Lupin estaba hablando acerca de él como si no estuviera ahí. Otra vez. El hombre lobo se giró para dirigirse a Dumbledore, y su cabello y cuello descubrieron su pálida garganta. Snape apretó los labios y escuchó.

—Los riesgos sobrepasan a los beneficios. Si Voldemort se cansa de la engañosa información que Severus le ha estado proporcionando y decide interrogarlo de verdad, la Orden estará seriamente comprometida. Severus conoce nuestros planes en mucho mayor detalle del que conoce los de Voldemort.

—Que es precisamente la razón de que sea tan importante que yo vaya. —Las cabezas giraron todas hacia el final de la mesa. Sí, recordad de quién es el destino sobre el que estamos discutiendo aquí, pensó—. ¿O conocer los planes del Señor Oscuro es vale tan poco que no asumirías un pequeño riesgo?

—Por supuesto que no, Severus —dijo Lupin, con su tono razonable, antes de girarse de nuevo—. Pero, director, creo…

—¿O será que yo no debería arriesgarme? Considerando que soy yo quien atenderá o no a su llamada. —Arrojó el rollo sobre la mesa, donde aterrizó con el escudo Malfoy hacia arriba. Lupin se volteó a verlo.

—No dudo que puedas cuidar de ti mismo, Severus. Hasta cierto punto. Un punto —continuó, cuando Snape abrió la boca— más allá del cual yo creo que ninguno de los aquí presentes podría mantener su voluntad contra los poderes de Voldemort. Sólo me gustaría dejar claro —y se giró hacia Dumbledore— que cuestiono la sensatez de compartir nuestros consejos con un espía que podría ser forzado a revelarlos todos, bajo tortura, en cualquier momento.

—Está bien, entonces. Si supongo tal riesgo para la seguridad de esta Orden, me iré. Hazme saber qué debo intentar averiguar, una vez recupere el favor de Voldemort, Albus… si no es demasiado arriesgado.

—Siéntate, Severus. —Dumbledore estaba calmado—. Te aseguro que no intento privar a la Orden de tu experiencia. —Snape se sentó. Dumbledore miró a los magos y brujas reunidos a la mesa de la Orden del Fénix—. Y nuestras posibilidades de contar un mortífago que esté tan cerca del círculo de confianza de Voldemort parecen más bien escasas en estos momentos. Sin embargo, Remus ha planteado una excelente cuestión. Severus, sé que has dado tu consentimiento a someterte a ciertos hechizos de memoria antes de atender la invitación del señor Malfoy, pero creo que sería prudente ver qué podemos hacer para fortalecer tu resistencia a diversos medios de persuasión.

Dumbledore se volvió hacia Black, quien conocía una cantidad preocupante de torturas.

—¿Tu opinión, Sirius? —Black empezó a explayarse, y Snape escuchó, consciente de que los ojos de Lupin se quedaron fijos en él durante el resto de la reunión.

 


***

 


El día pasó. El final de las clases permitió a Black bajar hacia las mazmorras para darle unos cuantos consejos sobre cómo resistir torturas de varios tipos, físicas y psicológicas. Parecía bastante contento ante la idea de Snape siendo sometido a cualquiera de ellas. Lo siguió alrededor de su taller, relatando historias horribles mientras Snape mezclaba una poción para reforzar su resistencia al dolor. Estuvo tentado de tomarla allí mismo. En cambio, cuando la poción hubo sido embotellada y puesta a un lado, Snape bajó un montón de A. vulparia seca de su gancho en el techo; Black, reconociendo las flores, se detuvo.

—¿Matalobos?

—Sí. Me disculparás, Black, pero ésta es una poción bastante difícil de fabricar. Estoy seguro de que no querrás distraerme; las consecuencias de un pequeño error pueden ser bastante desagradables para el consumidor.

Black captó la idea y se marchó, con el ceño fruncido. Snape cerró los ojos un momento, escuchando el silencio, antes de pasar al asunto que le ocupaba.

Nunca lo habría admitido ante Lupin, pero Snape disfrutaba preparando la poción matalobos. Fue diabólicamente difícil la primera vez que lo intentó, e incluso ahora ‘bastante difícil’ era una especie de eufemismo; y Snape disfrutaba el desafío. Exigía un enfoque difuso que apartaba toda conciencia de sí mismo; una vez que los calderos comenzaban a hervir a fuego lento, no había momento más allá del presente. Ninguna reunión oscura en la mansión Malfoy. Nada de hechizos de memoria que recibir. Ningún hombre lobo de ojos brillantes, girándose para mostrar el hueco de su cuello largo y blanco.

Y, sobre todo, nada de Severus Snape.

 


***

 


La puerta que daba a las habitaciones de Lupin estaba abierta, pero el hombre lobo se había ido; Snape dejó la copa de la poción en su escritorio y volvió a los calabozos, a su propia cámara. Cuando llegó, la luz de un fuego que Snape no había encendido se veía desde la puerta. Era casi un insulto. No, sin el casi; era jodidamente insultante insinuar que no notaría las débiles huellas de otras magias mientras deshechizaba la cerradura, que avisaba de que su espacio privado había sido invadido por aquella combinación de desfachatez Gryffindor y sutileza Slytherin, tan revelador como una firma.

—Lupin. ¡Fuera de mis aposentos!

El hombre lobo levantó la vista desde el sillón de Snape junto al fuego.

—Severus, entra. Tenemos que hablar.

—Tengo una oficina. Tengo un horario de oficina. Lo que necesites decir puede decirse ahí y entonces.

Lupin sacudió la cabeza.

—Esto no. —Sonrió, breve e inexplicablemente—. Severus, has firmado una especie de paz con Sirius, la suficiente para convencer a Dumbledore de que los dos podéis trabajar juntos. No sé si Dumbledore piensa lo mismo de nosotros, pero me temo que yo no. Tú no me escuchas, no estás a solas conmigo, y frente a otras personas me rebajas cada vez que tienes la oportunidad. —Lupin se levantó y se dirigió a la puerta, pero sólo para cerrarla y hechizarla—. Ahora bien, si uno de nosotros tiene una razón legítima para guardar rencor, creo que soy yo, Severus. —La voz de Lupin era suave, y sus gestos aún perfectamente amigables—. Y cuando volví a Hogwarts casi te había perdonado por haber hecho que me despidieran. Admito que he tenido algunas dudas ocasionales desde entonces, pero todavía estoy dispuesto a dejarlo atrás. Pero tú no. De hecho, te has tomado mi mera presencia aquí como una afrenta personal.

Snape dejó que sus labios se curvaran en una mueca familiar.

—¿Te causa tal sorpresa que me moleste admitir a un hombre lobo de nuevo en la escuela, y en la Orden? ¿O que prefiera mantener las distancias con una criatura que casi me mató una vez?

Por primera vez, los ojos de Lupin se entrecerraron.

—No me mientas, Severus; estamos a un día de la luna llena y mis sentidos están más agudizados que en todo el mes. —Cruzó majestuosamente la habitación, deteniéndose hasta que sus rostros quedaron a pulgadas de distancia—. Huelo la mentira. Y huelo el deseo en ti. —Se inclinó, su nariz casi tocando el cuello de Snape, y aspiró profundamente—. Yo lo siento también, Severus. —Snape permaneció rígido, notando su sangre pulsar veloz. Lupin lo miró con ojos repentinamente oscurecidos—. Dejaste suficientemente claro hace dos años que no querías perseguir éste... lo que sea, entre nosotros. Y he tratado de respetar eso. Sin embargo, ignorarlo no ha hecho que desaparezca. Todavía te deseo, Severus, y no puedes decirme que tú no. —Lupin colocó las palmas contra la parte delantera de la túnica de Snape—. Así que creo que deberíamos simplemente sacarlo de nuestros sistemas. —Las manos de Lupin trazaron la clavícula a través de la túnica, fluyeron sobre sus hombros... al primer contacto con la piel desnuda de su cuello, Snape recordó cómo moverse.

—No. —Retrocedió.

—¿Por qué no?

—¿No se supone que los hombres lobo son estrictamente monógamos?

—También los humanos, una vez que toman una pareja. Eso no les impide conocer un amplio rango de placeres durante su búsqueda. Yo no tengo compañero, Severus; no tengo ningún compromiso que pudiera interponerse en mi camino, así que deja de intentar distraerme, a menos que puedas darme una buena razón de por qué no debería tirarte sobre la alfombra y poseerte ahora mismo.

Snape sintió un tic en el ojo; sabía que Lupin lo había visto.

—¿El hecho de que yo preferiría que no lo hicieras no es, imagino, razón suficiente?

Lupin lo estudió, manteniendo la distancia.

—No estás mintiendo, ¿verdad, Severus? No… —Olfateó el aire, abriendo los labios: Un gesto bestial, que Snape odió encontrar tan atrayente. Pero la mirada de contemplación del rostro de Lupin era completamente humana.

—Sabía que me temías; ese es el olor más característico. Pensaba que el miedo era parte y envoltura del deseo… —Una mirada entre repugnancia y exasperación cruzó su rostro, y se alejó—. Pero no es así, ¿verdad? No me deseas porque me temes; me temes porque me deseas.

Snape no contestó; reaccionar de cualquier manera sería revelar demasiado. Y Lupin seguramente sabía que tenía razón. Su rostro y su voz se suavizaron.

—¿Quién te hizo tanto daño, Severus? ¿Quién te convirtió en alguien tan temeroso?

Su compasión era irritante.

—Nadie —escupió Snape.

Entonces contuvo la respiración y rezó a dioses en los que no creía para que Lupin no hiciera la conexión, no escuchara todo lo que acababa de decir…

—¿Nadie, Severus? —Habría sido más fácil si se hubiera regodeado, si hubiera respondido con cualquier cosa aparte de ese tono sosegado y calmado—. ¿Nunca?

Maldito fuera. Snape mostró su mueca de desprecio característica, esperando que resultara suficiente para esconder lo que fuera que su cara pudiera estar revelando a los sentidos sobrehumanos de Lupin.

—Cuéntaselo a toda la escuela en el desayuno mañana, y estaremos en paz.

Lupin sonrió débilmente.

—Por alguna razón, me parece que la Junta Directiva estaría algo menos que horrorizada si supiera que hay alguien virgen entre el profesorado. —Lupin encontró sus ojos; la expresión cerrada de Severus no estaba cumpliendo su función protectora—. Severus, Lo siento. Quizá ésta no ha sido la mejor idea después de todo.

Snape resopló.

—Una rara confesión. Me siento honrado.

—... pero la oferta sigue en pie.

Snape se congeló.

—¿Qué?

—Ya me has oído. Tú eres un hombre intrigante y atrayente, y te deseo, Severus Snape. —Lupin dio un paso hacia la puerta; luego se detuvo, giró y cruzó el espacio entre ellos—. Así que tenlo en cuenta. —Se estiró para rozar sus labios contra los de Snape, sólo el más ligero de los besos—. Hasta mañana, Severus. —La puerta se había cerrado tras él antes de que Snape hubiera registrado por completo que se estaba yendo.

Snape se sentó pesadamente en su sillón. El fuego que Lupin había encendido aún crepitaba en el hogar.

Lupin lo sabía.

Snape se rió sin alegría ante la dramatización del hecho, incluso en sus propios pensamientos. Vaya oscuro secreto que era… o había sido, hasta que Lupin lo había descubierto olfateando. Mejor que un unicornio…

Secretos oscuros. El récord de Snape en esconderlos era poco menos que estelar. Desnudó su brazo a Cornelius Fudge frente a Potter y compañía con poca preocupación por su discreción. Sin mencionar a Minerva y Poppy, varios de los Weasley, y —aunque no lo sabía entonces, y se lo habría pensado mejor de haberlo sabido—, Black y esa mujer Skeeter en forma animal. Estaba seguro de que había mucha más vergüenza en ser un antiguo mortífago y un espía que en ser virgen a los treinta y seis.

Excepto que ser espía —e incluso ser mortífago— eran cosas que había hecho. Una elección que había tomado. No algo que sólo había… pasado. O dejado de pasar.

Snape siempre había sido una criatura de la mente. Y la mayor parte de su vida, la mayor parte del tiempo, feliz de serlo. Sus iguales en la escuela lo habían encontrado repelente, lo sabía. Él no tenía una gran opinión de la mayoría de ellos; incluso a los quince no había tenido paciencia con intelectos inferiores al suyo, y cero tolerancia con ambiciones menos enérgicas. Cuando los estudiantes de su curso —mayores que él, casi todos ellos, por un año por lo menos— habían comenzado a emparejarse, Snape había aprendido a tocarse a sí mismo con adusta eficiencia, que no conocía ni de vergüenza ni de ningún gran placer, y se había resignado a la soledad.

La idea consciente de Snape, cuando la no buscada pero tampoco inesperada invitación de los Mortífagos llegó, fue que al fin había atraído la atención de personas con la perspicacia para apreciarlo realmente. Desde que se había dado cuenta de eso, su intelecto sólo había sido recibido con los brazos abiertos allí donde fuera, pero resultó un regalo para los Mortífagos menos valioso que la desesperada, inarticulada soledad que le convirtió en un recluta tan perfecto.

En su iniciación, Snape había ofrecido su brazo para la marca con una perfecta confianza que, ahora temblaba al recordar, se apoyó en el acero como si fuera una caricia.

En el exterior, su vida cambió muy poco al principio. Los días transcurrieron, y toda la pasión de una mente aguda, en el laboratorio y la biblioteca; las noches las pasó en soledad. Aún no conocía ningún toque, sino el propio e insuficiente placer, incluso ahí. Pero era necesitado y apreciado, y a pesar de que sabía bien que no era amado ni gustaba, le importaba poco.

Habría podido haber otros escapes para sus apetitos, si se hubiera molestado en reclamar lo que, en virtud del aumento de rango en la jerarquía, era su derecho. Algunos no los deseaba —las mujeres, lo había sabido desde los dieciséis, nunca le interesarían— y otros le tentaban, pero se negó. Había aprendido para entonces que su arraigada reserva y soledad eran una baza, que una reputación de gran autocontrol hacía mucho más fácil controlar a otros.

Y, pese a que sus pociones le habían convertido en un asesino muchas veces, aún tenía escrúpulos de convertirse en violador.

Sabía ya que estaba sobrepasando sus límites, había comenzado a entender el desesperado mal en todo lo que hizo al servicio de Voldemort; y confió en el remover del caldero, el alambique y el matraz para evitar que todo ese mal le tocara. Su cuerpo, sus sentidos y sus sentimientos fueron conductos para esa maldad, y se refugió en el cocer de los ingredientes que siempre había llegado tan fácilmente a él, solamente en la vida del intelecto.

Pero cuanto más útil era su propia abnegación, mayor amenaza se volvía para aquellos discípulos —cada vez menos— que estaban por encima de él. Lucius Malfoy se dispuso a hallar la debilidad de Snape, para tener control sobre él. Y quizá al final lo consiguió, pensó Snape, porque habían sido los largos desfiles de tentaciones de Malfoy, cada uno menos tentador y más espantoso, los que finalmente habían sacado a la conciencia de Snape de su largo letargo, lo habían llevado a su taller para trazar la línea de la marca una y otra vez, y sentir una carencia de indicios de sumisión o confianza o aceptación en su carne.

Aún recordaba poco de lo que pasó entre su taller y la oficina de Dumbledore. Y lo avergonzaba, incluso ahora, haber permanecido voluntariamente tan ciego durante tanto tiempo; que hubiera sido capaz de aislarse tan completamente dentro de su propia mente que no pudiera sentir ningún horror, ni repugnancia, por el trabajo de sus propias manos. Pero después de su regreso con Voldemort, como espía, no tuvo más remedio que volver a ese aislamiento, porque habiendo visto, sentido y conocido todo ese horror una vez, sabía que lo traicionaría rápidamente si se permitía a sí mismo sentirlo de nuevo.

Y después de la caída de Voldemort —después de una noche de sollozar con los ojos secos en la alfombra de la oficina del Director, una noche de la cual Dumbledore nunca ha hablado ni una sola vez, para agradecimiento de Snape—, después de eso vino la extraña calma de estar de vuelta en Hogwarts. Un profesor, por difícil que le resultara creerlo. Y a la par que la calma y la normalidad regresaron, sus sentidos habían despertado lentamente.

Snape trataba de vivir en su cuerpo, tanto como podía. Lo consideraba parte de su penitencia, cuando pensaba en todo ello. Sobre todo, pensaba en el desapego entumecido de sus últimos días al servicio de Voldemort con horror, y prometió no necesitarlo, quererlo ni desearlo de nuevo. Temía a la criatura de mente pura que había imaginado alguna vez, temía lo que esa criatura había hecho. Atesoraba aún las cosas inocentes que podían aislarlo —investigación, lectura, la elaboración lenta y cuidadosa de una poción compleja—, pero en la puerta de la biblioteca o el laboratorio, se obligaba a regresar a su propia piel.

No era fácil. Nunca desde la infancia había pensado en su carne como él mismo, en vez de una vaina que podía mudar a su antojo. Ahora se había despertado en el cuerpo de un hombre, y durante meses estuvo pasando por la torpeza de la adolescencia por segunda vez, encontrándose de repente, intensamente consciente de la longitud de su zancada o la fuerza de su agarre, o del simple hecho de su cuerpo, existiendo, ocupando espacio en el mundo, desprendiendo calor, respirando.

Y de otros cuerpos también. Sus estudiantes vivían en una nube de hormonas, casi palpable a su alrededor —¿estaban todos tan ciegos a ello como lo había estado él a su edad?—, y no podía librarse de su influencia en la puerta del aula. Por primera vez en años —tal vez la primera vez, no lo recordaba realmente— comenzó a tener sueños eróticos, amantes fantasma tocando y besando y chupando, retorciéndose bajo él, abriéndolo y tomándolo. Por algunas desesperadamente aterradoras semanas, se volvió inexplicablemente consciente de uno de sus estudiantes, un Gryffindor de sexto año con rizos de color rojo oscuro y sonrisa fácil, y al final de cada día se retiraba a sus habitaciones en la mazmorra y permanecía de pie durante largos minutos en el agua más fría que podía tolerar, obligándose a sí mismo a no notar la gracia del niño o su piel pálida y pecosa, preguntándose si sus sentidos lo convertirían en un monstruo, tanto como lo había hecho su negación.

Pero a esto también había sobrevivido. Nunca había tocado ni una vez a un estudiante, ni siquiera al aparentemente interminable tren de igualmente atractivos hermanos del muchacho Gryffindor. Había aprendido el sutil desapego que le permitía apreciar la belleza pero no tocarla, percibir sus deseos antes de hacerlos a un lado para atenderlos más tarde. Aún no era ni gustado ni deseado, pero era de nuevo necesitado y apreciado por sus iguales, si no por sus alumnos, y eso era suficiente, la mayoría del tiempo. Había aprendido a usar sus manos con cierta habilidad, aunque no había conocido más toque que el propio; había descubierto que su carne era capaz de muchos más finos grados de deseo y sensación de los que había sabido. Y si algunas veces sospechaba que el mayor gozo de tales placeres podría estar en compartirlos… Bueno, se había resignado a estar solo, como siempre había estado, y el pensamiento siempre pasaba rápidamente. Sólo en las primeras horas de la mañana, a veces, se despertaba del sueño de un amante de pálido cuerpo abriendo sus brazos y echando la cabeza hacia atrás, entregándose por completo al toque de Snape. Pero desde el séptimo año de Bill Weasley, los amantes de los sueños de Snape no habían vuelto a poseer un rostro que pudiera identificar.

No hasta que Remus Lupin había entrado en el Gran Salón, dos años antes. La boca de Snape no se había secado entonces, no había sentido la sangre dejar sus manos ni acumularse en su entrepierna ante la esencia del hombre, ni un tirón detrás de su ombligo mirando la curva de su garganta blanca —las reacciones habían esperado hasta el regreso de Lupin, el pasado verano—, pero sus ojos habían seguido al hombre lobo con lo que, Snape se había dicho, era puramente vigilancia justificada de una conocida criatura oscura.

Se había estado mintiendo a sí mismo, por supuesto; había pasado la mayor parte de ese año mintiéndose a sí mismo, tratando de esconderse de su deseo creciente por Lupin, y de su miedo a éste. Un deseo que había tratado de alejar de sí, tanto como podía, un miedo del que no se había vuelto consciente hasta una pelea a gritos con Dumbledore después de la noche en la Casa de los Gritos —otro momento por el que siempre estará agradecido con Dumbledore por no mencionarlo—. Pero para entonces, Lupin se había ido. Y había sido más fácil aceptar el deseo entonces, sabiendo que nada resultaría de él. Fácil imaginar las manos de Lupin y su boca y su cuerpo, aquí en el santuario de sus mazmorras...

Y ahora, Lupin había invadido ese santuario y se ofrecía a hacer realidad esas fantasías.

¿Y qué clase de Slytherin eres?, decía una voz en su cabeza, una voz que Snape imaginaba en privado como su Salazar interior, a pesar de que sonaba muy parecido al Sombrero Seleccionador. ¿Él te ofrece tus más profundos deseos en una bandeja y tú te congelas del terror?

El terror tiene su lugar, Snape le decía a la voz. Nos impide tomar decisiones insensatas, sin pensar. Estoy acostumbrado a estar solo. Estoy contento con mi vida. No quiero perder el equilibrio que tanto me he esforzado por conseguir.

Quieres decir que una vez que te utilice, se irá y estarás solo otra vez.

Tal vez eso es lo que quiero decir, pensó Snape. ¿Y por qué no habría de ser así? ¿Es algo más que sentido común rechazar una aventura de una noche con un hombre lobo que tiene todas las razones para despreciarme?

Pero ante eso, su Salazar interior se quedó en silencio.

 


***

 


El desayuno fue misericordiosamente pacífico; Black se había ido a otra misión de Dumbledore, y Lupin no hizo acto de presencia. En el almuerzo, Snape recibió una lechuza de Lucius Malfoy: se le esperaba en la Mansión a la noche siguiente. Levantó la vista del pergamino para ver a Lupin, taza de té en mano, mirando sobre su hombro.

—¿Crees que sospecha algo?

—Por supuesto; Lucius lo sospecha todo de todo el mundo. ¿Qué haces fuera de tus habitaciones?

Lupin suspiró.

—Severus, la luna no saldrá hasta dentro de unas horas. Sé cuánto tiempo puedo funcionar. ¿Son las sospechas de Malfoy algo de lo que tengamos que preocuparnos?

Snape captó la pregunta que no se había formulado.

—Sospechará de mí mucho más si no voy mañana.

—Buena suerte entonces, Severus. Supongo que me traerás la poción esta noche, ¿verdad? —Sonrió—. Te prometo que no irrumpiré en tus habitaciones de nuevo.

—Harías bien en no hacerlo, a menos que hayas encontrado una fuente alternativa para tu Matalobos —gruñó Snape.

La sonrisa se desvaneció.

—Espero no tener que hacerlo. —Lupin tocó brevemente su hombro, y salió del salón.

 


***

 


La luna había salido para cuando Snape llegó a las habitaciones de Lupin, a medio camino de la Torre Gryffindor. Lupin estaba sentado en su escritorio, el rostro bajo, una vena pulsando en su sien; las ventanas estaban escondidas detrás de pesadas cortinas.

—Deja la copa y vete, Severus.

Snape colocó la copa sobre una mesa pequeña, pero no se movió.

—Severus…

—Déjame quedarme.

Lupin se giró y lo observó durante unos latidos.

—¿Por qué?

—Necesito saber qué pasa.

—¿Necesitas saber que tu poción funciona? —Lupin se puso de pie y cruzó la habitación, levantando la copa—. Lo hace, Severus. No sé ni por dónde empezar a decirte hasta qué punto ésto —levantó la copa— marca una diferencia. —Se la llevó a los labios y bebió la poción de un trago—. Sin embargo, es una trasformación espeluznante, y yo me pensaría dos veces el presenciarla voluntariamente.

—Ya lo he pensado. Necesito verlo, Lupin. —No estaba seguro de si podría haber explicado el por qué, pero Lupin, después de observarlo durante otro largo momento (y olerlo, Snape estaba seguro), no preguntó.

Lupin dejó la copa en la mesa.

—Si estás seguro.

Fue hacia la ventana, desprendiéndose inconscientemente de su túnica por encima de la cabeza. Estaba desnudo bajo ella, y Snape tuvo una breve visión de los planos de su espalda antes de que abriera las cortinas y la luz de la luna lo golpeara.

Snape agradeció los cabellos plateados que comenzaron a cubrir el cuerpo de Lupin, porque ayudaban a ocultar el grotesco estiramiento y retorcimiento de su piel. Bajo el aullido que surgió de la garganta del lobo, pudo escuchar el horrible triturar de hueso sobre hueso. Las extremidades de la criatura se movieron en ángulos imposibles antes de acomodarse bajo él, las garras arañaron el piso de piedra y la gruesa piel se crispó, colocándose en su lugar en la espalda del lobo.

El lobo puso las patas sobre el alfeizar de la ventana y presionó el hocico contra el cristal. Gimió, tocando con la nariz el marco de la ventana, buscando un modo de salir a la luz de la luna.

—Saldrías si pudieras, ¿verdad?

El lobo se giró y lo miró con ojos color café, muy similares a los ojos humanos de Lupin. Gimió de nuevo, como un perro, pero bajó las patas al suelo.

—Me pregunto cuánto puedes entender. Sé que no eres sólo Lupin en una nueva piel.

No hubo señal de entendimiento en los ojos del lobo, pero aún miraba a Snape. Dio algunos pasos hacia adelante, entrando mientras lo hacía a las sombras y alejándose de la luz de la luna sobre el suelo. Gruñó y se retiró, girando su cabeza hacia la ventana y la luna llena.

—Entonces, sientes la llamada de la luna con mucha fuerza —El lobo levantó las orejas—. ¿Cómo es? ¿Es sólo como si desearas estar afuera, corriendo en el aire de la noche? —El lobo volvió a girarse hacia Snape—. ¿O es más que eso? ¿Una compulsión? ¿Una llamada que no puedes ignorar, sin importar cuánto temas responderla? —Snape dio un paso tentativo hacia adelante y, cuando el lobo no se movió, se sentó en uno de los sillones de Lupin, justo fuera del alcance de la luz lunar—. Sé algo acerca de cómo se siente. —Snape se levantó la manga izquierda de la túnica, descubriendo el tenue perfil del la Marca Oscura. El lobo se movió hacia la orilla de su prisión de luz de luna. Se inclinó y olisqueó el aire sobre el brazo de Snape.

Snape fue golpeado repentina y profundamente por la idea de las fauces de qué criatura se cernían a no más de tres pulgadas de su carne, pero permaneció quieto, sabiendo que los movimientos bruscos le incitarían más al ataque que el olor de su miedo.

Ataca, decía su Salazar interno. ¿Tienes tan poca confianza en tu propia obra? No está buscando presa esta noche, con un frasco de Matalobos en el sistema.

Saber que mantenía cierta consciencia humana no era del todo reconfortante, pensó Snape. Lupin tiene las suficientes razones puramente humanas para desearme mal.

Pero el lobo parecía estar tan receloso de Snape como éste estaba de él; se sentó sobre las patas traseras, las orejas ligeramente planas, ojos y nariz enfocados en la marca en el brazo de Snape.

—Ésta no fue visible hasta el año pasado, pero nunca desapareció del todo —dijo Snape, en una voz mucho más suave de la que había usado nunca con Lupin en forma humana—. La sentía arder, algunas veces. Siempre que un grupo grande de sus viejos seguidores se reunía, algunas veces cuando había disturbios en Azkaban… otras veces también; no siempre sabía por qué.

»Estábamos todos unidos, a través de ella. A él, por supuesto, aunque también unos a otros. Incluso en esos años en los que creí haberme librado de él, nunca estuve del todo libre de ellos. Se reunían, en grupos de tres o cuatro, buscando un poco de su viejo... deporte; y yo sentía la Marca arder bajo mi piel, en mi sangre y mis huesos. Sabía que no quería ser parte de lo que fuera que hacían (el simple pensamiento de ello me enfermaba), pero una parte de mi aún quería estar ahí. La urgencia de desaparecerme y unirme a mis viejos... camaradas, eso nunca llegó a ser más fácil de resistir.

El lobo dio un paso fuera de la luz de la luna y se adentró a las sombras. Se sentó a los pies de Snape, lo suficientemente cerca para que Snape pudiera ver su reflejo en los profundos ojos café.

—Entonces entiendes algo, ¿verdad, lobo? —Snape dejó que su manga cayera sobre la Marca—. Creo que nos entendemos el uno al otro bastante bien. Puede resistirse. Pero no es fácil, ¿verdad?

El lobo posó la cabeza sobre la rodilla de Snape. Cautelosamente, Snape se estiró, acarició la suave piel tras de las orejas, dejó la mano descansar entre sus omóplatos y la enredó en el espeso pelambre.

 


***

 


Snape se despertó de golpe. La habitación estaba llena de la pálida luz roja del amanecer, y Lupin yacía acurrucado sobre el suelo, a sus pies. La piel plateada se había ido, y Snape podía ver la piel de Lupin cambiando y estirándose, su cuerpo moviéndose de modos que debieran haber sido imposibles. Súbitamente echó la cabeza hacia atrás, los labios estirados, largos colmillos retrayéndose hacia pequeñas mandíbulas humanas en las que jamás habrían cabido antes. Un terrible sonido estrangulado salió de su garganta. La luz se volvió más brillante, el primer rayo de luz solar halló su camino a través de la ventana, y cuando lo tocó, Lupin tembló y cayó contra el suelo, completamente humano una vez más. A la luz del día, pudo ver las tenues cicatrices plateadas surcando el hombro de Lupin.

No habituado a ofrecer confort, e inseguro de qué debía hacer por el tembloroso y jadeante hombre, Snape se levantó y recogió la túnica de Lupin de donde había caído cuando la luna salió. Encontró a Lupin levantando la mirada hacia él.

—Ten.

—Gracias. —Lupin se estiró para alcanzar la túnica con mano temblorosa; Snape se arrodilló a su lado y la pasó sobre sus hombros. Lupin agarró la pesada prenda negra y la apretó a su alrededor.

Snape permaneció ahí, arrodillado junto a él, mientras Lupin recuperaba el aliento. Después de unos pocos minutos, Lupin se giró para brindarle una pálida sonrisa.

—¿Más de lo que esperabas?

—En cierto modo. —Snape se puso de pie, le dio a Lupin la mano y lo ayudó a levantarse—. ¿Recuerdas…?

—Sí y no. Está todo filtrado a través de los sentidos del lobo; sé que me hablaste, pero me es difícil entender dialecto humano, cuando estoy en esa forma. Pero recuerdo... —Bajó la mirada hacia el antebrazo izquierdo de Severus—. No sabía que tuviera olor. Pero huele como la luna.

—No sabía que la luna tuviera olor —dijo Snape—. Pero te creo.

 


***

 


Lupin permaneció en sus habitaciones toda la mañana, pero Snape lo vio durante el almuerzo en el Gran Comedor.

—¿Qué haces levantado?

—Bien, gracias. —Snape resopló. Lupin se sentó junto a él, con expresión seria—. Estoy levantado porque hay dos cosas que quería decirte, Severus. Primero, te deseo suerte esta noche. Aún creo que todos estamos siendo idiotas por dejarte asumir este riesgo, pero eso no quiere decir que no crea que sabes lo que haces. Sabes mejor que cualquiera de nosotros contra qué nos enfrentamos, y que aún estés dispuesto a representar este papel te convierte en el más valiente de todos nosotros, creo.

Snape, no acostumbrado a los cumplidos ni a los buenos deseos, asintió tensamente. Le llevó un momento recordar cómo contestar.

—Gracias.

—Es la verdad. Y segundo, Severus, quería darte las gracias. Por quedarte conmigo anoche.

Snape levantó la vista, sorprendido.

—No parecías en absoluto emocionado de tenerme ahí.

—No quería asustarte demasiado. Sé que no es placentero de observar.

—He visto cosas peores —murmuró Snape.

—Lo sé. Pero me alegra que estuvieras ahí, para hablarme, alejarme de la luna. Cuando estoy solo es demasiado fácil olvidar qué soy, quién soy. Tu presencia allí me ayudó a recordarlo. Estoy agradecido por eso. —Posó una mano sobre el brazo de Snape por un momento—. Así que gracias, Severus.

 


***

 


Habían usado sólo el más sutil encantamiento de memoria; aún tenía toda su agudeza mental consigo. Eso sólo lo hacía peor, estar tan consciente de lo que no podía alcanzar. Le inquietaba el hueco en su mente como un diente flojo.

Había sido una elección, al final, entre el encantamiento y la poción contra el dolor; cualquiera hubiera restado efectividad a la otra. Snape habría escogido la poción, habría reforzado las defensas de su cuerpo, aunque confiaba en la fuerza de su mente. Pero la elección había sido de Dumbledore, y Snape la había acatado.

El sol se había puesto, y la luna había salido: redonda, la verdadera luna llena, y la segunda noche de trasformación de Lupin. En la Torre Gryffindor, estaría ahora paseando ante la ventana, solo. Quizá podría ver a Snape, una diminuta figura en una oscura capa con capucha, corriendo a través de los terrenos. Snape sacó la idea de su mente. Tenía asuntos más apremiantes que considerar.

La Marca no había sido tocada, pero aun así quemaba levemente. Los mortífagos se estaban reuniendo. Para cuando Snape cruzó las barreras alrededor de la escuela, la urgencia de desaparecerse y unírseles se había vuelto casi tangible, una añoranza en sus venas, como si todas las células de su sangre señalaran hacía la mansión Malfoy como un imán al Polo. Como siempre, Snape se quedó quieto un momento fuera de las barreras, negando la añoranza unos pocos segundos más, sólo para probarse a sí mismo que podía hacerlo.

La mansión Malfoy estaba también protegida con barreras, excepto por el pequeño recibidor donde Snape se apareció. Lucius entró, llevando dos copas de vino.

—Puntual como siempre, Severus. —La puerta se cerró detrás de él con un conjuro, sellando el sonido de las conversaciones provenientes del salón.

Snape dio un sorbo a su vino: excelente, aunque distante del mejor de la cava Malfoy.

—Un hábito necesario en mi actual profesión.

—Estoy seguro de que lo es. —Lucius dio un trago a su propia copa—. Bien, no te retendremos demasiado esta noche. No querríamos que Dumbledore tuviera que esperar despierto hasta tarde. —El rostro de Malfoy no evidenció nada.

Severus le ofreció su gesto más amigable.

—Mantener tu invitación en secreto habría sido un tanto más sencillo si no la hubieras enviado por lechuza al gran comedor, Lucius. Pero ya que lo hiciste, yo...

—Severus, Severus. —Malfoy sacudió la cabeza—. Estamos solos los dos aquí; no hay necesidad de fingir. Por supuesto, el viejo está esperando tu informe de los eventos de la noche. No esperaría algo diferente.

Severus borró el gesto, y toda expresión, de su rostro.

—Cuando me pidió que espiara para él, habría sido bastante extraño por mi parte negarme.

—Por lo que, naturalmente, aceptaste pasar la información que pudieras recoger. —Malfoy giró el vino en su copa, y levantó la mirada con una sonrisa afable—. Justo como hiciste hace quince años.

Los dedos de Snape se apretaron alrededor de la copa. La bajó antes de que Malfoy pudiera ver sus nudillos blanquearse.

—Malfoy, si estás insinuando que he regresado al servicio de nuestro amo con menos que un corazón entusiasta...

—Ciertamente no.

Snape no hizo alarde de su alivio.

—La condición de tu corazón no me interesa, Severus. —Malfoy aún sonreía—. Mientras sirvas a los propósitos de nuestro amo, me importa poco que lo hagas ya sea entusiasta, voluntariamente o bajo el Imperius. Soy pragmático.

Bajo la piel de Snape, la marca había comenzado a arder.

—Es a nuestro Señor a quien debes convencer de tu lealtad, Severus.

Sintió un movimiento desde la puerta, pero toda conversación exterior había cesado. Sin mirar detrás de él, Snape se postró.

 


***

 


La poción tampoco habría sido de mucha ayuda. Mantuvo la idea en mente cuando se arrodilló, vomitando, justo dentro de las barreras, y durante todo el largo camino de vuelta a los terrenos y a través del castillo: la poción habría sido igual de inútil. No sería razonable culpar a Albus por imponérsele.

Y en cualquier caso, Dumbledore ya lo hizo por él, tan pronto como vio la cara de Snape.

—Severus. Lo siento tanto. Nunca debí haber insistido en el hechizo. —Snape se dejó caer en una silla junto al fuego, aceptando mecánicamente el té que el director le ofrecía.

Snape se rió, una vez.

—No importa. Con lo que ocurrió, ninguna de nuestras precauciones era necesaria. —Mantuvo la taza de porcelana entre las palmas, permitiendo que lo calentara.

—Severus. Reconozco los efectos secundarios de...

Crucio, sí —lo interrumpió, miró dentro de su taza de té y evitó la mirada preocupada que sabía por experiencia Dumbledore estaría dirigiéndole.

—Y aún así, ¿la poción no habría sido de ninguna ayuda?

—No, porque sólo habría alargado la prueba.

Alzó la mirada para ver a Dumbledore digerir eso, su ceño nublándose.

—¿No te hicieron preguntas?

—¿Es el viejo tan tonto como para creerte leal a él? —La sombra del Señor Oscuro había descendido cruzando el suelo, surcando su brazo extendido donde la Marca brillaba, verde—. ¿Y quizá tú incluso te lo creíste? —La forma de una mano apareció, la delgada sombra de una varita—. Yo lo sé bien.

—Ninguna perteneciente a nuestros planes. —Una larga pausa—. Tuve que… convencerlo de mi lealtad.

Mantuvo el dolor tolerable, al principio; lo suficiente para que Snape pudiera escuchar y entender susurros.

—Yo lo sé mejor que él, Severus. Conocía tu valor cuando te obsequié esto.

La Marca le quemaba.

Pesar, y quizá una mirada de arrepentimiento, pasó por el rostro de Dumbledore, pero sólo dijo:

—¿Y crees que está convencido?

—Aún tengo permitido servirle, aunque creo que estoy a prueba, por así decirlo. Y Lucius sabe que le estoy pasando información a usted.

Dumbledore, maldito fuera, no dio señal de sorpresa.

—¿Y?

—No quiere que me detenga. Parece que estoy sirviendo de espía de ambos lados ahora. —Se rió de nuevo, aunque el sonido amargo salió más fuerte y sin aliento de lo que pretendía—. Me pregunto en qué me convierte eso. ¿Un agente triple?

—Severus. —Dumbledore lo miró por encima del filo de sus lentes un largo momento—. Incluso dados los eventos de esta noche, tú eres el único de nosotros que tiene una esperanza razonable de entrar al círculo interno de Voldemort. Pero aún así, Severus… si no es demasiado tarde para que renuncies a tu rol, sin arriesgar tu seguridad, la decisión sigue siendo tuya.

La Marca llameó con un dolor que caló hasta la médula de Snape. La sombra había descendido más abajo, y la voz había hablado a su oído.

—Puedes huir de mí, Severus, pero estoy en tu sangre y en tus huesos, y tarde o temprano regresarás. Ruega para que sea suficientemente piadoso para aceptarte de nuevo cuando lo hagas.

—¿Mía? —Snape sacudió la cabeza—. Éste es tu juego, Albus. Y te toca mover. —Snape bajó la taza de té y se levantó, sintiendo el movimiento en cada músculo y articulación—. Ya es muy tarde, y como no tengo información nueva que transmitir, creo que te daré las buenas noches.

 


***


La puerta de Lupin estaba cerrada, por supuesto, pero sólo con un seguro, y se abrió fácilmente ante el alohomora de Snape. El lobo lo miró desde la ventana, el pelo erizado y mostrando los dientes. Snape mantuvo la varita fuera, notando que la mano que la sostenía temblaba ligeramente.

—Lupin. —El lobo olfateó el aire. Dio un lento paso hacia delante, y luego otro, aunque cerró los labios sobre sus dientes. A qué diantres estás jugando, exigió saber el Salazar interior. El lobo lo observaba como si hiciera la misma pregunta—. Remus. Soy Severus. Me conoces.

El lobo se sentó sobre las patas traseras a unos pocos metros de Snape, y lo miró con expresión ilegible.

—He venido… Black aún está lejos, he pensado que tal vez apreciarías la compañía. —Más te vale que el lobo no distinga cuán fútil suenas, dijo el Salazar interior. Nada cambió en la mirada vidriosa del lobo. Snape bajó su varita—. Sé que yo lo haría.

El lobo se acercó y tocó la mano de Snape, como un gato demandando atención. Snape se arrodilló y acarició su cabeza.

—Me dijiste que te ayudara a recordar quién eres, anoche. —Respiró hondo, inhalando el cálido y franco aroma de la piel, y un aroma a bosque que de alguna manera se había adherido al lobo, incluso en la Torre de Gryffindor—. Esperaba que pudieras devolverme el favor.

Se retiró la manga izquierda. La Marca se había desvanecido, pero aún se estremecía bajo la piel; muy probablemente, los mortífagos estarían en la mansión Malfoy hasta el amanecer. Durante las secuelas de la cruciatus, el ansia de unírseles se había convertido en dolor físico, los sensibilizados nervios sintiendo cada kilómetro de la distancia que lo separaba del Señor Oscuro. Aparecerse había sido como raspar su piel hasta dejar carne viva contra ásperas rocas.

—Los repudié, hace años. Renuncié a todo aquello. No quiero volver nunca. Eso lo tengo más claro que nada. Pero la cosa bajo mi piel, no. Especialmente en noches como ésta. —Levantó la vista de la Marca hacia los ojos café del lobo—. Sospecho que esto debe de sonarte a algo.

El lobo inclinó la cabeza desordenada y lamió el antebrazo de Severus. El roce de lija de su lengua contra la tierna carne era un nuevo dolor, magnificado por sus nervios cansados, pero lo sintió como bendición.

—Gracias. —El lobo levantó la vista hacia él. Ahí va una teoría derrocada, dijo Salazar; darle las gracias a un hombre lobo en su forma bestial se consideró una vez una cura para la licantropía, entre los muggles medievales. Pero algo pareció cambiar en los ojos del lobo, surgió una especie de brillo de comprensión que no estaba ahí antes. O al menos tú esperas que no, dijo el Salazar interior; ambos sabemos que nunca habrías dicho nada de eso si pensaras que podía entenderte.

A lo mejor lo habría hecho, pensó Snape. A lo mejor.

—¿Puedo quedarme contigo esta noche? —El lobo acarició con el hocico su palma brevemente y azotó la cola sobre el suelo una vez—. Me tomaré eso como un sí. —Snape se puso de pie y avanzó hacia el sillón que había ocupado la noche anterior, pero el lobo lo detuvo con una pata sobre el bajo de su túnica—. ¿Qué? —El lobo cruzó la habitación de un salto y se paró en la puerta abierta de la habitación de Lupin. Snape lo siguió, vacilante. El lobo saltó sobre el pie de la cama, y dio tres vueltas antes de hacerse un ovillo. Luego subió la vista hacia Snape, expectante. Éste titubeó en la entrada—: ¿Estás seguro? —El lobo giró la cabeza con lo que debió de haber sido exasperación—. Está bien. —Snape se sacó los zapatos y la túnica y se estiró en la cama de Lupin. El lobo se enroscó contra él, una pesada presencia cálida y reconfortante. Un ser que confiaba en él. La confianza de un hombre lobo, pensó… Pero en realidad, dijo Salazar, ¿qué ser necesita ser más cuidadoso con su confianza?

Y con esa idea, Snape durmió.

 


***


Se despertó al amanecer con el temblor de la cama cuando Lupin se retorció en su trasformación. Levantó la cabeza de la almohada para ver a un Lupin completamente humano, desnudo y tembloroso y no realmente despierto, enrollarse en un pliegue de la manta y acurrucarse contra Snape. A pesar de las capas de sábanas, podía sentir la calidez de Lupin, una presencia tan sólida y reconfortante como lo había sido la del lobo.

Confort. ¿Cuándo se había vuelto lo suficientemente débil para necesitarlo? Había recibido muchos crucios antes —durante más tiempo del que había tenido que aguantar esta noche—, y nunca había sentido la necesidad de arrastrarse a la cama con el primer cuerpo cálido que encontrara. El primer cuerpo cálido, resopló el Salazar interno. Lo dices como si estuvieran haciendo fila, todos tus buenos amigos, esperando la oportunidad de reconfortarte.

¿Y cuándo he necesitado una manada de amigos? He pasado por una guerra yo solo, pensó. Puedo manejar esto esta vez, también. Puedo alejarme de Lupin y su maldita amabilidad ahora mismo.

¿Entonces por qué no lo has hecho?, exigió saber Salazar. Habrías podido haberte desecho de Lupin cuando vino a tus habitaciones hace tres noches. Unas palabras bien escogidas, y nunca hubiera vuelto a molestarte otra vez con su interés; unas cuantas más y nunca hubiera vuelto a hablarte de nuevo. Lo dejaste entrar, Snape. Aceptaste su perdón y su confianza y estás listo para aceptar lo que sea que te ofrezca cuando despierte. No me digas que puedes irte; por supuesto que puedes. Podrías hacerlo ahora, salir de la cama y volver a las mazmorras. No se despertará.

Es sábado, pensó Snape. No hay necesidad de arriesgarse.

Entonces deja de cuestionar tus propias decisiones, dijo Salazar. No es propio de los Slytherin.

Cuando volvió a despertar, era ya media mañana y Lupin lo observaba.

—Severus.

—Lupin. Espero no ser una molestia.

—Para nada. Ya te lo he dicho, Severus, agradezco tu compañía durante mis transformaciones. —Una esquina de la boca de Lupin se alzó—. Y además, debes saber que he estado esperando despertarme y encontrarte en mi cama desde hace ya bastante tiempo.

Snape fue repentinamente muy consciente que Lupin estaba aún desnudo.

—Te he estado mirando dormir. —Lupin se estiró y alejó un mechón de cabello del rostro de Snape. Sus dedos vagaron por su mejilla—. Yo… —Lupin dobló las manos sobre el regazo cubierto por la sábana—. Quizá debiera ponerme algo de ropa.

—En realidad… —Snape se sentó, muy lentamente—. Estaba empezando a pensar que yo tenía demasiada ropa. —El rostro de Lupin mostró sorpresa, pero nada más; lo miró durante un largo momento, pero no dijo nada—. Quiero decir —dijo Snape, desviando la mirada—, si tu oferta sigue en pie.

Lupin capturó su barbilla y buscó su rostro con una mirada muy similar a la del lobo.

—Sigue ahí. —Su expresión se suavizó—. Es sólo que no se qué te sucedió anoche, Severus. No tienes que contármelo, por supuesto, pero… —Sonrió, algo tentativamente—. Sé que no vas a acusarme de aprovecharme de ti en un momento vulnerable, pero para mi propia paz mental, por favor, dime que no estoy haciendo exactamente eso.

Snape deseó poder iniciar todo esto con una sola palabra, poder entregarse a la misericordia de Lupin, la misericordia del extraño cobijo de sus sentimientos. Pero fue con aterradora deliberación, una casi dolorosa conciencia de sus movimientos, que tomó el rostro de Lupin entre sus manos, se inclinó y lo besó.

¿Serían los últimos efectos secundarios de la cruciatus los que le permitían sentir cada contorno de la boca masculina contra la suya, sentir el cálido aliento de Lupin y su pulso acelerado? Snape no lo sabía; no pudo pensar más una vez que Lupin abrió la boca y separó con mimo los labios de Snape, lamió su paladar con una hábil lengua.

Se separaron; Snape inhaló, jadeante.

—¿O querías decir verbalmente?

A Lupin le dio un acceso de risa; Snape notó con cierta satisfacción que la respiración de Lupin era tan rápida y superficial como la suya.

—Con esa voz, puedes decir cualquier cosa que quieras y yo escucharé. Extasiado. —Reposó la frente contra el hombre de Snape.

—Lástima que no tenga la más mínima idea de qué decir en esta clase de situación —murmuró Snape.

Lupin lo miró con una sonrisa nada tentativa.

—Las palabras tienden a perder su utilidad en estos casos. —Pasó una mano a través del cabello de Snape, y delineó la línea de su garganta con la otra, en un movimiento que hizo que Snape dejara de respirar y cerrara los ojos—. Supongo que si quiero escuchar tu voz en mi oído de nuevo, sólo tendré que descubrir qué te hace gemir, ¿verdad? —Y sin esperar respuesta, comenzó a desabrochar el cuello de Snape, inclinándose para ungir cada centímetro de piel que desnudaba con un beso trémulo.

Snape dejó caer la cabeza hacia atrás, dejó que sus manos reposaran en los hombros de Lupin, mientras los besos bajaban por su garganta y clavícula. Las manos de Lupin trabajaban los botones de su camisa, su boca caliente dejaba besos en su torso conforme éstos se abrían. En un momento la camisa desapareció, y estaba temblando.

—¿Frío, Severus? —Lupin tiró de él, acariciando su espalda, presionando piel contra piel desnuda; su energía, la sólida calidez, pareció ir directa a los huesos de Snape. Lupin enterró su rostro en su cuello, lamiendo y acariciando camino arriba. Un tirón de labios en el lóbulo hizo jadear a Snape. Lupin rió, una risita sofocada que el otro hombre sintió más que escuchó, y lo hizo de nuevo. Un giro de la lengua de Lupin en el hueco del oído se fue directo a la ingle de Snape; éste se apartó y, tomando la cabeza de Lupin en sus manos, se inclinó por otro beso. Esta vez comenzó a delinear la boca del hombre con su propia lengua: la suavidad de los dientes, el largo arco del paladar, la firme y enérgica lengua que peleaba con la suya. La mano de Lupin, atrapada entre sus cuerpos, trazó lentos círculos contra su pecho. Rozó un repentinamente duro pezón, y Snape jadeó en la boca de Lupin.

Éste dejó ir su boca, pero sólo para dejar caer besos hacia abajo del cuello de Snape; besos fieros, tan hambrientos como suaves habían sido los otros. En la unión del cuello y el hombro, mordió; Snape gritó.

—¿Severus? —Lupin alzó la vista con preocupación.

Al cerebro de Snape le llevó un momento registrar el hecho de que a Lupin le preocupaba haberlo lastimado.

—Me ha gustado —podía oír la incredulidad en su propia voz.

Lupin lamió las marcas que iba dejando, aunque Snape no podía saber si era por satisfacción o arrepentimiento, pero se sentía increíble. Lupin se alejó.

—Antes de que esto se ponga más interesante, necesito traer algo. —Se levantó y desapareció a través de una puerta oculta en los paneles antes de que los ojos de Snape tuvieran oportunidad de registrar más que piel pálida y movimiento fluido. Snape trató de desenredar las sábanas, pero después de unos pocos vanos intentos se conformó con tirarlas de la cama en un montón revuelto sobre el suelo.

—Iba a preguntar si aún estás seguro de esto, pero dada tu impaciencia… —Lupin permaneció en la puerta del baño, sosteniendo un pequeño tarro de vidrio y su varita. Desnudo, y gloriosamente excitado. Se quedó ahí un momento, regalando a Snape una mirada enloquecedoramente calmada y firme. Yo he provocado eso, pensó Snape, al mismo tiempo que Lupin hablaba—… creo que puedo asegurar que lo estás.

Lupin dejó el tarro y la varita sobre la mesilla de noche, y se arrastró por la cama hacia donde estaba sentado Snape. Se arrodilló junto a él, se acercó a besar su hombro y rozó los pulgares suavemente sobre sus pezones.

—Aunque aún vistes mucha ropa. —Deslizó las manos por los costados de Snape casi rozándolo, hasta la cintura de sus pantalones. Snape iba a desabrochar la bragueta, pero Lupin alejó sus manos de un empujón—. Permíteme. —Con agonizante lentitud, desabrochó los botones; para cuando finalmente tuvo los pantalones abiertos, éstos estaban casi intolerablemente apretados. En los oídos de Snape, la sangre rugía, rápida y fuerte—. Parece que he metido la pata —murmuró Lupin. Acarició a Snape a través de la tela de sus bóxers, y Snape se estremeció y dejó que su cabeza cayera sobre el hombro de Lupin—. Eres bastante imponente, Severus. —Snape empujó las caderas hacia la caricia de Lupin, y le sintió tirar de los pantalones hacia abajo y retirarlos. Cayó sobre el colchón, jadeando, mientras el otro se abalanzaba, sentándose a horcajadas sobre él y capturando su boca en el beso más exigente que había recibido.

Piel contra piel. El contacto era abrumador, y le llevó largos momentos identificar todas las sensaciones, el calor del cuerpo de Lupin, y el peso sobre él, la dureza del músculo y la sorprendente suavidad del vello del pecho, la calidez de su erección empujando ahí en el abdomen de Snape. Arqueó la espalda, apretando los hombros de Lupin cuando su propia erección rozó la del otro hombre, sólo una delgada capa de algodón entre ellos; Lupin gimió dentro de su boca, y luego rompió el beso.

—Severus.

Bajó la cabeza para tomar un pezón en su boca; eso hizo que la respiración de Snape se atascara en su garganta. Las manos de Lupin acariciaron sus costados, regresando una y otra vez a los lugares que le hacían jadear. El sensual asalto continuó, la boca de Lupin viajando primero al otro pezón, y después lentamente a su estómago.

Para cuando Lupin alcanzó el elástico de sus bóxers y los bajó, toda la deliberación de Snape lo había abandonado hacía rato. Su respiración era entrecortada y balbuceante, sacando retazos de sonido de él, gritos a medias que caían como piedras de su boca. El primer toque de la lengua de Lupin en su miembro provocó un gemido ronco sin palabras. Después de eso, Snape no pudo decir cuánto del rugido en sus oídos lo hacía su propia voz, no pudo siquiera separar las sensaciones que le arrancaban la boca y las manos de Lupin: toda sensación en su cuerpo colapsó en un revoltijo de calor y humedad y resbaladizo y caliente y bueno, tan bueno, tan…

Se estaba corriendo, con fuerza, sus caderas sacudiéndose, su cuerpo entero arrebatado y agitado. Mientras los últimos espasmos lo sacudían notó que la boca de Lupin aún lo sostenía, que aún estaba sacando las últimas gotas de su placer. Colapsó contra la cama cuando Lupin lo liberó, y le sintió más que le vio arrastrarse por la cama e inclinarse sobre él.

—¿Severus?

Abrió los ojos.

—Remus. Dios mío.

Lupin enroscó un dedo en el escaso vello de su pecho.

—¿Quieres saber a qué sabes? —Se inclinó a por un beso, uno tentativo. Su boca estaba salada y ahumada y almizclada. Su propio sabor en la lengua de Lupin parecía más sorprendente íntimo incluso que la boca de Lupin en su polla. Snape se retiró, aún jadeando.

—Remus. Eso ha sido… —Sacudió la cabeza. Rizos de cabello, enroscándose por el sudor, cayeron sobre sus ojos—. No sé qué decir.

Lupin echó hacia atrás el cabello de su rostro.

—Una rara confesión. Me siento honrado.

—Estas sonriendo, Lupin. —Snape posó una mano sobre su hombro y se sentó, lentamente, empujando al complaciente Lupin sobre su espalda—. Quizá deba hacer algo al respecto.

La sonrisa de Lupin creció, sin embargo sus ojos estaban entornados y oscuros. Se acomodó en las almohadas.

—Haz lo peor que sepas.

Snape no dijo nada, meramente lo inmovilizó con una mirada. Lupin tragó. Se dejó embeber en la vista del cuerpo de Lupin. Como Snape, Lupin aparentaba más años de los que tenía: había delgadas líneas alrededor de sus ojos brillantes, gris en el cabello que caía sobre su frente. Más gris en el fino cabello que cubría su pecho, en los rizos que crecían, más espesos y ásperos, alrededor de su erección. Gris, y plata; gotas de rocío brillaban entre el pelo, y mientras lo miraba otra gota rodó de la punta de su pene, para caer y estrellarse en el parapeto de rizos bajo el ombligo. Un estremecimiento visible corrió por la piel del vientre de Lupin. Sus pezones color café se contrajeron, tensándose desde sus pectorales; sobre su hombro, el contraste entre cicatrices blancas y piel sonrojada hizo bombear el corazón de Snape. Y la forma de ese hombro, las líneas del músculo correoso, la perfecta, frágil línea de su garganta, tirante y lineal y brillando con sudor…

—Dios, Severus, la forma en que me miras. Siento tus ojos sobre mí. —Los labios de Lupin estaban abiertos, sus ojos casi negros—. Podrías hacer que me corriera sin tocarme siquiera.

Snape dejó que sus labios se curvaran en lo que debió haber sido una sonrisa.

—Espero que no esperes que lo haga.

La piel de Lupin estaba cálida y húmeda por el sudor; las cicatrices estaban frías y sólidas cuando Snape lentamente las trazó con la punta de los dedos. Repartió caricias suaves por el pecho de Lupin, bajando por sus brazos, hacia arriba y abajo de su cuello, delineando su cuerpo, consignando el tacto en su memoria —el punto bajo su brazo donde una caricia lo hacía jadear, el lento circular de un pezón que lo hacía gemir, la línea bajo su garganta donde la punta de un dedo sacaba un gimoteo, un sonido estrangulado y necesitado que le recordaba al lobo en la ventana. El rápido latido de la vena en su pene, y el toque ligero a lo largo de éste que le hacía sisear—. Yo he hecho esto, pensó Snape, tomando el cálido peso del miembro de Lupin en su mano. Lo he hecho sudar y jadear y retorcerse y gemir. Lo he puesto duro. El sentimiento de poder era vertiginoso, aunque era un salvaje e incontrolado poder, como alguna magia nueva que apenas había comenzado a manifestarse.

—¿Remus?

—Lo que sea. —Lupin levantó la cabeza para enfrentarse a la mirada de Snape y sus ojos entrecerrados—. Lo que quieras, Severus.

Snape cerró los ojos e inhaló.

—Creo que en algún momento dijiste algo sobre tirarme sobre la alfombra de la chimenea y tomarme.

El pene de Lupin se agitó en su mano.

—Sí. Dios, sí. —Snape abrió los ojos; los labios abiertos de Lupin se habían curvado en una sonrisa—. Pero, ¿podemos obviar la parte de la alfombra? Realmente, no quiero salir de esta cama. —Se estiró para meter una mano ente el cabello de Snape y tirar de su cabeza hacia abajo buscando un beso sin aliento; su otra mano se posaba contra la espalda de Snape y lentamente lo apretaba en un abrazo.

Piel contra piel. Cálida piel desnuda, y la erección de Lupin presionando contra su estómago, y besos ligeros con la boca abierta, difícilmente más que un intercambio de alientos calientes, pero que lo encendían de todos modos; sintió su propio pene agitándose de nuevo. Las manos de Lupin contra su pecho y hombros, y el mundo girando a su alrededor; de repente Snape estaba sobre su estómago, la cara hundida entre las almohadas, y levantando la cabeza encontró una sombra cerniéndose sobre él, al otro lado de un brazo extendido…

—Severus. Severus, ¿qué ocurre? —La voz de Lupin. Ergo, la sombra de Lupin. Snape se percató que estaba aferrando las sábanas con dedos rígidos, jadeando en lo que debía de parecer terror abyecto. ¿Parecer?, murmuró Salazar, prueba con ‘es’.

Con un poco de esfuerzo, Snape soltó los dedos y rodó sobre su espalda. Su incipiente erección había desaparecido.

—No pasa nada.

—Y un cuerno que no. Nunca había visto nada aterrorizarte de ese modo. —Lupin le tocó la mano, tentativamente—. Si no quieres hacer esto…

—No. —Severus aferró la mano de Lupin con la suya—. Quiero. Es sólo… —Es sólo que he confundido tu sombra con la del Señor Oscuro, eso es todo. Es sólo que no puedo yacer boca abajo sin recordar el cruciatus con cada nervio y fibra y poro. Sólo que siento que mi carne sale huyendo de mi control por segunda vez desde la puesta de sol, y es difícil no hacer comparaciones—. Sólo necesito poder verte la cara.

No era una explicación, pero Lupin no lo presionó.

—Está bien. Si estás seguro. —Levantó la mano de Snape y la besó; después desenredó sus dedos y besó la palma. El beso pareció eliminar algo de su miedo remanente. Lupin lamió su palma, delicadamente, siguiendo las líneas tan cerca como cualquier quiromántico. Succionó sus dedos dentro de su boca, uno por uno, mordisqueó la ligadura de su pulgar, lamió el pulso de su muñeca. Snape se tensó, recordando qué mano sostenía Lupin, pero éste continuó avanzando, siguiendo las venas en dirección ascendente por su antebrazo. La Marca estaba en reposo, no más brillante que un tatuaje muggle. No se sentía diferente de la piel de alrededor, bajo la lengua de Lupin. No se sintió diferente cuando depositó un beso sobre las mandíbulas del cráneo vigilante. No se sintió como nada más que la propia piel del hombre. Snape se dio cuenta de que estaba temblando.

Lupin encontró sus ojos.

—¿Realmente pensabas que huiría de esto? ¿Después de la noche de ayer?

Snape levantó la mano y trazó las cicatrices del hombro de Lupin.

—No.

Lupin agachó la cabeza y presionó un beso en la cara interna del codo de Snape. Para cuando hubo alcanzado su hombro, Lupin yacía sobre él, sus piernas enredadas, su erección presionando contra el muslo de Snape, la de Snape empujando el estómago de Lupin. Besó la sien del licántropo, mordisqueó su oído, acarició su cabello gris naciente, mientras los labios de Lupin lentamente trabajaban por su hombro, hacia arriba de su cuello, deteniéndose por aquí y allá en su mandíbula, su barbilla, finalmente llegando a posarse sobre su boca. El beso comenzó suave, sólo un roce de labios, antes de que el uno o el otro pudieran retirarse, pero para cuando hubo terminado, los dedos de Lupin aferraban sus hombros lo suficientemente fuerte como para dejar un moretón, mientras las propias manos de Snape, que habían bajado a las nalgas de Lupin, estaban presionando fuertemente sus ingles.

Lupin se retiró, jadeando, y se sentó sobre los talones entre las rodillas de Snape. Levantó el rostro y dejó escapar una breve carcajada.

—Podría acostumbrarme a verte así, Severus. ‘Besado hasta la locura’, es un buen look para ti.

Severus no pudo detener el empuje de sus caderas hacia la calidez perdida del cuerpo de Lupin.

—Creo que preferiría intentar el ‘corrompido a fondo,’ si no te importa.

—En lo más mínimo. —Lupin tomó el tarro de vidrio de la mesa de noche y lo abrió; Snape pudo oler aloe, helianthus (1) (sus fosas nasales prestaron atención), eucalipto…—. Antes de que lo preguntes, sí, ésta es una de la tuyas. —Con una sonrisa ladeada, Lupin tomó un poco del espeso liquido; la base de la savia para quemaduras de Poppy y otros varios ungüentos curativos, en los dedos—. Honestamente, Severus, espero realmente que no estés pensando en pociones ahora mismo. —Arrastró un dedo embadurnado por debajo del glande de Snape. Y siguió bajando, entre sus testículos, y atrás, y más atrás.

—Ya… no. —Snape se sintió bastante orgulloso de su capacidad para formar palabras coherentes, cuando el dedo de Lupin lo estaba acariciando ahí, un enloquecedor toque ligero, aún sin moverse para penetrar, pero suficiente para hacerlo retorcerse.

—Bien. —Presionó, muy suavemente, y se deslizó al interior—. Porque si fuera así —un toque circular, movimiento lento… ¿Cómo podía el delgado dedo de Lupin sentirte tan inmenso dentro de él?—, tendría que darte algo más en que pensar. —Y presionó hacia arriba, hacia…

—Mmmm. Sabía que encontraría lo que te hace gemir.

¿Estaba gimiendo? Probablemente. Cualquiera gemiría, sintiendo… Oh, sí. Lupin la presionó de nuevo —parecía haber insertado otro dedo—, y Snape arqueó la espalda, su cabeza cayendo en la almohada. Tenía que ser la… oh, Dios, sí, la cómosellama. Glándula prostática. Había leído que podía ser una gran fuente de… oh, Dios…

— … placer. —Lupin estaba diciendo algo. Había estado diciendo algo. No parecía importante que respondiera. Los dedos de Lupin se movían más rápido ahora, dentro y fuera, golpeando ese punto sensitivo con cada empujón, y enviando el pensamiento racional lejos. Lupin había dicho algo más, y Snape se percató de que lo estaba mirando como si esperase una respuesta. Aunque no había nada que decir, excepto…

—Más.

¿Era así como sonaba su voz?, pensó Snape. ¿Tan ronca y profunda y suplicante?

Los dedos de Lupin salieron abruptamente.

—¿Estás seguro, Severus? —Mientras hablaba, se acariciaba a sí mismo con una mano resbaladiza, previendo la respuesta de Snape.

Snape trató de proyectar todo su vacío y su frustración en una mueca.

—No, maldita sea, acabo de cambiar de opinión. Por el amor de Merlín, Lupin… —Y Lupin estaba ahí, entre sus rodillas, colocando las piernas de Severus sobre sus hombros, mirando dentro de sus ojos—. Remus. —Presionando contra él con la cabeza chata de su polla—. Fóllame.

Lupin se mordió el labio y cerró los ojos, y lentamente, muy lentamente, comenzó a presionar hacia adentro. Debo de estar partiéndome en pedazos, pensó Snape. Recordó los dientes del lobo retrayéndose en mandíbula humana. Esto debería ser imposible. Lupin se deslizó otra pulgada hacia dentro y golpeó su próstata, arrancándole un jadeo de placer. Una mirada de preocupación cruzó el rostro de Lupin, pero antes de que pudiera detenerse Snape empujó sus caderas hacía abajo, empalándose él mismo en un súbito golpe, hasta que sintió el raspar de pelo áspero contra su piel.

Lupin se quedó muy quieto, recuperando el aliento. El sudor perlaba su frente.

—¿Severus?

—Me estaba cansando de asegurarte que estoy bien.

—Entonces no volveré a preguntar. —Y no lo hizo; simplemente se retiró y lentamente se empaló de nuevo.

El empujón a su próstata envío placer a lo largo de la médula de Snape, y la fricción —otra embestida, un poco más rápido esta vez— originó un placer completamente diferente, uno cálido, encendido y —otra embestida; la encontró con un movimiento de sus propias caderas— creciendo en un fuego lento en su vientre e ingle. Lupin cambió, recargándose sobre sus codos, suficientemente cerca para besar los labios abiertos de Snape. Bajo sus manos, podía sentir el juego de los músculos en la espalda de Lupin. Se inclinó hacia el beso, encontrándole embestida por embestida. Su pene estaba presionado contra el abdomen de Lupin, atormentado por la línea de rizos bajo su ombligo.

—Más —articuló contra la barbilla de Lupin.

Creyó oír a Lupin gruñir gravemente en su garganta. Fue lo último de lo que estuvo por completo seguro; después, todos sus sentidos excepto el tacto fueron ahogados en el torrente de sensaciones que siguieron; la fricción y la calidez, el peso del cuerpo de Lupin y el calor de su respiración, y el ritmo que consumía su pulso y respiración, su ser entero, el flujo y reflujo y embestir y retirar y ahí, justo ahí, con cada golpe, ahí…

El clímax que lo embargó fue intenso, y las réplicas parecían seguir y seguir, una nueva reserva de placer golpeada con cada embestida. Abrió los ojos y vio los de Lupin, vastos y oscuros.

—Tu rostro cuando te corres, Severus, desearía que pudieras verlo —Respiraba en jadeos entrecortados—. Tan increíble. —Aún estaba caliente y pleno y bien, y el cuerpo de Lupin en sus brazos estaba aún tibio y sólido, y temblando de necesidad.

—Entonces déjame verte a ti. —Levantó un brazo y trazó la línea de la mandíbula de Lupin—. Córrete para mí, Remus.

Otra embestida, y otra, y Lupin lo hizo. Sus ojos permanecieron abiertos, fijos en los de Snape, incluso cuando tembló y se derramó dentro de su cuerpo. Se retiró sólo lo suficiente para que dejara caer sus piernas antes de colapsar contra el pecho de Snape. Éste pasó los brazos por la espalda de Lupin, acariciando vagamente su hombro. Se dio cuenta que había mimado al lobo del mismo modo, pero no pareció molestarle.

No supo cuánto tiempo permanecieron así antes de que Lupin se estirara para tomar su varita y murmurara un encantamiento para eliminar la semilla casi seca de sus cuerpos y sábanas. Se volvió a acostar, reposando su cabeza sobre el hombro de Snape.

—Podríamos intentar esto en la alfombra, la próxima vez, si de verdad quieres. —A Snape le llevó un momento recordar de qué diablos estaba hablando. Lupin pareció malinterpretar su pausa, y miró hacia arriba con una expresión cuidadosamente neutral—. Asumiendo, por supuesto, que quieras que haya una siguiente vez.

Snape apretó el brazo alrededor de la cintura de Lupin.

—Sí.

Lupin se acurrucó más cerca, entrelazando sus piernas con las de Snape. Hubo otra pausa larga.

—Bien. Podría acostumbrarme a esto.

Yacieron juntos, sin hablar. Lupin parecía entrar y salir del sueño; Snape lánguidamente acariciando la espalda de Lupin. No estaba seguro de cuánto tiempo se quedaron ahí, ni siquiera de si habían estado dormidos o despiertos, cuando el aguijoneo de la Marca lo alarmó. Más suave que la noche anterior –sólo un pequeño grupo, tres o cuatro—, pero seguía ahí, llamándolo. Podía sentir a los mortífagos como ojos ocultos, observándolo. En aquella dirección… En ángulo con el sol. Norte. Azkaban, quizá…

—¿Severus? —Lupin estaba inclinado sobre sus codos, estudiándolo.

—No es nada —dijo Severus. Espetó, se dio cuenta después. Lupin parecía escéptico. Viejos hábitos, pensó Snape. Todos esos hábitos que he cultivado para mantener a la gente fuera. Voy a tener que reconsiderarlos todos ellos, si quiero dejar entrar a una persona.

—Me llevará algún tiempo acostumbrarme a esto.

—¿A qué?

—A no decirte que te metas en tus malditos propios asuntos. —Lupin parpadeó, con sorpresa evidente—. Asumiendo, por supuesto, que…

—Sí. —Lupin presionó su palma contra el pecho de Snape. —No tengo por costumbre dormir con personas con las que no desee hablar, Severus. De hecho, no tengo por costumbre ofrecerme a las personas del modo que lo hice contigo, pero… bueno, traté el acercamiento de ‘vamos a poner nuestras diferencias tras nosotros y ver si podemos ser amigos’ sin éxito. Dos veces. Tres, si cuentas nuestro sexto año.

—Ya veo. Entonces sólo estas fingiendo interés en mi cuerpo para llegar a mi mente.

—Cretino. —Deslizó la mano hacia el cuello de Snape, apartando un mechón de cabello de su cara—. No hay nada minúsculamente falso acerca de mi interés por tu cuerpo. —Dejó que su mano reposara cerca de la mejilla de Snape durante un momento—. Ni por tu mente. —Lupin se reclinó contra la almohada de Snape, dejando que sus dedos se enredaran entre el cabello—. Cualquier cosa que quieras decirme, Severus, la escucharé.

No se trata de querer, pensó Snape. ¿Puede pensar que quiero arriesgarme de este modo, después de todo este tiempo? Ni siquiera todos estos placeres matutinos serían suficientes para hacerme derribar las barreras que he construido. Si tan sólo Voldemort no estuviera. Si no necesitara de una penitencia, después de quince años trabajando para merecer la confianza de Albus. Si no necesitara saber que mi muerte le importaría a alguien más que al viejo hombre de quien soy devoto peón.

Es una cuestión de necesitar un ancla contra la negra resaca en mi sangre. De necesitar una voz que me pida volver. Que me recuerde quién soy. De necesitar a alguien más que anhelar, cuando la Marca despierte y amenace con llevarme. Necesitar demostrar que mi cuerpo me responde a mí, incluso cuando la marca llegue hasta el hueso. Necesitar un toque que no sea un tormento. ¿Cuándo ha sido mi vida algo tan simple como querer?

Pero eso no lo dijo en voz alta.

—Ya fue bastante difícil hablar con el lobo. Y no estoy acostumbrado a ofrecer información, mucho menos de mí mismo. —Lupin se puso tenso junto a él. Severus levantó un brazo y sujetó su mano, a pesar de que no podía verlo. La sostuvo firmemente, y sintió a Lupin relajarse, enroscándose contra él—. Vas a tener que hacer las preguntas, Remus. Sin embargo, prometo que intentaré responder.



 

Fin


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(1) Helianthus: El género Helianthus L. abarca 51 especies y varias subespecies en la familia de las Compuestas (Asteraceae), todas las cuales son nativas de Norteamérica. Incluye especies anuales, tales como el girasol cultivado, y perennes, como el topinambur
. Vuelve.

 


 

Continúa en Bendición

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