Lo estamos diciendo todo el tiempo. Lo repetimos y lo repetimos. Que sí. Que lo saben. Que Sera Gamble y Kim Manners intercambian wincesto en los descansos. Que Tim Kring tiene una competencia secreta con Eric Kripke para ver quien hace más obvio el incesto sin hacerlo explícito. Que James Marsters y David Boreanaz le betean el Spangel a Joss Whedon.

Lo decimos todo el tiempo. Lo repetimos y lo repetimos. Pero… ¿nos lo creemos?

He descubierto muchas cosas en mi paso por Fandomium. Cosas nuevas, sí, pero también cosas que siempre estuvieron allí, y que de pronto son otras bajo una luz nueva y brillante. Cosas como la coliflor y el chocolate. Cosas como la televisión. La televisión, que era el arma de lavado cerebral del sistema y de pronto se revela como una aliada secreta (allí, en el subtexto, donde los aliados sabios ocultan sonrisas cómplices). La televisión, que de chica me vendía el cuento de la familia perfecta y el “modo correcto de vivir”, o insultaba mi inteligencia con caricaturas de familias disfuncionales jugando al “modo correcto de vivir” (tal vez las más jóvenes no lo recuerden, pero en la década de los ’80 era imposible tener sexo sin salir embarazada, fumarse un porro sin volverse yonqui, copiar en un examen sin sufrir terribles pesadillas hasta confesar agobiada por la culpa, o engañar a tu mujer sin… no, un momento, eso era sencillamente imposible). La televisión, que hoy me hace pensar que tal vez no soy una especie en extinción… sino todo lo contrario.

Un ejemplo, para aclarar el punto. Gossip Girl, aunque brillante, es una serie que habla de las penurias sentimentales de un montón de niños ricos de Nueva York. Y sin embargo, el capítulo de Navidad es lo más humano y maravilloso que he visto. El padre de Blair regresa a la ciudad varios meses después de haber abandonado a su mujer por un modelo masculino, y en lugar de sentirse horrorizada, Blair resiente la atención que le da a su nueva pareja (la situación se resuelve cuando su padre le muestra una foto de la habitación que él y su novio han decorado para ella en la nueva casa de Francia… ¿dónde habrá algún modelo masculino que presentarle a mi padre, digo yo?). Paralelamente, el esposo de Alison descubre que ésta sigue en contacto con un no tan antiguo amante, y en lugar de sentirse mortalmente ofendido, comenta que “fuera del hecho de estar enamorado de [su] mujer, parece un buen tipo” y aprovecha la situación para enfrentar la verdad sobre un matrimonio que no va a ninguna parte. El capítulo cierra con Alison explicándole a sus hijos que se va de casa pero siempre será su madre, y con Blair comentándole al novio de su padre que se prepare porque “la Navidad con los Waldorf es la mejor de todas”. No todos son felices, pero todos son honestos, y la vida continúa con la riquísima sensación de que todo va a estar bien (aunque las adolescentes se embaracen, los escolares fumen a escondidas, nadie sienta culpa por copiar en un examen y el 80% de las personas haya tenido alguna aventura extramarital). Y es que en realidad, Gossip Girl, aunque habla de las penurias sentimentales de un montón de niños ricos de Nueva York, es una serie brillante.

Gossip Girl no es una isla. Ni siquiera es una serie ‘de avanzada’. En realidad, está en todas partes. Este cambio. Esta apertura a otros modos de vivir. Esta exposición de la diferencia.

El mundo cambia. Y con el mundo, cambian los parámetros sociales. La televisión y otros medios no son más que el reflejo de los mismos cambios que forjan nuestras comunidades en línea, nuestras relaciones interpersonales, nuestros deseos ocultos y nuestros reclamos públicos.

Formamos a la sociedad, y la sociedad nos forma. Y en el eterno dilema del huevo y la gallina, nos asaltan preguntas inevitables: ¿hasta dónde generamos un cambio real y hasta dónde la sociedad se disfraza para tenernos ‘conformes’? ¿Hasta qué punto esta exposición de la diferencia no es el mismo sistema de ‘aturdimiento de masas’ readaptado para fangirls? ¿Hasta qué punto la fangirl hace el subtexto y hasta qué punto lo hace el mercado? ¿Hasta qué punto Jared y Jensen ríen con nosotras cuando dicen cosas como éstas?

 

 

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En mi mundo, los héroes se lo montan unos con otros hasta perder el sentido. No todos ellos, pero más de los que pensarías, y probablemente no los que estás pensando. Y ya en serio, ¿alguien aquí se anima a decirle a Apollo y Midnighter cómo debería comportarse un héroe? ¿A la cara?

Respuesta de Joss Whedon a un comentario anti-slasher en un foro sobre Spangel

 

 

 

Hay gente de la que, así lo intente, no puedo desconfiar. Si Joss Whedon no hubiera creado a Buffy hubiera sido fanboy perdido. Estoy convencida de que Kim Manners y Sera Gamble se pasan recs de wincesto. Thewlis ha confesado que al menos él y Cuarón tenían clarísima la verdad sobre Remus Lupin.

No puedo decir lo mismo de todos. La ‘salida del armario’ de Dumbledore me sigue pareciendo un poco artificial, sobre todo si consideramos que, gracias a eso, el único personaje ‘oficialmente gay’ de una saga plagada de sospechas homoeróticas es un viejo sabio solitario, peligrosísimo en duelo y sexualmente inofensivo (y que todos los personajes ‘extra-oficialmente gays’ terminan solos, muertos o casados con una bonita chica que no parece darse cuenta de que nada va mal).

¿Que cómo explico el DD/GG NC-17 si Dumbledore es tan inofensivo? En tres simples palabras: JK nos subestima. (¿Hemos leído el Epílogo del Mal? Pues eso).

La salida del armario de Dumbledore es un ejemplo claro de eso que tanto tememos los inconformes; esa capacidad del sistema para quedar bien con todos sin comprometerse con nadie, para pintar la fachada y convencernos de que ha remodelado la casa. (“Por supuesto que aceptamos a los gays, son excelentes profesionales, ordenados, divertidos y con buen gusto… lo único que les pedimos es que no se besen en público y no se acerquen demasiado a los niños”).

Disney lo hace, creo, con más arte que nadie. Con el racismo (el rubio y el negro son los mejores amigos, pero blancos y negros no salen entre ellos… aunque a ambos les está permitido salir con latinas, asiáticas u otra mezcla que deje claro que nadie tiene nada contra las parejas interraciales), con la homofobia (todos adoran al personaje obvia-pero-no-abiertamente gay, que siempre es amigo de todos y novio de nadie), y con todas esas cosas que queda mal defender en la bella y colorida tierra de Benetton. Luego, si decimos que les falta valor, tienen a los niños como excusa. Como si a los niños hiciera falta protegerlos del cariño (“por Dios, no se besen así delante del niño” “no se preocupe señora, igual está ocupado atropellando ancianas en línea”).

Que no, que no, no espero porno de Disney (para eso, tengo el fandom). Sólo… me preocupa que no se lo crean. Que ni siquiera ese cachito de intento de posición sea real. Que todo sea un ardid para no quedar mal con nadie. O peor, para vender más.

Uno de los descubrimientos más sorprendentes en mi paso por Fandomium ha sido la inmensa cantidad de personas como yo que existen en el mundo. Este mundo, en el que siempre fui un bicho raro con ideas extravagantes, y en realidad nunca lo fui. En realidad, siempre fui parte de este gremio que no conocía. Somos un gremio bastante grande incluso en nuestro nicho dentro del nicho, el de las slashers. Somos muchas y gritamos fuerte, y hacemos bulto en las convenciones, y abrimos foros, y escribimos historias épicas.

Y consumimos.

Oh por Dios, cuánto consumimos.

A veces tengo la sensación de que juegan con nosotras. JK y sus comentarios post-séptimo libro, el cast de Héroes y sus bromas en las convenciones…

A veces tengo la sensación de que no se lo creen. De que no ven lo especiales que somos, la convicción con la que amamos, la belleza de lo que defendemos. De que sólo ven chicas gritando, libros vendidos y puntos de rating.

Y, la verdad, me siento un poco traicionada.

 


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Lo que haya o no pasado queda enteramente a criterio del espectador, eso es lo que lo hace arte. Habiendo dicho eso, yo sé EXACTAMENTE qué pasó y es divertido que nunca vaya a decírselo a nadie.

Joss Whedon en un foro sobre Spangel.

 


Una cosa que comparto con todas las fangirls es el gusto por la complicidad. Amo el subtexto (ese secreto que el autor puso allí sólo para que lo descubriéramos) en toda su gloriosa ambigüedad. No necesito que mi subtexto sea texto. Sólo quiero que esté allí por la razón correcta (para que aquellos que lo encontremos podamos compartir una mirada cómplice, un guiño, una broma que nadie más entiende).

La primera temporada de Héroes fue asombrosa, consistente y tan cargada de subtexto que la serie se volvió una fiesta slasher. En la segunda temporada, los productores decidieron “reforzar” el ponche, la fiesta se salió de control y el het fue desterrado del fandom. Alguien debe haber llamado a la policía en ese momento, porque los productores se arrepintieron y en la tercera temporada hicieron lo imposible por darle una pareja del sexo opuesto a todo personaje “en duda”. Yo, personalmente, me sentí decepcionada. Estaba tan segura de que lo hacían a propósito…

Y quiero pensar que me confundí. O que todo es un complot de los actores, y que ellos sí son parte del secreto. Porque, de otro modo, tendría que pensar que fue a propósito, que esa química genuina no era tan genuina, que estaba destinada a ‘quedar bien’ conmigo, y que no les resultó rentable.

No me meto con el anime. Es un mundo distinto y valiente. No tiene miedo de ir más allá, si es lo que el autor quiere. No tiene miedo de no ir más allá, si es lo que el autor quiere. Conocen a su público, porque los autores suelen ser parte del público. Y así es fácil darle al público lo que quiere.

No me quejo del fanservice. Ni del slash puesto allí para mi disfrute. Ni que estuviera loca.

Lo que digo, es que quiero compartir este secreto, esta fiesta, con gente que la disfrute conmigo. Que Jensen y Jared nos guiñen un ojo cada vez que hablan frente a las cámaras. Que Joss nos cuente el pasado secreto de Spike y Angel con la mirada. Que JK vuelva a ser la mujer que escribió El Prisionero de Azkaban.

El mundo cambia. Hay quien va más rápido, hay quien va más lento, hay quien va en la dirección contraria. Pero el mundo cambia. Y los que vamos en la misma ruta, nos reconocemos casi enseguida.

No quiero marketing para slashers. No quiero maquillaje para tenerme contenta (y comprando). Quiero compañeros de viaje que crean en el derecho a la diferencia, en la belleza disfuncional y rota, en desempolvar los esqueletos del closet y sacarlos al jardín.

Quiero creer (y creo) que existen muchos. Directores, actores, escritores… muchísimos que nos acompañan en el viaje. Quiero creer (y creo) que podemos reconocerlos. En el brillo de los ojos, en los gestos, en ese guiño y esa frase y esa media sonrisa solo para nosotras (las que entendimos, las que podemos compartirla).

El mundo cambia. Quiero creer que cambia para mejor. Que cada día somos más los que buscamos un mundo menos correcto y más honesto. Que nos hacemos guiños por el camino.

Y como quiero creer, creo.

 

 

 


MARKETING PARA SLASHERS

(Yo lo sé, tú lo sabes, nosotras lo sabemos… ellos, ¿lo saben?).
Por Mullu