se lo tengan que deletrear.

Pero eso es agua pasada.

No es que esperara tener noticias de Hermione esa tarde; ella y Ron acababan de volver y asumía que todavía tendrían jetlag. Incluso después de tantos años, todavía subestimo su entusiasmo por la acción inmediata.

Su lechuza trajo una nota que decía: «¿Por qué no me dijiste que Draco Malfoy está en Azkaban?»

Bueno, porque yo no lo sabía. Y le respondí diciéndole eso.

Ella estaba en Grimmauld Place en una hora, con Percy detrás.

—Bueno, y ¿qué ha hecho Malfoy para terminar en Azkaban? —pregunté después de que me reprendiera por no seguir lo que aparentemente había sido el titular de El Profeta durante semanas. Estaba mirando las ediciones pasadas y tratando de escucharla a la vez.

—De eso se trata. Él no ha hecho nada. Pero en el momento en que la tinta se secó en el acuerdo con los Longbottom, Lucius y Narcisa vaciaron sus cámaras en Gringotts, hicieron las maletas y desaparecieron.

Tiré el periódico que tenía en la mano, tirando al suelo el montón que Percy había acomodado con presteza.

—¡Mierda! El Wizengamot debería haber hecho algo más rápido. ¡Sabía que esto pasaría! Así que Draco los ayudó a escapar, después de todo.

—No, ya te lo he dicho, él no hizo nada —dijo Hermione—. Los aurores siguen diciendo que él no estaba involucrado.

—Entonces no lo entiendo. ¿Por qué esta en Azkaban? —Me puse de rodillas para agarrar unos diarios y ponerlos de nuevo en una pila.

Percy, de quien sospechaba que ya había recibido una buena reprimenda de Hermione por no haberme mantenido informado, tosió levemente.

—Los Longbottom se quieren asegurar de que no intente escaparse. Riesgo de fuga, lo llaman.

—De todos modos, Azkaban parece un poco drástico —dije—. ¿La familia de Neville no puede arreglarlo para que se quede con ellos hasta que… ya sabéis?

—Podrían hacerlo, pero se han negado. Así que como no había otro lugar donde mandarlo, lo han llevado a Azkaban. ¡Es vergonzoso! —Me pareció que Hermione estaba entrando en un ataque de ira.

—Al menos los dementores se han ido —dijo Percy—. Y estamos hablando de uno de los Malfoy…

—Sigue siendo una prisión —estalló Hermione—. Y sigue siendo el primer lugar en el que el Ministerio piensa para poner a la gente que encuentra inconveniente —ella me miró en busca de apoyo.

—Sí que parece que consiguió un acuerdo injusto —admití—. ¿Hay alguna prueba de que supiese que sus padres iban a irse?

—Bueno, a decir verdad, no creo que haya sido demasiada la sorpresa de que se hayan ido después de que Draco aceptara el plan de los Longbottom. Teniendo en cuenta a lo que Lucius se enfrentaba. Pero Draco debería de saber que lo llevarían a Azkaban por dejarlos irse. Así que no le debieron de dar a conocer sus planes, o no se habría quedado atrás. —Percy parecía sorprendido.

—Había oído que rompió contacto con su padre hacía mucho tiempo, pero después de que aceptó el embarazo, no pensé… —dijo Hermione

—Ah, no, estás en lo cierto, lo hizo —la interrumpió Percy.

Eso no tenía sentido.

—¿Entonces por qué aceptó someterse a todo esto?

La cara de Percy se llenó de asombro. Cada vez que ponía esa cara, tenía que recordarme a mí mismo que los magos no eran simplemente muggles con varitas. Había una historia cultural detrás que a veces me pillaba con la guardia baja.

—Supongo que reconoció que tenia ciertas obligaciones con… su familia.

Hubo un momento incómodo en el que todos pretendimos no estar pensando en el papel de hijo pródigo que Percy representaba. Hermione rompió el silencio.

—De todos modos, éste es exactamente el tipo de cosas que necesitamos extirpar del Ministerio —dijo—. Es demasiado fácil mandar a alguien a Azkaban, sin juicio, o por quienes son sus amigos o familia. ¡Tenemos que cambiar eso! —Cuando decía tenemos, sabía que se refería a que yo tenía.

—¿Qué es exactamente lo que tienes en mente? —preguntó Percy cuidadoso.

—Bueno —comenzó lentamente, y sabía que estaba buscando la manera de decir de forma casual algo por lo que yo saltaría—. Todos hemos aceptado que Azkaban no es el lugar donde un padre embarazado debe estar. Quiero decir, ¿qué cuidado prenatal pueden tener? Y todos estamos de acuerdo en que este tipo de abuso de poder del Ministerio es exactamente contra lo que deberíamos luchar, ¿no?

—Eh. Sí —dije, con otro empujón a las pilas de periódico que tenía delante.

La podía ver estudiando mis reacciones.

—Estaba pensando que, si alguien se ofreciera a cuidar a Malfoy, para garantizar que no desaparezca antes de que el bebé nazca, probablemente podríamos convencer al Ministerio de liberarlo. Y, ah, hay bastante espacio en Grimmauld Place —finalizó con una mirada desafiante, como si esperara que me lanzara al campo de batalla totalmente armado, tratando de desbaratar su argumento.

—Está bien —fue todo lo que dije.

Eso pareció dejarla sin aire. Y sin habla, también, lo cual era de verdad raro.

Percy se removió en la silla.

¿Qué?

—He dicho que está bien. Si Hermione redacta la oferta, podéis llevarla por la mañana a quien esté al cargo.

Percy parecía asombrado.

—Tal vez lleve algo de tiempo. Por lo menos una semana, o quizás más. Sabes lo lentas que pueden ser las cosas.

—Muy bien. Arregladlo lo antes posible.

—Bueno, Harry. No creía que fueras a aceptar tan fácilmente —admitió Hermione, riendo suavemente.

—Difícilmente me puedo negar, porque tienes razón. Si quiero que mi presencia en el Wizengamont me compense todas las molestias, tengo que pelear por la ley cuando pueda.

—¿Incluso por Malfoy? —me estaba probando, pero ya había calculado esa parte de su esquema.

—Especialmente por Malfoy. Es mejor si es Malfoy.

—No te sigo, ¿por qué? —preguntó Percy.

—Porque con Malfoy no puedo ser acusado de usar mi influencia sólo para ayudar a mis amigos. Seamos realistas: cualquiera que conozca la historia entre los dos sabrá que esa acusación no tendría lugar —añadí el ultimo El Profeta a la precaria torre que se alzaba—. Además, no sería malo si vigilo a Malfoy. Por el bienestar de Neville.

Hermione puso cara seria.

—Bueno, políticamente es el mejor movimiento que puedes hacer en este momento. Pero, Harry, ¿crees qué puedes hacerlo? Tal vez Ron y yo debamos mudarnos contigo…

Sonreí.

—Cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él. —Traté de poner un poco de confianza en mis palabras, aunque la situación no me ofrecía ninguna. Pero Hermione estaba en lo cierto, tenía que hacer algo. Y todavía recordaba la desesperación que escuché en la voz de Draco la noche en que se enfrentó a Dumbledore, creyendo que no tenia futuro ni esperanza, y cómo había dejado caer la varita al encontrar un poco de ambas. El profesor Dumbledore había estado dispuesto a darle una oportunidad, y yo le debía a mi mentor hacer lo mismo.

 

 

***

 

 

Después de delegar el problema Malfoy a Percy y Hermione, lo saqué de mis pensamientos las siguientes dos semanas. Fuera de mi vista, fuera de mi mente. Algunas veces hago estupideces como ésa.

Mientras daba vueltas por mi cocina, preparando una fritura no muy elaborada para el desayuno, era consciente del par de ojos color café que registraban mis movimientos. Gracias a Dios, Dobby mantenía la ropa lavada, y los calzoncillos limpios y sin agujeros. Bajo la intensidad de su mirada, hice deliberadamente mis movimientos un poco más suaves, para contrarrestar mi torpeza natural.

Estaba enormemente agradecido que no haber tomado demasiado vodka en el Hipogrifo Arrodillado la noche anterior. No había planeado exactamente tener un compañero de desayuno cuando llegué al club. Ha pasado tiempo desde que me las arreglé para conocer a alguien que no cayese inmediatamente sobre mí con adoración por la imagen pública que no había sido capaz de quitarme de encima. O alguien que no saltara a cincuenta pies de mí ante la posibilidad de que una lechuza de El Profeta estuviera permanentemente en su piso.

Admito que relajo mis estándares de vez en cuando; uno se siente solo en esta casa vacía. Mientras que no sea muggle, eso sí. Grimmauld Place todavía es demasiado mágico como para pensar en traer alguien a casa y que no dude de su cordura con el retrato de la Señora Black, y todavía me pongo nervioso ante el pensamiento de pasar la noche en casa de un extraño.

—¿Tocino? —pregunté.

—No, gracias.

O mi nuevo amigo no era una persona madrugadora o finalmente se estaba rindiendo a lo que Ron llamaba «nervios Potter». Removía su café, negro y sin azúcar, mirándome cuando pensaba que yo no me daba cuenta. Estaba empezando a irritarme. Pero luego recordé que él había bebido mucho más alcohol que yo; tal vez el ofrecerle una poción para la resaca no estaría mal.

—¿Puedo ofrecerte una aspirina o algo así?

Me miró directamente y pude ver el rubor aparecer. Se me cruzó por la mente que había sido su primer hombre, y que a la luz del día estaba arrepintiéndose.

—No, estoy bien. He estado peor.

Me moví detrás de él y comencé un torpe intento de masaje en su cuello. Se relajó con un suspiro audible. El contacto con su piel desnuda y la sensación de los músculos flexionándose debajo de mis manos estaban causando interés en otras partes de mi cuerpo. Me incliné hacia él y estaba a punto de probar algo de lo que esperaba que todavía se estuviera ofreciendo, cuando escuché un alboroto en el pasillo.

—¿Harry? —Casi salté de mi piel, y aparté las manos como si la piel del otro me quemara. La voz de Percy en el corredor era inesperada y no bienvenida en ese momento, pero sabía que no debía fingir que no estaba en casa.

—En la cocina, Percy —respondí, y luego le dije a mi invitado en voz baja, tratando de calmarlo—: Amigo de la familia. Desconoce la importancia de llamar antes de venir.

Percy alzó la voz y pude oír cómo se acercaba.

—Tenía la esperanza de que estuvieras despierto, Harry. Supongo que debería haberte avisado antes, pero Ron me dijo que te levantabas temprano, y… ¡Oh!

—Está bien, Percy —dije, peleando contra mi vergüenza. No era como si Percy no estuviera al corriente de mis preferencias por los hombres después de mi torpe ruptura con su hermana hacía unos años—. Sólo estamos desayunando, ¿quieres algo?

—No. Er. En verdad debí haber llamado primero. Mira, lo siento. Siempre llego en el momento equivocado.

La razón por la que Percy estaba avergonzado sacó su cabeza rubia por el marco de la puerta. Mi poca vergüenza se convirtió en un monstruo cuando me encontré mirando fijamente a Draco Malfoy. Un dicho no deseado se me metió en la cabeza en ese momento: «el orgullo desaparece antes de la caída». Recorrí a conciencia mi cerebro por algo más adecuado, y encontré: «no me hagas preguntas y no te diré mentiras».

Nadie dijo nada durante un buen rato, hasta que Percy comenzó a dar una explicación tardía.

—Lo siento, no tuve la oportunidad de decirte que venía, Harry. El Ministerio aprobó tu petición para tener a Malfoy esta mañana, y pensé… Bueno, dijiste que no querías que pasara un solodía más de lo necesario en Azkaban, así que me tomé la libertad de traerlo aquí tan pronto como fue liberado. Mira, podemos…

Puse mi sonrisa de bienvenida, como si ser sorprendido en la cocina con un amante medio desnudo fuera algo demasiado común como para ser comentado por el hombre de mundo que yo era. Mientras tanto, frenéticamente trataba de recordar el nombre del chico. Era algo con la A. ¿Alle? ¿Alex? Andrew, ése era.

—No, no es gran cosa —dije con toda la confianza que pude lograr—. Percy Weasley, Draco Malfoy. Éste es Andrew.

—Encantado de conocerlos, pero en realidad me llamo Adam —dijo ‘Andrew’, poniendo la sonrisa deslumbradora que había atrapado mi mirada en el club la noche anterior.

Podía sentir el calor irradiando de mí en olas.

—Lo siento —murmuré. Percy, siempre tan diplomático, puso una mirada de estoicismo. Esperaba que Malfoy hiciese un comentario mordaz, pero parecía tan indiferente como Percy.

—¿No ibas unos años por encima de mi curso en Hogwarts? —dijo Percy, usando sus mejores modales del Ministerio.

—Eso creo. ¿Tienes un par de hermanos mayores?

—Si, es correcto —dijo Percy—. Er, Harry… creo que el desayuno se está quemando.

—¡Mierda! —el olor de huevos quemados me golpeó. Moví los brazos tratando de despejar el humo, pero sólo conseguí expandirlo por cada esquina de la habitación. Cogí el mango de la sartén, pero mi varita todavía estaba arriba (la verdad es que no tenía lugar dónde guardarla, con la ropa que llevaba encima). Percy, siempre atento, abrió la ventana; tiré todo el desastre en los arbustos y cerré la ventana de un golpe.

—Lo siento, Adam —dije, esperando que el uso de su nombre no sonara demasiado obvio después de mi metedura de pata anterior—. Tengo más huevos…

—No, está bien. No tengo mucha hambre. En realidad debería irme, así que…

Por la mirada en su cara, más que mi desastroso desayuno, lo que lo estaba llevando a la puerta era la mención de Azkaban. Lo había puesto nervioso. Joder, a mí me ponía nervioso. Se las arregló para poner tanto espacio como pudo entre él y Malfoy mientras iba hacia la puerta. Se debió de vestir en un tiempo récord, porque no había pasado ni un minuto cuando volvió a hablar.

—Conozco la salida —se oyó, seguido por el sonido de la puerta cerrándose. Tenía la sensación de que era la última vez que vería a Adam, pero en ese momento no podía preocuparme por eso.

Percy, bendito sea, siguió como si yo no hubiese demostrado ser un idiota integral.

—Creo que podríamos dejar que Malfoy se acomode y limpie, antes de ir todos al Ministerio —dijo.

—¿Un sábado por la mañana?

—Todavía tenemos que rellenar formularios. Dime que no esperabas que fuera tan simple, Harry. —Percy puso cara de disculpas.

—No hay trabajo hecho hasta que el papeleo está acabado —respondí, sonriendo.

—Qué bien lo sabes. Repasarán lo de la seguridad, la parte financiera, y le darán su varita Cohibendus.

—¿Su qué?

—Bueno, el Ministerio no va a permitirle tener su propia varita. Una varita Cohibendus le permitirá realizar los hechizos que necesita para mantener al bebé sano. Y unos cuantos hechizos personales y de limpieza, para que no esté moleste pidiéndotelos todo el tiempo.

Imaginé lo bien que había tomado Malfoy la noticia de que su propia varita estuviera fuera de límites. De momento fingía que no le importaba, pero yo sabía que no era así. De todos modos, se suponía que no debía hacer mucha magia, así que tal vez no importaría tanto.

Percy cogió un pedazo de tostada fría de la mesa y se volvió para irse.

—Me voy ya al Ministerio y me haré cargo de cuanto pueda. ¿Por qué no nos vemos dentro de una hora?

—Está bien.

Después de que Percy se fuera, me permití echarle un vistazo a Malfoy, que todavía no había dicho ni pío.

—Una ducha estaría bien —fue lo primero que le escuché decir, después de siete años. Parecía casi cómico, dada la situación.

—Ah sí, por supuesto. Te enseñaré dónde, ven. ¿Dónde están tus cosas?

Se produjo un silencio.

—No he traído nada —admitió Malfoy finalmente, y parecía disgustado—. No tengo…

Estúpido de mí por no pensarlo: había llegado directamente de Azkaban.

—Te prestaré algunas cosas.

Había sido más fácil manejar la idea de hospedar a Malfoy cuando era un concepto abstracto. Había hecho que Dobby arreglara una habitación como si estuviese esperando un extraño, un amigo de un amigo que necesitaba un lugar donde quedarse mientras estaba en la ciudad. Ahora que estaba aquí, en persona, en mi casa, no era un extraño, sino un recordatorio desagradable de una parte de mi pasado que nunca había llegado a cerrar. No podía evitar sentirme inquieto por los meses que se avecinaban.

Aun así, no me había ridiculizado por la escena que presenció en la cocina (todavía) y me estaba siguiendo por las escaleras en silencio. En verdad deseará llevar algo más que unos bóxers negros, pero lo que me tenía nervioso era el no tener mi varita, aunque supiese que él estaba en igualdad de condiciones.

Me desvié hacia mi habitación, consciente de la cama desorganizada. Los ojos de Malfoy estaban fijos en la misma dirección, como si estuviesen buscando evidencias de lo que Andrew (Adam) y yo habíamos hecho ahí. En cualquier momento, esperaba que se comenzara un discurso sobre cómo no había esperado que al grandioso Harry Potter le fuera el rollo gay de una noche, y yo repasaba mentalmente algunos fragmentos de mi discurso absolutorio mientras me ponía unos pantalones y deliberadamente recuperaba mi varita.

Su silencio me estaba haciendo sentir tenso, así que decidí forzar la situación. Cogí algo de ropa limpia para él con una mano, y casualmente dejé caer la otra sobre su brazo. Esperaba que saltara lejos, o gritara o insultara, algo, pero no hizo movimiento alguno contra mi toque. En todo caso, puede que lo sintiera acercarse, sólo un poco.

Era mi oportunidad de echarle un vistazo de cerca a Malfoy. No podía evitar buscar alguna evidencia de su extraña condición (no había visto muchas mujeres embarazadas; menos aún hombres), pero cualesquiera que fuesen los que tenía no eran obvios, al menos no para mí. Estaba pálido y exhausto, y me preocupé un poco.

Luego me miró, realmente me miró, y el fantasma de quien fuese que esperaba a ver (mi viejo némesis de la escuela, o el chico engreído que había desafiado a Dumbledore en la torre, o el cobarde en que había imaginado que se había convertido) había desaparecido. Me encontré mirando a los ojos de un extraño, un hombre con la expresión desesperada de alguien que siente la desesperación de la prisión aferrándose a él todavía, y tuve la sensación surrealista de que nunca lo había conocido en mi vida. Este Malfoy era un desconocido.

Dejé que mi mano se apartara.

—Tu habitación está por aquí —dije, más confundido por Malfoy que nunca. Mientras lo guiaba por el pasillo pensé: «la política hace extraños compañeros de cama». Y me estremecí ante la imagen accidental.

Estaba tratando de tener una conversación normal, pero había olvidado que nunca habíamos tenido una de ésas en todos los años de discusiones y odio. Era una lengua desconocida, como intentar hablar chino en el aeropuerto de Pekín sin una guía.

—Dobby ha preparado una habitación para ti —le dije—. Puedes ocupar cualquier otra, si lo prefieres, porque nadie más vive aquí. Tú decides.

Por primera vez, vi un rastro de ira cruzar por su cara.

—¿Mi elección? Nada es mi elección, Potter. Dejé de fingir que lo era hace ya muchos años.

 

 

***

 

 

Pasaron horas antes de que me durmiera esa noche, practicando conversaciones imaginarias con lo que creía que Malfoy utilizaría en mi contra, y lo que yo respondería.

Intentaba representar mentalmente mi viejo papel de enemigo, que solía quedarme como un guante; pero francamente, ahora, me aburría. No podía visualizar a ninguno de los dos rebajándose al nivel donde los insultos y hechizos infantiles nos servirían. Éramos adultos, y los adultos tienen formas mucho más limpias de dejar heridas invisibles.

No era como si aún viese el universo en absolutos. Mi mundo de blancos y negros se había desvanecido el día en que maté a Vincent Crabbe. Me dije que era necesario, y lo fue. Pero eso no lo hacía más honorable que lo que Malfoy había tratado de hacer durante nuestro sexto curso. Incluso él tuvo una crisis de conciencia cuando llegó el momento de la verdad: había bajado su varita, algo que yo nunca consideré cuando al enfrentarme a Crabbe.

Tal vez me había convertido en un ejemplo brillante de cómo el mundo había cambiado. Al aceptarlo en mi casa, había demostrado la paz, amor y hermandad que habían llegado al mundo mágico desde la muerte de Voldemort. Lo que era una mentira impresionante, por supuesto. De todos modos había una nueva dirección, tal vez no de 90 grados, pero lo suficientemente oblicua para ser llamado mejor. Tal vez podría hacer un trabajo medianamente decente de falsificar mi idealismo, al menos el tiempo que Malfoy estuviese. Me podría convertir en un modelo de tolerancia para él. Tal vez un amigo sabio, un confidente.

Lo que no esperaba era convertirme en irrelevante.

En los primeros días, el total de nuestra interacción consistía en mis explicaciones de reglas de la casa y él asintiendo y tomando nota mental de ellas de forma tan silenciosa como lo haría un fantasma. Era educado, callado, casi un monje en su monasterio. La mayor parte del tiempo, me ignoraba; si alguien más se presentaba, él desaparecía hasta que se fuera.

Decidí que no podríamos hablar del futuro mientras no hablásemos del pasado. Pero rechazó cualquiera de mis intentos por discutir el pasado, así que no podíamos hablar de nada.

Me molestaba muchísimo.

No es que quisiera que se comportara de la misma forma que recordaba (o no exactamente). Pero este cambio dramático me había dejado fuera de lugar. Quiero decir, toda su vida se había reducido a esta casa y a mí. Yo en su lugar estaría todo el día tras de mí con tal de tener noticias, información, chismes, cualquier cosa. Me pregunté qué le había hecho Azkaban (habían sido seis semanas en prisión). ¿Acaso incluso la nueva prisión, mejorada y libre de dementores, puede dejarle a uno con tal blancura antinatural? ¿O era el resultado de los años anteriores? ¿Dónde había estado escondiéndose todo este tiempo?

Así que lo molesté, por supuesto que lo hice. No he cambiado tanto. Me dije que era por su propio bien, y la excusa no era nueva tampoco. Pero incluso aunque no tuviera el don de Hermione para disecar la gente con un corte suave de cuchillo, todavía reconocía una depresión cuando la veía. Él se resistía, yo lo molestaba aun más.

Finalmente, una tarde, unas semanas después (y para mi mayor mi satisfacción), estalló.

—¿Qué quieres de mí exactamente, Potter? —gruñó—. ¿Qué te dejará satisfecho? ¿Qué?

Estuve a punto de fingir que no sabía de qué estaba hablando, pero cambié de idea.

—Estoy tratando de entenderte, Malfoy. ¿Qué pasó para que finalmente te callaras?

Me miró, sorprendido por la pregunta; sus ojos se empequeñecieron y se dio la vuelta, murmurando.

—Nada de eso importa.

—¿Qué es lo que no importa?

Finalmente lo había hecho enfurecer; se detuvo y dio la vuelta, mirándome. Secretamente estaba encantado de que él tampoco hubiese cambiado tanto. Malfoy sin ese genio era demasiado extraño como para estar en mi mente. Sentí como si finalmente estuviésemos regresando a un terreno cómodo.

—Vamos, Potter, no seas imbécil. Aquí estoy, recién salido de Azkaban. No tengo amigos, mi padre me vendió a los Longbottom para salvar su propio trasero, y ahora no tenemos ni puta idea de donde está.

—Pero eso no fue tu…

—Mientras tanto, tengo un parasito dentro que se está llevando toda mi magia, un jodido heredero para un chico que no podía soportar, esta cosa se lleva mi nombre, mi cuerpo y mi… mi libertad, ¡y tal vez mi vida!

La forma en que habló de Neville hizo que me encendiera.

—Mira, si tu padre no hubiese lanzado esa maldición, Neville habría podido tener sus herederos. Y tampoco es que tú estuvieras obligado a…

—Ah, por supuesto, porque tengo muchas opciones, ¿no es así, Potter? Todos los hechizos que me han puesto para asegurarse de que seguía con esto están sólo de adorno —me dijo con una mirada indignada, retándome.

—Eso no es lo que he querido decir.

—Ah, error mío. Debes de haber dicho que escogí empezar cada mañana escupiendo mis entrañas en tu baño para que puedas regodearte de lo bajo que he caído, porque soy un maldito masoquista.

Eso me dejó en una pieza.

—¿De qué estás hablando?

—Lo mires como lo mires, has ganado. Ya lo he dicho, ¿vale? ¿Lo has entendido? ¡Has ganado! ¿De verdad necesitabas traerme aquí y restregármelo por la cara?

—No es eso por lo que estás aquí. —Le puse una mano en su brazo sin pensarlo, y él se alejó tan violentamente como si lo hubiese golpeado.

—¿No?, ¿Entonces por qué, Potter? Te mueres por escuchar mis secretos, pero aquí nunca se oye nada sobre los tuyos. ¿Qué quieres de mí exactamente?

No sabía qué decir. Hasta ese instante, había pasado por alto el hecho de que estaba aprovechándome de él, aunque con las mejores intenciones, para marcar una victoria en el Ministerio. Ahora, veía que yo sólo era el último eslabón de la cadena de gente que lo había utilizado para conseguir algo que querían. Le habían enseñado que su único valor era el de una herramienta, y que su única opción era venderse tan caro como pudiese. Ahora estaba pidiendo saber cuánto costaba esta vez.

—Neville no te habría querido en Azkaban —dije finalmente, tratando de comprar tiemp —. Y él es mi amigo. —Me sorprendió que pareciese aceptar eso. Su ira se estaba derritiendo como la nieve en primavera, dando lugar a aquella pasividad que enmascaraba algo que había reconocido finalmente: desesperación

No pude evitar pensar en que todo lo que damos se nos es devuelto.

—Mira —dijo Draco—. Nunca he querido discutir contigo.

Eso era tal blasfemia que no pude evitar reírme.

—Discúlpame por no notar eso antes.

Me miró sin expresión alguna antes de relajarse un poco.

—Déjame expresarlo de otro modo: no quiero discutir contigo ahora. Estamos atrapados aquí, por el momento. Sencillamente vamos a intentar no matarnos, ¿está bien?

El problema con eso es que todavía no podía decir si en los últimos siete años él había madurado o se había dado por vencido. Pero no podía seguir acosándolo para verlo reaccionar, había caído en mi trampa.

—Está bien —dije, sabiendo que podía conseguir mi objetivo de distintas formas. Sentí como si debiese decir algo más, algo conciliador—: Oye, lamento que te sientas de esa forma por estar aquí.

Me miró durante mucho tiempo, haciéndome sentir juzgado y ansioso.

—No creo que sepas como me siento —dijo finalmente, su voz distante y vacía.

 

 

***

 

 

Siempre he sido propenso a sueños vividos, incluso antes de que Voldemort entrara a joder en mi cerebro. Hermione probablemente me diría que es por mi niñez llena de privaciones. Así que no me sorprendí cuando a la mañana siguiente me desperté después de un sueño bastante gráfico y erótico con Malfoy. Limpié la evidencia y me dije que eso era sólo porque vivía alguien nuevo en mi casa. Nada más. Había tenido sueños accidentales antes con la gente más sorprendente; todo el mundo los tiene. Me sentiría extraño con él por un día o dos, pero esas excitantes imágenes se desvanecerían rápidamente, y después todo regresaría a la normalidad.

Excepto que las cosas no se dieron de esa manera.

Mi incomodidad se quedó. Me encontré mirándolo mientras pasaba por los pasillos. Me quedaba mirándolo durante nuestras silenciosas comidas, sabiendo que él era consciente de ellopero incapaz de pararme. Y cuanto más lo miraba, más me preguntaba: acerca de su pasado, de sus decisiones, de su futuro. Estaba claro que no sabía lo que pasaba por su cabeza en esos días, y comencé a dudar que lo fuese a conocer alguna vez.

Sin embargo, me fue doloroso mantener mis reacciones físicas en secreto. Porque si algo había aprendido de mis sueños, es que nunca debes confundirlos con la realidad.

 

 

***

 

 

Me sorprendió que Malfoy preguntara de improviso si podía invitar a Pansy Parkinson (ahora Pansy Goldstein) a una visita.

—Por supuesto, Malfoy. ¿Por qué crees que me molestaría?

—Esta es tu casa, no la mía —dijo—. Nunca has parecido demasiado agradable con los Slytherin antes.

—Eso fue hace mucho tiempo. No esperarás que me quede aferrado a lo que pasó en la escuela, ¿no?

Me miró, cauteloso.

—Nunca se que esperar de ti.

Me encontré a Pansy en la puerta unos días después, mientras Malfoy estaba indispuesto.

—¿Dónde está Draco? —fue su saludo.

Tenía en la punta de la lengua una disculpa por no ser él. A pesar de lo que Malfoy me había dicho, no me sentía cómodo cerca de ella.

—Arriba, ya baja.

Entró con la misma confianza descarada que recordaba. No se molestó en arreglarse para Malfoy; llevaba unos jeans y un suéter, con un pañuelo verde sobre su melena corta. Nunca la había visto con ropa muggle antes, pero el cambio le quedaba mejor, de alguna forma.

—Bien, bien, Potter. ¿Se te han acabado los Gryffindor por salvar? ¿Ya has llegado a los Slytherin? —dijo, pero sonreía y me tendía una mano con retraso. Yo la apreté con suavidad y la acompañé, pasando delante del retrato de la Señora Black, que nos miró pero se mantuvo en silencio, gracias a Dios.

—Me alegro de verte, Parkin… er…

—Llámame Pansy, es más fácil. Si me llamas Goldstein, miraré alrededor en busca de Anthony.

—De acuerdo. Felicidades, por cierto. —Todavía estaba intentado entender cómo esos dos habían llegado a conectar. Tampoco es que fuese bueno prediciendo quiénes terminarían formando una pareja (Ron y Hermione habían sido mi único éxito en ese departamento).

—Gracias. Mi familia todavía tiene problemas para aceptar que me he casado con un Ravenclaw. —Su sonrisa superior empezaba a irritarme—. De todos modos, no es tan extraño como la que ha montado Draco al convertirse en el primer homosexual embarazado de la historia.

Todas las palabras me abandonaron y la miré.

–Ah, eso es… Él… es… ¿qué has dicho? —tartamudeé finalmente.

Ella me miró con una expresión de completo desdén.

—Ah, vamos, Potter, no finjas que no lo sabías… —Ella se acercó un poco, luego sus ojos se agrandaron—. Ay, Dios, no lo sabías, ¿verdad? ¡Hostia! —dejó salir una carcajada poco elegante.

—No, no lo sabía —dije, con toda la dignidad que pude—. Nunca lo ha mencionado.

—Vaya, Potter. Eres la última persona que imaginaría siendo homófobo.

—No, no lo soy. No tengo ningún problema. —Sí que lo tenía, excepto que no era el que Pansy pensaba.

—Bien, porque he escuchado los rumores que siguen apareciendo de ti. De cómo el grandioso Harry Potter nunca parece echarse novia…

—¡Pansy! —Malfoy sacó la cabeza por la puerta—. Me había parecido oírte. Dios, ¡me alegro de verte!

Ella chilló y se le lanzó encima.

—Draco, ¡cabrón! Te he echado tanto de menos. Déjame que te mire… eh, espera un minuto, no pareces embarazado. ¿Dónde has estado?, ¿vomitando?

Escuchar detrás de puertas no era tanto un pecado social como una forma de sobrevivir a los Dursley, así que no me sentí particularmente culpable cuando me quedé en el pasillo. Pansy estaba hablando, su voz una perfecta imitación del acento de un pijo.

—Bueno, dime, querido. Comencemos por cómo demonios llegaste a vivir con el jodido buenazo de Harry Potter, ¡de entre toda la gente! Aunque se ha vuelto atractivo, debo admitirlo. Parecía demasiado insípido en el colegio.

—Tuve que escoger entre esto y Azkaban, pensaba que era obvio —dijo secamente—. ¿O me estás ofreciendo quedarte conmigo?

—No seas tonto, el nombre de Potter es lo único que impide al Ministerio mantenerte alejado. No podría… —Rió, nerviosa.

—Por supuesto que no.

—Oh, no seas así, Draco. —Hubo un silencio que pareció extraño incluso desde mi lado de la puerta—. Está bien, no hablaremos de Potter. Dime, ¿por qué aceptaste meterte en esta estupidez por el grandísimo bastardo?

—Me conoces lo suficiente. No lo hice por Padre.

—Bueno, parecía demasiado tolerante por tu parte, por mucho que lo odies. Pero últimamente he empezado a pensar que no te conozco. ¿Entonces?

—No me interrogues, Pansy. No es educado.

—Esto no es un interrogatorio, querido, esto es preocupación amistosa. Sólo porque no te hayas molestado en seguir en contacto conmigo no significa que no me preocupe a morir por ti. Pero no estoy preguntando sobre eso. ¿Has oído mi pregunta? ¿Las palabras ‘dónde has estado todos estos años’ han salido de estos labios, Draco? No. Porque estoy siendo educada.

Otro silencio de muerte.

—Lo hice por mi madre. Sabía que ella no podría aguantar que él estuviese en Azkaban. Otra vez no. La última vez aguantó a duras penas, y ahora está en el borde del precipicio, todo el tiempo, esperando. Él terminará allí, tarde o temprano. Sólo pensé que mi madre merecía todo el tiempo que yo pudiese conseguirle, al lado de él.

—Dios Draco, ¡vaya regalo! ¡Es un precio muy alto el que has pagado!

Escuché un crujido de la vieja silla cerca a la chimenea.

—¿Dónde está el puñetero elfo? Necesitamos algo de té.

—¿Té? Creo que whiskey suena mucho mejor, ¿no? —rió Pansy.

—No puedo. Está restringido para mí.

Escuché el sonido de una aparición seguido por la voz de Dobby, y luego a Malfoy dando su orden.

—Listo, Pansy. Suficiente información acerca de mí. Probablemente puedes rellenar las lagunas de El Profeta. Háblame de ti y de Goldstein. ¿Es rico? ¿Guapo? ¿Bueno en la cama?

—Ah, Draco. Eres un sinvergüenza —dijo ella.

No tenía interés alguno en escuchar nada sobre Pansy o su esposo, así que me fui, pero no podía quitar de mi mente lo que ella había soltado al llamar a Malfoy homosexual. ¿Por qué iba Malfoy a tener esa carta escondida, de entre todas las cosas? ¿Creía que le daba ventaja el esconderlo de mí? Traté de enfocarme en pensar en ese secreto. Así, podía evitar pensar en el hecho de que seguía soñando con él y despertándome duro.

 

 

***

 

 

A la tarde siguiente, la puerta del estudio se abrió y Malfoy se quedó de pie allí. Estaba delgado y parecía desvalido, con una camisa blanca y unos pantalones que había sacado quién sabí de dónde. Aunque en sus ojos no había algo que semejara el abandono.

—Pansy te lo ha contado, ¿no?

—¿El qué?

—No juegues a hacerte el tonto. Que practicamos la misma religión. Por así decirlo.

Pasé con cuidado una página de mi libro antes de mirarlo.

—Sí.

—Creí que estabas actuando de forma extraña. No lo hagas.

—Relájate, Malfoy. Como si me importara con quién follas.

—Ah, claro, porque tengo una larga fila de hombres que entran y salen de mi habitación…

—¿Eso qué quiere decir? —No estaba de humor para ser juzgado, especialmente por él.

—Mira, yo no soy el que se folla a chicos cuyos nombres no me parece que valga la pena recordar…

Solamente le había llevado seis semanas decirlo.

—Eso no es asunto tuyo —dije, exactamente de la forma en la que la había practicado, frío y calmado, y regresé a mi libro.

—No, estás en lo cierto. No me importa si tocas música en tu cama. Trae uno nuevo cada noche. Es tu casa.

Mis ojos pasaron sobre diez palabras exactamente antes de que respondiera con practicada condescendencia.

—Si no te conociera mejor, pensaría que estás celoso.

Y sólo así, la conversación cayó en punto muerto.

—Dejemos el tema, ¿vale? —Malfoy evitaba mi mirada cuidadosamente.

—Por mí, de acuerdo. No he sido yo quien ha sacado el tema.

Al principio, pensé que se iría rápidamente, mostrando su furia con un portazo, para suavizar la derrota en su propio terreno. En vez de eso, cruzó la habitación para dejarse caer con cuidado en una silla, todo el tiempo bajo mi mirada. No recordaba que su caminar fuera tan sinuoso, como si sus ligamentos se hubiesen estirado y su centro de gravedad hubiese cambiado. Estaba seguro de que eso tenía que ver con los cambios por que su cuerpo estaba pasando; nunca lo había notado en la escuela.

—No puedo creer lo extraña que es mi vida —dijo, casi solo para él.

Dejé que su obvia frustración conmigo me traspasara sin hacerle caso, y esperé a que las palabras se asentaran. No lo pude evitar; no fui capaz de aguantar la risa. Me miró como si estuviese loco, pero su cara se transformó de repente y él también empezó a reír. Incrédulas muestras de alegría iluminaron toda su expresión, haciéndole parecer relajado y realmente atrayente.

Repentina y horriblemente, supe que tenía un problema. Mi risa se evaporó.

 

 

***

 

 

Una tarde, llegué temprano a casa desde una reunión del Wizengamot, pero Malfoy no estaba en su lugar habitual en la biblioteca. Dobby apareció al instante, aunque estaba hablando tan frenéticamente que me llevó un rato entender lo que estaba diciendo.

—El amo Draco Malfoy no se despierta —dijo, y salí corriendo rápidamente.

—¡Mierda, mierda, mierda! —dije, con Dobby en mis talones. Había notado cómo Malfoy adelgazaba y palidecía cada día más, pero no me había permitido a mí mismo pensar que algo fuera realmente mal. Si algo le pasaba, nunca me perdonaría el haber sido tan estúpido.

Lo encontré acostado en su cama, totalmente vestido, lo que me dio un poco de esperanza.

—Dobby, ¿cuánto tiempo ha estado así? —pregunté.

—Dobby cree que desde después del té. ¡Dobby está tan contento que Harry Potter esté en casa!

Puse ambas manos en los hombros de Malfoy, moviéndolo suavemente al principio y después con más fuerza cuando no se despertó.

—Tan cansado —me pareció oír que murmuraba, en un suspiro.

Mi varita estaba en mi mano antes de que me diera cuenta, y luché por recordar el hechizo que habíamos realizado en San Mungo para ayudarlo a conservar su energía.
—Aumens… augmens… augmenis, ¡ése es! —me deslicé sobre la cama—. Augmenis.

Podía sentir mi pánico desaparecer mientras el hechizo cogía fuerza, llenándome con un leve recuerdo de la paz y alegría que sentí en ese momento.

—Vamos, Malfoy, dilo conmigo. Augmenis.

—Ahhh —fue lo único que logró decir.

Augmenis, sólo dilo. Por favor, Malfoy. Dios, no te puedes morir, por favor.

Augmenis —murmuró finalmente, de forma casi inaudible.

—Así es. De nuevo, vamos, digámoslo juntos, augmenis. —El hechizo se estaba haciendo más fuerte, al menos para mí, y rogaba para que lo ayudara también. Su voz sonó un poco más fuerte mientras repetía la palabra, y esperé que no fuera sólo mi mente la que me hacía creer eso.

—Varita —pidió. Busqué en el bolsillo en el que sabía que solía tenerla y coloqué sus dedos alrededor. Juntos repetimos el hechizo, hasta que estuve seguro de que funcionaba: el color regresaba a sus mejillas, su voz se hacía más fuerte y la tranquilidad que nos proporcionaba el hechizo nos transfiguraba a ambos.

Finalmente se volvió hacia mí, acostándose a mi lado (y cuándo me había tumbado yo no estaba entre mis recuerdos).

—Creo que eso es suficiente —dijo.

—Muy bien. ¿Cómo te sientes?

—Mucho. Mejor. Gracias.

—De nada. —Mi cerebro me decía que debería estar avergonzado al encontrarme en la cama de Malfoy con nuestros dedos entrelazados alrededor de su varita y la mía, pero el hechizo había realizado su magia en nosotros, y sólo me sentía en paz y sin preocupaciones.

Aunque cuando nos despertamos juntos, unas cuantas horas después, la vergüenza cayó con todo su peso.

 

 

***

 

 

Algo cambió entre nosotros después de eso. Ninguno de los dos pensaba admitir que nos habíamos hecho amigos (y no era así), pero establecimos una reciprocidad que era casi agradable.

Lo regañaba para que comiera más, y él aceptaba que no lo haría menos Malfoy que lo ayudara con el augmenis de vez en cuando. Creo que ese episodio lo asustó lo suficiente como para que me escuchase al menos una vez.

Cualquier atracción que sintiera hacia Malfoy, cualquier deseo que mis desastrosos sueños crearan, lo mantuve cuidadosamente para mí. Nada bueno podría salir de ahí, estaba seguro. Tal vez debería emplear algo de tiempo en buscar a alguien apropiado para sacar de mi mente esa nueva y extraña fantasía, pero estaba demasiado ocupado. O eso era lo que me decía.

Llevé a casa un árbol deforme tres días antes de Navidad, llevándolo al estudio y dejando atrás un camino grueso de espinas. Hermione me había pasado lo peor de las decoraciones, hechas a mano, de los Weasley, y arrastré a Draco para que me ayudara a decorarlo.

—Mierda, Potter. ¿Podrían ser estas cosas más feas? —me dijo, mostrándome un pino que dejaba su mano llena de escarcha roja.

—A caballo regalado no le mires el dentado —dije, y me detuve para verlo estirarse lánguidamente para añadir una mal cortada estrella de papel brillante a una rama alta. No es que mirar a Malfoy fuese nuevo, aunque sí lo fuese el motivo para ello. No había razón para no disfrutar de la vista cuando no estaba pensando en actuar en consecuencia.

—Como si no pudieras permitirte el lujo de comprar los tuyos. ¿O te asusta parecer demasiado gay si haces un árbol de navidad bonito?

—Jódete, Malfoy.

—Eso quisieras —dijo despreocupadamente, y tiró un árbol de oropel en mi dirección. Me silenció la imagen de un sueño que apareció en mi mente.

Pansy le había mandado un regalo por la mañana temprano, y Malfoy estaba siendo el crío impaciente que era.

—¿Por qué tengo que esperar? Quiero abrirlo ahora —dijo, haciendo un puchero como un niño pequeño mientras yo trataba de evitar que me gustara.

—¿Por qué no lo ha traído en persona? —dije—. Le dijiste que era bienvenida aquí, ¿no? No quiero que piense que yo…

—No todo es por ti, Potter —dijo bruscamente—. Su esposo se opone a mí. Estoy fuera de límites.

—Eso es ridículo, ¿por qué? —Me asombré.

—¿Necesitas una lista? Podría decir que esta celoso porque Pansy es mi mejor amiga desde el colegio. O tal vez porque mi padre es un mortífago prófugo. Porque no podría ser algo tan trillado como el que esté soltero y embarazado, ¿no?

—En cualquier caso, nunca me gustó Goldstein —respondí.

—Eres tan predecible, Potter. ¿Qué te importa eso? —Me miró con un rastro de sonrisa.

—No está bien, eso es todo. Oye, ¿vas a abrirlo o no?

Parpadeó en mi dirección como si esperase que hablara.

—Bueno, está bien. —Pero solamente recogió con indiferencia el moño rojo con verde bastante elaborado, como si pensara que éste sería su único regalo y que su navidad podría terminar antes de que comenzar. Pero me las había arreglado para comprar un par de cosas que creía que él necesitaba, así que dije—: Vamos. Un regalo temprano no arruinará tus fiestas.

Con eso, haló el moño hasta que se soltó. Le tomó un segundo añadirlo a las horribles y poco acordes decoraciones del árbol. Esperaba que rompiera el papel, pero tomó su varita.

Patesco —dijo. No pasó nada—. Mierda —murmuró—. Parece ser que en el Ministerio no pensaron que alguien se molestaría en darme regalos.

El desaliento en su voz me hizo sentir peor de lo que pensaba.

—Tú arráncalo. Es más divertido así.

Deslizó su dedo índice debajo del papel y lo arrancó.

—Patricia Wingans, Knightsbridge —leyó de la tapa de la caja—. Nunca he oído hablar de ellos. Sin embargo, nada más que lo mejor para Pansy. Qué bueno que Goldstein tenga dinero. —Abrió la tapa.

No podía ver qué había, pero sí el shock en su cara y la forma en que estaba luchando para no perder el control.

—¿Qué? ¿Qué ha dado? —imaginé alguna broma horrorosa; algo falto de gusto y ofensivo.

—¿A mi? Nada.

Con manos temblorosas, Malfoy levantó un pequeño traje de invierno, de color crema y apariencia suave, adornado con copos de nieve de color azul claro, tejidos. Había pequeñas botas de lana, guantes imposiblemente pequeños, gorros delicadamente tejidos, pequeños pijamas en verde y amarillo pasteles, y mantas de suave franela. Cada uno de ellos era exquisito, obviamente caro, y una puñalada directa al corazón de Malfoy.

—Oh, Dios —dije. No sabía que más decir. Tía Petunia siempre había dicho a cualquiera que la escuchara lo horrible y vulgar, por no mencionar de mala suerte, que era dar ropa de bebé antes de que el niño naciera. O Pansy no lo sabía, o esta era una más de las diferencias entre ella y tía Petunia.

—Feliz Navidad —murmuró, con una voz horriblemente ahogada y los ojos cerrados con fuerza.

Hasta ese momento, nunca había creído que la condición de Malfoy fuese real, o al menos eso me hacía creer a mí mismo. Era algo abstracto, una enfermedad que lo mareaba por las mañanas y lo irritaba en la noche. De repente, adiviné que él pensaba de la misma forma. Tal vez era la única forma en la que podía pensar en ello.

Ahora todo era increíblemente real. Malfoy iba a tener un bebé y, peor aún, a nadie le importaba. Ni al Ministerio, para el cual era un problema con el cual lidiar. Ni a sus padres, que lo habían usado para cubrir las pistas y poder escapar a una nueva vida sin preocupaciones. Ni siquiera a los Longbottom, que no se habían interesado por él en las semanas que habían pasado y le habían dejado saber que solamente estaban interesados en el heredero.

Y, hasta ese momento, ni siquiera a mí.

Tomé el regalo de Pansy de su regazo y lo dejé de nuevo en la caja, poniéndolo en el suelo debajo del horrible árbol, y me senté en el sofá al lado de él. Estaba luchando para no derrumbarse delante de mí; temblaba por el esfuerzo. No podía pensar en qué más hacer, así que pasé lo que esperaba fuese una mano comprensiva de arriba a abajo por su brazo. Yo era incapaz de quitarme el recuerdo de la única vez que lo había visto llorar, en los baños de Hogwarts, donde lo había dejado muriéndose desangrado en el piso.

—Todo irá bien —le dije, sabiendo que era una patraña. Pero la esperanza detrás de ella era sincera, y pareció que él la escuchó, aunque todavía no podía hablar. Escondió la cara en mi hombro—. Oye, ¿quieres salir de aquí? —dije—. Has estado encerrado en esta casa durante días, no me extraña que estés deprimido.

—¿A dónde? —Su voz quedaba ahogada por mi camiseta, y sus dedos agarraban mi manga demasiado fuerte. No me molestaba.

—He oído hablar de una discoteca, cerca de la Biblioteca Británica. Podríamos ir a bailar. —No me podía creer lo que estaba ofreciendo, y esperaba que me dijese que no al instante. No me decepcionó.

—¡Ni hablar, Potter! No me someteré al ridículo de todo el mundo mágico. No seas estúpido.

—Es un club muggle. Nadie sabrá que estamos allá.

—Da igual, no puedo beber —fue su siguiente objeción—. Es una de las restricciones.

—No es un problema.

—Y tampoco me puedo aparecer.

—Iremos en taxi.

Se alejó y me miró.

—¿No crees que los muggles notarán...? —Hizo un gesto hacia su estómago, que a duras penas se estaba empezando a hinchar.

—No. Por un lado, nadie lo imaginaría. Creerían que es barriga cervecera, tal vez... —Su expresión se oscureció—. No es que estés gordo, para nada. Tienes… buen aspecto —finalicé, callándome antes de que dijera algo en verdad vergonzoso.

Sus ojos se fijaron primero en el árbol, después en la caja, y luego en mí.

—Está bien.

Popstarz estaba lleno, pero era una noche de viernes en Londres. Malfoy y yo estábamos presionados desde todos lados por la multitud en el bar. Él parecía mareado por las luces y la música, por no mencionar los cuerpos sobrecalentados a nuestro alrededor. Llevé un mano alrededor de su cintura, acercándolo para hacer de escudo entre él y todos los codos y manos mientras tratábamos de atrapar la atención del barman.

El cabello rubio brillante de Malfoy lo hizo, y el barman asintió en su dirección.

—Sólo tomaré un zumo de calabaza —dijo, y yo hice una mueca. Dondequiera que hubiese pasado el tiempo desde Hogwarts, aparentemente no había sido en un lugar muggle. Los ojos del barman se estrecharon; le ponía a Malfoy la etiqueta de uno de los idiotas que tendría que soportar antes de los últimos pedidos.

—Que sea un Virgin Mary —grité sobre el ruido—. Y un escocés.

Malfoy me lanzó una mirada asesina.

—¿Es eso algún tipo de broma idiota, Potter?

—No. Es zumo de tomate con otras cosas que te gustarán. —Me acomodé de tal forma que le pudiera hablar directamente al oído. Olía al jabón Palmolive que normalmente compro. Me gustó en él—. Los muggles no toman zumo de calabaza.

—Entonces no saben lo que se están perdiendo. —Me dirigió una sonrisa nerviosa.

Nos dieron nuestras bebidas.

—Vamos, salgamos de esta multitud —le dije, alejándolo de la barra del bar.

—No puedo, creo que mis zapatos se han pegado al piso —gruñó, pero me siguió escaleras arriba.

La suerte estuvo de nuestra parte, y conseguimos una mesa pequeña en la 'Sala de los Ochenta' que acababa de ser abandonada. Un grupo animado de mujeres cerca de nosotros nos miró de arriba abajo, aprobándonos (especialmente a Malfoy) al parecer, y asintieron en nuestra dirección con sonrisas socarronas. Noté que tenían cortes de pelo en punta y tintes similares, como si compartieran el mismo estilista retro. Cortes por Casanova.

—No me dijiste que veníamos a un club gay —dijo Malfoy por encima del ruido de 'Frankie Goes to Hollywood'.

—Pensé que lo darías por hecho. De todos modos, según parece, viene mucha más gente aquí.

Parecía incómodo con algo; abrió la boca, la cerró, llenándola con el contenido de su voz, y finalmente habló:

—Mira, no me ofenderé si ves a alguien que te gustaría conocer mejor. Sólo tengamos un código: cuando quieras que me pierda, puedes...
—No es necesario.

Siguió como si no hubiese escuchado lo que yo había dicho.

—Debería ser una palabra que no digamos en otro caso: Quiditch. ¿Qué te parece?

—No puedes volver a casa solo, Malfoy —dije neutralmente

—Si me metes en una de esas cosas, ah, taxis. Creo que puedo hacerlo.

—Mira, si quieres conocer a alguien...

Se rió.

—Joder, ¡no! Eso es lo último que necesito ahora. Sólo estaba... quiero decir que sé que probablemente quieres...

El volumen de la música había aumentado abruptamente y prácticamente le tuve que gritar mi respuesta.

—No, no lo haría. Sólo quiero irme a casa contigo.

Me di cuenta demasiado tarde de lo que había dicho. Sus ojos se abrieron como platos, e incluso una de las mujeres que se lo comía con los ojos desde la otra mesa me mostró un descarado pulgar hacia arriba sobre su hombro, que por suerte no vio. Casi me tiré a dar una explicación estúpida, pero después lo pensé mejor. Demonios, eso era lo que quería; ¿por qué fingir algo diferente? Esperé por ver cómo reaccionaba.

El tomó el camino cobarde y actuó como si lo que yo acababa de decir fuese inocente, pero yo había visto sus ojos.

—¿Entonces vamos a bailar, o no? —le dijo al vaso.

—Podemos bailar si quieres —esperé un golpe, y luego añadí— ¿Es una invitación?

Me miró y sonrió.

—No, en realidad esto es una invitación: ¿te importaría bailar conmigo, Potter?

—Estaría encantado. Y por cierto, me llamo Harry.

No fue hasta que estuvimos en la pista que comencé a preocuparme de estar frente a una tentación que no podría ser capaz de soportar. Había visto a Malfoy bailar en el Baile de cuarto año, pero esos suaves valses no se comparaban con sus movimientos maravillosos al ritmo de George Michael cantando “I want your sex”. Mi propio intento de baile no era más que movimientos erráticos, pero podía arreglármelas para mantener el ritmo. Lo que él estaba haciendo generaría cientos de sermones escandalizados sobre los pecados de la música pop y los deseos carnales.

Parecía feliz, por primera vez desde que había llegado a Grimmauld Place, así que me resigné a sufrir en silencio.

Misericordiosamente, la canción terminó, y la que la siguió era mucho más lenta. Draco dejó de bailar («Gracias, señor») y me miró de forma algo extraña. La multitud nos cercó cortándonos una salida fácil, así que renuncié a la esperanza que tenia de mantener algo de cordura y posé los brazos alrededor de sus hombros. Comenzamos a mecernos, con tanta distancia entre nosotros como podíamos mantener sin dejar de bailar técnicamente juntos.

Lo sentí acercarse a mí, lentamente al principio. Conforme se relajaba con la música, pegaba su cuerpo al mío cada vez más. Había estado medio excitado desde la última canción, pero la sensación de él contra mí, y el calor del escocés que me había bebido demasiado rápido, me habían llevado a despertar por completo y no quería que él se enterara.

Pero si los deseos fuesen caballos, los mendigos serian jinetes. Una última vuelta nos juntó, y mi secreto salió a la luz. Y en ese instante me di cuenta de que él también tenía un secreto. La sensación de su polla contra la mía consiguió mi completa atención.

Debí de haber pensado en la estupidez que iba a hacer, pero los científicos no han inventado un aparato que mida eso en el momento. «Sin riesgo, no hay gloria», decía esa ridícula voz en mi cabeza.

Deslicé mis manos por la parte baja de su espalda, hasta llegar a su trasero y atraerlo hacia mí. Podía sentir la suave curvatura de su estómago, donde descansaba contra mi cadera. Era extraño pero no incómodo, al menos no para mí. Movió la cabeza hacia atrás, sólo un poco, pero lo suficiente para exponer la elegante línea de su cuello. Ni siquiera intenté resistirlo; mi boca estuvo sobre él al instante, y su suspiro sólo me dio más valor para explorarlo más.

—Dios, Harry, ¿qué estamos haciendo? —susurró.

Me gustó que dijera estamos. Si iba a irme al infierno, no quería hacerlo solo.

—No lo sé. Pero probablemente no deberíamos hacerlo aquí.

Era más fácil decirlo que hacerlo. No iba a estar satisfecho hasta que mi boca no probara la suya, y no podía esperar hasta que estuviésemos en algún otro lado. Y una vez lo saboreé, pensé en lo siguiente por supuesto, y entonces de verdad teníamos que salir de ahí.

—Vamos —dije y lo saqué de la pista, hacia la puerta. Lo dejé ahí y regresé a nuestra mesa, tomé lo que quedaba del escocés, y recogí nuestros abrigos para irnos.

No creo que la mujer en la mesa de al lado tuviese intención de atrapar mi mirada, pero me dirigió una sonrisa.

—Bueno, cariño, eso no te ha llevado mucho tiempo —dijo.

—No, para nada —repliqué, sabiendo que estaba sonrojado por la excitación y peleando contra una sonrisa—. Sólo trece años.

 

***

 

 

Nos topamos con el único taxista de Londres que estaba interesado en una conversación profunda. El interior del taxi tenía grabado un mensaje evangélico en la esquina izquierda de la mampara de separación con el chófer: «En caso de Arrebatamiento (1), este vehículo quedará sin conductor». Yo sólo esperaba que Dios pospusiera ese gran evento hasta que yo llevara a Malfoy a casa.

—El Señor me ha traído a Londres a hacer su trabajo —nos dijo el conductor con una amplia sonrisa cuando me vio leyendo el mensaje. Hasta ese momento, no me había dado cuenta de que el Señor tenía una flota de taxis negros en Londres—.Jovenzuelos, ¿estáis cubiertos por la sangre del cordero?

—¿Perdón? —dijo Malfoy, con aspecto algo enfermo.

—¿Están salvados?

—No —respondió, mirándome con una sonrisa enigmática—. Pero me parece que tal vez lo estaremos en poco tiempo.

—¿En serio? —dijo—. La venda se me cae de los ojos a mí también.

El conductor continuó con su parloteo imparable de versos de la Biblia mezclados con comentarios acerca del cricket, dejándome confuso sobre cómo se predicaban los principios religiosos, y si la Segunda Venida era llamada así por la aparición de Jesús de Nazaret o la de Brian Laras de los Cricketers de West Indies. Mientras tanto, yo luchaba contra mi nuevo deseo de dejar vagar mis manos por el cuerpo de Malfoy. Imaginaba que el conductor tendría mucho que decir sobre eso, incluyendo la palabra «abominación». Fue el viaje más largo de mi vida, y mis nervios se deshacían por la demora, mientras me preguntaba si Malfoy ya había regresado a sus cabales.

—Hoy es el primer día del resto de nuestra vida —nos aseguró el hombre, una opinión que yo pensaba encajaba perfectamente con mi estado de ánimo.

Finalmente llegamos a Grimmauld Place, y pagué al conductor. No fue hasta que él estuvo fuera de vista que me permití tocar a Malfoy de nuevo, llevando un brazo alrededor de él mientras nos movíamos juntos. Amé la forma en que se recostó contra mí para susurrarme.

—Date prisa.

Esperar no había hecho nada para disminuir mi hambre por él; en todo caso, el largo camino a casa había hecho mi deseo más feroz. Era mi propio miedo a lo que me enfrentaría después lo que me mantenía a raya mientras cerraba la puerta detrás de nosotros.
Estuvo sobre mí al instante, llevándome contra la pared con el peso de su cuerpo. La señora Black, por primera vez desde que yo recordaba, se quedó sin habla.

—Aquí no —dije contra su cabello, mientras sus manos luchaban con mi camiseta—. Vamos...

Pudimos caminar, parando de vez en cuando, hasta la habitación mas cercana, deteniéndonos en una ocasión con un beso que casi me hizo correrme por su intensidad.

—Espera, más despacio —dije, casi sin querer. Si lo hacíamos algo más lento, tenía miedo de empezar a escuchar todas las advertencias que se amontonaban en mi cerebro, esperando al momento en que poder disparándose como balas.

Tenía el borde de su camiseta en mis manos y estaba levantándola tanto como podía con sus manos agarrando la mía. En ese momento, di un paso atrás y alcé la tela suave, que tuve fuera de su cabeza más rápido de lo que nunca había desnudado a nadie antes. Atacó los demás botones de mi camiseta y presionó la boca contra el hueco de mi garganta antes de que la tela cayera al suelo.

Habíamos estado dando tumbos por la habitación como un par de polillas confundidas por una lámpara, y finalmente lo llevé con una sola mano contra el brazo del sofá. Su respiración ya era irregular en mi oído, y enviaba oleadas de descargas eléctricas a mi columna. Mi voz se había convertido en gruñidos inarticulados mientras nos restregábamos con frenesí.

—Harry, Harry —murmuraba. No sabía qué estaba respondiendo yo, probablemente algo en la lengua de los ángeles que sólo nuestro taxista habría podido interpretar.

Sus manos rodearon mi cintura, y luego se deslizaron por la cinturilla de mi pantalón luchando contra la tela, casi sin resultado. Mis propias manos estaban en sus bolsillos, llevándolo con fuerza contra mí, moviéndonos, y la fricción me estaba enloqueciendo. Separé las piernas a cada lado de él, mis rodillas golpeando contra el sofá.

De alguna forma, habíamos desabrochado nuestras cremalleras, y entonces ya lo tenía en la mano, sintiendo esa piel caliente entre mis dedos como si perteneciese a ese lugar. Él se había inclinado hacia atrás, y tenía los ojos abiertos, mirándome. Una mirada larga y escrutadora con inesperada dulzura. Lo que fuese que vio en mi cara le tranquilizó en cierto modo, y regresamos a nuestra anterior ferocidad, besando y mordiendo la boca del otro, cabalgándonos. Ahora sus manos también estaban sobre mí. En el momento en que lo sentí apretar y llevar hacia atrás mi prepucio me corrí; no lo pude parar, caliente y sucio y pordiosdraco me estaba diciendo al oído, pero nunca supe qué era.

Apenas me había recuperado cuando me lancé sobre él de nuevo, esta vez bajando sus pantalones hasta los zapatos. Tenía la mano sobre la mía, en su polla, y estaba haciendo estos sonidos maravillosos con cada movimiento. Lo sentí paralizarse en mis brazos, y luego llegar en mi mano; sólo verlo con el borde de los dientes atrapando su labio inferior y esa expresión, mitad dolor y mitad éxtasis, me habría hecho correrme de nuevo si hubiese sido posible.

—Ah Dios, tan bueno —dijo, y se dejó caer en el brazo del sofá llevándome con él. Tuve cuidado de no caer sobre él. Nuestro peso combinado movió lo suficiente el sofá para sacudir la mesa del otro extremo y mandar una lámpara contra el piso, asustándonos.

—Ésa es mi señal para decir que nunca me gusto mucho esa lámpara, de todas formas —dije, y él se rió.

De repente, ambos escuchamos una voz desagradable chillando desde la puerta. Dobby nos estaba mirando alarmado, sus ojos casi tapados por el montón de ropa tirada que había cogido en brazos.

—¡Draco Malfoy! ¿Qué está haciendo? ¡Córrase de encima de Harry Potter!

Sentí a Malfoy temblar, y finalmente me di cuenta de que se estaba riendo.

—Creo que lo acabo de hacer (2) —dijo, lo suficientemente alto para que yo lo escuchara.

Me moví para separar nuestras piernas y sentarme, pero Malfoy, probablemente todavía relajado, no estaba dejando que me moviera.

—No, Dobby, está bien —dije—. No es lo que crees.

—Eso depende de qué es lo que cree.

—No estás ayudando —murmuré en su oído, pero no podía enojarme con el después de lo que habíamos hecho—. Dobby, Malfoy no me está haciendo daño. Sólo estamos... ehm...

—Dobby, Potter y yo estamos follando. Ahora vete.

Hubo un silencio largo antes de que me atreviera a abrir los ojos.

—Ah, Dobby se da cuenta ahora. —Dobby nos miraba, extrañamente tranquilo. Echó un vistazo a la lámpara rota, haciéndola desaparecer con un chasquido de sus dedos.

—Buenas noches, amos —dijo esfumándose.

Malfoy todavía se estaba riendo. Gruñí.

—Ah, mierda. No volveré a ser capaz de mirarlo a los ojos.

—Ah, relájate, Potter. Es un elfo domestico. Imagino que ha visto cosas peores. De hecho, es un ex elfo domestico de los Malfoy, estoy seguro de que ha visto cosas peores.

—Pero... en fin, técnicamente no estamos follando. —Se movió para quedar mirándome a los ojos, y no pude contener una sonrisa malvada. —Al menos no todavía. Aunque eso podría cambiar.

—Mhmm... ¿Es una invitación?

Sonreí.

—No, esto es una invitación: ¿te gustaría continuar arriba, Malfoy?

—Estaría encantado. Y por cierto, me llamo Draco. —Entrecerró los ojos un momento—. ¿Crees que lo podrás recordar por la mañana?

—No lo olvidaré.

Por alguna razón, parecía importante dejarlo decidir entre su cama o la mía. No me sorprendí al encontrarme en sábanas extrañas. Pasamos varios minutos sólo descansando en los brazos del otro, tocándonos en silencio. Era casi tan confortable como augmenis.

Deslizó un dedo sobre mi mejilla.

—Necesitamos hacer algo con esto —dijo, frotando la barba incipiente con la yema de sus dedos—. O voy a terminar con un mal caso de piel lastimada

Mi corazón saltó ante el pensamiento de que podríamos hacer esto el tiempo suficiente como para causar un problema.

—Permíteme —dijo—, es uno de los pocos hechizos que mi varita puede hacer. —La aspereza de mi cara desapareció después de su depilio.

—Gracias.

—Apuesto a que se queda corto con los hechizos de lubricación —murmuró. Movió su varita contra su mano y dijo las palabras de un hechizo que yo sólo había usado una vez antes. Para nuestra sorpresa, su palma se cubrió de un líquido brillante.

—Hostia puta —dijo, y ambos comenzamos a reír.

Miró su mano llena de lubricante; le tomó sólo un momento decidir qué hacer con él. No estaba duro cuando comenzó a masajear su propia polla, llevando el lubricante arriba y abajo, pero sí lo estuve antes de que terminara. Miré sus delgadas y elegantes manos, y deseé todo el tiempo que estuviesen sobre mí.

Y luego me miró con esa intensidad que me dedicaba, y me sentí asombrado, asustado, tímido y tal vez un poco bendecido. Necesitaba decir lo primero que pasara por mi mente.

—¿Sabías que he querido esto por semanas?

Se acercó, y sus ojos estaban serios.

—Entonces por fin te he ganado en algo, Potter. Yo he querido esto durante años.

—¿En serio? —dije, asombrado. ¿Cómo no me había dado cuenta?

—Sí. —Llevó un dedo a lo largo del puente de mi nariz, y la tocó con algo de afecto—. Todavía está un poco torcida. Siento habértela roto.

—Ah, ¿qué vez?

—Posiblemente la última vez. Aunque en ese momento no lo sentía —me observó—. Tal vez tampoco lo lamente ahora, te hace parecer un poco peligroso.

Dejé que mi propio dedo siguiera la cicatriz blanca en su cara hasta su clavícula, y finalmente hasta su pecho.

—Definitivamente lamento lo que te hice yo.

Levantó mi mano suavemente y succionó un dedo en su boca. Mi pene saltó ante la intimidad que eso representaba.

—Oye, ¿hay algo que tenga que saber? Bueno, no puedo lastimarte... lastimar algo, ¿cierto? —Esperaba no sonar como un imbécil, pero ese conocimiento no era algo que uno aprendiera en los vestuarios de la escuela.

—No, el dragoncito está bien empaquetado ahí. O al menos eso me han dicho.

—Está bien.

Se arrastró hasta quedar sobre mí y se acercó para otro largo y apasionado beso, que se convirtió en deliberadas y lentas lamidas que bajaron por mi cuerpo. Cuando llegó a mi pene, estaba seriamente duro de nuevo. Me tocó primero con el pulgar, y después su lengua cayó sobre mí con el mismo cuidado. Si lo que habíamos hecho en la planta de abajo había sido apresurado y frenético, parecía estar determinado a que esta vez fuese lenta y cuidadosa. Lo único que yo podía hacer era acariciar y probar su piel donde pudiese alcanzar, mientras trataba de reprimir los sonidos vergonzosos que seguían escapando de mi garganta.

—También he deseado esto —dijo en voz baja, antes de abrir un poco más mis piernas y que su boca me engullera. Y entre palabras, la imagen de él ahí, y las sensaciones vertiginosas que me atravesaban, no pude aguantar más y me corrí en su boca.

Incluso después de unos cuantos minutos, mi respiración todavía estaba agitada. Él me miraba desde debajo de sus pálidas pestañas. Sólo me observaba, pero no me sentía extraño, lo que era una sorpresa por sí sola.

—¿Te acuerdas de lo que estábamos hablando antes de que Dobby llegara? —dijo finalmente—. Escucha, yo nunca, exactamente... ah. Nadie ha... bueno, digamos que he leído el libro pero no he pasado los ÉXTASIS todavía. —Sonaba más nervioso de lo que nunca lo había oído.

—Entonces intentemos algo diferente.

—Está bien. Necesitamos dejar algo para la próxima vez, supongo. —La idea de que estuviese pensando en una próxima vez era tan excitante como cualquier cosa que ya hubiésemos hecho, y prácticamente lo arrastré encima de mí. Su pene estaba aún cubierto de lubricante, y lo guié entre mis apretados muslos y me arqueé contra él.

—Ah, joder, eso es.... ngghh.

Sus caderas se movían irregularmente contra mí, y pasó un poco de tiempo antes de que lleváramos un ritmo constante. Por cansado que estuviese de haberme corrido dos veces, no quise que terminara pronto, pero él tenía otras ideas.

—Ah, Dios —dijo, y luego dejó salir el sonido más maravilloso, y sentí su humedad entre mis piernas.

Se desplomó en la cama con un largo suspiro y, maldita sea, su cabello nunca se había visto tan mal antes e igualmente hermoso. No podía dejar de tocarlo, acariciando su cara una y otra vez, manoseando su cabello rubio empapado.

Finalmente se recuperó lo suficiente como para abrir sus ojos.

—Wow.

—¿Crees que deberíamos haber estado haciendo esto a lo largo de todo este tiempo? —dije, sin dejar de mover mi mano.

—¿Quieres decir cuando teníamos once años? ¡Maldito pervertido!

Le di un pequeño pellizco de desaprobación, no lo suficientemente fuerte para lastimarlo.

—No, idiota. Ya sabes lo que quiero decir, ¿no?

—Sí.

No fue hasta que estuvimos casi dormidos, con mi mano atrapada bajo su brazo, que se me ocurrió plantearme a qué pregunta había respondido.

 

 

***

 

 

Me desperté no mucho tiempo después del amanecer y lo miré dormir a mi lado durante un rato largo. Estaba acostado de lado mirándome, con una pierna metida entre las mías, sus brazos abrazando una de las varias almohadas dispersas sobre la cama. Finalmente comenzó a moverse, y lo besé para despertarlo.

—Buenos días. Veamos, era David, o Douglas, o... Ah, ya me acuerdo. Draco, ¿no?

—Muy gracioso.

Estaba moviendo mi mano por su pecho, acariciando la pálida piel y moviendo un dedo perezoso alrededor de sus pezones antes de deslizarme más abajo hacia su vientre. Estaba suave, tal vez un poco más firme de lo que esperaba. Me preguntaba si podría sentir algún movimiento.

—¿Se siente extraño, Harry?

—Por supuesto. —Hizo un movimiento para alejarse, pero lo detuve, sujetándolo con fuerza—. No significa que no me guste.

Entonces me sorprendió cogiendo mi mano y moviéndola deliberadamente más abajo, hacia su erección matutina, y presionando ahí.

—¿Mejor?

—Mhm —rodé para llevar una pierna alrededor de él—. Y mejor aún.

Pude ver los signos de excitación apoderándose gradualmente de él. Su sonrisa era mucho más seductora cuando no la provocaba conscientemente.

Después tomamos una ducha bastante necesaria, y me quejé de tener que ir al Wizengamot mientras Draco me torturaba con el conocimiento de que él sí podía regresar a la cama. Con todo, fue mucho mejor que mi experiencia con Adam. O, para el caso, con cualquier otro.

A pesar de que me las arreglé para quemar el desayuno otra vez.

 

 

***

 

 

La noticia de que se había encontrado un contrahechizo para Tardis Lentum y que Neville estaba recuperándose sin efectos secundarios se propagó a través del Wizengamot como la pólvora.

Madame Tabernash me detuvo mientras caminaba hacia mi asiento de la esquina.

—Señor Potter, quería ser la primera en comunicarle lo felices que estamos todos de que su amigo Neville se esté recuperando. He oído que Augusta Longbottom está muy emocionada por el regreso de su nieto a la familia. Y estará feliz de escuchar que los Longbottom han renunciado a su derecho de Renovoenitor. La petición será presentada mañana, y estoy segura de que el Wizengamot la aceptará.

Mis pensamientos, hasta ese momento, habían estado solamente en Neville y en cuándo podría visitarlo.

—Espere, ¿eso qué significa? ¿Qué va a pasar con Draco? Quiero decir, con el señor Malfoy.

Ella me palmeó en el brazo.

—Quiere decir que es libre de ir a donde quiera. Usted ha sido más que generoso con él los últimos meses, aunque sé que ustedes son como la noche y el día. Sólo espero que él sepa apreciar lo que usted ha hecho por él...

—No, eso no es lo que quiero decir. ¿Qué va a pasar con el niño? Draco lo tendrá en unas cuantas semanas.

—Ah, los Longbottom asumen que Neville tendrá sus propios hijos en el futuro —dijo.

—¿Entonces están repudiando al hijo de Draco?

—Sí, eso es correcto.

Sentí mi cólera arder.

—Pero un bebé no es algo... desechable.

Ella me miró con un rastro de ceño fruncido, como si de algún modo la hubiese ofendido.

—Seguro que puede entender que los Longbottom están en su derecho de preferir un heredero de su propia familia. ¿No tiene Neville el derecho de decidir eso por sí mismo después de todo lo que ha pasado?

—Bueno, sí, por supuesto, pero...

—Y el hijo de Draco será heredero de los Malfoy. Eso debería satisfacer a todo el mundo, ¿no cree?

—Bueno, supongo —dije, pero todavía estaba disgustado por lo bizantino que parecía todo. De algún modo me sentía sucio sólo con estar involucrado.

Recorrí con la vista la copia de El Profeta que estaba cuidadosamente doblada y esperando en mi asiento. Mi alegría por la cura de Neville decididamente estaba opacada por lo que significaba para Draco, y El Profeta no se abstuvo de despotricar contra la ya odiada familia Malfoy, sin molestarse en separar el padre del hijo. Tire el periódico con repugnancia.

El día pareció más interminable de lo normal hasta que llegó la hora de que pudiese llegar a casa y darle las novedades a Draco. Lo encontré en la creciente oscuridad de la biblioteca con una manoseada copia del periódico y una taza grande de té que se había enfriado mucho. No estaba seguro de cómo se lo estaría tomando, y no lo podía deducir por su expresión.

Acomodándome en el sofá junto a él, llevé mi mano sobre su estómago como si tuviese el derecho a tocarlo de esa manera, y él no se alejó. Buena señal.

—Mira, esto no significa...

—Sé exactamente lo que significa, Harry. Significa que el dragoncito ahora es un bastardo. Significa que los Longbottom ya no nos necesitan a ninguno de los dos.

—Bueno, te han liberado de Renovoenitor. Significa que puedes mantener tu bebé. No tienes que dárselo a los Longbottom después de todo. Eso es bueno, ¿no?

—Sí. Bueno. Como dice El Profeta, a los Malfoy nunca se nos ha dado bien renunciar a nuestras posesiones.

No sabía cómo actuar con él ante la que era la primera crisis seria en la que nos metíamos juntos. Si es que aún estábamos juntos en esto. Traté de utilizar las técnicas que había aprendido con los hipogrifos.

—Lleva tiempo el acostumbrarse, supongo.

—Tienes un don para subestimar, Potter —dijo, pero con una sonrisa suave—. Solo piénsalo, tendré la oportunidad de joder a este niño como mi familia me jodió a mí. ¿No sería increíble?

Leí entre líneas y decidí que no le molestaba tanto como parecía. Probablemente estaba aterrorizado por la idea.

—Mira. No te preocupes. Creo que todos los nuevos padres sienten que no están listos para el desafío. Todavía tienes algo de tiempo para hacerte a la idea.

—Tiempo es lo único que tengo —dijo quedamente—. Mira, puedo irme mañana.

Un nudo se formó en mi estómago.

—¿De qué estás hablando?

—No tienes por qué mantenerme vigilado para los Longbottom. Así que supongo...

—No, no quiero que vayas a ningún sitio. Para nada. —Mis brazos lo rodearon al instante, como si físicamente pudiese evitar que me dejara a base de mantenerlo contra mi sofá. Mi corazón se aceleró por el puro miedo—. Te quiero, Draco, ¿no lo he dejado claro? Los Longbottom no tienen nada que ver con esto. Nada que ver con nosotros. Todos nosotros. —Me sentí cómodo diciéndolo, y cada parte de mi quería escucharlo—. ¿Te quedarás? ¿Por favor?
—Yo... Dios, sí. Me quedo. —Vaciló un momento, y luego me apretó en un firme abrazo antes de alejarse y mirar alrededor—. ¿Por qué está tan oscuro aquí? ¡Dobby! Necesitamos algo de luz. ¿Dónde estas bicho tonto? ¡Dobby!

 

***

 

Por primera vez en meses, Draco no me había insinuado que me saltara una sesión del Wizengamot en beneficio de placeres más carnales. Pero esta vez lo perdoné por no abrir sus ojos antes de irme.

Ya había luchado contra la gravedad que cerraba mis párpados toda la mañana, cuando me encontré con alguien (algo) muy pálido que flotaba en el centro del patíbulo, preparado para dirigirse al Wizengamot.

—¿Es Binns? —le susurré a Ephemera.

—Buena vista —me murmuró—. Por fin se ha jubilado de Hogwarts y ha venido a hacernos escuchar sus objeciones. Probablemente serán unas objeciones larguísimas.

Miré alrededor a mis compañeros del Wizengamot, hasta el último de los cuales reconocí que habían sufrido las tediosas clases de Historia de la Magia a través de sus años de colegio. Sabía como iría esta votación, así que me rendí al cansancio y cerré los ojos. No ayudó que me hubiese estado despierto toda la noche.

—Parece haber tenido una dura noche —dijo Ephemera. Mis ojos se abrieron y mi cabeza se movió en su dirección—. Escuché que el señor Malfoy ha tenido un niño esta mañana. Felicidades.

—En verdad no tuve que ver con eso —repliqué, pero rebusque en mi bolsillo y saqué una foto que había tomado esta mañana. Draco estaba mirando a su recién nacido por primera vez, con una mirada de gran asombro, un dedo dubitativo acariciando suavemente la suave y pequeña ceja.

«—¿Cómo lo llamarás, Draco? —había preguntado, después de tomar la foto mágica—. Dragoncito no servirá.

—Brian —había respondido—. Ninguno de esos malditos nombres de estrellas ni ancestros muertos, ni cualquier mierda. Nunca ha habido alguien en la familia que se llamara Brian. Es único.

—Como si cualquiera de tus hijos pudiese ser algo más —le aseguré, y cuidadosamente los besé a ambos.»

Ese recuerdo recorrió un largo camino para borrar los otros de ver a Draco llorando durante la noche, como si estuviera bajo un cruciatus. Y nunca antes me había dado cuenta de lo hábil que era para las blasfemias poco convencionales.

Ephemera conjuró una taza de té caliente y me la dio.

—Parece que necesita esto —susurró.

—Sí, gracias.

—Percy Weasley me dijo que el señor Malfoy seguirá como tu huésped. Creo que es maravilloso que haya abierto su casa al bebe y su... eh... madre.

—Padre —la corregí. Draco había sido muy claro en eso, después de que los medimagos le habían restaurado completamente su masculinidad. Y el pensamiento me dejó con una sonrisa aún mayor.

—Será una bendición para el pequeño el tenerlo a usted para cuidarlo.

—No sólo a mí —respondí rápidamente—. Draco se muere de ganas por educarlo. Y también esta Neville, por supuesto. —Neville, por su parte, estaba haciendo todo lo posible para adaptarse a lo que había despertado, asumiendo el papel de tío favorito por el momento. No esperaba menos de alguien que siempre nos había deslumbrado con su integridad.

—Señor Potter, no nací ayer. Creo que puedo imaginar por qué el Señor Malfoy decidió quedarse en Grimmauld Place —ella se acercó como si fuese a revelar el secreto de las Pirámides, mientras yo sentía mi cara arder más que el desierto egipcio—. Nada se mueve más rápido que los rumores, incluso en el Wizengamot.

—Ah, bueno. Sí. Cierto. —¿Dónde estaban todas esos indeseadas dichos que deberían estar saliendo de mi cabeza para que pudiese empezar a explicar las cosas que pasaban entre Draco y yo? ¿Los caminos del Señor son inescrutables? ¿De perdidos al río? ¿Hasta una ardilla ciega encuentra una bellota de vez en cuando?

Luego, la respuesta perfecta me llegó finalmente, una que incluso Hermione tendría que haberme aplaudido: «es mejor guardar silencio y que piensen que eres tonto, antes que hablar y despejar todas las dudas».

Sonreí a Ephemera, bajé la cabeza a mi escritorio y, con el zumbido de Binns en mis oídos una vez más, comencé a cabecear.

 

 

Fin

¡Coméntalo aquí!

 

 

 

 

(1) Arrebatamiento: Acontecimiento que forma parte del dogma de fe en ciertas religiones cristianas (evangélicos, fundamentalistas, baptistas…), y según el cual Dios llamará a su presencia a todos los hombres, para que convivan con Él en el cielo. Vuelve.

(2) La expresión inglesa get off puede significar tanto "quitarse de encima" como "excitar a alguien". Vuelve.