Lupin estaba hablando acerca
de él como si no estuviera ahí. Otra vez. El hombre
lobo se giró para dirigirse a Dumbledore, y su cabello y cuello
descubrieron su pálida garganta. Snape apretó los labios
y escuchó.
—Los riesgos sobrepasan
a los beneficios. Si Voldemort se cansa de la engañosa información
que Severus le ha estado proporcionando y decide interrogarlo de verdad,
la Orden estará seriamente comprometida. Severus conoce nuestros
planes en mucho mayor detalle del que conoce los de Voldemort.
—Que es precisamente
la razón de que sea tan importante que yo vaya. —Las
cabezas giraron todas hacia el final de la mesa. Sí, recordad
de quién es el destino sobre el que estamos discutiendo aquí,
pensó—. ¿O conocer los planes del Señor
Oscuro es vale tan poco que no asumirías un pequeño
riesgo?
—Por supuesto que
no, Severus —dijo Lupin, con su tono razonable, antes de girarse
de nuevo—. Pero, director, creo…
—¿O será
que yo no debería arriesgarme? Considerando que soy
yo quien atenderá o no a su llamada. —Arrojó el
rollo sobre la mesa, donde aterrizó con el escudo Malfoy hacia
arriba. Lupin se volteó a verlo.
—No dudo que puedas
cuidar de ti mismo, Severus. Hasta cierto punto. Un punto —continuó,
cuando Snape abrió la boca— más allá del
cual yo creo que ninguno de los aquí presentes podría
mantener su voluntad contra los poderes de Voldemort. Sólo
me gustaría dejar claro —y se giró hacia Dumbledore—
que cuestiono la sensatez de compartir nuestros consejos con un espía
que podría ser forzado a revelarlos todos, bajo tortura, en
cualquier momento.
—Está bien,
entonces. Si supongo tal riesgo para la seguridad de esta Orden, me
iré. Hazme saber qué debo intentar averiguar, una vez
recupere el favor de Voldemort, Albus… si no es demasiado arriesgado.
—Siéntate,
Severus. —Dumbledore estaba calmado—. Te aseguro que no
intento privar a la Orden de tu experiencia. —Snape se sentó.
Dumbledore miró a los magos y brujas reunidos a la mesa de
la Orden del Fénix—. Y nuestras posibilidades de contar
un mortífago que esté tan cerca del círculo de
confianza de Voldemort parecen más bien escasas en estos momentos.
Sin embargo, Remus ha planteado una excelente cuestión. Severus,
sé que has dado tu consentimiento a someterte a ciertos hechizos
de memoria antes de atender la invitación del señor
Malfoy, pero creo que sería prudente ver qué podemos
hacer para fortalecer tu resistencia a diversos medios de persuasión.
Dumbledore se volvió
hacia Black, quien conocía una cantidad preocupante de torturas.
—¿Tu opinión,
Sirius? —Black empezó a explayarse, y Snape escuchó,
consciente de que los ojos de Lupin se quedaron fijos en él
durante el resto de la reunión.
***
El día pasó. El final de las clases permitió
a Black bajar hacia las mazmorras para darle unos cuantos consejos
sobre cómo resistir torturas de varios tipos, físicas
y psicológicas. Parecía bastante contento ante la idea
de Snape siendo sometido a cualquiera de ellas. Lo siguió alrededor
de su taller, relatando historias horribles mientras Snape mezclaba
una poción para reforzar su resistencia al dolor. Estuvo tentado
de tomarla allí mismo. En cambio, cuando la poción hubo
sido embotellada y puesta a un lado, Snape bajó un montón
de A. vulparia seca de su gancho en el techo; Black, reconociendo
las flores, se detuvo.
—¿Matalobos?
—Sí. Me disculparás,
Black, pero ésta es una poción bastante difícil
de fabricar. Estoy seguro de que no querrás distraerme; las
consecuencias de un pequeño error pueden ser bastante desagradables
para el consumidor.
Black captó la idea
y se marchó, con el ceño fruncido. Snape cerró
los ojos un momento, escuchando el silencio, antes de pasar al asunto
que le ocupaba.
Nunca lo habría
admitido ante Lupin, pero Snape disfrutaba preparando la poción
matalobos. Fue diabólicamente difícil la primera vez
que lo intentó, e incluso ahora ‘bastante difícil’
era una especie de eufemismo; y Snape disfrutaba el desafío.
Exigía un enfoque difuso que apartaba toda conciencia de sí
mismo; una vez que los calderos comenzaban a hervir a fuego lento,
no había momento más allá del presente. Ninguna
reunión oscura en la mansión Malfoy. Nada de hechizos
de memoria que recibir. Ningún hombre lobo de ojos brillantes,
girándose para mostrar el hueco de su cuello largo y blanco.
Y, sobre todo, nada de
Severus Snape.
***
La puerta que daba a las habitaciones de Lupin estaba abierta, pero
el hombre lobo se había ido; Snape dejó la copa de la
poción en su escritorio y volvió a los calabozos, a
su propia cámara. Cuando llegó, la luz de un fuego que
Snape no había encendido se veía desde la puerta. Era
casi un insulto. No, sin el casi; era jodidamente insultante insinuar
que no notaría las débiles huellas de otras magias mientras
deshechizaba la cerradura, que avisaba de que su espacio privado había
sido invadido por aquella combinación de desfachatez Gryffindor
y sutileza Slytherin, tan revelador como una firma.
—Lupin. ¡Fuera
de mis aposentos!
El hombre lobo levantó
la vista desde el sillón de Snape junto al fuego.
—Severus, entra.
Tenemos que hablar.
—Tengo una oficina.
Tengo un horario de oficina. Lo que necesites decir puede decirse
ahí y entonces.
Lupin sacudió la
cabeza.
—Esto no. —Sonrió, breve e inexplicablemente—.
Severus, has firmado una especie de paz con Sirius, la suficiente
para convencer a Dumbledore de que los dos podéis trabajar
juntos. No sé si Dumbledore piensa lo mismo de nosotros, pero
me temo que yo no. Tú no me escuchas, no estás a solas
conmigo, y frente a otras personas me rebajas cada vez que tienes
la oportunidad. —Lupin se levantó y se dirigió
a la puerta, pero sólo para cerrarla y hechizarla—. Ahora
bien, si uno de nosotros tiene una razón legítima para
guardar rencor, creo que soy yo, Severus. —La voz de Lupin era
suave, y sus gestos aún perfectamente amigables—. Y cuando
volví a Hogwarts casi te había perdonado por haber hecho
que me despidieran. Admito que he tenido algunas dudas ocasionales
desde entonces, pero todavía estoy dispuesto a dejarlo atrás.
Pero tú no. De hecho, te has tomado mi mera presencia aquí
como una afrenta personal.
Snape dejó que sus
labios se curvaran en una mueca familiar.
—¿Te causa
tal sorpresa que me moleste admitir a un hombre lobo de nuevo en la
escuela, y en la Orden? ¿O que prefiera mantener las distancias
con una criatura que casi me mató una vez?
Por primera vez, los ojos
de Lupin se entrecerraron.
—No me mientas, Severus;
estamos a un día de la luna llena y mis sentidos están
más agudizados que en todo el mes. —Cruzó majestuosamente
la habitación, deteniéndose hasta que sus rostros quedaron
a pulgadas de distancia—. Huelo la mentira. Y huelo
el deseo en ti. —Se inclinó, su nariz casi tocando el
cuello de Snape, y aspiró profundamente—. Yo lo siento
también, Severus. —Snape permaneció rígido,
notando su sangre pulsar veloz. Lupin lo miró con ojos repentinamente
oscurecidos—. Dejaste suficientemente claro hace dos años
que no querías perseguir éste... lo que sea, entre nosotros.
Y he tratado de respetar eso. Sin embargo, ignorarlo no ha hecho que
desaparezca. Todavía te deseo, Severus, y no puedes decirme
que tú no. —Lupin colocó las palmas contra la
parte delantera de la túnica de Snape—. Así que
creo que deberíamos simplemente sacarlo de nuestros sistemas.
—Las manos de Lupin trazaron la clavícula a través
de la túnica, fluyeron sobre sus hombros... al primer contacto
con la piel desnuda de su cuello, Snape recordó cómo
moverse.
—No. —Retrocedió.
—¿Por qué
no?
—¿No se supone
que los hombres lobo son estrictamente monógamos?
—También los
humanos, una vez que toman una pareja. Eso no les impide conocer un
amplio rango de placeres durante su búsqueda. Yo no tengo compañero,
Severus; no tengo ningún compromiso que pudiera interponerse
en mi camino, así que deja de intentar distraerme, a menos
que puedas darme una buena razón de por qué no debería
tirarte sobre la alfombra y poseerte ahora mismo.
Snape sintió un
tic en el ojo; sabía que Lupin lo había visto.
—¿El hecho
de que yo preferiría que no lo hicieras no es, imagino, razón
suficiente?
Lupin lo estudió,
manteniendo la distancia.
—No estás
mintiendo, ¿verdad, Severus? No… —Olfateó
el aire, abriendo los labios: Un gesto bestial, que Snape odió
encontrar tan atrayente. Pero la mirada de contemplación del
rostro de Lupin era completamente humana.
—Sabía que
me temías; ese es el olor más característico.
Pensaba que el miedo era parte y envoltura del deseo… —Una
mirada entre repugnancia y exasperación cruzó su rostro,
y se alejó—. Pero no es así, ¿verdad? No
me deseas porque me temes; me temes porque me deseas.
Snape no contestó;
reaccionar de cualquier manera sería revelar demasiado. Y Lupin
seguramente sabía que tenía razón. Su rostro
y su voz se suavizaron.
—¿Quién
te hizo tanto daño, Severus? ¿Quién te convirtió
en alguien tan temeroso?
Su compasión era
irritante.
—Nadie —escupió
Snape.
Entonces contuvo la respiración
y rezó a dioses en los que no creía para que Lupin no
hiciera la conexión, no escuchara todo lo que acababa de decir…
—¿Nadie, Severus?
—Habría sido más fácil si se hubiera regodeado,
si hubiera respondido con cualquier cosa aparte de ese tono sosegado
y calmado—. ¿Nunca?
Maldito fuera. Snape mostró
su mueca de desprecio característica, esperando que resultara
suficiente para esconder lo que fuera que su cara pudiera estar revelando
a los sentidos sobrehumanos de Lupin.
—Cuéntaselo
a toda la escuela en el desayuno mañana, y estaremos en paz.
Lupin sonrió débilmente.
—Por alguna razón,
me parece que la Junta Directiva estaría algo menos que horrorizada
si supiera que hay alguien virgen entre el profesorado. —Lupin
encontró sus ojos; la expresión cerrada de Severus no
estaba cumpliendo su función protectora—. Severus, Lo
siento. Quizá ésta no ha sido la mejor idea después
de todo.
Snape resopló.
—Una rara confesión.
Me siento honrado.
—... pero la oferta
sigue en pie.
Snape se congeló.
—¿Qué?
—Ya me has oído.
Tú eres un hombre intrigante y atrayente, y te deseo, Severus
Snape. —Lupin dio un paso hacia la puerta; luego se detuvo,
giró y cruzó el espacio entre ellos—. Así
que tenlo en cuenta. —Se estiró para rozar sus labios
contra los de Snape, sólo el más ligero de los besos—.
Hasta mañana, Severus. —La puerta se había cerrado
tras él antes de que Snape hubiera registrado por completo
que se estaba yendo.
Snape se sentó pesadamente
en su sillón. El fuego que Lupin había encendido aún
crepitaba en el hogar.
Lupin lo sabía.
Snape se rió sin
alegría ante la dramatización del hecho, incluso en
sus propios pensamientos. Vaya oscuro secreto que era… o había
sido, hasta que Lupin lo había descubierto olfateando. Mejor
que un unicornio…
Secretos oscuros. El récord
de Snape en esconderlos era poco menos que estelar. Desnudó
su brazo a Cornelius Fudge frente a Potter y compañía
con poca preocupación por su discreción. Sin mencionar
a Minerva y Poppy, varios de los Weasley, y —aunque no lo sabía
entonces, y se lo habría pensado mejor de haberlo sabido—,
Black y esa mujer Skeeter en forma animal. Estaba seguro de que había
mucha más vergüenza en ser un antiguo mortífago
y un espía que en ser virgen a los treinta y seis.
Excepto que ser espía
—e incluso ser mortífago— eran cosas que había
hecho. Una elección que había tomado. No algo que sólo
había… pasado. O dejado de pasar.
Snape siempre había
sido una criatura de la mente. Y la mayor parte de su vida, la mayor
parte del tiempo, feliz de serlo. Sus iguales en la escuela lo habían
encontrado repelente, lo sabía. Él no tenía una
gran opinión de la mayoría de ellos; incluso a los quince
no había tenido paciencia con intelectos inferiores al suyo,
y cero tolerancia con ambiciones menos enérgicas. Cuando los
estudiantes de su curso —mayores que él, casi todos ellos,
por un año por lo menos— habían comenzado a emparejarse,
Snape había aprendido a tocarse a sí mismo con adusta
eficiencia, que no conocía ni de vergüenza ni de ningún
gran placer, y se había resignado a la soledad.
La idea consciente de Snape,
cuando la no buscada pero tampoco inesperada invitación de
los Mortífagos llegó, fue que al fin había atraído
la atención de personas con la perspicacia para apreciarlo
realmente. Desde que se había dado cuenta de eso, su intelecto
sólo había sido recibido con los brazos abiertos allí
donde fuera, pero resultó un regalo para los Mortífagos
menos valioso que la desesperada, inarticulada soledad que le convirtió
en un recluta tan perfecto.
En su iniciación,
Snape había ofrecido su brazo para la marca con una perfecta
confianza que, ahora temblaba al recordar, se apoyó en el acero
como si fuera una caricia.
En el exterior, su vida
cambió muy poco al principio. Los días transcurrieron,
y toda la pasión de una mente aguda, en el laboratorio y la
biblioteca; las noches las pasó en soledad. Aún no conocía
ningún toque, sino el propio e insuficiente placer, incluso
ahí. Pero era necesitado y apreciado, y a pesar de que sabía
bien que no era amado ni gustaba, le importaba poco.
Habría podido haber
otros escapes para sus apetitos, si se hubiera molestado en reclamar
lo que, en virtud del aumento de rango en la jerarquía, era
su derecho. Algunos no los deseaba —las mujeres, lo había
sabido desde los dieciséis, nunca le interesarían—
y otros le tentaban, pero se negó. Había aprendido para
entonces que su arraigada reserva y soledad eran una baza, que una
reputación de gran autocontrol hacía mucho más
fácil controlar a otros.
Y, pese a que sus pociones
le habían convertido en un asesino muchas veces, aún
tenía escrúpulos de convertirse en violador.
Sabía ya que estaba
sobrepasando sus límites, había comenzado a entender
el desesperado mal en todo lo que hizo al servicio de Voldemort; y
confió en el remover del caldero, el alambique y el matraz
para evitar que todo ese mal le tocara. Su cuerpo, sus sentidos y
sus sentimientos fueron conductos para esa maldad, y se refugió
en el cocer de los ingredientes que siempre había llegado tan
fácilmente a él, solamente en la vida del intelecto.
Pero cuanto más
útil era su propia abnegación, mayor amenaza se volvía
para aquellos discípulos —cada vez menos— que estaban
por encima de él. Lucius Malfoy se dispuso a hallar la debilidad
de Snape, para tener control sobre él. Y quizá al final
lo consiguió, pensó Snape, porque habían sido
los largos desfiles de tentaciones de Malfoy, cada uno menos tentador
y más espantoso, los que finalmente habían sacado a
la conciencia de Snape de su largo letargo, lo habían llevado
a su taller para trazar la línea de la marca una y otra vez,
y sentir una carencia de indicios de sumisión o confianza o
aceptación en su carne.
Aún recordaba poco
de lo que pasó entre su taller y la oficina de Dumbledore.
Y lo avergonzaba, incluso ahora, haber permanecido voluntariamente
tan ciego durante tanto tiempo; que hubiera sido capaz de aislarse
tan completamente dentro de su propia mente que no pudiera sentir
ningún horror, ni repugnancia, por el trabajo de sus propias
manos. Pero después de su regreso con Voldemort, como espía,
no tuvo más remedio que volver a ese aislamiento, porque habiendo
visto, sentido y conocido todo ese horror una vez, sabía que
lo traicionaría rápidamente si se permitía a
sí mismo sentirlo de nuevo.
Y después de la
caída de Voldemort —después de una noche de sollozar
con los ojos secos en la alfombra de la oficina del Director, una
noche de la cual Dumbledore nunca ha hablado ni una sola vez, para
agradecimiento de Snape—, después de eso vino la extraña
calma de estar de vuelta en Hogwarts. Un profesor, por difícil
que le resultara creerlo. Y a la par que la calma y la normalidad
regresaron, sus sentidos habían despertado lentamente.
Snape trataba de vivir
en su cuerpo, tanto como podía. Lo consideraba parte de su
penitencia, cuando pensaba en todo ello. Sobre todo, pensaba en el
desapego entumecido de sus últimos días al servicio
de Voldemort con horror, y prometió no necesitarlo, quererlo
ni desearlo de nuevo. Temía a la criatura de mente pura que
había imaginado alguna vez, temía lo que esa criatura
había hecho. Atesoraba aún las cosas inocentes que podían
aislarlo —investigación, lectura, la elaboración
lenta y cuidadosa de una poción compleja—, pero en la
puerta de la biblioteca o el laboratorio, se obligaba a regresar a
su propia piel.
No era fácil. Nunca
desde la infancia había pensado en su carne como él
mismo, en vez de una vaina que podía mudar a su antojo. Ahora
se había despertado en el cuerpo de un hombre, y durante meses
estuvo pasando por la torpeza de la adolescencia por segunda vez,
encontrándose de repente, intensamente consciente de la longitud
de su zancada o la fuerza de su agarre, o del simple hecho de su cuerpo,
existiendo, ocupando espacio en el mundo, desprendiendo calor, respirando.
Y de otros cuerpos también.
Sus estudiantes vivían en una nube de hormonas, casi palpable
a su alrededor —¿estaban todos tan ciegos a ello como
lo había estado él a su edad?—, y no podía
librarse de su influencia en la puerta del aula. Por primera vez en
años —tal vez la primera vez, no lo recordaba realmente—
comenzó a tener sueños eróticos, amantes fantasma
tocando y besando y chupando, retorciéndose bajo él,
abriéndolo y tomándolo. Por algunas desesperadamente
aterradoras semanas, se volvió inexplicablemente consciente
de uno de sus estudiantes, un Gryffindor de sexto año con rizos
de color rojo oscuro y sonrisa fácil, y al final de cada día
se retiraba a sus habitaciones en la mazmorra y permanecía
de pie durante largos minutos en el agua más fría que
podía tolerar, obligándose a sí mismo a no notar
la gracia del niño o su piel pálida y pecosa, preguntándose
si sus sentidos lo convertirían en un monstruo, tanto como
lo había hecho su negación.
Pero a esto también
había sobrevivido. Nunca había tocado ni una vez a un
estudiante, ni siquiera al aparentemente interminable tren de igualmente
atractivos hermanos del muchacho Gryffindor. Había aprendido
el sutil desapego que le permitía apreciar la belleza pero
no tocarla, percibir sus deseos antes de hacerlos a un lado para atenderlos
más tarde. Aún no era ni gustado ni deseado, pero era
de nuevo necesitado y apreciado por sus iguales, si no por sus alumnos,
y eso era suficiente, la mayoría del tiempo. Había aprendido
a usar sus manos con cierta habilidad, aunque no había conocido
más toque que el propio; había descubierto que su carne
era capaz de muchos más finos grados de deseo y sensación
de los que había sabido. Y si algunas veces sospechaba que
el mayor gozo de tales placeres podría estar en compartirlos…
Bueno, se había resignado a estar solo, como siempre había
estado, y el pensamiento siempre pasaba rápidamente. Sólo
en las primeras horas de la mañana, a veces, se despertaba
del sueño de un amante de pálido cuerpo abriendo sus
brazos y echando la cabeza hacia atrás, entregándose
por completo al toque de Snape. Pero desde el séptimo año
de Bill Weasley, los amantes de los sueños de Snape no habían
vuelto a poseer un rostro que pudiera identificar.
No hasta que Remus Lupin
había entrado en el Gran Salón, dos años antes.
La boca de Snape no se había secado entonces, no había
sentido la sangre dejar sus manos ni acumularse en su entrepierna
ante la esencia del hombre, ni un tirón detrás de su
ombligo mirando la curva de su garganta blanca —las reacciones
habían esperado hasta el regreso de Lupin, el pasado verano—,
pero sus ojos habían seguido al hombre lobo con lo que, Snape
se había dicho, era puramente vigilancia justificada de una
conocida criatura oscura.
Se había estado
mintiendo a sí mismo, por supuesto; había pasado la
mayor parte de ese año mintiéndose a sí mismo,
tratando de esconderse de su deseo creciente por Lupin, y de su miedo
a éste. Un deseo que había tratado de alejar de sí,
tanto como podía, un miedo del que no se había vuelto
consciente hasta una pelea a gritos con Dumbledore después
de la noche en la Casa de los Gritos —otro momento por el que
siempre estará agradecido con Dumbledore por no mencionarlo—.
Pero para entonces, Lupin se había ido. Y había sido
más fácil aceptar el deseo entonces, sabiendo que nada
resultaría de él. Fácil imaginar las manos de
Lupin y su boca y su cuerpo, aquí en el santuario de sus mazmorras...
Y ahora, Lupin había
invadido ese santuario y se ofrecía a hacer realidad esas fantasías.
¿Y qué
clase de Slytherin eres?, decía una voz en su cabeza,
una voz que Snape imaginaba en privado como su Salazar interior, a
pesar de que sonaba muy parecido al Sombrero Seleccionador. ¿Él
te ofrece tus más profundos deseos en una bandeja y tú
te congelas del terror?
El terror tiene su lugar,
Snape le decía a la voz. Nos impide tomar decisiones insensatas,
sin pensar. Estoy acostumbrado a estar solo. Estoy contento con mi
vida. No quiero perder el equilibrio que tanto me he esforzado por
conseguir.
Quieres decir que una
vez que te utilice, se irá y estarás solo otra vez.
Tal vez eso es lo que quiero
decir, pensó Snape. ¿Y por qué no habría
de ser así? ¿Es algo más que sentido común
rechazar una aventura de una noche con un hombre lobo que tiene todas
las razones para despreciarme?
Pero ante eso, su Salazar
interior se quedó en silencio.
***
El desayuno fue misericordiosamente pacífico; Black se había
ido a otra misión de Dumbledore, y Lupin no hizo acto de presencia.
En el almuerzo, Snape recibió una lechuza de Lucius Malfoy:
se le esperaba en la Mansión a la noche siguiente. Levantó
la vista del pergamino para ver a Lupin, taza de té en mano,
mirando sobre su hombro.
—¿Crees que
sospecha algo?
—Por supuesto; Lucius
lo sospecha todo de todo el mundo. ¿Qué haces fuera
de tus habitaciones?
Lupin suspiró.
—Severus, la luna
no saldrá hasta dentro de unas horas. Sé cuánto
tiempo puedo funcionar. ¿Son las sospechas de Malfoy algo de
lo que tengamos que preocuparnos?
Snape captó la pregunta
que no se había formulado.
—Sospechará
de mí mucho más si no voy mañana.
—Buena suerte entonces,
Severus. Supongo que me traerás la poción esta noche,
¿verdad? —Sonrió—. Te prometo que no irrumpiré
en tus habitaciones de nuevo.
—Harías bien
en no hacerlo, a menos que hayas encontrado una fuente alternativa
para tu Matalobos —gruñó Snape.
La sonrisa se desvaneció.
—Espero no tener
que hacerlo. —Lupin tocó brevemente su hombro, y salió
del salón.
***
La luna había salido para cuando Snape llegó a las habitaciones
de Lupin, a medio camino de la Torre Gryffindor. Lupin estaba sentado
en su escritorio, el rostro bajo, una vena pulsando en su sien; las
ventanas estaban escondidas detrás de pesadas cortinas.
—Deja la copa y vete,
Severus.
Snape colocó la
copa sobre una mesa pequeña, pero no se movió.
—Severus…
—Déjame quedarme.
Lupin se giró y
lo observó durante unos latidos.
—¿Por qué?
—Necesito saber qué
pasa.
—¿Necesitas
saber que tu poción funciona? —Lupin se puso de pie y
cruzó la habitación, levantando la copa—. Lo hace,
Severus. No sé ni por dónde empezar a decirte hasta
qué punto ésto —levantó la copa—
marca una diferencia. —Se la llevó a los labios y bebió
la poción de un trago—. Sin embargo, es una trasformación
espeluznante, y yo me pensaría dos veces el presenciarla voluntariamente.
—Ya lo he pensado.
Necesito verlo, Lupin. —No estaba seguro de si podría
haber explicado el por qué, pero Lupin, después de observarlo
durante otro largo momento (y olerlo, Snape estaba seguro), no preguntó.
Lupin dejó la copa
en la mesa.
—Si estás
seguro.
Fue hacia la ventana, desprendiéndose
inconscientemente de su túnica por encima de la cabeza. Estaba
desnudo bajo ella, y Snape tuvo una breve visión de los planos
de su espalda antes de que abriera las cortinas y la luz de la luna
lo golpeara.
Snape agradeció
los cabellos plateados que comenzaron a cubrir el cuerpo de Lupin,
porque ayudaban a ocultar el grotesco estiramiento y retorcimiento
de su piel. Bajo el aullido que surgió de la garganta del lobo,
pudo escuchar el horrible triturar de hueso sobre hueso. Las extremidades
de la criatura se movieron en ángulos imposibles antes de acomodarse
bajo él, las garras arañaron el piso de piedra y la
gruesa piel se crispó, colocándose en su lugar en la
espalda del lobo.
El lobo puso las patas
sobre el alfeizar de la ventana y presionó el hocico contra
el cristal. Gimió, tocando con la nariz el marco de la ventana,
buscando un modo de salir a la luz de la luna.
—Saldrías
si pudieras, ¿verdad?
El lobo se giró
y lo miró con ojos color café, muy similares a los ojos
humanos de Lupin. Gimió de nuevo, como un perro, pero bajó
las patas al suelo.
—Me pregunto cuánto
puedes entender. Sé que no eres sólo Lupin en una nueva
piel.
No hubo señal de
entendimiento en los ojos del lobo, pero aún miraba a Snape.
Dio algunos pasos hacia adelante, entrando mientras lo hacía
a las sombras y alejándose de la luz de la luna sobre el suelo.
Gruñó y se retiró, girando su cabeza hacia la
ventana y la luna llena.
—Entonces, sientes
la llamada de la luna con mucha fuerza —El lobo levantó
las orejas—. ¿Cómo es? ¿Es sólo
como si desearas estar afuera, corriendo en el aire de la noche? —El
lobo volvió a girarse hacia Snape—. ¿O es más
que eso? ¿Una compulsión? ¿Una llamada que no
puedes ignorar, sin importar cuánto temas responderla? —Snape
dio un paso tentativo hacia adelante y, cuando el lobo no se movió,
se sentó en uno de los sillones de Lupin, justo fuera del alcance
de la luz lunar—. Sé algo acerca de cómo se siente.
—Snape se levantó la manga izquierda de la túnica,
descubriendo el tenue perfil del la Marca Oscura. El lobo se movió
hacia la orilla de su prisión de luz de luna. Se inclinó
y olisqueó el aire sobre el brazo de Snape.
Snape fue golpeado repentina
y profundamente por la idea de las fauces de qué criatura se
cernían a no más de tres pulgadas de su carne, pero
permaneció quieto, sabiendo que los movimientos bruscos le
incitarían más al ataque que el olor de su miedo.
Ataca, decía
su Salazar interno. ¿Tienes tan poca confianza en tu propia
obra? No está buscando presa esta noche, con un frasco de Matalobos
en el sistema.
Saber que mantenía
cierta consciencia humana no era del todo reconfortante, pensó
Snape. Lupin tiene las suficientes razones puramente humanas para
desearme mal.
Pero el lobo parecía
estar tan receloso de Snape como éste estaba de él;
se sentó sobre las patas traseras, las orejas ligeramente planas,
ojos y nariz enfocados en la marca en el brazo de Snape.
—Ésta no fue
visible hasta el año pasado, pero nunca desapareció
del todo —dijo Snape, en una voz mucho más suave de la
que había usado nunca con Lupin en forma humana—. La
sentía arder, algunas veces. Siempre que un grupo grande de
sus viejos seguidores se reunía, algunas veces cuando había
disturbios en Azkaban… otras veces también; no siempre
sabía por qué.
»Estábamos
todos unidos, a través de ella. A él, por supuesto,
aunque también unos a otros. Incluso en esos años en
los que creí haberme librado de él, nunca estuve del
todo libre de ellos. Se reunían, en grupos de tres o cuatro,
buscando un poco de su viejo... deporte; y yo sentía la Marca
arder bajo mi piel, en mi sangre y mis huesos. Sabía que no
quería ser parte de lo que fuera que hacían (el simple
pensamiento de ello me enfermaba), pero una parte de mi aún
quería estar ahí. La urgencia de desaparecerme y unirme
a mis viejos... camaradas, eso nunca llegó a ser más
fácil de resistir.
El lobo dio un paso fuera
de la luz de la luna y se adentró a las sombras. Se sentó
a los pies de Snape, lo suficientemente cerca para que Snape pudiera
ver su reflejo en los profundos ojos café.
—Entonces entiendes
algo, ¿verdad, lobo? —Snape dejó que su manga
cayera sobre la Marca—. Creo que nos entendemos el uno al otro
bastante bien. Puede resistirse. Pero no es fácil, ¿verdad?
El lobo posó la
cabeza sobre la rodilla de Snape. Cautelosamente, Snape se estiró,
acarició la suave piel tras de las orejas, dejó la mano
descansar entre sus omóplatos y la enredó en el espeso
pelambre.
***
Snape se despertó de golpe. La habitación estaba llena
de la pálida luz roja del amanecer, y Lupin yacía acurrucado
sobre el suelo, a sus pies. La piel plateada se había ido,
y Snape podía ver la piel de Lupin cambiando y estirándose,
su cuerpo moviéndose de modos que debieran haber sido imposibles.
Súbitamente echó la cabeza hacia atrás, los labios
estirados, largos colmillos retrayéndose hacia pequeñas
mandíbulas humanas en las que jamás habrían cabido
antes. Un terrible sonido estrangulado salió de su garganta.
La luz se volvió más brillante, el primer rayo de luz
solar halló su camino a través de la ventana, y cuando
lo tocó, Lupin tembló y cayó contra el suelo,
completamente humano una vez más. A la luz del día,
pudo ver las tenues cicatrices plateadas surcando el hombro de Lupin.
No habituado a ofrecer
confort, e inseguro de qué debía hacer por el tembloroso
y jadeante hombre, Snape se levantó y recogió la túnica
de Lupin de donde había caído cuando la luna salió.
Encontró a Lupin levantando la mirada hacia él.
—Ten.
—Gracias. —Lupin
se estiró para alcanzar la túnica con mano temblorosa;
Snape se arrodilló a su lado y la pasó sobre sus hombros.
Lupin agarró la pesada prenda negra y la apretó a su
alrededor.
Snape permaneció
ahí, arrodillado junto a él, mientras Lupin recuperaba
el aliento. Después de unos pocos minutos, Lupin se giró
para brindarle una pálida sonrisa.
—¿Más
de lo que esperabas?
—En cierto modo.
—Snape se puso de pie, le dio a Lupin la mano y lo ayudó
a levantarse—. ¿Recuerdas…?
—Sí y no.
Está todo filtrado a través de los sentidos del lobo;
sé que me hablaste, pero me es difícil entender dialecto
humano, cuando estoy en esa forma. Pero recuerdo... —Bajó
la mirada hacia el antebrazo izquierdo de Severus—. No sabía
que tuviera olor. Pero huele como la luna.
—No sabía
que la luna tuviera olor —dijo Snape—. Pero te creo.
***
Lupin permaneció en sus habitaciones toda la mañana,
pero Snape lo vio durante el almuerzo en el Gran Comedor.
—¿Qué
haces levantado?
—Bien, gracias. —Snape
resopló. Lupin se sentó junto a él, con expresión
seria—. Estoy levantado porque hay dos cosas que quería
decirte, Severus. Primero, te deseo suerte esta noche. Aún
creo que todos estamos siendo idiotas por dejarte asumir este riesgo,
pero eso no quiere decir que no crea que sabes lo que haces. Sabes
mejor que cualquiera de nosotros contra qué nos enfrentamos,
y que aún estés dispuesto a representar este papel te
convierte en el más valiente de todos nosotros, creo.
Snape, no acostumbrado
a los cumplidos ni a los buenos deseos, asintió tensamente.
Le llevó un momento recordar cómo contestar.
—Gracias.
—Es la verdad. Y
segundo, Severus, quería darte las gracias. Por quedarte conmigo
anoche.
Snape levantó la
vista, sorprendido.
—No parecías
en absoluto emocionado de tenerme ahí.
—No quería
asustarte demasiado. Sé que no es placentero de observar.
—He visto cosas peores
—murmuró Snape.
—Lo sé. Pero
me alegra que estuvieras ahí, para hablarme, alejarme de la
luna. Cuando estoy solo es demasiado fácil olvidar qué
soy, quién soy. Tu presencia allí me ayudó a
recordarlo. Estoy agradecido por eso. —Posó una mano
sobre el brazo de Snape por un momento—. Así que gracias,
Severus.
***
Habían usado sólo el más sutil encantamiento
de memoria; aún tenía toda su agudeza mental consigo.
Eso sólo lo hacía peor, estar tan consciente de lo que
no podía alcanzar. Le inquietaba el hueco en su mente como
un diente flojo.
Había sido una elección,
al final, entre el encantamiento y la poción contra el dolor;
cualquiera hubiera restado efectividad a la otra. Snape habría
escogido la poción, habría reforzado las defensas de
su cuerpo, aunque confiaba en la fuerza de su mente. Pero la elección
había sido de Dumbledore, y Snape la había acatado.
El sol se había
puesto, y la luna había salido: redonda, la verdadera luna
llena, y la segunda noche de trasformación de Lupin. En la
Torre Gryffindor, estaría ahora paseando ante la ventana, solo.
Quizá podría ver a Snape, una diminuta figura en una
oscura capa con capucha, corriendo a través de los terrenos.
Snape sacó la idea de su mente. Tenía asuntos más
apremiantes que considerar.
La Marca no había
sido tocada, pero aun así quemaba levemente. Los mortífagos
se estaban reuniendo. Para cuando Snape cruzó las barreras
alrededor de la escuela, la urgencia de desaparecerse y unírseles
se había vuelto casi tangible, una añoranza en sus venas,
como si todas las células de su sangre señalaran hacía
la mansión Malfoy como un imán al Polo. Como siempre,
Snape se quedó quieto un momento fuera de las barreras, negando
la añoranza unos pocos segundos más, sólo para
probarse a sí mismo que podía hacerlo.
La mansión Malfoy
estaba también protegida con barreras, excepto por el pequeño
recibidor donde Snape se apareció. Lucius entró, llevando
dos copas de vino.
—Puntual como siempre,
Severus. —La puerta se cerró detrás de él
con un conjuro, sellando el sonido de las conversaciones provenientes
del salón.
Snape dio un sorbo a su
vino: excelente, aunque distante del mejor de la cava Malfoy.
—Un hábito
necesario en mi actual profesión.
—Estoy seguro de
que lo es. —Lucius dio un trago a su propia copa—. Bien,
no te retendremos demasiado esta noche. No querríamos que Dumbledore
tuviera que esperar despierto hasta tarde. —El rostro de Malfoy
no evidenció nada.
Severus le ofreció
su gesto más amigable.
—Mantener tu invitación
en secreto habría sido un tanto más sencillo si no la
hubieras enviado por lechuza al gran comedor, Lucius. Pero ya que
lo hiciste, yo...
—Severus, Severus.
—Malfoy sacudió la cabeza—. Estamos solos los dos
aquí; no hay necesidad de fingir. Por supuesto, el viejo está
esperando tu informe de los eventos de la noche. No esperaría
algo diferente.
Severus borró el
gesto, y toda expresión, de su rostro.
—Cuando me pidió
que espiara para él, habría sido bastante extraño
por mi parte negarme.
—Por lo que, naturalmente,
aceptaste pasar la información que pudieras recoger. —Malfoy
giró el vino en su copa, y levantó la mirada con una
sonrisa afable—. Justo como hiciste hace quince años.
Los dedos de Snape se apretaron
alrededor de la copa. La bajó antes de que Malfoy pudiera ver
sus nudillos blanquearse.
—Malfoy, si estás
insinuando que he regresado al servicio de nuestro amo con menos que
un corazón entusiasta...
—Ciertamente no.
Snape no hizo alarde de
su alivio.
—La condición
de tu corazón no me interesa, Severus. —Malfoy aún
sonreía—. Mientras sirvas a los propósitos de
nuestro amo, me importa poco que lo hagas ya sea entusiasta, voluntariamente
o bajo el Imperius. Soy pragmático.
Bajo la piel de Snape,
la marca había comenzado a arder.
—Es a nuestro Señor
a quien debes convencer de tu lealtad, Severus.
Sintió un movimiento
desde la puerta, pero toda conversación exterior había
cesado. Sin mirar detrás de él, Snape se postró.
***
La poción tampoco habría sido de mucha ayuda. Mantuvo
la idea en mente cuando se arrodilló, vomitando, justo dentro
de las barreras, y durante todo el largo camino de vuelta a los terrenos
y a través del castillo: la poción habría sido
igual de inútil. No sería razonable culpar a Albus por
imponérsele.
Y en cualquier caso, Dumbledore
ya lo hizo por él, tan pronto como vio la cara de Snape.
—Severus. Lo siento
tanto. Nunca debí haber insistido en el hechizo. —Snape
se dejó caer en una silla junto al fuego, aceptando mecánicamente
el té que el director le ofrecía.
Snape se rió, una
vez.
—No importa. Con
lo que ocurrió, ninguna de nuestras precauciones era necesaria.
—Mantuvo la taza de porcelana entre las palmas, permitiendo
que lo calentara.
—Severus. Reconozco
los efectos secundarios de...
—Crucio,
sí —lo interrumpió, miró dentro de su taza
de té y evitó la mirada preocupada que sabía
por experiencia Dumbledore estaría dirigiéndole.
—Y aún así,
¿la poción no habría sido de ninguna ayuda?
—No, porque sólo
habría alargado la prueba.
Alzó la mirada para
ver a Dumbledore digerir eso, su ceño nublándose.
—¿No te hicieron
preguntas?
—¿Es el
viejo tan tonto como para creerte leal a él? —La sombra
del Señor Oscuro había descendido cruzando el suelo,
surcando su brazo extendido donde la Marca brillaba, verde—.
¿Y quizá tú incluso te lo creíste? —La
forma de una mano apareció, la delgada sombra de una varita—.
Yo lo sé bien.
—Ninguna perteneciente
a nuestros planes. —Una larga pausa—. Tuve que…
convencerlo de mi lealtad.
Mantuvo el dolor tolerable,
al principio; lo suficiente para que Snape pudiera escuchar y entender
susurros.
—Yo lo sé
mejor que él, Severus. Conocía tu valor cuando te obsequié
esto.
La Marca le quemaba.
Pesar, y quizá una
mirada de arrepentimiento, pasó por el rostro de Dumbledore,
pero sólo dijo:
—¿Y crees
que está convencido?
—Aún tengo
permitido servirle, aunque creo que estoy a prueba, por así
decirlo. Y Lucius sabe que le estoy pasando información a usted.
Dumbledore, maldito fuera,
no dio señal de sorpresa.
—¿Y?
—No quiere que me
detenga. Parece que estoy sirviendo de espía de ambos lados
ahora. —Se rió de nuevo, aunque el sonido amargo salió
más fuerte y sin aliento de lo que pretendía—.
Me pregunto en qué me convierte eso. ¿Un agente triple?
—Severus. —Dumbledore
lo miró por encima del filo de sus lentes un largo momento—.
Incluso dados los eventos de esta noche, tú eres el único
de nosotros que tiene una esperanza razonable de entrar al círculo
interno de Voldemort. Pero aún así, Severus… si
no es demasiado tarde para que renuncies a tu rol, sin arriesgar tu
seguridad, la decisión sigue siendo tuya.
La Marca llameó
con un dolor que caló hasta la médula de Snape. La sombra
había descendido más abajo, y la voz había hablado
a su oído.
—Puedes huir
de mí, Severus, pero estoy en tu sangre y en tus huesos, y
tarde o temprano regresarás. Ruega para que sea suficientemente
piadoso para aceptarte de nuevo cuando lo hagas.
—¿Mía?
—Snape sacudió la cabeza—. Éste es tu juego,
Albus. Y te toca mover. —Snape bajó la taza de té
y se levantó, sintiendo el movimiento en cada músculo
y articulación—. Ya es muy tarde, y como no tengo información
nueva que transmitir, creo que te daré las buenas noches.
***
La puerta de Lupin estaba
cerrada, por supuesto, pero sólo con un seguro, y se abrió
fácilmente ante el alohomora de Snape. El lobo lo
miró desde la ventana, el pelo erizado y mostrando los dientes.
Snape mantuvo la varita fuera, notando que la mano que la sostenía
temblaba ligeramente.
—Lupin. —El
lobo olfateó el aire. Dio un lento paso hacia delante, y luego
otro, aunque cerró los labios sobre sus dientes. A qué
diantres estás jugando, exigió saber el Salazar
interior. El lobo lo observaba como si hiciera la misma pregunta—.
Remus. Soy Severus. Me conoces.
El lobo se sentó
sobre las patas traseras a unos pocos metros de Snape, y lo miró
con expresión ilegible.
—He venido…
Black aún está lejos, he pensado que tal vez apreciarías
la compañía. —Más te vale que el lobo
no distinga cuán fútil suenas, dijo el Salazar
interior. Nada cambió en la mirada vidriosa del lobo. Snape
bajó su varita—. Sé que yo lo haría.
El lobo se acercó
y tocó la mano de Snape, como un gato demandando atención.
Snape se arrodilló y acarició su cabeza.
—Me dijiste que te
ayudara a recordar quién eres, anoche. —Respiró
hondo, inhalando el cálido y franco aroma de la piel, y un
aroma a bosque que de alguna manera se había adherido al lobo,
incluso en la Torre de Gryffindor—. Esperaba que pudieras devolverme
el favor.
Se retiró la manga
izquierda. La Marca se había desvanecido, pero aún se
estremecía bajo la piel; muy probablemente, los mortífagos
estarían en la mansión Malfoy hasta el amanecer. Durante
las secuelas de la cruciatus, el ansia de unírseles
se había convertido en dolor físico, los sensibilizados
nervios sintiendo cada kilómetro de la distancia que lo separaba
del Señor Oscuro. Aparecerse había sido como raspar
su piel hasta dejar carne viva contra ásperas rocas.
—Los repudié,
hace años. Renuncié a todo aquello. No quiero volver
nunca. Eso lo tengo más claro que nada. Pero la cosa bajo mi
piel, no. Especialmente en noches como ésta. —Levantó
la vista de la Marca hacia los ojos café del lobo—. Sospecho
que esto debe de sonarte a algo.
El lobo inclinó
la cabeza desordenada y lamió el antebrazo de Severus. El roce
de lija de su lengua contra la tierna carne era un nuevo dolor, magnificado
por sus nervios cansados, pero lo sintió como bendición.
—Gracias. —El
lobo levantó la vista hacia él. Ahí va una
teoría derrocada, dijo Salazar; darle las gracias a un
hombre lobo en su forma bestial se consideró una vez una cura
para la licantropía, entre los muggles medievales. Pero algo
pareció cambiar en los ojos del lobo, surgió una especie
de brillo de comprensión que no estaba ahí antes. O
al menos tú esperas que no, dijo el Salazar interior;
ambos sabemos que nunca habrías dicho nada de eso si pensaras
que podía entenderte.
A lo mejor lo habría
hecho, pensó Snape. A lo mejor.
—¿Puedo quedarme
contigo esta noche? —El lobo acarició con el hocico su
palma brevemente y azotó la cola sobre el suelo una vez—.
Me tomaré eso como un sí. —Snape se puso de pie
y avanzó hacia el sillón que había ocupado la
noche anterior, pero el lobo lo detuvo con una pata sobre el bajo
de su túnica—. ¿Qué? —El lobo cruzó
la habitación de un salto y se paró en la puerta abierta
de la habitación de Lupin. Snape lo siguió, vacilante.
El lobo saltó sobre el pie de la cama, y dio tres vueltas antes
de hacerse un ovillo. Luego subió la vista hacia Snape, expectante.
Éste titubeó en la entrada—: ¿Estás
seguro? —El lobo giró la cabeza con lo que debió
de haber sido exasperación—. Está bien. —Snape
se sacó los zapatos y la túnica y se estiró en
la cama de Lupin. El lobo se enroscó contra él, una
pesada presencia cálida y reconfortante. Un ser que confiaba
en él. La confianza de un hombre lobo, pensó…
Pero en realidad, dijo Salazar, ¿qué ser
necesita ser más cuidadoso con su confianza?
Y con esa idea, Snape durmió.
***
Se despertó al amanecer
con el temblor de la cama cuando Lupin se retorció en su trasformación.
Levantó la cabeza de la almohada para ver a un Lupin completamente
humano, desnudo y tembloroso y no realmente despierto, enrollarse
en un pliegue de la manta y acurrucarse contra Snape. A pesar de las
capas de sábanas, podía sentir la calidez de Lupin,
una presencia tan sólida y reconfortante como lo había
sido la del lobo.
Confort. ¿Cuándo
se había vuelto lo suficientemente débil para necesitarlo?
Había recibido muchos crucios antes —durante
más tiempo del que había tenido que aguantar esta noche—,
y nunca había sentido la necesidad de arrastrarse a la cama
con el primer cuerpo cálido que encontrara. El primer cuerpo
cálido, resopló el Salazar interno. Lo dices
como si estuvieran haciendo fila, todos tus buenos amigos, esperando
la oportunidad de reconfortarte.
¿Y cuándo
he necesitado una manada de amigos? He pasado por una guerra yo solo,
pensó. Puedo manejar esto esta vez, también. Puedo alejarme
de Lupin y su maldita amabilidad ahora mismo.
¿Entonces por qué no lo has hecho?, exigió
saber Salazar. Habrías podido haberte desecho de Lupin cuando
vino a tus habitaciones hace tres noches. Unas palabras bien escogidas,
y nunca hubiera vuelto a molestarte otra vez con su interés;
unas cuantas más y nunca hubiera vuelto a hablarte de nuevo.
Lo dejaste entrar, Snape. Aceptaste su perdón y su confianza
y estás listo para aceptar lo que sea que te ofrezca cuando
despierte. No me digas que puedes irte; por supuesto que puedes. Podrías
hacerlo ahora, salir de la cama y volver a las mazmorras. No se despertará.
Es sábado, pensó
Snape. No hay necesidad de arriesgarse.
Entonces deja de cuestionar
tus propias decisiones, dijo Salazar. No es propio de los
Slytherin.
Cuando volvió a
despertar, era ya media mañana y Lupin lo observaba.
—Severus.
—Lupin. Espero no
ser una molestia.
—Para nada. Ya te
lo he dicho, Severus, agradezco tu compañía durante
mis transformaciones. —Una esquina de la boca de Lupin se alzó—.
Y además, debes saber que he estado esperando despertarme y
encontrarte en mi cama desde hace ya bastante tiempo.
Snape fue repentinamente
muy consciente que Lupin estaba aún desnudo.
—Te he estado mirando
dormir. —Lupin se estiró y alejó un mechón
de cabello del rostro de Snape. Sus dedos vagaron por su mejilla—.
Yo… —Lupin dobló las manos sobre el regazo cubierto
por la sábana—. Quizá debiera ponerme algo de
ropa.
—En realidad…
—Snape se sentó, muy lentamente—. Estaba empezando
a pensar que yo tenía demasiada ropa. —El rostro de Lupin
mostró sorpresa, pero nada más; lo miró durante
un largo momento, pero no dijo nada—. Quiero decir —dijo
Snape, desviando la mirada—, si tu oferta sigue en pie.
Lupin capturó su
barbilla y buscó su rostro con una mirada muy similar a la
del lobo.
—Sigue ahí.
—Su expresión se suavizó—. Es sólo
que no se qué te sucedió anoche, Severus. No tienes
que contármelo, por supuesto, pero… —Sonrió,
algo tentativamente—. Sé que no vas a acusarme de aprovecharme
de ti en un momento vulnerable, pero para mi propia paz mental, por
favor, dime que no estoy haciendo exactamente eso.
Snape deseó poder
iniciar todo esto con una sola palabra, poder entregarse a la misericordia
de Lupin, la misericordia del extraño cobijo de sus sentimientos.
Pero fue con aterradora deliberación, una casi dolorosa conciencia
de sus movimientos, que tomó el rostro de Lupin entre sus manos,
se inclinó y lo besó.
¿Serían los
últimos efectos secundarios de la cruciatus los que
le permitían sentir cada contorno de la boca masculina contra
la suya, sentir el cálido aliento de Lupin y su pulso acelerado?
Snape no lo sabía; no pudo pensar más una vez que Lupin
abrió la boca y separó con mimo los labios de Snape,
lamió su paladar con una hábil lengua.
Se separaron; Snape inhaló,
jadeante.
—¿O querías
decir verbalmente?
A Lupin le dio un acceso
de risa; Snape notó con cierta satisfacción que la respiración
de Lupin era tan rápida y superficial como la suya.
—Con esa voz, puedes
decir cualquier cosa que quieras y yo escucharé. Extasiado.
—Reposó la frente contra el hombre de Snape.
—Lástima que
no tenga la más mínima idea de qué decir en esta
clase de situación —murmuró Snape.
Lupin lo miró con
una sonrisa nada tentativa.
—Las palabras tienden
a perder su utilidad en estos casos. —Pasó una mano a
través del cabello de Snape, y delineó la línea
de su garganta con la otra, en un movimiento que hizo que Snape dejara
de respirar y cerrara los ojos—. Supongo que si quiero escuchar
tu voz en mi oído de nuevo, sólo tendré que descubrir
qué te hace gemir, ¿verdad? —Y sin esperar respuesta,
comenzó a desabrochar el cuello de Snape, inclinándose
para ungir cada centímetro de piel que desnudaba con un beso
trémulo.
Snape dejó caer
la cabeza hacia atrás, dejó que sus manos reposaran
en los hombros de Lupin, mientras los besos bajaban por su garganta
y clavícula. Las manos de Lupin trabajaban los botones de su
camisa, su boca caliente dejaba besos en su torso conforme éstos
se abrían. En un momento la camisa desapareció, y estaba
temblando.
—¿Frío,
Severus? —Lupin tiró de él, acariciando su espalda,
presionando piel contra piel desnuda; su energía, la sólida
calidez, pareció ir directa a los huesos de Snape. Lupin enterró
su rostro en su cuello, lamiendo y acariciando camino arriba. Un tirón
de labios en el lóbulo hizo jadear a Snape. Lupin rió,
una risita sofocada que el otro hombre sintió más que
escuchó, y lo hizo de nuevo. Un giro de la lengua de Lupin
en el hueco del oído se fue directo a la ingle de Snape; éste
se apartó y, tomando la cabeza de Lupin en sus manos, se inclinó
por otro beso. Esta vez comenzó a delinear la boca del hombre
con su propia lengua: la suavidad de los dientes, el largo arco del
paladar, la firme y enérgica lengua que peleaba con la suya.
La mano de Lupin, atrapada entre sus cuerpos, trazó lentos
círculos contra su pecho. Rozó un repentinamente duro
pezón, y Snape jadeó en la boca de Lupin.
Éste dejó
ir su boca, pero sólo para dejar caer besos hacia abajo del
cuello de Snape; besos fieros, tan hambrientos como suaves habían
sido los otros. En la unión del cuello y el hombro, mordió;
Snape gritó.
—¿Severus?
—Lupin alzó la vista con preocupación.
Al cerebro de Snape le
llevó un momento registrar el hecho de que a Lupin le preocupaba
haberlo lastimado.
—Me ha gustado —podía
oír la incredulidad en su propia voz.
Lupin lamió las
marcas que iba dejando, aunque Snape no podía saber si era
por satisfacción o arrepentimiento, pero se sentía increíble.
Lupin se alejó.
—Antes de que esto
se ponga más interesante, necesito traer algo. —Se levantó
y desapareció a través de una puerta oculta en los paneles
antes de que los ojos de Snape tuvieran oportunidad de registrar más
que piel pálida y movimiento fluido. Snape trató de
desenredar las sábanas, pero después de unos pocos vanos
intentos se conformó con tirarlas de la cama en un montón
revuelto sobre el suelo.
—Iba a preguntar
si aún estás seguro de esto, pero dada tu impaciencia…
—Lupin permaneció en la puerta del baño, sosteniendo
un pequeño tarro de vidrio y su varita. Desnudo, y gloriosamente
excitado. Se quedó ahí un momento, regalando a Snape
una mirada enloquecedoramente calmada y firme. Yo he provocado eso,
pensó Snape, al mismo tiempo que Lupin hablaba—…
creo que puedo asegurar que lo estás.
Lupin dejó el tarro
y la varita sobre la mesilla de noche, y se arrastró por la
cama hacia donde estaba sentado Snape. Se arrodilló junto a
él, se acercó a besar su hombro y rozó los pulgares
suavemente sobre sus pezones.
—Aunque aún
vistes mucha ropa. —Deslizó las manos por los costados
de Snape casi rozándolo, hasta la cintura de sus pantalones.
Snape iba a desabrochar la bragueta, pero Lupin alejó sus manos
de un empujón—. Permíteme. —Con agonizante
lentitud, desabrochó los botones; para cuando finalmente tuvo
los pantalones abiertos, éstos estaban casi intolerablemente
apretados. En los oídos de Snape, la sangre rugía, rápida
y fuerte—. Parece que he metido la pata —murmuró
Lupin. Acarició a Snape a través de la tela de sus bóxers,
y Snape se estremeció y dejó que su cabeza cayera sobre
el hombro de Lupin—. Eres bastante imponente, Severus. —Snape
empujó las caderas hacia la caricia de Lupin, y le sintió
tirar de los pantalones hacia abajo y retirarlos. Cayó sobre
el colchón, jadeando, mientras el otro se abalanzaba, sentándose
a horcajadas sobre él y capturando su boca en el beso más
exigente que había recibido.
Piel contra piel. El contacto
era abrumador, y le llevó largos momentos identificar todas
las sensaciones, el calor del cuerpo de Lupin, y el peso sobre él,
la dureza del músculo y la sorprendente suavidad del vello
del pecho, la calidez de su erección empujando ahí
en el abdomen de Snape. Arqueó la espalda, apretando los hombros
de Lupin cuando su propia erección rozó la del otro
hombre, sólo una delgada capa de algodón entre ellos;
Lupin gimió dentro de su boca, y luego rompió el beso.
—Severus.
Bajó la cabeza para
tomar un pezón en su boca; eso hizo que la respiración
de Snape se atascara en su garganta. Las manos de Lupin acariciaron
sus costados, regresando una y otra vez a los lugares que le hacían
jadear. El sensual asalto continuó, la boca de Lupin viajando
primero al otro pezón, y después lentamente a su estómago.
Para cuando Lupin alcanzó
el elástico de sus bóxers y los bajó, toda la
deliberación de Snape lo había abandonado hacía
rato. Su respiración era entrecortada y balbuceante, sacando
retazos de sonido de él, gritos a medias que caían como
piedras de su boca. El primer toque de la lengua de Lupin en su miembro
provocó un gemido ronco sin palabras. Después de eso,
Snape no pudo decir cuánto del rugido en sus oídos lo
hacía su propia voz, no pudo siquiera separar las sensaciones
que le arrancaban la boca y las manos de Lupin: toda sensación
en su cuerpo colapsó en un revoltijo de calor y humedad y resbaladizo
y caliente y bueno, tan bueno, tan…
Se estaba corriendo, con
fuerza, sus caderas sacudiéndose, su cuerpo entero arrebatado
y agitado. Mientras los últimos espasmos lo sacudían
notó que la boca de Lupin aún lo sostenía, que
aún estaba sacando las últimas gotas de su placer. Colapsó
contra la cama cuando Lupin lo liberó, y le sintió más
que le vio arrastrarse por la cama e inclinarse sobre él.
—¿Severus?
Abrió los ojos.
—Remus. Dios mío.
Lupin enroscó un
dedo en el escaso vello de su pecho.
—¿Quieres
saber a qué sabes? —Se inclinó a por un beso,
uno tentativo. Su boca estaba salada y ahumada y almizclada. Su propio
sabor en la lengua de Lupin parecía más sorprendente
íntimo incluso que la boca de Lupin en su polla. Snape se retiró,
aún jadeando.
—Remus. Eso ha sido…
—Sacudió la cabeza. Rizos de cabello, enroscándose
por el sudor, cayeron sobre sus ojos—. No sé qué
decir.
Lupin echó hacia
atrás el cabello de su rostro.
—Una rara confesión.
Me siento honrado.
—Estas sonriendo,
Lupin. —Snape posó una mano sobre su hombro y se sentó,
lentamente, empujando al complaciente Lupin sobre su espalda—.
Quizá deba hacer algo al respecto.
La sonrisa de Lupin creció,
sin embargo sus ojos estaban entornados y oscuros. Se acomodó
en las almohadas.
—Haz lo peor que
sepas.
Snape no dijo nada, meramente
lo inmovilizó con una mirada. Lupin tragó. Se dejó
embeber en la vista del cuerpo de Lupin. Como Snape, Lupin aparentaba
más años de los que tenía: había delgadas
líneas alrededor de sus ojos brillantes, gris en el cabello
que caía sobre su frente. Más gris en el fino cabello
que cubría su pecho, en los rizos que crecían, más
espesos y ásperos, alrededor de su erección. Gris, y
plata; gotas de rocío brillaban entre el pelo, y mientras lo
miraba otra gota rodó de la punta de su pene, para caer y estrellarse
en el parapeto de rizos bajo el ombligo. Un estremecimiento visible
corrió por la piel del vientre de Lupin. Sus pezones color
café se contrajeron, tensándose desde sus pectorales;
sobre su hombro, el contraste entre cicatrices blancas y piel sonrojada
hizo bombear el corazón de Snape. Y la forma de ese hombro,
las líneas del músculo correoso, la perfecta, frágil
línea de su garganta, tirante y lineal y brillando con sudor…
—Dios, Severus, la
forma en que me miras. Siento tus ojos sobre mí. —Los
labios de Lupin estaban abiertos, sus ojos casi negros—. Podrías
hacer que me corriera sin tocarme siquiera.
Snape dejó que sus
labios se curvaran en lo que debió haber sido una sonrisa.
—Espero que no esperes
que lo haga.
La piel de Lupin estaba
cálida y húmeda por el sudor; las cicatrices estaban
frías y sólidas cuando Snape lentamente las trazó
con la punta de los dedos. Repartió caricias suaves por el
pecho de Lupin, bajando por sus brazos, hacia arriba y abajo de su
cuello, delineando su cuerpo, consignando el tacto en su memoria —el
punto bajo su brazo donde una caricia lo hacía jadear, el lento
circular de un pezón que lo hacía gemir, la línea
bajo su garganta donde la punta de un dedo sacaba un gimoteo, un sonido
estrangulado y necesitado que le recordaba al lobo en la ventana.
El rápido latido de la vena en su pene, y el toque ligero a
lo largo de éste que le hacía sisear—. Yo he hecho
esto, pensó Snape, tomando el cálido peso del miembro
de Lupin en su mano. Lo he hecho sudar y jadear y retorcerse y gemir.
Lo he puesto duro. El sentimiento de poder era vertiginoso, aunque
era un salvaje e incontrolado poder, como alguna magia nueva que apenas
había comenzado a manifestarse.
—¿Remus?
—Lo que sea. —Lupin
levantó la cabeza para enfrentarse a la mirada de Snape y sus
ojos entrecerrados—. Lo que quieras, Severus.
Snape cerró los
ojos e inhaló.
—Creo que en algún
momento dijiste algo sobre tirarme sobre la alfombra de la chimenea
y tomarme.
El pene de Lupin se agitó
en su mano.
—Sí. Dios,
sí. —Snape abrió los ojos; los labios abiertos
de Lupin se habían curvado en una sonrisa—. Pero, ¿podemos
obviar la parte de la alfombra? Realmente, no quiero salir de esta
cama. —Se estiró para meter una mano ente el cabello
de Snape y tirar de su cabeza hacia abajo buscando un beso sin aliento;
su otra mano se posaba contra la espalda de Snape y lentamente lo
apretaba en un abrazo.
Piel contra piel. Cálida
piel desnuda, y la erección de Lupin presionando contra su
estómago, y besos ligeros con la boca abierta, difícilmente
más que un intercambio de alientos calientes, pero que lo encendían
de todos modos; sintió su propio pene agitándose de
nuevo. Las manos de Lupin contra su pecho y hombros, y el mundo girando
a su alrededor; de repente Snape estaba sobre su estómago,
la cara hundida entre las almohadas, y levantando la cabeza encontró
una sombra cerniéndose sobre él, al otro lado de un
brazo extendido…
—Severus. Severus,
¿qué ocurre? —La voz de Lupin. Ergo,
la sombra de Lupin. Snape se percató que estaba aferrando las
sábanas con dedos rígidos, jadeando en lo que debía
de parecer terror abyecto. ¿Parecer?, murmuró
Salazar, prueba con ‘es’.
Con un poco de esfuerzo, Snape soltó los dedos y rodó
sobre su espalda. Su incipiente erección había desaparecido.
—No pasa nada.
—Y un cuerno que
no. Nunca había visto nada aterrorizarte de ese modo. —Lupin
le tocó la mano, tentativamente—. Si no quieres hacer
esto…
—No. —Severus
aferró la mano de Lupin con la suya—. Quiero. Es sólo…
—Es sólo que he confundido tu sombra con la del Señor
Oscuro, eso es todo. Es sólo que no puedo yacer boca abajo
sin recordar el cruciatus con cada nervio y fibra y poro.
Sólo que siento que mi carne sale huyendo de mi control por
segunda vez desde la puesta de sol, y es difícil no hacer comparaciones—.
Sólo necesito poder verte la cara.
No era una explicación,
pero Lupin no lo presionó.
—Está bien.
Si estás seguro. —Levantó la mano de Snape y la
besó; después desenredó sus dedos y besó
la palma. El beso pareció eliminar algo de su miedo remanente.
Lupin lamió su palma, delicadamente, siguiendo las líneas
tan cerca como cualquier quiromántico. Succionó sus
dedos dentro de su boca, uno por uno, mordisqueó la ligadura
de su pulgar, lamió el pulso de su muñeca. Snape se
tensó, recordando qué mano sostenía Lupin, pero
éste continuó avanzando, siguiendo las venas en dirección
ascendente por su antebrazo. La Marca estaba en reposo, no más
brillante que un tatuaje muggle. No se sentía diferente de
la piel de alrededor, bajo la lengua de Lupin. No se sintió
diferente cuando depositó un beso sobre las mandíbulas
del cráneo vigilante. No se sintió como nada más
que la propia piel del hombre. Snape se dio cuenta de que estaba temblando.
Lupin encontró sus
ojos.
—¿Realmente
pensabas que huiría de esto? ¿Después de la noche
de ayer?
Snape levantó la
mano y trazó las cicatrices del hombro de Lupin.
—No.
Lupin agachó la
cabeza y presionó un beso en la cara interna del codo de Snape.
Para cuando hubo alcanzado su hombro, Lupin yacía sobre él,
sus piernas enredadas, su erección presionando contra el muslo
de Snape, la de Snape empujando el estómago de Lupin. Besó
la sien del licántropo, mordisqueó su oído, acarició
su cabello gris naciente, mientras los labios de Lupin lentamente
trabajaban por su hombro, hacia arriba de su cuello, deteniéndose
por aquí y allá en su mandíbula, su barbilla,
finalmente llegando a posarse sobre su boca. El beso comenzó
suave, sólo un roce de labios, antes de que el uno o el otro
pudieran retirarse, pero para cuando hubo terminado, los dedos de
Lupin aferraban sus hombros lo suficientemente fuerte como para dejar
un moretón, mientras las propias manos de Snape, que habían
bajado a las nalgas de Lupin, estaban presionando fuertemente sus
ingles.
Lupin se retiró,
jadeando, y se sentó sobre los talones entre las rodillas de
Snape. Levantó el rostro y dejó escapar una breve carcajada.
—Podría acostumbrarme
a verte así, Severus. ‘Besado hasta la locura’,
es un buen look para ti.
Severus no pudo detener
el empuje de sus caderas hacia la calidez perdida del cuerpo de Lupin.
—Creo
que preferiría intentar el ‘corrompido a fondo,’
si no te importa.
—En lo más
mínimo. —Lupin tomó el tarro de vidrio de la mesa
de noche y lo abrió; Snape pudo oler aloe, helianthus (1)
(sus fosas nasales prestaron atención), eucalipto…—.
Antes de que lo preguntes, sí, ésta es una de la tuyas.
—Con una sonrisa ladeada, Lupin tomó un poco del espeso
liquido; la base de la savia para quemaduras de Poppy y otros varios
ungüentos curativos, en los dedos—. Honestamente, Severus,
espero realmente que no estés pensando en pociones ahora mismo.
—Arrastró un dedo embadurnado por debajo del glande de
Snape. Y siguió bajando, entre sus testículos, y atrás,
y más atrás.
—Ya… no. —Snape
se sintió bastante orgulloso de su capacidad para formar palabras
coherentes, cuando el dedo de Lupin lo estaba acariciando ahí,
un enloquecedor toque ligero, aún sin moverse para penetrar,
pero suficiente para hacerlo retorcerse.
—Bien. —Presionó,
muy suavemente, y se deslizó al interior—. Porque si
fuera así —un toque circular, movimiento lento…
¿Cómo podía el delgado dedo de Lupin sentirte
tan inmenso dentro de él?—, tendría que darte
algo más en que pensar. —Y presionó hacia arriba,
hacia…
—Mmmm. Sabía
que encontraría lo que te hace gemir.
¿Estaba gimiendo?
Probablemente. Cualquiera gemiría, sintiendo… Oh, sí.
Lupin la presionó de nuevo —parecía haber insertado
otro dedo—, y Snape arqueó la espalda, su cabeza cayendo
en la almohada. Tenía que ser la… oh, Dios, sí,
la cómosellama. Glándula prostática. Había
leído que podía ser una gran fuente de… oh, Dios…
— … placer.
—Lupin estaba diciendo algo. Había estado diciendo algo.
No parecía importante que respondiera. Los dedos de Lupin se
movían más rápido ahora, dentro y fuera, golpeando
ese punto sensitivo con cada empujón, y enviando el pensamiento
racional lejos. Lupin había dicho algo más, y Snape
se percató de que lo estaba mirando como si esperase una respuesta.
Aunque no había nada que decir, excepto…
—Más.
¿Era así
como sonaba su voz?, pensó Snape. ¿Tan ronca y profunda
y suplicante?
Los dedos de Lupin salieron
abruptamente.
—¿Estás
seguro, Severus? —Mientras hablaba, se acariciaba a sí
mismo con una mano resbaladiza, previendo la respuesta de Snape.
Snape trató de proyectar
todo su vacío y su frustración en una mueca.
—No, maldita sea,
acabo de cambiar de opinión. Por el amor de Merlín,
Lupin… —Y Lupin estaba ahí, entre sus rodillas,
colocando las piernas de Severus sobre sus hombros, mirando dentro
de sus ojos—. Remus. —Presionando contra él con
la cabeza chata de su polla—. Fóllame.
Lupin se mordió
el labio y cerró los ojos, y lentamente, muy lentamente, comenzó
a presionar hacia adentro. Debo de estar partiéndome en pedazos,
pensó Snape. Recordó los dientes del lobo retrayéndose
en mandíbula humana. Esto debería ser imposible. Lupin
se deslizó otra pulgada hacia dentro y golpeó su próstata,
arrancándole un jadeo de placer. Una mirada de preocupación
cruzó el rostro de Lupin, pero antes de que pudiera detenerse
Snape empujó sus caderas hacía abajo, empalándose
él mismo en un súbito golpe, hasta que sintió
el raspar de pelo áspero contra su piel.
Lupin se quedó muy
quieto, recuperando el aliento. El sudor perlaba su frente.
—¿Severus?
—Me estaba cansando
de asegurarte que estoy bien.
—Entonces no volveré
a preguntar. —Y no lo hizo; simplemente se retiró y lentamente
se empaló de nuevo.
El empujón a su
próstata envío placer a lo largo de la médula
de Snape, y la fricción —otra embestida, un poco más
rápido esta vez— originó un placer completamente
diferente, uno cálido, encendido y —otra embestida; la
encontró con un movimiento de sus propias caderas— creciendo
en un fuego lento en su vientre e ingle. Lupin cambió, recargándose
sobre sus codos, suficientemente cerca para besar los labios abiertos
de Snape. Bajo sus manos, podía sentir el juego de los músculos
en la espalda de Lupin. Se inclinó hacia el beso, encontrándole
embestida por embestida. Su pene estaba presionado contra el abdomen
de Lupin, atormentado por la línea de rizos bajo su ombligo.
—Más —articuló
contra la barbilla de Lupin.
Creyó oír
a Lupin gruñir gravemente en su garganta. Fue lo último
de lo que estuvo por completo seguro; después, todos sus sentidos
excepto el tacto fueron ahogados en el torrente de sensaciones que
siguieron; la fricción y la calidez, el peso del cuerpo de
Lupin y el calor de su respiración, y el ritmo que consumía
su pulso y respiración, su ser entero, el flujo y reflujo y
embestir y retirar y ahí, justo ahí, con cada
golpe, ahí…
El clímax que lo
embargó fue intenso, y las réplicas parecían
seguir y seguir, una nueva reserva de placer golpeada con cada embestida.
Abrió los ojos y vio los de Lupin, vastos y oscuros.
—Tu rostro cuando
te corres, Severus, desearía que pudieras verlo —Respiraba
en jadeos entrecortados—. Tan increíble. —Aún
estaba caliente y pleno y bien, y el cuerpo de Lupin en sus brazos
estaba aún tibio y sólido, y temblando de necesidad.
—Entonces déjame
verte a ti. —Levantó un brazo y trazó la línea
de la mandíbula de Lupin—. Córrete para mí,
Remus.
Otra embestida, y otra,
y Lupin lo hizo. Sus ojos permanecieron abiertos, fijos en los de
Snape, incluso cuando tembló y se derramó dentro de
su cuerpo. Se retiró sólo lo suficiente para que dejara
caer sus piernas antes de colapsar contra el pecho de Snape. Éste
pasó los brazos por la espalda de Lupin, acariciando vagamente
su hombro. Se dio cuenta que había mimado al lobo del mismo
modo, pero no pareció molestarle.
No supo cuánto tiempo permanecieron así antes de que
Lupin se estirara para tomar su varita y murmurara un encantamiento
para eliminar la semilla casi seca de sus cuerpos y sábanas.
Se volvió a acostar, reposando su cabeza sobre el hombro de
Snape.
—Podríamos
intentar esto en la alfombra, la próxima vez, si de verdad
quieres. —A Snape le llevó un momento recordar de qué
diablos estaba hablando. Lupin pareció malinterpretar su pausa,
y miró hacia arriba con una expresión cuidadosamente
neutral—. Asumiendo, por supuesto, que quieras que haya una
siguiente vez.
Snape apretó el
brazo alrededor de la cintura de Lupin.
—Sí.
Lupin se acurrucó
más cerca, entrelazando sus piernas con las de Snape. Hubo
otra pausa larga.
—Bien. Podría
acostumbrarme a esto.
Yacieron juntos, sin hablar.
Lupin parecía entrar y salir del sueño; Snape lánguidamente
acariciando la espalda de Lupin. No estaba seguro de cuánto
tiempo se quedaron ahí, ni siquiera de si habían estado
dormidos o despiertos, cuando el aguijoneo de la Marca lo alarmó.
Más suave que la noche anterior –sólo un pequeño
grupo, tres o cuatro—, pero seguía ahí, llamándolo.
Podía sentir a los mortífagos como ojos ocultos, observándolo.
En aquella dirección… En ángulo con el sol. Norte.
Azkaban, quizá…
—¿Severus?
—Lupin estaba inclinado sobre sus codos, estudiándolo.
—No es nada —dijo
Severus. Espetó, se dio cuenta después. Lupin parecía
escéptico. Viejos hábitos, pensó Snape. Todos
esos hábitos que he cultivado para mantener a la gente fuera.
Voy a tener que reconsiderarlos todos ellos, si quiero dejar entrar
a una persona.
—Me llevará
algún tiempo acostumbrarme a esto.
—¿A qué?
—A no decirte que
te metas en tus malditos propios asuntos. —Lupin parpadeó,
con sorpresa evidente—. Asumiendo, por supuesto, que…
—Sí. —Lupin
presionó su palma contra el pecho de Snape. —No tengo
por costumbre dormir con personas con las que no desee hablar, Severus.
De hecho, no tengo por costumbre ofrecerme a las personas del modo
que lo hice contigo, pero… bueno, traté el acercamiento
de ‘vamos a poner nuestras diferencias tras nosotros y ver si
podemos ser amigos’ sin éxito. Dos veces. Tres, si cuentas
nuestro sexto año.
—Ya veo. Entonces
sólo estas fingiendo interés en mi cuerpo para llegar
a mi mente.
—Cretino. —Deslizó
la mano hacia el cuello de Snape, apartando un mechón de cabello
de su cara—. No hay nada minúsculamente falso acerca
de mi interés por tu cuerpo. —Dejó que su mano
reposara cerca de la mejilla de Snape durante un momento—. Ni
por tu mente. —Lupin se reclinó contra la almohada de
Snape, dejando que sus dedos se enredaran entre el cabello—.
Cualquier cosa que quieras decirme, Severus, la escucharé.
No se trata de querer,
pensó Snape. ¿Puede pensar que quiero arriesgarme de
este modo, después de todo este tiempo? Ni siquiera todos estos
placeres matutinos serían suficientes para hacerme derribar
las barreras que he construido. Si tan sólo Voldemort no estuviera.
Si no necesitara de una penitencia, después de quince años
trabajando para merecer la confianza de Albus. Si no necesitara saber
que mi muerte le importaría a alguien más que al viejo
hombre de quien soy devoto peón.
Es una cuestión
de necesitar un ancla contra la negra resaca en mi sangre. De necesitar
una voz que me pida volver. Que me recuerde quién soy. De necesitar
a alguien más que anhelar, cuando la Marca despierte y amenace
con llevarme. Necesitar demostrar que mi cuerpo me responde a mí,
incluso cuando la marca llegue hasta el hueso. Necesitar un toque
que no sea un tormento. ¿Cuándo ha sido mi vida algo
tan simple como querer?
Pero eso no lo dijo en
voz alta.
—Ya fue bastante
difícil hablar con el lobo. Y no estoy acostumbrado a ofrecer
información, mucho menos de mí mismo. —Lupin se
puso tenso junto a él. Severus levantó un brazo y sujetó
su mano, a pesar de que no podía verlo. La sostuvo firmemente,
y sintió a Lupin relajarse, enroscándose contra él—.
Vas a tener que hacer las preguntas, Remus. Sin embargo, prometo que
intentaré responder.
Fin
——————
(1) Helianthus: El género Helianthus
L. abarca 51 especies y varias subespecies en la familia de las Compuestas
(Asteraceae), todas las cuales son nativas de Norteamérica.
Incluye especies anuales, tales como el girasol cultivado, y perennes,
como el topinambur. Vuelve.