Crimen
y castigo
Por Marguerite_26
Ubicación
original
Traducido
por Solmar - Revisión: Veroboned, Heiko
Pareja: Draco/James
II
Rating: R
—¡Oiga,
señor!
Draco se dio la vuelta y
miró hacia la entrada de una tienda vieja y en mal estado. El
muchacho no era mayor que Scorpius, quince o dieciséis años.
Los ojos de Draco treparon por el muchacho: jersey rasgado, vaqueros
muggles sucios, y zapatillas deportivas plagadas de agujeros. Draco
aceleró su paso hacia el boticario. Se había despertado
con un dolor de cabeza a punto de reventar y necesitaba una poción
antes de que empezara su turno.
El golfillo callejero no
fue disuadido. Se le acercó corriendo y le gritó.
—¿Tienes unos
sickles, tío?
La mente de Draco reflotó
la mansión, incendiada hasta el suelo, el techo con grietas en
su nuevo piso, las escasas prendas de su armario. Nada de esto estaba
a punto de revelarle al impertinente joven.
—Si necesitas dinero,
te sugiero que busques un trabajo —dijo Draco secamente,
y sorbió por la nariz—. Y a lo mejor un baño no
sería problema.
El muchacho se tambaleó
como si hubiera sido abofeteado; su cara se volvió fea. Mientras
Draco empezaba a caminar otra vez, el muchacho le gritó (evidentemente
para el beneficio de cualquier transeúnte, Draco estaba bastante
cerca para oírlo claramente).
—Te conozco. Malfoy,
¿cierto?
Un escalofrío bajó
por la columna de Draco. Dejó de caminar.
—Me enteré de
lo de tu padre –degollado como un cerdo. Deberían haberle
dado al guardia una puta medalla.
A Draco se le cortó
la respiración. El golfillo estaba encantado de haber puesto
el dedo en la llaga, los ojos salvajes, abiertos y brillantes. Le sonrió
mostrando los dientes y añadió:
—¿Crees que
chilló o más bien gorjeó?
Sin titubear un momento,
Draco empujó al muchacho, fuerte. Se cayó en la acera
para quedar con los demás residuos de la calle. Cuando alzó
la mirada, Draco escupió sobre él.
El muchacho se secó
la saliva de su mugrienta mejilla.
—Cabrón —rezongó,
pero mantuvo el culo sobre el adoquín.
Draco se marchó, con
la cabeza erguida, el corazón rugiendo en sus oídos. Tiró
del cuello e hizo saltar el botón de arriba. Estaba a tres puertas
del puto boticario cuando oyó una voz petulante a unos pasos
detrás de él.
—Lo vi, señor
Malfoy.
Draco se detuvo, otra vez.
Y después de tomar aliento profundamente, dejó que el
propietario de la voz le alcanzara.
Aquella vez era un muchacho
diferente, más mayor y más limpio. Un pelo corto, marrón
rojizo, y unas pecas que Draco había visto bastante a menudo
en Kings Cross y en la primera plana del Profeta, por lo que no eran
necesarias las presentaciones.
—Qué pasa contigo,
Potter —preguntó Draco con frialdad.
—Ese chico era un hijo
de muggles —James Potter le sonrió con suficiencia.
Draco inhaló bruscamente.
La sonrisa de suficiencia de Potter se ensanchó. Ese mocoso.
Draco deseaba agarrarse su dolorida cabeza.
—¿Y qué
planeas hacer al respecto? —preguntó Draco cuidadosamente.
Podía haberse situado ligeramente más alto en la jerarquía
social que el partidario medio del Señor Tenebroso, pero no había
indulgencia con esa ley. El asalto a un hijo de muggles garantizaba
tres años en Azkaban. Como mortífago con marca, Draco
recibiría el Beso.
Potter inclinó la
cabeza hacia un callejón deshabitado.
Draco lanzó una mirada
anhelante al letrero de Pociones y ungüentos de Peterson,
y siguió al arrogante pequeño Potter. Llegar tarde al
trabajo era ahora la menor de sus preocupaciones.
Cuando ya no estaban a la
vista de la parte principal del callejón Diagon, Potter se volvió
hacia él y susurró:
—No creo que nadie
más lo viera.
Draco pestañeó.
No era lo que esperaba oír, desde luego.
—Estupendo —dijo
simplemente, y esperó.
Potter arrastró los
pies.
—Bueno, pensaba que
podríamos hacer un trato —le explicó. Estaba demasiado
indeciso. El sombrero seleccionador le había colocado correctamente.
El chantaje requería de un nivel de astucia del que carecía
evidentemente el muchacho.
Si el muchacho quería
jugar a ser Slytherin, Draco le iba a hacer trabajar para conseguirlo.
—Y qué tipo
de trato estarías buscando, jovencito.
—Eh —Potter tragó
saliva—. No se lo contaré a nadie y tú me haces
un favor —Potter se succionó el grueso labio superior y
se lo mordisqueó un poco.
—¿Y qué
favor querrías de mí? —Draco se acercó un
paso más para intimidarle –le sacaba media cabeza al muchacho–,
sin embargo el movimiento pareció ayudar a Potter a reunir valor.
Potter se enderezó
más, sus ojos sobre los de Draco. Su mirada era petulante pero
sus mejillas estaban rojo remolacha. Su voz bajó una octava mientras
le decía:
—Me callaré
si me chupas la polla.
Draco retrocedió un
paso. Potter era más descarado de lo que había supuesto.
Éste miró el suelo del callejón –basura esparcida
en la esquina, la extraña mancha verde cerca de su pie izquierdo,
el hedor de orina.
Draco se arriesgó.
—No.
—¿Qué?
—Potter se quedó boquiabierto.
—No seré chantajeado
para hacer una felación en un asqueroso callejón a un
chico apenas más mayor que mi hijo.
—Tú… —Potter
parecía no saber qué decir—. Irás a Azkaban
o peor. ¿Preferirías eso que tener mi polla en tu boca
durante, digamos, unos quince minutos?
Draco dudaba seriamente que
James Potter durara tanto tiempo.
—No creo que puedas
estar delante del Wizengamot y condenar a alguien al Beso por no darte
placer sexual.
Potter frunció el
ceño, incómodo con esa lógica. Sus esperanzas de
correrse frente a su predecible necesidad de hacer lo correcto estaban
en conflicto. Y así, tal cual, Draco supo que había ganado.
Si la conciencia del muchacho estaba dispuesta a dejar que Draco se
librara con una mamada, no pasaría por el trago de condenarle
simplemente por despecho si se negaba.
Putos Gryffindor.
Draco decidió ayudar. Un poco.
—Es obvio que me pillaste
y querrías algo a cambio de tu silencio.
—¡Exactamente!
—los ojos de Potter brillaron—. Creo que mamándomela,
a un mestizo, sería un castigo adecuado para lo que le hiciste
a ese mendigo hijo de muggles.
—Ya, bueno, está
claro que eso no va a pasar —explicó Draco, cortando de
raíz ese ridículo escenario antes de que Potter pudiera
hacer más hincapié en ello—. ¿Quizá
haya algo más? ¿Podría hacer una donación
a una organización benéfica a su favor?
Potter arrugó la frente
como si Draco hubiera sugerido que fueran juntos a un ballet.
—No, no, no. Eso no
es, eh, bastante degradante.
Draco suspiró y masculló.
—Creo que estar aquí
teniendo esta conversación debería calificarse como…
—¡Oh! ¿Y
si chupo tu polla? —la cara de Potter se iluminó
por su propia genialidad—. ¿Permitir siquiera que un mestizo
te toque?
Draco pensó durante
un momento en las docenas de gloriosos agujeros muggles en los que había
deslizado su polla, miró fijamente a Potter a los ojos y dijo:
—No, está claro
que no.
—¡Entonces esto
es perfecto! —Potter esbozó una sonrisa extravagante. Draco
estaba horrorizado por encontrarla entrañable.
—¿Estás
seguro de que es la única forma? —Draco intentó
no sobreactuar, pero era todo un desafío—. Qué humillante.
No debes contárselo a nadie.
Potter, con ojos brillantes
y ansiosos, sacudió la cabeza y prometió que aquello permanecería
entre ellos y que consideraría pagada “la deuda a la sociedad”
de Draco. Sólo Merlín sabía qué enseñó
Potter a sus hijos.
Draco estuvo de acuerdo y
Potter se arrodilló (directamente sobre aquella horrible mancha
verde, notó Draco).
Potter intentó desabrocharle
torpemente los pantalones, pero una vez consiguió tener la boca
alrededor de la polla de Draco, el muchacho demostró su talento
oculto.
Inclinándose contra
la mugrienta piedra de la pared del callejón, Draco cerró
los ojos y enterró los dedos en mechones suaves y rizados. Su
polla se hizo más grande y desapareció su dolor de cabeza.
Había mucho que decir
de la justicia a ojos de un adolescente cachondo.
Fin
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