Vuelve a la zona de Monográficos

 

Sí, Ministro
Por Trubbleclef

Ubicación original

Traducido por Solmar - Revisión: Heiko

Percy/Teddy

Rating: NC-17

 

 


Cuando Percy entró en su despachó después de una comida-reunión terrible con el Secretario de Relaciones Muggles, no deseaba nada excepto sentarse en su cómodo y agradable sillón y tener cinco minutos para sí mismo. Preferiblemente con una buena taza de humeante té.
En cambio, tuvo una tarde caótica.

Para cuando Percy abrió la puerta y miró al otro lado, hacia su escritorio, vio una figura con capa y encapuchada arrodillada delante de su sillón, olisqueando el tapizado (1) del asiento y masturbándose frenéticamente.

Percy tosió.

El intruso se quedó inmóvil, respiró entrecortadamente con un estremecimiento, y luego desapareció con un chasquido.

Esto no era aceptable.

—¡Creevey! —gritó Percy.

Dennis dobló la esquina, sin aliento. Sostenía una pluma y un sujetapapeles, ambos preparados.

—¿Sí, señor?

Percy seguía mirando fijamente su silla, perplejo.

—Había alguien aquí dentro. Ahora mismo. Creo que estaba… bueno, haciéndose una paja, en realidad. Y…

La cara de Dennis retrató su conmoción, pero mantuvo la compostura lo suficiente como para preguntar:

—¿Y qué, señor?

Las cejas de Percy se unieron.

—Y creo que estaba oliendo mi sillón.

Dennis se quedó boquiabierto.

Percy se acercó lentamente a su escritorio, con Dennis cerca, detrás de él. Juntos, en perfecta sincronía, miraron detenidamente hacia el lateral del escritorio y debajo del sillón de Percy.

—Hay mucha cantidad —susurró Percy, sobrecogido.

—Voy a llamar a los aurores, señor —le respondió, susurrando.

—Ése era mi sillón favorito.

Dennis asintió con solemnidad.




Harry se sentó delante de Percy y le miró con dureza.

—Mira, esto es así. Cuando tomaste posesión del cargo reajustamos todas las barreras en este lugar. Incluidas las barreras anti-aparición, además de las barreras estándar contra comunicaciones no deseadas, magia con intención dañina, etc… Un día, entre seis meses antes y ahora, alguien quitó varias de esas barreras. Alguien audaz, porque estaban jodidamente bien hechas, a mi modesto entender. Las puse yo. Ahora bien, ¿tienes alguna idea de quién querría hacer eso? —miró inquisitivo a Percy.

Percy se movió con incomodidad en su nuevo sillón y se ruborizó.

—¿Hay algo que no me hayas contado?

—...

—¡Joder, Percy! Una persona no se toma tantas molestias para poder aparecerse dentro y fuera del despacho privado del Ministro de Magia sin ningún motivo. ¿Falta algo? Si sabes algo, tienes que contármelo. Si te preocupa tu propia seguridad y la de tu personal, tienes que contármelo. No puedo averiguar quién es hasta que no lo hagas.

Percy se desplomó y se restregó la cara con las manos.

—Vigila tu lenguaje, Harry —suspiró— Ahora soy tu jefe, ¿sabes? —cogió su té y tomó un sorbo para fortalecerse—. Y para contestar a tu pregunta, quienquiera que fuera este hombre, estaba, eh, snermhashrenwnkin.

—¿Él qué?

—Estaba arrodillado delante de mi sillón, olfateando el asiento, y se masturbó por todo el suelo, allí —articuló Percy—. Dennis lanzó encantamientos limpiadores y cambiamos la alfombra y el sillón.

—Pongamos las cosas claras. ¿Olisqueó tu silla?

Para gran disgusto de Percy, el Auror Jefe empezó a reírse. Una carcajada, golpeándose una rodilla, aullido, tan-fuerte-que-llorarías.

—Vaya, Percy —se atragantó—. Tienes… —otro ataque de risa.

Lloraba a lágrima viva y Percy estaba molestándose profundamente.

Añoro mi sillón. ¡Esto no es gracioso!

Justo entonces, Dennis entró con más té y fulminó con la mirada a Harry por reírse.

—¿Algo más, señor? —preguntó, con ceño fruncido.

—No, Dennis. Eso será todo, gracias —dijo, despidiéndole.

Harry se tranquilizó.

—Lo siento. Perdona. Oh. Oh. No. Tienes razón. No lo es —lo intentó otra vez—. Tienes un acosador. Uno a quien le debe de gustar tu colonia— suprimió otra risa.

Percy se enfurruñó.

—No me pongo colonia. Me pone enfermo.

—Tu aroma, pues —Harry seguía sonriendo con regocijo.

—Necesito protección, Harry. ¡No te estás tomando esto en serio! —Percy deseaba quitarle la sonrisa de la cara de una bofetada. Parecía que sería increíblemente satisfactorio.

—Estoy de acuerdo, y sí, me lo tomo en serio —la sonrisa se desvaneció por fin—. Aquí está lo que vamos a hacer. Sustituiremos las barreras por unas nuevas, por triplicado, y haremos que den la alarma, si alguien interfiere con ellas. Vamos a hacer lo mismo en la residencia del Ministro. Por último, voy a asignarte un auror para que esté contigo las veinticuatro horas del día.

—¿Todo el tiempo? ¿Incluso en casa? —preguntó Percy, no del todo entusiasmado.

—Sí. En todas partes —afirmó.

—Si crees que voy a aguantar a algún desconocido holgazaneando…

—Relájate, Percy —le interrumpió Harry—. Voy a entregarte a Teddy Lupin.

—¿Teddy Lupin? ¿No tiene dieciséis años?

Harry parecía molesto.

—No. No tiene dieciséis años. Por favor —sacudió la cabeza—. Tiene veintiún años, y ha sido cadete en el departamento durante tres años ya. Estará perfectamente preparado para el trabajo, y puede ser discreto, porque es un metamorfomago. Te has encontrado con él muchas veces y ni siquiera te diste cuenta.

Percy arrugó la nariz.

—¿De verdad?

Harry puso los ojos en blanco.

—Sí, de verdad. ¿Recuerdas aquella bruja de la prensa que interrumpía continuamente a Rita Skeeter en tu primera conferencia de prensa?

—¿La que me hacía ojitos?

—Bueno, era él en… espera, ¿qué?

Percy sacudió la cabeza con rapidez.

—Nada. La incorrecta, perdona.

Harry le miró de una manera extraña y luego continuó.

—Entonces, ¿estamos de acuerdo con este plan?

Percy suspiró resignado.

—Eso supongo. Gracias.

Harry se lo tomó como una indicación para irse.

—Ten cuidado, Percy. Y la próxima vez no destierres las pruebas, ¿vale? Deberías saberlo. Si no hubieras hecho eso, podríamos haberle encontrado ya. Ah, y Teddy se pasará antes de que te vayas a casa.

 

 


 

 

Por fin estaba solo.

Mientras se terminaba los posos de su ahora frío té, movió el culo en su sillón sustituto. Otra vez.

Iba a tener que ir a comprar uno nuevo.

 


—Lo siento, Ministro. ¿Cuál era esa última parte, otra vez?

—¿Cuándo se ha logrado alguna vez en este país un paso tan grande por adelantado hacia el logro de un objetivo, el cual creemos que es de vital importancia para el bienestar de la nación? No está todo hecho inmediatamente –no puede estar todo hecho inmediatamente. Una medida tan grande y extensa, y al mismo tiempo tan novedosa, no puede ser perfecta. Las diferencias de opinión que prevalecen en este país libre hacen bastante imposible reunir las opiniones de todos. Indulgencia, equidad, el sacrificio de opiniones extremas, deben ser solicitadas en cada barrio. Pero les hago, a aquellos que están menos satisfechos con el Acto, esta única y sencilla pregunta: ¿Es un gran paso, no, una gran zancada, lograda sobre el camino del progreso real? (2)

Dennis frunció el ceño por su transcripción.

—Disculpe, Ministro, pero, ¿no es esta carta sobre los fondos del caldero, otra vez?

Percy asintió a toda prisa.

—Sí, correcto. ¿Lo tienes todo?

—Sí, Ministro —contestó, enrollando el pergamino y metiéndose la pluma detrás de la oreja.

—La oreja, Dennis —le reprendió Percy.

—Por supuesto, Ministro. Lo siento —se quitó la ofensiva pluma e hizo una pausa en la puerta.

—He enviado su colada a su casa, señor, y envié un bonito ramo a los Longbottom.

—Bien hecho, Dennis. Eso será todo —la cara del secretario se iluminó por el elogio.

—¿Está seguro, Ministro? Siempre podría…

—No gracias, Dennis. Puedes irte. Y deja la puerta abierta cuando salgas.

—¿Es buena idea, señor? ¿Y si…?

—Está bien —le interrumpió Percy—. Estoy esperando a mi destacamento auror.

Dennis se fue por fin, con una expresión preocupada en su cara. Percy lanzó un suspiro de alivio. Hasta cierto punto, era un tango agotador ser adulado.

Se sentó, hojeando ociosamente un catálogo de mobiliario muggle, mientras esperaba la llegada de Teddy Lupin.

 



—¿Así que quiere ir a comprar un sillón entonces? Esto, ¿Ministro?

Percy sacudió la cabeza ante el sencillo joven que permanecía de pie delante de él. Tenía el pelo marrón ceniza, suelto, una expresión un tanto seria y más que magníficos ojos color avellana.

Vaya.

—No. No, no. Llámame Percy, por favor. Te conozco desde que eras… bueno, hace mucho tiempo, de todas maneras —terminó sin convicción.

Teddy Lupin sonrió de oreja a oreja, y Percy se encontró mirando fijamente, paralizado, dos hileras de dientes divinos. Mientras pasaban los segundos, la sonrisa de Teddy flaqueó.

—Tengo algo en ellos, ¿verdad? Me dije que no debería comer pesto porque terminaría con mierda en los dientes, delante del puto Ministro de Magia —inhaló bruscamente—. No me puedo creer que haya dicho eso —su cara era un retrato de nerviosismo, mientras seguía divagando—. Y ahora voy y digo mierda. Dos veces.

—Bueno, podrías haber dicho joder, y entonces tendríamos un problema de verdad —contestó Percy con una expresión muy seria.

Los ojos de Teddy se abrieron por la sorpresa y se relajó ligeramente.

—Tuve una premonición de que la iba a joder en mi primera misión. ¡Ah, mierda! —se puso ambas manos delante de la boca.

—Está bien. Nada que no haya oído antes. Sólo relájate —le tranquilizó Percy, riéndose suavemente—. Cogeré mis cosas y puedes ayudarme a impedirme comprar un puto sillón feo, ¿vale?

La sonrisa de Teddy estaba de vuelta con toda su fuerza.

—¡Sí, Ministro! Quiero decir, Percy. Estoy seguro de que puedo ayudarte con eso —se puso derecho e intentó un comportamiento profesional—. Iré y verificaré la ruta hacia la red Flú y volveré luego a por ti. ¿Esperarás aquí un minuto? —preguntó con educación.

Percy le devolvió la sonrisa.

—Claro, Teddy.

No pudo evitar notar el culo firme, redondeado y mordible que se le presentó, si bien oculto bajo la túnica de auror, cuando el joven salió de la habitación.

Ah.

Oh, no.

Eso era tan inconveniente.(3)

 



Comprar una silla con Teddy Lupin sería un ejercicio muy agradable, pensó Percy. Iba a ir directamente a Morrys y Co. Mobiliario Fino de Artesanía Mágica, pero notó que Teddy sorbió un poco por la nariz ante la sugerencia.

—No me malinterpretes, sus artículos están bien confeccionados y tienen líneas muy agradables, pero no es adecuado para el despacho, la verdad. Y bueno… es un poco progre actualmente, ¿no? —añadió disculpándose.

Percy se lo pensó.

—Supongo que tienes razón. ¿Qué sugerirías?

Teddy miró a su alrededor durante un largo rato.

—Veamos. Bueno, tienes una especie de chismes basados en la Regencia. Si quisieras probar algo cómodo en un estilo diferente que podrías armonizar con una pieza ergonómica danesa moderna –que va más allá de lo progre, en mi opinión.

Percy parpadeó como un búho.

—No tengo ni idea de lo que acabas de decirme.

Teddy se ruborizó, pero continuó.

—O quizás algo de Modernismo de mediados de siglo. Ya sabes, piel negra rellena con detalles en cromo. Eso debería ser apropiado para ti. Quiero decir, mira tu sombrero.

Percy miró su sombrero Fedora colocado sobre su escritorio.

—Sí. Creo que lo entiendo —miró a Teddy con sorpresa—. Pareces tener mejor idea de qué mirar que yo. ¿Dónde sugerirías que buscáramos esta silla ideal?

 



Teddy caminó con rapidez por las hileras de sillones en la tienda de mobiliario muggle que había sugerido. Percy prácticamente tuvo que correr detrás de él para seguir el ritmo. De repente Teddy se detuvo y miró fijamente a uno en particular.

Empezó a farfullar consigo mismo mirando delante y atrás con rapidez entre la persona de Percy y el sillón. Percy sentía que el calor subía arrastrándose por su cuello mientras era cuidadosamente examinado. Los ojos de Teddy parecían barrer sobre su estómago en particular, y por un largo rato parecía estar mirando fijamente a su entrepierna.

De repente Teddy se lamió los labios, lo que le distraía mucho, caminó directamente hacia él, puso los brazos alrededor de su cintura y le agarró el culo.

Firmemente.

Percy estaba paralizado por la estupefacción mientras las manos grandes de Teddy manoseaban su trasero, moldeando las curvas de sus nalgas y aparentemente masajeándolas hacia delante y atrás. El, oh Merlín tan encantador, pecho apretado contra el suyo. Olía increíble. Limpio, con un dejo de sudor. La respiración de Percy se aceleró y su polla estaba hinchándose con rapidez. Un segundo y no habría forma de ocultarlo.

—Esto, ¿Teddy? —preguntó, la voz aguda.

—¿Mm? —Oh, Godric, tarareaba.

—¿Qué… esto es decir… qué estás haciendo?

Teddy se apartó de Percy y se ruborizó.

—Examinando.

—¿Examinando? —preguntó con escepticismo—. ¿Mi culo?

Teddy asintió con rapidez.

—Claro. Por el relleno.

—¿El relleno? —contestó débilmente Percy.

—Cierto. No queremos que te compres algo que haga que tu trasero se te quede dormido. La mayoría de la gente sólo diría que usaras un encantamiento amortiguador, pero digo que no hay justificación para la artesanía burda. Sólo porque eres ya-sabes-qué no significa que debamos sacrificar la calidad.

—¿Ya sabes qué? —Percy parecía perdido.

Teddy se dio golpecitos al lado de la nariz.

—Secreto, señor. ¿Recuerda?

La comprensión le hizo caer en la cuenta.

—¡Sí! Sí, claro.

Percy por fin miró detenidamente el sillón delante de él. Era perfecto. Almohadones gordos, patas sólidas y resistentes con pequeñas ruedecillas para deslizarse y dar vueltas. Y estaba tapizado con una piel negra de aspecto mantecoso. Se sentó con cautela e inmediatamente se sintió como envuelto en un abrazo. Los huesos se relajaron y los ojos se cerraron mientras la cabeza se repantingaba contra él. Era el sillón más cómodo en el que se había sentado alguna vez.

Levantó la mirada hacia Teddy, quien estaba observándole con expresión satisfecha.

—Genial, ¿eh? —preguntó, sonriendo.

La sonrisa relajada de Percy alcanzó sus ojos.

—¡Merlín, sí! Voy a comprar este sillón y luego voy a pagarte la cena.

Teddy parecía contento.

—Vaya, gracias, Percy.

—No, Teddy. Gracias a ti.

 


 

La cena fue maravillosa. Fueron a un pequeño sitio informal especializado en el norte de Italia. Teddy pidió para ellos y también eligió el vino. Todo estuvo delicioso y la conversación fue animada. Percy encontraba fascinante a Teddy. Tenía simplemente veintiún años, pero sabía tanto de tantas cosas que Percy nunca había tenido oportunidad de aprender.

Cayó en la cuenta de que otro hombre podría considerar molestas las sugerencias dogmáticas del joven, e incluso mandonas. Pero para Percy eran pronunciadas con tal franqueza sin pretensiones que estaba feliz de acceder. Y hasta el momento cada sugerencia era acertada. Sus gustos se adaptaban perfectamente a Percy.

Mientras pasaban los días, se acomodó a la constante presencia de Teddy. Era tan atento y considerado, y cuando estaban juntos a solas, Percy se sentía como si le levantaran una carga. Dejaba que la voz de su joven escolta le invadiera mientras charlaba sobre una u otra cosa. Su boca atraía constantemente los ojos de Percy.

Merlín, era agradable a la vista. Era sólo ligeramente más bajo que Percy mismo, y estaba muy en forma. Su mandíbula era suave pero masculina, y esos ojos suyos –totalmente cautivadores. Un joven muy estimulante.

Y muy estimulante estar dos puertas más abajo.

 

 


 

 

Aquel viernes fue un ejercicio de frustración.

Primero fue obligado a ver a un empapado Teddy caminar por el pasillo hacia la habitación de invitados sin nada excepto una pequeña toalla alrededor de sus caderas y una mirada medio entornada sobre su hombro mientras Percy le miraba. Esto derivó en otra paja frenética en la ducha. Se estaba convirtiendo en una rutina.

Luego fue prácticamente arrastrado dentro de su despacho por lo que equivalía a una bronca de su jefe de personal, Terry Boot, quien estaba acercándose a la apoplejía.

—Ministro, debo manifestar con fuerza, y con la mayor convicción posible, mi profunda oposición a una práctica recientemente establecida que impone restricciones severas e intolerables sobre el ingreso y salida de los miembros más antiguos de la jerarquía y que, con toda probabilidad, de ser perpetuada la actual y deplorable innovación, precipitará una restricción de los canales de comunicación y culminará en una condición de atrofia organizativa y parálisis administrativa, que hará efectivamente imposible el cumplimiento coherente y coordinado de la función de gobierno dentro de la comunidad mágica del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte. (4)

—¿Quiere decir que todavía no ha sido admitido por las barreras?

Boot asintió enfadado.

—Se lo diré a Dennis —suspiró.

Aquella mañana, más tarde, tuvo otra conversación frustrante con Boot sobre sus deberes durante la próxima visita del Ministro búlgaro de Magia, e incluso Dennis le trataba como a un imbécil.

—El jefe de gobierno debe recibir a un jefe de gobierno aunque no esté aquí como el jefe de gobierno —explicó Boot.

Dennis asintió en acuerdo.

—Todo es cuestión de sombreros, Ministro.

—¿Sombreros?

—Sí. Verá, viene aquí llevando su sombrero de propietario de un equipo de Quidditch, pero también es el jefe de gobierno –pero no es una visita oficial del gobierno porque no lleva su sombrero de jefe de gobierno. Pero el protocolo exige que, a pesar de que lleve su sombrero de propietario de un equipo de Quidditch, todavía deba ser recibido por el Ministro de Magia. (5)

—Qué coñazo —contestó Percy.

Luego aguantó hasta el final una comida inoportunamente estimulante con Teddy. El hombre había elegido una pescadería exclusiva, por el amor de Merlín. Percy tuvo que observar al hombre lamerse los dedos y tomar bocados de objetos largos, con fluidos goteando por su barbilla. Afortunadamente, recordó que tenía una reunión final con Boot aquella tarde, que fue suficiente para matar su erección antes de que Teddy le viera ponerse de pie.

Y no era ésa una de las reuniones más vanas que había tenido alguna vez. Aunque… oír hablar a Boot en círculos estaba fascinando infinitamente a Percy. El hombre podía seguir durante horas si le dejaban. Era un burócrata nato, y una parte no pequeña de Percy le admiraba por eso. La última diatriba era sobre los interrogatorios al personal por el departamento de aurores.

—Si hubiera habido alguna advertencia sobre las entrevistas, que no la ha habido, entonces habría podido ponerlo en mi agenda. Sin embargo, ahora estoy enfrentado con ciertos miembros del personal que han sido obligados a eludir ciertas responsabilidades para prestar declaración, y ahora tengo no sólo un personal que está detrás en sus deberes sino uno que está mal dotado para ocuparse de las exigencias que están en juego para ponerse a la par.

—¿Mal dotado? ¿A qué miembro del personal te estás refiriendo específicamente?

—Sin duda habrá notado que el Sr. Creevy no se ha pasado con el té desde las nueve en punto, esta mañana —contestó Boot con fría formalidad.

Percy miró su taza vacía.

—Qué coño. Me voy a casa.

 



Percy y Teddy estaban sacudiéndose el polvo flú cuando oyeron el ruido sordo que venía desde escaleras arriba.

Se miraron el uno al otro y Teddy levantó un dedo hacia los labios, y miró a Percy con una expresión indudablemente preocupada.

—Prométeme que te quedarás aquí mientras miro.

—¿Por qué debería hacer eso? No es como si nunca hubiera luchado antes.

—Eso no importa —contestó con urgencia—. Si algo fuera a pasarte… estoy aquí para protegerte y harás lo que yo diga.

Percy no podía entender si estaba mal o no estar tan excitado.

Teddy se volvió para susurrarle desde la puerta, pidiendo orden con un dedo.
—Quédate.

Percy consideró en serio volar contra el sofá antes de recordar el motivo por el que Teddy se había ido, en primer lugar. Subió en silencio las escaleras sólo para encontrar a Teddy de pie en la puerta de Percy, con la boca abierta por la conmoción. Percy se acercó detrás de él y miró detenidamente en el interior.

La imagen del culo desnudo de su jefe de personal dando brincos en el aire mientras se follaba el colchón de Percy era el material del que estaban hechas las pesadillas.

 


Percy ofreció a Teddy un bourbon y se desplomó sobre el sofá.

Teddy notó inmediatamente que Percy no se encontraba bien.

—¿Un día duro? —preguntó con suavidad. Puso la mano sobre el hombro de Percy y lo masajeó ligeramente.

Percy gimió y tembló, inclinándose hacia el contacto.

—No tienes ni idea.

Teddy puso su bebida sobre la mesita lateral y se movió detrás de Percy, colocando una mano en cada hombro. Empezó a masajear los hombros. Percy se quedó inmóvil durante una fracción de segundo antes de decidir seguir adelante y rendirse, malditas sean las erecciones embarazosas.

De repente supo exactamente qué iba a hacer. Iba a tomarse otra bebida, o dos, coquetear desvergonzadamente, y dar el siguiente paso. Porque si Teddy no estaba dispuesto, entonces él no era el Ministro de Magia.

—Mejor, ¿verdad?

—Mm. Me siento completamente bien, ¿sabes? —ronroneó Percy.

—Me alegro de que estés disfrutándolo —contestó Teddy con suavidad—. ¿Te alegras de que todo haya acabado?

Percy se volvió para alzar la mirada hacia él.

—A medias, sí. Sin embargo… hay muchas cosas de esta última semana de las que disfruté.

Las mejillas de Teddy se sonrojaron ligeramente.

—También estoy increíblemente aliviado de que no fuera Dennis Creevey. Habría odiado perderlo.

—No, Dennis no. Entonces, ¿ya eras consciente de su afecto por ti?

Percy suspiró.

—Sí. Aunque, nunca interfirió con su trabajo. Pobre. No es del todo mi tipo.

—¿Demasiado masculino? —preguntó Teddy, bebiéndose el resto de su bourbon.

—No. Esa parte está bien.

Teddy alzó las cejas y sonrió lentamente.

—Demasiado zalamero, en realidad. Es como un pequeño cachorro buscando aprobación de su amo. Nunca podría aguantarlo.

Teddy sirvió otro para ellos.

—Bueno… entonces, ¿te gustan los hombres? —clavó a Percy con una mirada fija que nunca flaqueó incluso mientras lo bebía a sorbos.

Percy le devolvió la mirada, dejando que los ojos se posaran entre las piernas del otro hombre.

—Podría decirse, sí.

Teddy dejó la copa y empezó a desabotonarse lentamente la parte de arriba de su camisa.

—¿Puedo hacer una sugerencia?

Los ojos de Percy estaban pegados a los dedos de Teddy.

—Venga, pues —inhaló. Teddy había llegado al tercer botón.

—Primero, te desnudas —dijo con voz baja—. Luego te tumbas y te relajas mientras te la mamo.

La boca de Percy se quedó seca.

—Por último, se inclina sobre el respaldo de esa silla mientras le follo, Ministro.

Percy asintió lentamente, parecía reflexionarlo.

—Una sugerencia excelente, Auror Lupin —susurró.


Sentir aquella lengua ágil deslizarse hacia delante y atrás a través de su agujero era maravilloso.

Las manos fuertes masajeando arriba y abajo su espalda y nalgas era más que relajante.

Se apretó lentamente contra Percy, y sus suaves embestidas enviaban pequeñas descargas de placer por la ingle de Percy.

—Te siento tan bien —jadeó Teddy, entre lametones y mordiscos en su espalda—. Un… encaje… perfecto.

Percy gimió mientras sentía que su polla volvía a despertarse bajo el ataque. Aún en adecuada disposición de funcionamiento, pensó para sí mismo. Nada como un hombre más joven, decidió. Especialmente éste en particular.

—Coge el… agh… brazo… agh… voy a follarte más fuerte —le rechinaban los dientes.

Fóllame, me encanta cuando me ordenas —dijo Percy a borbotones.

—¿De veras? —preguntó mientras empezaba a embestir el culo de Percy.

—Joder, sí, Teddy —gruñó él—. Dime qué hacer.

—Llámeme Auror Lupin cuando se corra, Ministro.

Teddy tiró de Percy con fuerza contra él mientras se fundían contra el sofá. Habían estado besándose durante la última media hora. Había sido un gran día, y Percy estaba agotado.

—Dormiré contigo esta noche, si no te importa —dijo contra el cuello de Teddy—. Aunque me gusta mucho este sofá, no creo que sea muy cómodo dormir en él.

—Sí, hazlo. Tampoco querría dormir ahora en tu habitación.

Percy miró especulativamente a Teddy.

—Esto, no sabrás por casualidad algo sobre colchones, ¿verdad?

 

 

 

(1) Ocurrido recientemente en Australia. El Sr. Troy Buswell olfateó el asiento de un compañero político. Su llorosa disculpa fue noticia el 29 de Abril del 2008. Vuelve.

(2) Del discurso de William Gladstone a sus electores, el 28 de Octubre de 1871. Vuelve

(3) De la película “Love Actually”. Vuelve

(4) & (5) Ambos intercambios plagiados adaptados de “Sí, Ministro”, una de las más divertidas series alguna vez hechas, en mi humilde opinión. Vuelve

 

Fin


¡Coméntalo aquí!