¿Más Snarry? Vuelve

Cuestión de tamaño

Por Amy

Ubicación original

Traducido por Danvers - Revisión: Heiko

Rating: NC-17

 

 

Harry era pequeño. Se había resignado a este hecho años atrás, pero lo había estado sintiendo más acusadamente desde que Ron tuvo aún otro arranque de crecimiento y superaba ahora los seis pies de altura. Hasta Hermione le pasaba fácilmente media cabeza, ¡y era una chica!

—Me voy a las duchas —dijo Harry, eludiendo otro de los intentos de Hermione de que su pelo se comportase, ahora que podía mirarlo desde arriba.

Ron empezó a meter sus cosas en su bolsa, los ojos todavía pareciendo un poco desconcertados por la perorata que Hermione le había dado sobre la calidad de su ensayo de pociones.

—Eh, espera, voy contigo —dijo.

Harry se rió, pero esperó pacientemente; Ron debía estar desesperado por escapar, había estado eludiendo desde hacía un tiempo los lavabos de los chicos en las horas más concurridas, declarando que odiaba tener que mirar por encima de las casillas a los demás, ahora que había crecido tanto.

—Vamos entonces —dijo, conduciendo a Ron escaleras arriba.

—¡Maldita sea! —dijo Ron, cayendo sobre su cama mientras Harry recogía su albornoz, toalla y pijama—. Creía que nunca lo dejaría estar.

Harry dejó escapar un gruñido y le dio una patada.

—Vamos, coge tus cosas y vamos yendo. Acabará viniendo y encontrándote si no lo haces.

Ron suspiró, pero se levantó puesto que los dos sabían que era verdad. El lavabo de los chicos era literalmente el único sitio del Castillo donde estaban a salvo de Hermione, puesto que las chicas podían invadir fácilmente sus dormitorios, y ella además era Prefecto.

—Cuando tienes razón, tienes razón —dijo tristemente, sacando sus cosas y tirándolas en un revuelto fajo.

—Yo siempre tengo razón —dijo Harry, dirigiéndose hacia la puerta mágica. No importaba en qué piso de la Torre de Gryffindor quedaran, acabaron en el mismo gran cuarto de baño lleno de chicos de todas las edades de su Casa. Las chicas no podían siquiera cruzar el umbral, y no había otras entradas que Harry supiera, lo que encontraba muy tranquilizador mientras se despojaba de su ropa y se sumergía en uno de los compartimientos de las duchas.

Se lavó rápidamente, apenas mirando hacia el otro lugar. Era más pequeño que la media, al menos por lo que había podido ver en sus vistazos cuando echaba una ojeada a los otros chicos. Apenas estaba listo para reconocer que prefería mirar chicos desnudos que chicas desnudas, y desde luego no estaba por la labor de que le pillaran comiéndose con los ojos a alguien en las duchas, así que era muy cuidadoso con simplemente echar una casual ojeada y contentarse con cualquiera que pasara por delante de sus ojos. Tristemente, eso ya había incluido a Seamus, que había crecido bastante en condiciones, pero por alguna razón siguió echando un vistazo al gordo y redondo culo de Neville, su decentemente calibrado pene y sus huevos colgando bajo una blanda barriga.

Ah, bien. Harry salió de la ducha con la mente llena de pollas y pelotas, como siempre, una toalla fuertemente envuelta alrededor de su cintura y la otra sujeta despreocupadamente delante, para disimular la lamentablemente pequeña tienda de campaña que estaba provocando. Se sentó en el banco y dejó escapar un suspiro, mirando hacia las duchas justo a tiempo de ver a Ron salir en una nube de vapor, su única toalla ocupada en el pelo mientras su pene y huevos se balanceaban libres. Los ojos de Harry se abrieron como platos y pareció que no podía parar de mirar la gruesa y pesada polla, blanda pero de todas formas extraordinariamente larga, descansando colgando hacia abajo sobre los huevos cubiertos de vello pelirrojo, los rizos espolvoreados con brillantes gotitas de agua.

Harry se lamió los labios, pero consiguió apartar los ojos antes de que alguien pudiera notarlo y llamarle la atención por mirar la carne y las pelotas de su mejor amigo como si de verdad estuvieran en el menú.

—¡Tú, tápate el culo! —gritó uno de los de quinto año, y Ron rió y se retiró.

Harry suspiró de nuevo y se deslizó en la parte superior de su pijama con una sensación de perdición.

—Sólo está celoso —bromeó con Ron, mirando su toalla con desaliento.

—Como debe ser —dijo Ron, dando a su paquete un pequeño apretón obsceno que hizo que Harry quisiera lloriquear, o quizás sólo arrodillarse y adorarle. Su polla parecía aún más grande de cerca, gorda y jugosa como una salchicha, y tuvo que morderse el labio para contenerse de lamerla solamente para comprobar si sabía tan bien como parecía.

Neville entró, afortunadamente con el pijama ya puesto, y le dio a Ron un golpe en el hombro.

—Sí, sí, ahora aparta eso, estás asustando a los de primero —dijo riendo.

Ron y Harry se hicieron eco de sus risas, aunque la de Harry era un poco forzada, mientras aprovechaba la distracción para deslizarse en sus pantalones. Ron se acabó de secar y entonces se vistió, el momento olvidado por casi todos.

Todos menos Harry, al menos. Se encerró en su cama tan pronto como regresaron, golpeándose la frente con suficiente fuerza como para agitar su cerebro.

Desafortunadamente, las imágenes de la maravillosa y gorda polla de Ron estaban todavía ahí cuando su visión se aclaró.

—Estoy condenado —dijo Harry tristemente, con la mano deslizándose ya dentro de su pijama.

Puede que estuviera condenado, pero todavía tenía dieciséis, y cachondo era cachondo. Al menos recordó poner un hechizo de silencio antes de ir demasiado lejos, o si no, tendría más explicaciones que dar. Podía imaginar que Lavender no le perdonaría si supiera que había gemido el nombre de su novio mientras se masturbaba.

Hizo desaparecer el desastre, y luego enterró el rostro en la almohada y gimió por una razón diferente.

—Total y completamente condenado.

Hizo desaparecer el desastre, y luego enterró el rostro en la almohada y gimió por una razón diferente.

—Total y completamente condenado.


 

La fascinación de Harry por Ron (o parte de Ron, al menos) duró todo el tiempo hasta las vacaciones de Navidad. Se quedó con los Weasleys en la Madriguera, y se deleitó con la saludable sensación familiar, intentando desesperadamente hacer desaparecer la vívida memoria de la polla de Ron, reemplazándola con imágenes hogareñas y su horrorosa decoración. Sin mencionar su aliento matutino.

Harry se levantó pronto el día de Navidad, esperando ganar al resto de la familia y conseguir unos pocos momentos de auténtica privacidad, era todo lo que necesitaba en su actual estado de frustración. Deambuló, con los ojos cansados y en silencio, hacia el lavabo de arriba, el que crujía de manera alarmante cuando había fuerte viento y estaba terriblemente cerca de la habitación del ático de los gemelos, lo que lo hacía propenso a explotar en algún que otro momento.

Principalmente estaba siguiendo la tienda de campaña de su pijama hacia el sitio más tranquilo en que pudo pensar, y esperando que consiguiera volver a dormir de nuevo un poco después.

Definitivamente no estaba prestando atención a la luz bajo la puerta, o a los sonidos de jadeos viniendo de dentro que le tendrían que haber avisado de que alguien más había tenido la misma idea, y había llegado antes. Harry abrió la puerta y fue recibido por una imagen que disolvió todos los pensamientos sobre Ron.

Bill estaba inclinado sobre el lavabo, arqueado hacia delante de modo que su pelo rozaba el espejo, los pantalones del pijama caídos sobre sus tobillos y ni señal de la parte superior. Su piel relucía en la tenue luz y su polla prácticamente brillaba mientras la acariciaba. Era la más larga que Harry había visto nunca, más larga todavía que sus imaginadas visiones de Ron, y suficientemente gruesa para llenar la mano de Bill. La cabeza brillaba con humedad brotando de la punta, goteando sólo para ser recogida por ansiosos dedos y extendida sobre la longitud. Sus huevos colgaban debajo, pesados y espolvoreados por vello pelirrojo, empezando a levantarse mientras aceleró sus caricias.

Harry nunca había visto nada tan bello.

Sabía que tenía que irse, pero estaba hipnotizado por la visión, tan fascinado que apenas notó la húmeda mancha creciendo en el frontal de sus propios pantalones. Sería sobrada y realmente pillado si Bill abría los ojos, pero Harry no parecía poder lograr que sus pies se movieran, o su mano cerrara la puerta. Ni siquiera podía apartar su mirada de la imagen borrosa de los dedos de Bill moviéndose sobre esa magnífica polla para asegurarse de que no había sido ya descubierto.

No fue hasta que Bill dejó escapar un gemido que fue suficientemente alto para ser oído abajo en el comedor, que Harry fue espoleado a moverse. Dio un paso atrás, cerró la puerta tan silenciosamente como pudo, y se giro y apoyó contra ella para una rápida y furiosa paja. Estaba tan excitado que apenas tuvo tiempo de coger el ritmo antes de correrse en su mano, un pegajoso charco que recibió rápidamente. No era todo el alivio que necesitaba, pero al menos era suficiente para esperar a que el lavabo estuviera libre para una segunda ronda más pausada.

Harry sabía perfectamente sobre lo que había estado pensando, y por una vez, no había sido Ron.



 

Harry notó que, una vez había vuelto a la escuela, los pequeños vistazos que conseguía de las pollas de los otros chicos ya no le emocionaban lo mismo. La pequeña y regordeta polla de Neville, la exóticamente circuncidada de Jimmy Peakes, e incluso las inapropiadas ocasionales erecciones de Colin ya no eran suficientes para excitar a Harry. Sólo podía pensar en Bill, y en la preciosa, larga y exquisita erección de Bill.

De vez en cuando consideraba la ironía de que alguien tan poco dotado por la naturaleza como él mismo hubiera desarrollado una obsesión por los dones de la familia Weasley, generosos como eran. Principalmente consideraba si era posible masturbarse crudamente, o agotar una fantasía en exceso.

—Pensaba que los negros eran, ya sabes, enormes —dijo Seamus en broma, una noche en la cena, mientras Harry se sentaba entre él y Dean.

—Hey, ¿qué estás diciendo? —dijo Dean, pareciendo adecuadamente ofendido ante la pretendida pequeñez de su virilidad.

Seamus sonrió.

—Sólo me estoy preguntando si tienes las joyas de la familia, o simplemente una pequeña zanahoria escondida ahí —dijo.

Harry empezó a preguntarse lo mismo casi inmediatamente.

—No creas todo lo que oigas —comentó Dean, sacudiendo la cabeza—. Tengo exactamente lo que necesito, y a diferencia de ti, sé qué hacer con ello.

Harry se quedó de lleno con la conversación, mucho después de que el momento hubiera pasado, no sobre Dean, que había descubierto con miradas en las duchas aquella noche que era absolutamente mediocre, sino sencillamente en general. Después de todo, no importaba cuánto provecho sacara de la imagen mental de Bill masturbándose, nunca tendría la oportunidad en la vida real, especialmente no ahora que Bill estaba prometido a Fleur.

No encontró un objetivo adecuado para esos informes pensamientos hasta unas semanas después.

 

 

 

—¿Qué tal, Harry? —dijo alegremente.

—Hey, Tonks —contestó, divertido cuando ella se fue directa al asiento siguiente a Remus—. ¿Cómo te va?

—No mal. He estado suficientemente ocupada, con Kingsley pegada a mi culo —dijo.

Kingsley bufó y tomó asiento al lado de Harry.

—No le hagas caso —dijo, poniendo los ojos en blanco—. No tocaría ese culo ni con un palo de diez metros.

Harry se sonrojó de un rojo brillante cuando su subconsciente escogió ese preciso momento para recordarle que Kingsley era un hombre negro y grande que conocía bastante bien, y nunca le había escuchado hablar de ninguna novia.

—Qué —dijo Tonks —, ¿miedo de que sea demasiada mujer para ti?

Kingsley rió.

—Miedo de romperte en dos, más bien —dijo, con una mirada impúdica.

Harry se puso rosa, y se deslizó hacia abajo en su asiento, alegrándose de que sus sueltos pantalones escondieran cualquier evidencia de su pequeña erección.

—Mira, estás asustando al chico —comentó Moody—. Probablemente no tiene idea de qué clase de degenerado eres.

A Harry le hubiera gustado mucho descubrirlo, pero McGonagall escogió ese momento para llegar, lo que interrumpió toda aquella inapropiada conversación. Pasó una buena parte de la reunión de la Orden preguntándose qué tenía Kingsley en los pantalones, y casi se perdió la parte en que tenían un plan para vencer a Voldemort.

Sin embargo, no se perdió el hecho de que Snape había sido el que ideó el plan. Eso era suficiente para apartar todos los pensamientos sobre pollas fuera de su mente, una hazaña prodigiosa a su edad.

—¿Cómo sabe que puede confiar en él? —preguntó Harry con ira.

Dumbledore dirigió su decepcionada mirada hacia él.

—¿No te lo he dicho ya, Harry? Confío en Severus con mi vida.

Harry en realidad no murmuró exactamente “cojones” entre dientes, que era probablemente lo que le salvo de perder puntos de Casa, aunque pasó enfurruñado el resto de la reunión.

Harry en realidad no murmuró exactamente “cojones” entre dientes, que era probablemente lo que le salvo de perder puntos de Casa, aunque pasó enfurruñado el resto de la reunión.

 

Kingsley y los miembros de la Orden se quedaron en Hogwarts a cenar aquella noche, y Harry hizo todo lo posible para meterse en el lavabo a la vez que Kingsley. Sabía que no sería lo mismo que ver a Bill masturbándose, todo duro y brillante y glorioso, pero quizá verle flácido le daría algo en lo que basarse que no fuera fantasear sobre el ya prometido hermano mayor de su mejor amigo.

Quién sabía, a lo mejor a Kingsley le gustaban los tíos jóvenes. Harry tuvo la mente llena de fantasías durante toda la cena, pero aún consiguió mantener su mirada en el premio lo suficiente para abandonar a Ron y Hermione cuando vio que Kingsley se dirigía al cuarto de baño de los chicos del segundo piso, el que era todo urinarios y raros espejos colocados de modo que nadie lo utilizaba a menos que tuviera que hacerlo imprescindiblemente.

Harry se apresuró tras él, esperando que los cuatro vasos de zumo de calabaza que había bebido durante la cena fueran suficientes para hacer su necesidad convincente. Se deslizó en el cuarto e intentó ignorar el hecho de que Kingsley tendría una buena vista de sus propios inadecuados dotes, demasiado excitado por el sonido de la cremallera del hombre para contenerse. Harry encontró un espejo que le daba una vista perfecta, anticipación creciendo y luego quebrándose en decepción. Estaba bien, pero no más grande que Dean o cualquiera de los chicos del dormitorio, aún contando la longitud en el fondo de su ropa.

Al menos, pensó Harry mientras desabrochaba sus propios pantalones, su erección se había calmado lo suficiente para usar los servicios sin ponerse en evidencia. Después de aquello, ni siquiera el recuerdo de Bill tenía el mismo atractivo que había tenido una vez, como si algo del brillo se hubiera apagado por su propia anticipación de una nueva imagen tomando su lugar. Todavía se masturbaba, por supuesto, pero no tan a menudo o tan satisfactoriamente. Tanto era así que en el tiempo en que los planes de la Orden se llevaron a cabo, Harry era una pequeña bola de lujuria confusa adolescente y no mucho más. Por eso pudo ser que en lugar del hechizo de distracción que se suponía que tenía que lanzar después de matar a Voldemort, él desvaneció la ropa de todo el mundo.

La suya permanecía intacta, por supuesto, porque aún la magia accidental no podía vencer el miedo profundamente arraigado de Harry de que la gente notara sus insuficiencias, pero todo el mundo a su alrededor era carne desnuda. A los que estaban más cerca les habían pateado el culo, y Snape en particular parecía bastante molesto de estar en semejante ignominiosa posición. Los ojos de Harry hicieron el inevitable trayecto desde la prominente nariz de Snape, hacia abajo, pasando por sus peludos pezones, un cóncavo estómago y sobresalientes huesos de las caderas, y directo a su paquete.

El enorme y bello paquete de Snape.

Sus testículos eran del tamaño de huevos de ganso, rellenos en su saco y pidiendo ser acariciados o succionados. Su polla descansaba sobre ellos, gruesa y suave, el prepucio tapando más de la cabeza a la vista, y la cosa completa casi tan larga como Harry era en la cumbre de su erección. Lo que estaba alcanzando rápidamente, ¡y por mirar a Snape de entre toda la gente!

¿Quién habría imaginado que el dicho sobre el tamaño de la nariz era verdad?

—Si ha acabado de comerme con los ojos, señor Potter —dijo Snape, su irritante voz yendo directamente a la polla de Harry—, ¿sería tan amable de restablecer nuestra ropa?

Harry miró alrededor del resto de la habitación y deseó no haberlo hecho, podría haber pasado felizmente el resto de su vida sin ver ese lado de McGonagall.

—Yo, er, no sé qué he hecho con ella —dijo Harry lastimosamente.

—Está bien, hijo —comentó Dumbledore, y Harry intencionadamente no se giró a mirar—. Puedo convocarnos algo con qué llegar a casa, ¿y qué es un juego de túnicas comparado con la libertad?

Harry dio a la habitación una mirada más cautelosa, notando que cualquiera que hubiera sido Mortífago habría sido abatido mientras Harry estaba devorando la polla de Snape con los ojos.

—Supongo que es así, señor —dijo, aunque tenía la sensación de que Snape no habría estado de acuerdo.

Dumbledore se acercó rodeando el lado izquierdo de Harry, afortunadamente cubierto con lo que parecía una cortina naranja brillante cubierta de flores tropicales.

—Aquí estamos, eso nos llevará de vuelta a Hogwarts, de todas formas —comentó Dumbledore con una sonrisa.

Harry asintió y apartó su propia varita, no queriendo saber qué más podía joder si intentaba ser de alguna ayuda. Después de todo, no era como si la polla de Snape fuera a ser cubierta pronto. Sus ojos volvieron a desviarse a donde Snape estaba ahora de pie, su polla pareciendo más larga y gruesa ahora que estaba tensa en lugar de descansando, el sedoso vello rodeándola exactamente como si pidiera a gritos que Harry enterrara su nariz en ella.

—Puedo ocuparme la mía —comentó Snape distraídamente, su voz ronca incluso con el director.

—Bien, entonces — dijo Dumbledore expectante, y un momento después una tela negra oscureció la visión de Harry.

Suspiró, e intentó pensar en algo que le permitiera abandonar la habitación sin ponerse más en evidencia.

Afortunadamente para el estado de sus pantalones, aunque no de su trauma emocional, Moody ya había convocado alguna ropa para sí cuando Harry miró hacia él.

 

 


Harry pasó los siguientes días sintiendo como si se hubiera vuelto un poco loco. Estaba constantemente excitado entre el recuerdo de la polla de Snape y su ácida personalidad, y sentía como si el hombre estuviera constantemente presente, poniéndose (y a su decepcionantemente vestida entrepierna) en su línea de visión a cada oportunidad. Harry había intentado evitar masturbarse pensando en Snape, pero después de tres días había empezado a contemplar la forma y tamaño de varias torres de morfología sospechosa de Hogwarts, y decidió que hasta Snape era mejor de eso.

El día parecía planeado para atormentarle, sin tiempo entre clases para hacerse una paja, y cada clase un recuerdo de lo que no iba a conseguir. Durante Herbología ordeñaron largas vainas de semillas con un movimiento al que los chicos estaban mucho más acostumbrados que las chicas. En Encantamentos estaban engordando y encogiendo cosas una y otra vez. Pociones era un especial tormento, y Harry apenas podía quedarse quieto mientras pelaba y cortaba vegetales con raíces fálicas. Estaba tan distraído que fue el último en salir, todavía limpiando cuando la clase se acabó y apenas siendo coherente mientras intentaba escabullirse después de que la multitud de estudiantes se hubiera ido.

—Señor Potter —oyó una familiar y sedosa voz detrás de él, y Harry se congeló.

—¿Sí, señor? —dijo, girándose lentamente, la bolsa sostenida delante de él como un bajo escudo.

Snape levantó una ceja y señaló hacia el sitio de Harry, donde su caldero estaba todavía colocado.

—¿Olvidamos algo? Puede que haya vencido al Señor Tenebroso, pero necesitará su caldero para superar mi clase —caminó airosamente hacia el artículo en cuestión y lo levantó, balanceándolo con un molesto y grácil dedo.

—Perdone, señor, gracias —dijo, alcanzándolo mientras intentaba mantener su cartera cubriendo su pobre erección.

Snape sonrió sarcásticamente, apartándola del alcance de Harry.

—Todavía tengo que escuchar una disculpa por la pérdida de mis ropas, también—expuso.

Harry frunció el ceño, la ira rebosando sobre su vergüenza.

—Sabe que no era mi intención, y debe admitir que fue una distracción por mi parte —contestó a la defensiva, alargando la mano hacia arriba.

—Eso es una excusa, no una disculpa —dijo Snape, elevándolo un poco más.

Harry resopló, colgando la cartera en su hombro y dando un paso más, alargando las dos manos ahora.

—Lamento haber desnudado su culo frente a todo el mundo —dijo, con irritación, consiguiendo agarrar la redonda panza del caldero.

Su agarre fue suficientemente bueno para que, cuando Snape intentó levantarlo más arriba, le desequilibrara. Harry chilló y lo dejó ir, pero demasiado tarde para salvarse, excesivamente dilatado como estaba. Cayó sobre Snape, soltando un jadeo cuando sus cuerpos chocaron, volviéndose en un lloriqueo cuando su erección resbaló bastante firmemente sobre la sólida longitud del muslo de Snape. Harry intentó ponerse derecho, empujando contra el estrecho pecho de Snape.
Snape presionó su muslo hacia arriba, sonrisa sarcástica convirtiéndose en una sonrisa verdaderamente maléfica.

—Así que es por esto por lo que no podías apartar los ojos —dijo.

Las caderas de Harry dieron una pequeña sacudida, y gimió sin poder evitarlo. El muslo de Snape era cálido entre sus piernas, contra su codiciosa polla, y se restregó contra él como si fuera lo mejor que hubiera sentido en su corta vida.

—Pare —pidió Harry, humillado.

—Sólo estoy tratando de ayudarte —dijo Snape, aunque el movimiento de su pierna desmentía sus palabras.

Harry gimió de nuevo y tembló, los ojos cerrados ante esa final humillación mientras sentía el placer arrastrarse a través de él, y la humedad invadiendo la parte delantera de sus pantalones. Sus manos se agarraron a la túnica de Snape, y se encontró presionando su rostro ahí, también, inhalando el aroma del hombre, pretendiendo, solo por un momento, que era bien recibido.

Se conmocionó cuando las manos de Snape, en lugar de apartarle, se asentaron en su espalda y le sujetaron más cerca. Harry se estabilizó más cerca a pesar de la pegajosidad de su ropa interior, y después de unos momentos se dio cuenta de que la anatomía que empujaba contra su abdomen no era, como había asumido, el hueso de la cadera de Snape. Harry se movió, inclinándose hacia delante, sintiendo la vaga forma de su recta polla presionando en su estómago y deseando poder conseguir soltar una de sus manos el tiempo suficiente para envolverla alrededor de la caliente longitud. Tragó saliva, y sin levantar la mirada dijo—: Te ha gustado.

Snape dio un gruñido.

—No tanto como a ti —replicó, aunque no hizo ningún movimiento para dejarle ir.

Harry se encontró sonriendo de oreja a oreja.

—No tanto como yo, todavía, quieres decir —dijo. Algo en la situación le hizo valiente, suficientemente valiente para dejar ir su agarre mortal sobre la túnica de Snape y mover su mano derecha hacia abajo entre ellos, para palmear esa tentadora forma, encontrándola incluso más grande de lo que había imaginado. —¡Eres enorme! —exclamó, mirando hacia arriba con ojos como platos antes de agachar la cabeza de nuevo en un humillante sonrojo.

—Y te gusta —dijo Snape, haciendo una declaración y no una pregunta. Hubo una pausa cuando la mano derecha del hombre desapareció, y Harry escuchó cómo se cerraba la puerta—. Puedes sacarla —sugirió, como si le estuviera dando instrucciones para añadir el siguiente ingrediente en una poción.

—No finjas que no quieres esto, también —dijo Harry, aunque sus manos estaban ya peleándose por desabrochar la túnica de Snape.

Snape inclinó hacia arriba la cara de Harry, ojos oscuros e indescifrables como siempre mientras miraba en los suyos. Lo que viera allí debió de satisfacerle, porque se inclinó con suficiente lentitud para que hasta Harry se diera cuenta de lo que iba a pasar antes de que sus labios se encontraran. Se sorprendió cuando descubrió que el aliento de Snape sabía a clavos, de que sus labios eran fuertes y flexibles, aunque delgados, y de que ese beso era completamente diferente a sus anteriores besos. No estaba seguro de si era sólo porque Snape no estaba llorando, sino en su lugar, intentando persuadirle activamente para profundizar el beso, o de que al final estaba besando a alguien por quien sentía genuino y urgente deseo. Fuera lo que fuera, Harry devolvió el beso lo mejor que pudo, las manos todavía ocupadas en la molesta y complicada túnica.

Finalmente se apartó y jadeó—: Si no… no quieres que desaparezcan como lo hizo la última túnica, ¡tendrás que desabrocharla tú!

Esta vez, la risa de Snape tomó un cariz completamente distinto que el desprecio que habitualmente la teñía, y Harry descubrió que tanto a él como a su polla les gustaba el sonido.

—Que el cielo no lo permita —dijo, desabrochando con prontitud los aparentemente complejos cierres en cada capa hasta que solo su ropa interior blanca se interponía entre Harry y su premio.

Harry cayó sobre sus rodillas por puro instinto, bajando los pantalones y sacando la erección de Snape a la luz, con reverencia.

—Oh, es preciosa —exclamó, levantando la mirada por encima de la impresionante vista del hombre—. ¿De verdad me deseas? —preguntó, las manos ya besuqueando la suave piel de una extraña posesiva manera.

—Puede que probar (1) no haga una relación —dijo Snape irónicamente—, pero nosotros ya tenemos una especie de relación, y te deseo, a pesar de todo. —Sus largos dedos deshilaron el pelo de Harry, desordenándolo con cariño. Prudentemente, se preparó contra la última mesa de trabajo de la fila, las piernas abiertas de modo tentador para dar a Harry más acceso a cualquier cosa que pudiera desear explorar.

Harry rió.

—No estoy seguro de lo que eso dice de ti —respondió, frotando su mejilla contra la polla de Snape como un gatito—. Pero lo acepto —se detuvo para rozar su nariz en los tiesos pelos de la base, oliendo el almizclado aroma del hombre antes de añadir—: Y probaré.

Snape se rió con él, el sonido tartamudeando en un gemido cuando Harry empezó a mover su boca sobre su erección, lamiendo y besando la base y luego trabajando el camino hacia arriba, lavando cada centímetro de piel con su lengua hasta que el mango brilló en la tenue luz de la mazmorra. Sus manos estaban igualmente ocupadas, una rodando y estrujando sus testículos mientras la otra mantenía su polla firme, asiendo la base mientras la boca de Harry se movió hacia la cabeza con forma de ciruela. Apartó el prepucio y mordisqueó la corona suavemente, antes de permitirse tomar la punta en su boca. El fluido que había reunido ahí era salado en su lengua y tan sólo un poco amargo, una espesa ambrosía que lamió, probando la ranura con su lengua una vez ésta desapareció.

Sobre él, Snape lanzó su cabeza hacia atrás e hizo ruidos casi tan deliciosos como su erección, graves gemidos y jadeos de sorpresa, palabras medio susurradas, muchas de ellas pareciendo variaciones del nombre de Harry. Éste trabajó con su boca un poco más abajo, aunque no fuera tan ancha como para tomar más que unos pocos centímetros de la magnífica polla de Snape. Llevó las dos manos hacia arriba y empezó a balancear su cabeza, succionando y acariciando a la vez, intentando conseguir más de esos maravillosos sonidos que hacía Snape. El fluido brotaba de su erección más amarga y abundante, y Harry tuvo que tragar, levantando la mirada ante el puro abandono en el rostro del hombre mientras lo hacía. Los dedos de Snape tiraron cuando se quedó mirando demasiado tiempo, y Harry rió por un momento mientras volvía al trabajo, bastante complacido tanto consigo mismo y con la estupenda polla que finalmente le estaba permitida tocar y saborear tanto como quisiera.

Harry apretó su agarre, usando su propia saliva para alisar el camino mientras acariciaba y succionaba exactamente como había soñado hacer, los ojos cerrados mientras encontraba un ritmo, ignorando el dolor de sus rodillas y mandíbula, y la urgente demanda de su propia polla. Toda su concentración estaba en la erección en su boca, tanto que no notó hasta que fue demasiado tarde, que Snape estaba tirando de su pelo, que sus huevos se estaban levantando y su erección creciendo más gruesa. Con un grito de aviso—: ¡Harry! —Snape tembló y se vació en la boca del chico. Éste se apartó sólo lo suficiente para que el torrente de amargo fluido no le atragantara, y consiguió tragar la mayor parte, encontrando el sabor fuerte pero no desagradable, un poco como el queso raro que sirvieron en cuarto año cuando las chicas de Beauxbatons estuvieron allí.

Harry se sentó, riendo como un loco a pesar del semen y la saliva en su barbilla, mirando a Snape, despeinado y desabrochado, todo por su causa.

—Esto ha sido genial. Si probar una sola vez no lo consigue, estaría encantado de intentarlo hasta que estuvieras satisfecho.

Snape consiguió enfocar su mirada en el rostro de Harry y luego rió, inclinándose y alzando a Harry en un abrazo.

—Quizá podamos lograrlo con dos —dijo, levantándole sobre la mesa y arrodillándose grácilmente en su lugar.

Harry se sonrojó, pero no hizo ningún movimiento para negarle el acceso; mejor pasar el momento de la verdad ahora que más tarde. Snape, sin embargo, no se perdió esa reacción, allanó lentamente sus manos sobre los muslos del joven, observando la lucha en las facciones de Harry entre el deseo y la vergüenza.

—Por favor, —dijo Harry, después de un largo y tortuoso momento, cuando los dedos de Snape enmarcaron, pero no tocaron, su necesitada erección.

—Sí —dijo Snape, abalanzándose con una malvada sonrisa. Antes de que Harry se diera cuenta, sus pantalones y ropa interior estaban alrededor de sus rodillas, y los labios de Snape estaban alrededor de su polla, toda su longitud cabiendo fácilmente en su boca. Succionó fuertemente una vez, y luego se apartó y levantó la mirada hacia él—. Es poco común encontrar un amante que valore mis dones y sea suficientemente pequeño para alojarme con holgura —constató, para sorpresa de Harry.

Fue salvado de tener que pensar en una respuesta a eso cuando Snape tragó su polla de raíz de nuevo, y su libido adolescente se hizo cargo. Nada en absoluto coherente pudo pasar de los gemidos, sus caderas salvadas de un indecente empujón por el implacable agarre de Snape, su cuerpo entero ardiendo por un vergonzoso corto espacio de tiempo antes de que se corriera de nuevo, esta vez dentro de la muy acogedora, caliente caverna de la boca del hombre. Snape tragó y se apartó, limpiando su boca meticulosamente antes de arruinarla besando a Harry de nuevo, cuya boca todavía estaba manchada con su propia corrida.

—Guau —dijo Harry, moviéndose hacia delante, suficiente para dejar de apoyarse contra el pupitre y sostenerse sobre Snape, compartiendo sus mezclados sabores con más besos. Besó a Snape hasta que sintió a su traidora polla empezar a mostrar signos de movimiento, y entonces se apartó con una torcida sonrisa—. Creo que dos probadas definitivamente hacen una relación —dijo tentadoramente, limpiándose la boca en su manga y luego mirando hacia abajo a ellos dos, manchados de semen y positivamente indecentes—. ¿Podemos hacer esto otra vez?

El rostro de Snape experimentó algunos interesantes cambios, aunque Harry no pudo poner su cerebro en marcha suficientemente rápido para seguirlos.

Finalmente dijo—: Mientras no esperes cualquier concesión en Pociones, puedes visitarme en mi despacho después de cenar, cuando quieras.

Harry le besó, todavía sonriendo como si hubiera acabado de coger la Snitch en el Mundial.

—Frecuentemente, entonces. Casi siempre —dijo, inclinándose hacia delante justo un poco, para que la fláccida y húmeda polla de Snape rozara contra su propia erección medio endurecida—, deseo hacerlo.

Snape bufó, presionando hacia delante para que sus partes estuviesen abrazadas igual que el resto de ellos, los brazos sosteniendo cerca a Harry mientras se besaban—: Me aseguraré de tomar mis vitaminas para poder estar a la altura —comentó.

Harry murmuró dentro del beso, pensando que podría acostumbrarse a eso.

—Muchas vitaminas —dijo, provocativo—. Tienes mucho que levantar, después de todo.


 

 

Fin

¡Coméntalo aquí!

 

 

(1) Juego de palabras con probar/saborear. Volver