¿Más Snarry? Vuelve

 

Pero es mejor si lo haces
Por Dracofiend
Traducido por Lena

Ubicación original

 

Nota de la editora: atención, fans del Snarry. Vais a leer un fic muy bien escrito y traducido como se traduce en Intruders. Ahora bien, el argumento y el tono general son duros y despiadados, sin un ápice de romanticismo. No es apto para los corazones más sensibles. Pero gustará a quienes les atraigan las historias oscuras y los darkfics. Si es vuestro caso, no os lo perdáis. Tiene mucha calidad.

 

 

 


Primera parte

—Cincuenta libras, entonces. Tengo prisa —dijo el hombre, ante la perpleja mirada de Harry, sabiendo que veinticinco había sido una oferta muy baja por una mamada, y cincuenta una demasiado alta, incluso por un chico atractivo como aquel.

Todo lo que Harry sabía era que no tenía dinero y que lo necesitaba. Parpadeó tras sus gafas destartaladas y asintió en silencio. Se arrodilló mientras el hombre se apoyaba contra la mugrienta pared.

A sus diecisiete años, Harry debería estar recibiendo la carta del listado de materiales para su último año en Hogwarts; debería estar poniéndose moreno y musculoso en el jardín de los Weasley mientras jugaba al Quidditch. Pero el final de Voldemort y Dumbledore y del sentido común en el mundo mágico le había llevado a estar de rodillas frente a un extraño, desabrochando metal frío y piel húmeda. Había hecho su trabajo: había matado al Señor Oscuro. Entonces, consiguió llegar hasta allí, en la cara oscura de la ciudad, sin varita ni magia ni dinero. Ahora tenía la boca alrededor de carne mullida y aterciopelada.

Harry hizo su trabajo (otra vez), y esta vez le pagaron por ello.

Después, se limpió la boca con la raída manga y arrugó los billetes en el puño. Se escabulló fuera del callejón para buscarse una habitación decente con un colchón decente sobre el que dormir.


***


No era tan mala la sensación tras los primeros días. Harry había sido mediocre en las clases y un patoso en la pista de baile, pero aquello no era el colegio ni el Baile de Navidad. Era trabajo, y los movimientos eran fáciles de aprender. Una sacudida de la cadera derecha. Una sacudida de la cadera izquierda. Abrir los muslos. Inclinarse sensualmente. La lenta cadencia, el constante correr de sus palmas contra su piel expuesta... eso le salía bien. Eran aquellos otros dedos manoseadores, los técnicamente prohibidos por las reglas de la casa, los que hacían tan malditamente difícil el baile sobre los regazos. Le recordaban a... le traían recuerdos. Así que Harry se concentró en la música, en los borrosos cuerpos esperándole, y miró con sus ojos sin gafas mientras sus extremidades se contraían.

Al final de la primera semana todos le llamaban Ryder. El primero en una hilera de chicos llamados Ryder por su rápida disposición, así que, ¿por qué era original? Las manos de Harry y sus abdominales y su culo se retorcían automáticamente. Su embotada mente percibía con vago interés la forma en que sus músculos cubiertos de aceite reflejaban la luz al contraerse; la manera en que las gotitas de sudor parecían sensualidad más que miedo en aquella particular borrosidad. Tras la actuación, se lavaba cuidadosamente en la ducha, tal y como los otros bailarines le habían enseñado, y entonces se ponía la ropa y las gafas, y sentía el grosor de las propinas que había ganado.

Al final de la segunda semana, la densidad de sus actos nocturnos se había vuelto cómoda y Harry añadió ojos de “fóllame” a su rutina. No era difícil porque de todas formas no podía distinguir las caras de lascivia de los clientes. No hasta que se arqueaba contra sus pollas endurecidas y, en ese momento, se fijaba más que nada en sí mismo, en tener cuidado de realizar todos los movimientos adecuados, incluso mientras sus ojos le seguían la pista a las sonrisas lascivas y pupilas dilatadas. Si hubiera pensado en ello, se habría dado cuenta de que aquella era una habilidad aprendida directamente de la guerra.

Él no pensaba. Simplemente se movía. Y no era él mismo, aunque lo fuera.

Al final de la tercera semana, Harry supuso que en dos semanas o tres ya habría conseguido lo suficiente como para buscarse un nuevo lugar en el que esconderse. No entraba en sus planes que nadie le encontrara pronto. Por lo último que había visto, el mundo mágico estaba siendo invadido por facciones de antiguos Mortífagos, del antiguo Ministerio, de la antigua miscelánea... todos ellos clamando por el control. Y Harry sabía que él sería considerado como una amenaza o como un producto.

Aquello no era para él. Pero tampoco el baile erótico.


***


Harry montó los muslos cubiertos de tela vaquera, haciendo con los hombros profundas formas de S cuando apretó una nalga y luego la otra. Estaba sentado de espaldas al hombre, curvando y extendiendo su suave columna. Si los movimientos eran todavía mecánicos, nadie se fijaba lo suficiente para darse cuenta porque Harry era jodidamente bueno. Era rápido y perspicaz y aquellos movimientos ahora le pertenecían: el lamerse los labios y la oscilación de caderas que traicionaban lo sano de la juventud que ya había hecho a unos cuantos clientes sugerirle Ryder como nombre.

El hombre bajo él se retorció. Harry deslizó una mano hacia la gruesa entrepierna y frotó el talón de la palma contra el refrenado miembro en el momento justo. Se oyeron gruñidos satisfechos detrás, muy cerca de él. Unos momentos más y el hombre hizo el sonido que siempre devolvía a Harry a la realidad: el crujido de suaves billetes de papel siendo sacados de la cartera y metidos en la hebra de hilo que estaba en torno a sus caderas.

Harry dio un último apretón a la cubierta polla, se quitó de encima y se volvió, con una sensual sonrisa.

—Gracias —sonrió. Reprimió el impulso de estremecerse cuando el hombre alzó una mano para acariciar su aceitoso torso. Una caricia era todo lo que Harry permitía antes de escabullirse apretando el dinero en el puño. Ya no necesitaba entrecerrar los ojos cuando se abría paso entre las mesas y miradas, en busca del siguiente par de muslos dispuestos.

—¡Ryder!

Harry giró la cabeza. Era Valentine, una de las principales atracciones del club.

—Jack te quiere fuera de la pista. Hay un evento especial esta noche y Silk no puede hacerlo. Yo te sugerí a ti. —El rubio, con su pecho desnudo brillando, le guiñó un ojo a Harry—. No tengo que decirte que podrías llevarte a casa a muchos. Si... decidieras que quieres. —Se inclinó para estar más cerca, envolviendo a Harry con su característico olor a azmicle—. Jack no espera que... Pero no le importaría, tampoco.

Harry miró al rubio, considerando la proposición. Un evento especial. Eso significaba que alguien había pagado una habitación privada, lo que no era algo que ocurriese todas las noches, no en un lugar como ese. Eso significaba que había hombres que querían pagar más para obtener más. Eso significaba que Jack mandaba a los chicos con experiencia que podían conseguir que se repitiera el negocio... chicos como Valentine y Silk. Y, aparentemente, Harry. Ryder. Aquello era un gran elogio. Solo llevaba allí tres semanas y todo el mundo sabía que no había ido más allá de bailes inocuos. Lo peor que había hecho hasta el momento era una mamada. Bueno, lo peor que había hecho había ocurrido durante la guerra, e intercambiar sexo por dinero no le exigía tanto, en comparación. Pero Harry no tenía que hacerlo, y no lo haría.

Harry sonrió abiertamente.

—Gracias por elegirme, Val.

Haría un baile privado de primera calidad.

Valentine sonrió y señaló con la cabeza la parte trasera del club.

—Ya están allí. Tíos mayores. Un trabajo de conversación, supongo. —El rubio comenzó a llevarle hacia los vestuarios—. Bien vestidos, también... no son de por aquí. Será una buena noche para tí. —Miró por encima del hombro al abrir la puerta giratoria y le dirigió a Harry una mirada maliciosa—. Podría ser la mejor.

Harry arqueó una ceja mientras seguía al rubio adentro.

—Lo estoy pensando. —No le gustaba la sensación.


***


Harry siguió a Valentine y Hunter por el corto pasillo, sin acostumbrarse a la sensación de llevar pantalones sin ropa interior. Le habían puesto una camisa blanca con cuello (medio abotonada) y una corbata anudada flojamente.

—Tienes que tener algo que quitarte —le dijo Valentine—. Hazme caso. A los mayores siempre les gusta la ropa de colegial. Ojalá yo aún pudiera valer para esto. —No podía tener más de veinticinco.

La sensación remota se asentó cómodamente a su alrededor mientras Valentine llamaba firmemente a la puerta cerrada. Había mucho más silencio allí, con el sonido apagado del contrabajo zumbando a través de las paredes.

—¡Adelante! —Vino una voz de hombre de dentro y el rubio abrió la puerta para que los tres pasasen.

—Buenas tardes, caballeros —ronroneó Valentine. Harry siguió de pie en la borrosa entrada, tras el rubio, sin estar nervioso como en su primer día: sólo completamente alerta a los pies que le diera Valentine. No tenías que ir sabiendo lo que hacer si prestabas atención una vez que estabas allí—. ¿Listos para algo de diversión?

Y con eso alcanzó el estéreo y encendió la música, ya preparada para cubrir el desnudo silencio pero sin ensordecer. El rubio se deslizó hacia las dos figuras vestidas de oscuro que estaban sentadas en un sofá de cuero y Hunter le siguió. Harry dio un paso hacia delante y se paró mientras los ahora indistinguibles perfiles de Hunter y Valentine se separaban, dirigiéndose un bailarín hacia cada hombre.

Ladeó la cabeza para echar una ojeada a la poco iluminada habitación y descubrió a un tercer hombre que estaba recostado en una de las sillas de cuero sin brazos en el lateral. La cara pálida del hombre y sus manos llamaban la atención: eran desagradables manchas blancas contra un lienzo de negro sobre negro. Harry puso aquella habitual sonrisa seductora, olvidando el consejo de Hunter de “hacerse el inocente, quizá un poco asustado”. Fue hacia la silla, al acecho, acariciando la corbata, de forma automática y seductora.

Medio cerrando los ojos, Harry confinó la mirada a la oscura banda de tela que estaba justo bajo el cuello del hombre y empezó a desabotonar lo que quedaba de la camisa. Una sacudida de la cadera derecha. Una sacudida de la cadera izquierda. Abrir los muslos. Inclinarse sensualmente. La camisa se le había bajado de un hombro al erguirse cuando el hombre habló.

—Ven aquí.

Harry frenó en seco. Se quedo helado, porque no podía dejarse caer en una trinchera defensiva, porque no tenía la varita, porque no estaba allí, no estaba luchando, no estaba en la guerra.

—Ven aquí.

Harry no respiraba. Estaba sentado a horcajadas sobre el regazo del hombre, estaba apretando sus anchos y huesudos hombros. Su sonrisa había logrado permanecer fija en su lugar sólo porque se negaba a mirar más allá del dobladillo negro en canalé de la pálida garganta.

—¿Cómo te llamas, chico?

La cabeza de Harry se alzó, como siempre hacía cuando un cliente le preguntaba aquello. No podía hacerse el inocente. No lo era. No podía hacer que estaba asustado. Lo estaba. Los centelleantes ojos negros y la nariz aguileña surgían imponentes con perfecta claridad, incluso sin las gafas. Harry dejó caer los párpados y los siguió viendo. La cabeza y el corazón le latían, asincrónicamente.

—Ryder —dijo, y abrió los ojos para mirar directamente a la cara pálida y burlona de Severus Snape.

—Ryder. —Las letras rezumaron de la lengua del hombre, densas y lentas como los castigos y los puntos restados a las casas—. Permíteme.

Snape echó hacia atrás la camisa sin tocar la piel aceitosa de Harry. Este se la quitó moviendo circularmente los hombros, de forma fluida, como debía ser. El resto de su cuerpo le siguió y Harry dejó que la coreografía llenara la distancia segura y fija entre él y el hombre para el que bailaba.

Aquello se volvió simplemente otro baile erótico en el regazo, así que Harry fue provocativo y sonrió ante los ojos devoradores de su cliente y ante su agradecida erección. Giró y cruzó sus suaves manos sobre sí mismo. Echó la cabeza hacia atrás y se arqueó profundamente, siguiendo el pulso de la música. No se preguntó qué estaba haciendo Snape allí; simplemente se mordió el labio, lo lamió y se levantó del regazo del hombre, listo para quitarse de encima e invertir su posición.

—Quédate aquí —siseó la voz de un modo brusco, y las caderas de Harry volvieron atrás mientras su cabeza volvía atrás, atrás a una fría mazmorra y a un caldero caliente que hervía con el color equivocado—. No te darás la vuelta.

Asustado, Harry trató de agarrarse al pecho del hombre, se encontró de golpe con la mirada de obsidiana y obedeció. Instintivamente. Porque era Snape, y Harry recordaba cómo sonaba Snape cuando trataba de alejar a Harry de un daño inminente.

—¿Y bien? Continúa —ordenó Snape con un tono despectivo. Podría haberle estado diciendo a Harry que siguiera revolviendo.

Harry se revolvió, llevando su pelvis hacia los tiesos pliegues de tela en lo alto de los muslos de Snape. Plantó los pies desnudos en el alfombrado e intentó recuperar el ritmo, intentó escoltarse a sí mismo en aquel lugar distante donde veía sobrevivir a su cuerpo en los regazos de extraños. Sin embargo, su rutina se había visto alterada: debería haber estado frotando el culo hacia atrás y tensando la columna ante una boca hambrienta. Harry se contorsionó tan lánguidamente como pudo, sabiendo que los hombres sentados cuatro pasos más allá probablemente querían verle muerto. No le habían reconocido aún, pero Harry ya no se sentía indefenso. Snape aún le sostenía, con los dedos clavados en los huesos de sus caderas.

Cuando el cuero del sofá crujió indiscretamente mientras Valentine y Hunter conducían a sus hombres hacia la puerta, Harry no se giró para mirar. No necesitaba que Snape lo agarrara con aquella fuerza para evitar que lo hiciera. La tensión que había acumulado salió lentamente de sus pulmones y pudo ver que las líneas tensas de la cara de Snape se volvían difusas al relajarse. Harry se pegó otra vez contra el pecho de Snape, atrevido de nuevo.

Snape se enderezó, llegando casi a tener los ojos a la misma altura que los del chico de su regazo.

—¿Cuánto llevas haciendo esto, Ryder? —Su tono era anodino y las manos de Harry se colocaron lentamente alrededor de su cuello, con delicadeza.

—Lo suficiente como para que me encante —susurró Harry en la barbilla de Snape. No importaba lo jodido que te sintieras: siempre decías que te encantaba. Harry lo había aprendido hacía mucho.

—¿Oh? —Snape arqueó una ceja en interrogación. O quizás era más una ceja en excitación porque los ojos negros se desenfocaron durante un momento cuando Harry agarró el respaldo de la silla y se presionó contra él para encontrarse con su cubierta polla. La acarició a lo largo de toda su longitud y la sintió crecer.

—Eso no puede ser mucho tiempo —dijo Snape con calma, con los ojos de nuevo enfocados en los de Harry, a sólo unos centímetros de ellos—. No puedes tener más de... ¿diecisiete? —Su labio se curvó y dejó ver unos conocidos dientes irregulares—. ¿Qué les dirías a tus padres? Si yo fuera tu padre, estaría avergonzado. Horrorizado. Viendo cómo te vendes a alguien como yo, sentado de esta manera. —Snape echó la cabeza hacia atrás con una sonrisa malévola a la vez que deslizó los dedos desde las caderas de Harry hacia arriba, por los laterales de su cuerpo resbaladizo.

A Harry se le hizo un nudo en la garganta. No porque las caras de James y Lily aparecieran ante él, no por la degradación de su nueva vida, no por las manos que vagaban con libertad sobre sí, donde no se le permitía a ningún cliente. Aquellos dedos no le traían recuerdos de amigos tratando débilmente de tener un contacto cálido antes de morir; no le traían recuerdos de enemigos tratando de romper pieles y huesos.

Harry miró fijamente la misma malicia superficial e impenetrable con la que se había enfrentado delante de sus compañeros, detrás de una varita, en sus peores recuerdos de la infancia. Reconocía ahora la lujuria, la vio incrustada en la malignidad... y la comprensión de que había estado allí siempre, ensombrecida por el resentimiento, era asfixiante.

Y entonces se volvió embriagadora.

Tentando su suerte y a la polla cada vez más tensa de Snape, Harry se rió tras sus húmedos labios, en la profundidad de la garganta. Sus pestañas se agitaron deliberadamente mientras él se enrollaba en un dedo el mechón negro que colgaba cerca del ojo izquierdo de Snape. Lo desenrolló y pasó los dedos por la oscura cortina de pelo.

—Estoy exactamente donde le gustaría, Profesor.

La cara de Snape tembló de ira, y Harry pensó que estaba equivocado, o muerto, cuando cinco dedos de hierro le apretaron fuertemente la muñeca, que aún estaba cerca del pelo de aspecto grasiento de Snape. Pero entonces su piel cetrina se desarrugó y los ónices se suavizaron a simple cristal.

—¿Eso crees? —se burló Snape. Empujó a Harry hacia delante y atacó con la boca la oreja de Harry para susurrar, dejando caer cada sílaba como una pluma flotante—: ¿Cuándo aprenderás? Nunca has tenido razón acerca de mí. Quítate los pantalones.

Empujó a Harry por los muslos y el chico dio un traspiés para recuperar el equilibrio. Harry se encontró con los ojos socarrones del hombre y reforzó la mirada erótica. Los pantalones sonaron al caer a sus pies. No tenía que hacer aquello, el corpulento personal de seguridad acudiría en su ayuda si lo llamaba. Snape estaba ahora desabrochándose los pantalones, sacándose la polla, estimulándola para ponerla más dura y observando a Harry con deseo implacable. Harry no tenía que hacerlo. Pero podía.

Lo haría, porque el pensamiento de que aquello era lo que Snape había querido de él durante tanto tiempo era vil... y excitante. Incomprensible e inexorablemente excitante.

Harry le dirigió a Snape una sonrisa lenta y desvergonzada por encima del hombro desnudo mientras se deslizaba hacia el pequeño armario cercano a la puerta y abría el cajón de arriba, donde Hunter le había dicho que mirara. Sacó un tubo de lubricante y un condón; cerró el cajón y volvió, con su animada polla meciéndose levemente. Los ojos de Snape siguieron cada movimiento, con su animadversión avivada por el deseo.

—Pónmelo —ordenó Snape, señalando con la cabeza al condón de la mano de Harry. Este abrió el envoltorio y sacó el anillo de látex. Era viscoso. Y nunca antes había usado uno, pero Harry posicionó el condón sobre la protuberante cabeza y lo desenrolló rápidamente a lo largo del miembro. De manera casual.

—Prepárate. —El tono de Snape podría haber sido un castigo si no fuera porque alimentó el dolor de la ingle de Harry. Este se echó en la mano una generosa cantidad de lubricante y se lo aplicó perezosamente, abriéndose la hendidura. Cerrando los ojos y estirando el cuello se sumergió en la demente, desconcertante y sin embargo adictiva sensación de tener a Severus Snape tieso.

—Suficiente. —La voz de Snape cortó su creciente anticipación. Harry onduló los resbaladizos músculos al sentarse de nuevo a horcajadas sobre Snape e imaginó la furia, la desdicha que podría encender en los virulentos ojos de Snape con una sola pausa. La envainada polla del hombre estaba caliente y rígida y, sin andarse por las ramas, empujó directamente en la entrada de Harry. El chico agarró los hombros de Snape y se estremeció, todavía riendo en silencio por lo que tenía y ocultaba. Antes de que Harry pudiera saborear su momento de vacilación, Snape le había empujado por las caderas y las nalgas de Harry se abrían con el movimiento.

Snape forzó su entrada sin importarle lo que pasase... una crucifixión limpia.

Harry jadeó, demasiado impactado para gritar. Su fachada yacía astillada entre paroxismos de fuego y el escozor de la humedad que inundaba sus ojos.

—Llevas haciendo esto todo este tiempo, ¿verdad? ¿Te crees un joven íncubo? —Gruñó Snape, acuchillando a Harry, quien había perdido toda sensación de poder y sentido de la ubicación—. Pavoneándote por ahí, desnudo, tentando a los hombres a follarse tu bonito culo cada noche... —Embistió una y otra vez, abofeteándole. Harry sólo podía encorvarse, mirando más allá del hombro derecho de Snape, y ahogar los sollozos.

El dolor se volvió una plegaria según pasaban los minutos, pero aquello no terminaba nunca... no terminaba nunca...

—Todavía arrogante —dijo apretando los dientes, entrecortadamente—. Actuando aún como si tuvieras derecho a la atención de todos, como si estuvieras orgulloso de lo que estás haciendo, como si estuvieras por encima del castigo. —El hombre irrumpió en el cuerpo de Harry, empujando las caderas de este hacia abajo para que se encontraran con su polla a cada embestida—. Ahora te miran sólo porque eres su puta, muchacho. Esto es lo que te mereces. ¡Aquí es donde te quería! —Bramó las últimas palabras por encima del torturado llanto que Harry no podía aguantarse y se corrió, sin ver los regueros húmedos en la cara del chico mientras la columna de Harry se sacudía.

Harry dejó de jadear rápidamente una vez que el apéndice que le magullaba y desgarraba, embutido dentro de él, empezó a menguar. Se desplomó hacia delante y dejó caer la barbilla contra los mechones que cubrían el hombro de Snape; dejó que el transparente dolor goteara desde sus pestañas hacia el algodón entretejido.
Débilmente, deslizó los dedos temblorosos hacia arriba y apretó las manos contra la parte posterior del cuello de Snape, atrapando una mano en marañas de sofocante pelo negro. Solo le quedaba el eco de las anteriores protecciones de Snape, así que Harry se entregó a sus brazos, sabiendo que estos ya no eran protectores.

En su breve estupor post-orgásmico Snape se sorprendió vagamente cuando Harry se apretó contra él. La exaltada rectitud del chico nunca había flaqueado, no importaba qué regla o convención o cuerpo hubiera roto. Ni siquiera en las masacres, en el campo de batalla. Snape había observado a Harry allí, como en todos los sitios.

La sorpresa se volvió consternación cuando sintió los dedos de Harry arañándole ligeramente en la base del cuero cabelludo, retorciéndose entre lacios mechones de pelo mientras el chico pegaba la cara a su hombro. Harry no lo soltaba. Severus le había herido física, brutal y resueltamente por primera vez durante aquel antagonismo que mantenían y Harry se agarraba más desesperadamente a cada instante. Severus se movió, y Harry con él, todavía enrollándose el pelo negro en los dedos.

—Ryder —dijo Snape inexpresivamente. No podía quitar las manos de donde estaban, agarrando las caderas de Harry, tapando capilares aplastados—. Quizá es la costumbre prolongar la... transacción al siguiente cuarto de hora, pero te aseguro que no es necesario. Pagaré el importe total. ¿Cuánto?

Harry amoldó la mejilla contra el hombro de Snape en un minúsculo instante y enroscó el cabello del hombre en espirales desordenadas.

Severus sintió algo triste instalarse en su tripa.

—¿Cuánto? —repitió.

No hubo contestación.

Empezó a apartar a Harry, suavemente, no como antes. La mano que estaba sobre su pelo se agarrotó, lo que le hizo estremecerse.

—¿De verdad crees que hago esto todas las noches? —susurró Harry en un efímero suspiro, con los músculos bloqueados en torno al hombre.

Severus soltó una exhalación (se convenció a sí mismo de que había cometido crueldades mayores) y mintió sin alterarse.

—Sí.

El puño de Harry se relajó y revoloteó a través del pelo. Sus dedos hicieron unas caricias cortas y rítmicas por las puntas de color alquitrán que colgaban detrás de la nuca de Snape.

—Entonces te he logrado engañar. Lo fingí.

La boca de Harry se curvó sobre la costura de punto.

—Estoy cansado de fingir. Pero no tendré que hacerlo mucho más tiempo, ahora que me has encontrado. Ellos me encontrarán. —Su voz sonaba incluso más juvenil con el alivio de la derrota que con convicción adolescente.

Severus trazó inconscientemente el perfil de los moratones que había dejado en la parte baja de las caderas de Harry.

—¿Quién?

—No importa. —Harry giró la cabeza para poner la otra mejilla contra el hombro de Severus, y sólo los mechones de pelo protegían el cuello de Severus de sus labios—. Quizá los que has traído esta noche.

Severus no dejaría que eso ocurriera, pero no lo dijo. El mundo ya no necesitaba a Harry Potter. Ni yo tampoco, pensó Severus. Intentó creérselo. El chico sólo lograría abarrotar el quemado panorama que Severus intentaba limpiar por el bien de la supervivencia. Y Harry tenía razón: abandonado a sí mismo, su vida no duraría mucho tiempo antes de que alguien fuera y acabara con su sufrimiento de una maldición. Eso o sería arrastrado de vuelta a la prisión del mundo mágico. Severus decidió que la alternativa más favorable era que le maldijeran en el acto.

—Aunque espero que no —siguió Harry, acariciando los rizos más lentamente—. Espero que ocurra en otro lugar. Si muero aquí no me encontrarán.

—Casi seguro que no. —Severus se levantó abruptamente, quitándose a Harry del regazo y desechando el condón al suelo. Harry no pudo tropezar, no cuando estaba agarrado a una tela negra y a una forma delgada.

Severus levantó una mano y le dio un suave coscorrón a la cabeza oscura que descansaba en su pecho. Su mano se volvió pesada por voluntad propia y se deslizó hacia abajo por el cabello revuelto, las frágiles vértebras y la piel levemente pegajosa.

Harry se había agarrado a Severus por la cintura, e intentó fundirse con la constitución del alto hombre. Necesitaba sentir aquel tacto.

—¿Volverás? —Para un baile, un polvo o una maldición asesina, daba igual. Necesitaba sentir aquel tacto.

Un pulgar estaba trazando lentos círculos en el valle sobre el culo de Harry.

—Sólo me relaciono con la mugre y la miseria cuando es inevitable. —La voz de Snape era fría y despectiva. La calidez desapareció de la piel de Harry cuando Snape le apartó bruscamente—. ¿Cuánto, muchacho?

Harry miró al pecho de Snape.

—Trescientas. —Quería volver a sentir aquella mano. Pero no importaba lo que él quisiera... Jack esperaba sacar tajada. Harry observó a Snape ponerse los pantalones, abrir la billetera y sacar los billetes con dedos precisos e inmaculados.


Harry extendió la mano para recibirlos y levantó la cabeza. Los labios cetrinos de Snape estaban torcidos en su fealdad perpetua; sus ojos ardían, oscuramente vengativos. El resentimiento y el asco se delineaban en su cara... Casi un consuelo al lado de la lujuria que Harry no podía evitar notar ahora que la había visto. Había más, algo más que descifrar, y Harry los miró más fijamente, entrecerrando un poco los ojos. Estaba en las arrugas pálidas, sin nombre, irreal.

Harry no lo pudo reconocer. No había tenido la oportunidad de verlo en otra parte y no estaba entre los rasgos genéricos de sus clientes.

Snape dejó caer el prolijo fajo de billetes doblados en la expectante mano de Harry.

—Te sugiero que te ahorres las confesiones juveniles con el próximo hombre. No es para lo que se te paga —dijo cortante mientras se encaminaba hacia la puerta—. Aunque no estoy sorprendido: siempre me decepcionas. —Cogió el pomo de la puerta y se giró para mirar a Harry, quien estaba tras él, desnudo excepto por la corbata. Colgaba como una soga torcida. Harry devolvió la mirada a las borrosas manchas de negro sobre blanco y luchó por mantener nítida la visión.

En la borrosidad, no vio la mano hasta que la tuvo en la cadera, baja, fugaz.

—Todos fingimos, Ryder. Disfruta de ello —llegó a su oído la voz furiosa y tranquilizadora. Harry cerró los ojos—. Es mejor si lo haces.

Harry bajó la cabeza y apretó su dinero. No miró cuando oyó girar el pomo, o cuando oyó cerrarse la puerta.

 


Segunda parte

Quirrel no había estado totalmente equivocado sobre el bien y el mal. No existían, cierto... pero tampoco exístía el poder. Solo existía la necesidad y aquellos demasiado débiles para sucumbir a ella.

Harry sucumbió. Hacia delante, hacia atrás, hacia los lados, abajo. Sin pensarlo, con rollos de carne salada y maleable en los puños. Con rapidez, con gotitas de agua volando por el aire, calientes al provenir de su descuidada cabeza. Sus clientes regulares lo absorbían, y Harry se lo ponía antes de cambiar la posición. Entonces, los dejaba barrer el exceso con manos avariciosas. Había dejado de fijarse en sí mismo durante los bailes y ahora se fijaba en ellos, ya sin la mente embotada ni en otro sitio.

El tacto era su placer, como lo era el brillo anónimo de ojos carnívoros que anhelaban y buscaban a tientas el sinuoso cuerpo que Harry desplegaba para ser tomado.

Era como poder: poder sobre aquellos hombres que no podían controlar las manos o las pollas ante su mera visión, poder sobre aquellos que seguían volviendo y no sonreían hasta que le encontraban. En el momento en que la presión que aplastaba su cuerpo se volvía dolor, Harry recordaba que sólo parecía poder.

Todavía necesitaba quedarse, desde aquella noche hacía seis meses, cuando había cojeado tras su primera sesión privada en la parte trasera del local. Apenas había conseguido llegar al camerino, donde descubrió que lo que tenía en el puño era el doble de lo que había pedido. Hunter y Valentine le habían dado un poco de pomada para los desgarros y le habían dicho que no dijera nada sobre los moratones y el dinero extra.

Desde aquella noche, desde Snape, había necesitado quedarse. Así que se quedó, y sucumbió.

Aquella noche Harry estaba nervioso. Abotonó los tres botones del medio de una camisa blanca y fresca y anudó la corbata a rayas por debajo de la garganta recordando la sensación de la tela que no había tocado durante seis meses. Ya había hecho multitud de eventos especiales en habitaciones privadas, pero no hacía de colegial. Los colegiales eran para los profesores.

Aquella noche Jack le había apartado en medio de su cambio de posición, le dijo que regresara, que una habitación privada había sido reservada y el caballero estaba preguntando por Ryder. Solo Ryder. No, no llevaba acompañantes. Sí, era el hombre mayor. No era de por allí.

El corazón de Harry latía rápido mientras se hacía un nudo holgado en la corbata. Sería su última noche allí. Quizá su última noche en cualquier lugar. No lo sabía, pero sí sabía quién le estaba esperando en aquella habitación pobremente iluminada, sobre el maltratado sofá de cuero. Acercándose al espejo y sin bizquear a su reflejo, Harry ajustó las aletas del cuello para revelar más piel brillante por el aceite. Ya casi nunca llevaba las gafas y las borrosas curvas de su mundo eran reconfortantes.

Harry exhaló aquel fuerte olor a menta que marcaba a todos los muchachos mientras trabajaban y salió del camerino, listo para el alivio. Listo para Snape.

Supo que se había equivocado en cuanto entró en la habitación.

—Dios santo. —Las palabras eran suaves, musitadas con horror. Shock.

Harry miró a las manchas equivocadas, a los colores equivocados alrededor de la habitación, y sintió romperse algo dentro de él antes de darse cuenta de que se suponía que no quedaba nada que pudiera romperse.

Las manchas se movieron erráticamente, aclarándose según se iban acercando a la puerta donde Harry permanecía preparado para comenzar la rutina que reservaba para las habitaciones privadas.

—Dios santo. —La suave voz salió de nuevo, reforzada por la tristeza—. Harry.

Harry se estremeció y su columna perdió su arco tentador. Se oyó a sí mismo respirar una vez, dos, demasiado alto.

—Remus. —La mano de Harry se tensó en torno al pomo de la puerta situada tras él, que aún no había soltado.

Un brazo trató de alcanzarle; las arrugas marrones de tweed se hacían más claras al acercarse. Harry se apartó y rozó la puerta.

—Harry, vuelve conmigo —dijo Remus, con una capa de suavidad sobre el rostro para enmascarar la desesperación—. Las cosas son diferentes ahora.

Harry movió la mano hacia el pomo. Quería desplazarlo hacia abajo y salir corriendo y cerrar de golpe la puerta y fingir que aquello no había pasado.

—No.

Los grandes ojos marrones brillaban cerca.

—Nadie te culpa, Harry. Mucha gente se marchó. Están volviendo... Todo el revuelo... se está calmando. Tenemos un nuevo Ministro...

—No voy a volver. —La sangre de Harry corría con resolución, sin miedo.

Remus tenía la boca medio abierta por la sorpresa; la frente se le arrugaba por el desconcierto.

—Hemos estado buscándote mucho tiempo. Ni siquiera sabíamos si seguías vivo. Harry, queremos que estés a salvo. Y que seas feliz. No... esto.

Harry levantó la barbilla, desafiando a Remus a bajar la vista por la extensión de su desnuda piel dorada, por los ajustados pantalones de uniforme de colegial.

—¿Cómo me habéis encontrado?

—Hemos estado buscándote por cada centímetro de Gran Bretaña —dijo Remus enseguida—. Con cada oportunidad que podíamos conseguir. Solo podíamos hacer suposiciones sobre dónde te habías ido, y ni siquiera estábamos seguros de que estuvieras aún en el país. Pero sabíamos que no tenías... que no te habías llevado nada.

Remus paró, sin quitar los ojos de los de Harry.

—Fue difícil buscar sin nadie que supiera dónde mirar. Teníamos fotos tuyas, muggles, y le decíamos a la gente que eras un hermano o un hijo que había desaparecido. Ayer, por fin Tonks habló con alguien que te reconoció. Dijo que eras conocido como “Ryder”. Dijo que sería mejor que fuera otra persona (tu padre, quizás) la que te viniese a buscar. —Su voz se volvió más triste cuando terminaba.

Harry escuchaba mareado, viendo las caras de sus viejos amigos, su única familia, de vuelta en el mundo mágico.

—¿Tú y Tonks? ¿Tú y Tonks me buscasteis por toda Gran Bretaña?

Remus negó con la cabeza.

—No sólo nosotros dos. Arthur y Molly también. Y Charlie, Bill, Fred y George. Ron y Hermione. Kingsley. Severus. Había más que querían ayudar, pero no queríamos arriesgarnos a ser descubiertos.

A Harry se le hizo un nudo en la garganta.

—¿Cuánto tiempo lleváis buscándome?

—Desde que desapareciste —dijo Remus, con delicadeza.

Harry se mordió el labio y miró a un lado. Snape le había encontrado antes que nadie. Y no se lo había dicho a los demás. Esa debía haber sido la victoria de Snape.

Remus esperó al ver la incertidumbre de Harry. Bajó la ceja con esperanza.

—¿Sabe todo el mundo... dónde estoy? —preguntó Harry en voz baja, sin moverse.

—No todos. Tonks y yo somos los únicos, por ahora. Pensamos que sería mejor si veníamos a hablar contigo primero —respondió Remus rápidamente—. No se lo diremos si no quieres que lo hagamos. No importaría, sin embargo, porque estarán tan contentos de verte de nuevo...

—No voy —dijo Harry abruptamente, volviendo sus ojos a Remus. Parecían más brillantes sin la refracción de las gafas.

—Harry, ¡no puedes quedarte aquí! —Remus alzó la voz con angustia—. ¡Mírate! ¡Mira lo que eres!

La expresión de Harry se hizo fría. Remus bajó la voz para implorar.

—Por favor. Las cosas están volviendo a la normalidad, pero todavía hay... peligros para ti aquí fuera. Vuelve a casa. No estarás confinado. Harry, la guerra ha terminado... y no queremos perderte a tí también por su causa. —Puso una mano tentativa en el brazo de Harry.

Harry no reaccionó. Remus suspiró.

—¿Quieres preguntarme algo? ¿Acerca de cómo es volver a casa? Ron y Hermione están...

—No —le cortó Harry ferozmente. Le dolía pensar en sus amigos cuando no iba a volverlos a ver de nuevo—. No tengo ninguna pregunta. No voy a volver.

—¡No tienes que hacer esto! —Rogó, baja y enérgicamente—. Si no estás preparado para volver a casa, deja que te busquemos otra cosa, otro lugar...

Harry negó simplemente con la cabeza y accionó el pomo de la puerta, mareado por la decepción y la añoranza. Retrocedió para marcharse.

—Espera... coge esto. No puedo quedarme mucho tiempo... volveré dentro de una semana. —Remus estaba buscando algo en el bolsillo interior del abrigo y Harry pensó que sería algo mágico: su varita, quizás, lo cual él rechazaría instantáneamente. Había dejado la magia.

Un rectángulo muy grueso de billetes apareció cerca de la mano libre de Harry. Este miró la longitud se su brazo hasta el fajo.

—No aceptamos dinero hasta que los servicios han sido prestados —dijo Harry, sin mirar hacia arriba—. A menos que haya algo que pueda hacer por tí. Esa cantidad puede comprar lo que quieras. —Elevó la barbilla y curvó los labios, pero sus ojos siguieron inexpresivos.

Remus palideció, retrocediendo.

—¡Por supuesto que no!

—Buenas noches, entonces. Señor. —Harry inclinó la cabeza, una vez; luego salió por la puerta, la cerró y se alejó con rapidez, conteniendo las lágrimas.

***


Una semana más tarde, Harry estaba sucumbiendo de nuevo, más intensamente que nunca, con su cuerpo perfecto a cada vuelta, inclinación y balanceo. Su lengua era sensual, su mirada salvaje mientras guiaba a los hombres hacia su interior y cada aliento entrecortado que exhalaban era un premio para Harry. Nunca volvería. Aquello era todo lo que necesitaba.

Jack se dirigía a él desde la barra.

—Ryder —sonrió—, lo has vuelto a hacer. —Señaló con la cabeza a la parte trasera del club, pagado de sí mismo—. Apareció hace unos cinco minutos, preguntó por tí. Ve a prepararte para hacer tu magia.

Harry tensó la mandíbula levemente, pero asintió con una pequeña sonrisa. Lupin había llegado.

—Claro. ¿Sabes qué quiere?

Jack levantó una ceja, vagamente sorprendido.

—¿Qué es lo que quieren todos, cariño?

Harry tragó y pensó en decir que se refería a peticiones específicas pero, por la reacción de Jack, no parecía que Lupin hubiera actuado de manera extraña. Probablemente estaba allí para hablar un poco más.

—Bien —dijo Harry con falso entusiasmo, y se apresuró a cambiarse.

Se puso una camiseta de rejilla elegante y unos pantalones de vinilo, sabiendo que no actuaría y queriendo cubrirse delante de Lupin. La ropa de calle no debía ser usada hasta que los bailarines estuvieran fuera de su horario, y no quería arriesgarse a que le pillaran con ella en el pasillo. Caminó con los pies descalzos por el pasillo y llamó firmemente antes de abrir la puerta y entrar.

Levantó la cabeza y dejó de respirar.

Negro sobre blanco sobre negro; eran las feas manchas a las que había intentado tan desesperadamente no esperar.

Soltó el pomo de la puerta y dio un rápido paso hacia delante, sobreexcitado, antes de recordar dónde estaba. Quién era. Lo que era. Se detuvo, relajado.

Entonces se movió de nuevo, contoneando ampliamente las caderas, hacia el hombre recostado en el sofá hasta que pudo distinguir el brillo obsidiano de sus despiadados ojos. Un poco más cerca. Allí estaban las mismas líneas, los mismos secretos. Harry dejó que una lánguida sonrisa suavizara su boca. El pulso se le elevó hacia el cielo.

—Buenas noches, señor —susurró. Se preguntó cuánto tiempo pasaría hasta que hablara en sonidos en vez de frases, en sonidos inconexos a causa de la presión de las costillas, cuando jadeara con las embestidas. A sus clientes de habitación privada les gustaba que fuera escandaloso. Quizá a Snape no.

Quizá nunca lo descubriera.

—¿Por qué sigues aquí? —Snape hablaba con voz suave como la seda, todo desprecio y precisión.

Porque me gusta. Porque estoy esperando.

—¿Por qué lo estás tú? —Harry inclinó el cuello y se humedeció el labio inferior para que brillara de manera incitante.

Snape arqueó una ceja, divertido ante el intento de seducción del chico.

—¿No es obvio?

Sus ojos bajaron por el torso apenas visible de Harry y no volvieron a subir.

—Ponte unos zapatos. Rápido —dijo Snape, saboreando cada sílaba, conteniendo cada letra en su sedosa lengua. Tenía los ojos medio cerrados, observando la sombría media luna del ombligo de Harry elevarse y descender a través de la rejilla—. Te vienes conmigo.

El ombligo de Harry latió más deprisa. Se le hizo un nudo en la garganta. ¿Habían mandado a Snape a buscarle en lugar de a Lupin? ¿Lo sabían? No... Nunca le hubieran mandado si hubieran sabido lo que Snape había hecho. Oh, lo que Snape había hecho. Severus Snape, guardián forzoso de la vida de Harry.

Harry le dejaría que continuara siéndolo.

Asintió con los puños cerrados por el terror a regresar. Dijo que no volvería. Dio media vuelta y caminó rápido hacia la puerta, aprensivo y con diecisiete años. Así que muchos le querían, y sólo eso ya era como sentir poder.

Harry irrumpió en el camerino con manos temblorosas.

—¡Eh, Ryder!

Asustado, volvió los ojos abiertos de par en par hacia la voz. Hunter estaba terminando su jornada, poniéndose los vaqueros, una ropa cómoda. Sonrió a Harry.

—Jack me ha dicho que tienes otro más. Dos reservas privadas en dos semanas... ¿Qué haces allí dentro? —preguntó con picardía.

Harry puso una sonrisa distraída en la boca y se encogió de hombros, volviéndose hacia donde estaban sus cosas para sacar sus zapatillas de deporte. Snape se le llevaba de allí esta vez. Snape le salvaría. Siempre lo hacía, incluso si dolía. La primera noche le sangró el esfínter y Harry pensó que Snape había terminado ya con aquel asunto de salvarle, pero algo horrible tendría que haberle pasado para entonces, y no había sucedido. Nadie le mantenía a salvo como Snape.

—¿Ya has terminado? Tenía la impresión de que acababas de entrar —dijo Hunter, con la voz amortiguada mientras se ponía una camisa, holgada al igual que los vaqueros.

Harry metió los pies en los zapatos y entonces se agachó para ajustar las lengüetas.

—¿Dónde vas? —Preguntó Hunter, de repente suspicaz—. Creía que hoy te quedabas hasta las dos.

Harry se incorporó y pensó en las gafas. ¿Debería ponérselas o meterlas en el bolsillo, de momento? En el bolsillo, de momento.

—Ryder. —Hunter susurró cerca—. ¿Te ha pedido que te vayas con él?

Harry se volvió para mirar al otro bailarín, cautelosamente.

—Sí, me voy con él.

—¡No puedes! ¡Jack no te dejará! —Estalló Hunter.

Harry se encogió de hombros y alargó la mano para coger su mochila. Supuso que debía tener una muda de ropa de verdad, por si acaso.

—Mira, tío, sé que es tentador. —Hunter se acercó incluso más—. Estos tipos te ofrecen una suma increíble, te ruegan que pases sólo una noche con ellos, en la comodidad y privacidad de sus casas. Paceren buenas personas, inofensivos, ¿verdad? No vayas. No tienes ni idea de a dónde te llevan de verdad, no tienes ni idea de lo que van a hacerte, y no habrá nadie cerca que te oiga gritar cuando las cosas se pongan feas.

Hablaba más rápido ahora, rechinando en la oreja de Harry.

—Escúchame. Crees que puedes controlarles, pero no puedes. A ellos no les importa tu cuerpo, no les importan tus sentimientos, ¡sólo se importan ellos mismos y cómo sacar lo máximo de una estúpida puta que fue demasiado avariciosa o estaba demasiado enferma de amor como para pararse a pensar durante un puto minuto!

Harry lo había escuchado; los dedos habían ido cerrándose alrededor de un asa de la mochila al tiempo que las palabras se convertían en dardos amargos. Se colgó la mochila de un hombro, dándole a Hunter antes de que este retrocediera un paso.

—No se lo digas a nadie —dijo Harry—. Si no he vuelto mañana, probablemente no vuelva nunca. —Cogió la chaqueta de la percha y se dio la vuelta.

—Si te vas, no puedes volver —dijo Hunter con sorna y los brazos cruzados—. Ya conoces la política de Jack. Él tiene un negocio, no un albergue. No lo hagas, Ryder. No merece la pena. —Hunter se acercó—. Sea lo que sea lo que te haya prometido, no vale la pena. No es seguro.

—Lo es. —Harry no podía contener la extraña sonrisa que le invadía el corazón—. No ha prometido nada. —Caminó velozmente hacia la puerta y afuera, dejando detrás la sorpresa y consternación del otro chico.

Cuando llegó a la habitación, Snape estaba de pie cerca de una pared, con las manos detrás de la espalda, examinando la foto en escala de grises de unos chicos desnudos entrelazándose dentro de un marco de plástico.

—¿Compañeros tuyos? —preguntó sin volverse.

Harry nunca se había molestado en mirar las fotografías de las paredes. Su vista era suficiente para el sofá, la silla, los hombres... no el decorado.

—No lo sé.

Snape miró alrededor. Tras un momento, su cuerpo le siguió. Fue hacia Harry lentamente, alto y negro excepto por el blanco borroso de la cara.

Las manchas oscuras se delinearon, se movieron. Snape le miraba lascivamente.

—¿Tus posesiones materiales?

Sus ojos perdieron la monotonía en una risa maliciosa cuando se posaron en la mochila de Harry y el gastado abrigo. Harry podía permitirse uno nuevo, pero no le pagaban para que llevara abrigos bonitos.

Snape pasó por el lado de Harry sin esperar respuesta y abrió la puerta. Harry le siguió afuera con la cabeza gacha, en silencio.

***

Caminaron por el exterior en silencio durante veinte minutos, lejos de la oscuridad adormilada del pequeño pueblo, sobre las entrañas sin pavimentar del campo, sobre caminos desiertos y árboles no iluminados. Harry intentó llevar el ritmo de Snape, pero las largas piernas le dejaron atrás hasta que decidió pisar en las nubes de polvo y arenilla que Snape levantaba. Iba exactamente dos pasos por detrás, con la cabeza gacha, y le tomó por sorpresa cuando su antiguo profesor se dio la vuelta y le cogió por el brazo.

El shock se mezcló con la alegría cuando Snape le empujó contra su pecho bruscamente. Harry inspiró un negro cálido, el aire de la noche, la fría, húmeda y dulce colonia del club y el etanol embalsamador. Entonces, se fueron dando vueltas en una insonora aparición.

Las vueltas cesaron, pero los ojos de Harry permanecieron cerrados, presionados contra la lana negra y pesada, con los puños rebuscando entre los pliegues, como si buscaran la carne de detrás. Snape se apartó de golpe, dejando a Harry tambaleándose hasta que recuperó el equilibrio. Harry miró alrededor con inseguridad, cogiendo las gafas y abriéndolas mientras se fijaba en la habitación destartalada.

—Esto interferirá —cortó el aire húmedo la voz de Snape, congelando las manos de Harry cuando estas levantaban las gafas hacia la cara. Harry miró a Snape, con sus contornos de alguna manera confusos aunque el ardor de la oscura mirada ya no era confuso.

—Sobre la cama. —Snape permaneció de pie con las manos contra los brazos, rígido y amenazante como si estuviera en clase. Harry obedeció y puso la mochila en el suelo. Entonces se sentó dubitativamente, sintiendo el fino colchón crujir debajo de él. Todo su campo de visión era la cara de Snape, aquellos ojos, borrosos por la distancia. Extrañamente, los dedos se morían por una pluma y un pergamino para copiar frases.

Quería ser bueno para su profesor favorito.

—Quítate la ropa.

Harry observó los movimientos borrosos de la cara de Snape e imaginó las líneas nítidas de sus labios delgados, moviéndose sólo lo suficiente para decir cada letra y nada más. Al fin dejó caer la vista y se quitó los zapatos con los pies. Luego se levantó y se quitó la chaqueta. Arqueó la espalda y la camisa de rejilla descansó encima de la chaqueta, en el suelo. Se desabrochó los pantalones y se los quitó. Sonaron a plástico y le dejaron completamente desnudo.

Harry miró a Snape para recibir la siguiente orden. Snape no explicaba en clase, tampoco... sólo ordenaba.

La mirada de Snape no se apartó de los ojos de Harry.

—¿Y bien? Túmbate.

Harry se tumbó boca arriba, sin dejar de mirar a Snape. Quería que le tocase.

—De la otra manera, Ryder. —El corazón de Harry tembló cuando Snape sacó la varita. Harry estaba acostumbrado al nombre, pero no por parte de Snape. Se puso sobre la tripa.

Se oyó un movimiento por detrás de él. Harry confiaba, pero le pudo la curiosidad.

—¿Qué está haciendo? —Preguntó, y entonces se estremeció. Al profesor Snape no le gustaban las preguntas tontas. Pegó los labios a la gastada almohada. Olía a Snape y a detergente.

—¿No deberías saberlo? —Snape estaba ahora en la cama, Harry sintió los muelles cediendo. Algo cálido le rozó la pierna—. Has tenido muchas oportunidades para aprender; sé que las has usado. —Entonces se oyó murmurar un encantamiento y un frío punzante se extendió hacia arriba por sus muslos. Le sensación abrió un túnel a través de su entrada, haciéndole apretar las nalgas para cerrarla.

El hielo de su culo chocó con el fuego que le corría por los pulmones, por el abdomen. Harry tensó los brazos en los lados, agarrándose a los pocos centímetros de sábana que podía coger. Aquel terror era como ningún otro de la guerra.

Snape se lo había llevado para follárselo.

—¿Qué pensabas? —La burla de Snape se tornó risa sobre el sonido basto de la ropa siendo quitada—. ¿Eres incapaz de seguir incluso las órdenes más simples? —Unas manos ásperas le pellizcaron las pantorrillas y las abrieron hasta una anchura incómoda. La mente de Harry se quedó tonta. Estaba preparado para cualquier cosa. Cualquier cosa menos aquello.

—Te dije que te pusieras los zapatos. —Un dedo huesudo entró, grueso y sin cuidado—. No te dije que te trajeras nada contigo. No había necesidad... estarás de vuelta en ese repugnante escondrijo tuyo muy pronto. —Otro dedo. Harry apenas lo sintió, aunque se clavaba en tejido sensible—. ¿Me esperabas a mí, Ryder? ¿Esperabas que viniera y soportara sacarte de tu destino?

Harry no podía aguantar la desesperación de haber sido encontrado, de estar equivocado otra vez sobre Snape. Se sacudió y apartó la cabeza de la precaria almohada al borde del llanto, con los dedos rizados en torno a la cama. La polla de Snape era abrasiva dentro de él; la mortaja pálida de Snape se cernía en torno suyo y los mechones de suave pelo se arrastraban, grasientos, por el lateral expuesto de su cara.

—Presta. Atención —llegó el suave susurro, volando dentro de su oreja—. La ocultación requiere acción. —Las embestidas eran todavía poco profundas, aleatorias, aunque extrañamente consonantes con las palabras. Unos irregulares rizos se enroscaban sobre la mejilla, picando—. No has logrado huir y sufrirás las consecuencias.

Harry no se dio cuenta de que las manos de Snape se habían cerrado en torno a sus brazos hasta que le dejaron inmovilizado, cortándole la circulación y evitando que se escurriera del colchón mientras Snape arremetía. La agonía se encontraba en sus pulmones, no en su ano... No podía respirar con Snape comprimiéndole la espalda, haciéndole clavarse los muelles en las costillas. No quería.

—¿Te gusta esto ahora? —escupió Snape en su cuello—. ¿Te gusta ser usado una y otra vez por hombres asquerosos y sus asquerosas pollas? Nunca te follan despacio, ¿verdad? Nunca te dejan un momento de consuelo. Eres demasiado fácil de tomar, demasiado fácil de desear, y ningún hombre te salvará del dolor una vez te haya encontrado. ¿Lo entiendes, Ryder?

A Harry se le estaban poniendo fríos los hombros por la falta de sangre, la mente oscura por la falta de oxígeno. Harry cerró los ojos y se debilitó en los descorazonadores y corneadores golpes que le sacudían el cuerpo. Venían demasiado rápidos; aquello terminaría antes de que Harry tuviera la oportunidad de suponerse cómo Snape le estaba ayudando esta vez y, ¿seguro, seguro que Snape le estaba ayudando? Snape no era un protector... Snape siempre estuvo allí... Snape era Severus... Severus...

Snape le agarró con más fuerza cuando reconoció su nombre saliendo de los labios de Harry igual que el vapor del Veritaserum: hirviendo. Severus se clavó profundamente para conseguir silencio, repetidamente. Repetidamente. Pero los frágiles murmullos continuaron, débiles, delgados y oscuros, hasta que las contracciones eléctricas se apoderaron de él y no oyó nada más que los fuertes latidos de la culminación.

Agotado, salió de Harry y los limpió a los dos con un inmediato movimiento de la varita antes de levantarse de la cama y coger los pantalones. Severus podía temblar sin temblar si se movía rápido, sin subterfugio. Harry yacía en la cama, marcado. La parte de arriba de los brazos tenía manchas rosas y blancas, el trasero rozaba el rojo, ya sin supurar fluido viscoso. Parecía asfixiado, excepto por las sacudidas de los huesos angulosos del hombro contra la piel artificialmente bronceada.

Severus sabía que no debía mirar. Alcanzó el jersey, cubrió una esquina de la cama, cerca del pie de la figura expuesta en las sábanas. Sintió en sus manos la lana caliente. La sostuvo, mirando cómo el delicado patrón de frío emergía en minúsculas gotitas por toda la piel de Harry. Si Harry no girara la cabeza, Severus podría echarse hacia delante y derretir el frío.

Pero Harry lo haría. Severus se puso el jersey. Fue hasta el cajón donde guardaba dinero muggle para chicos como Ryder y comenzó a sacar billetes.


***


Harry abrió los ojos con un escalofrío. Cada vez hacía más frío. Hizo palanca para levantarse, entumecido de nuevo, entumecido y libre como la última vez. Nunca podría esconderse de Snape. La mejor parte de que el hombre le follara era después, cuando no tenía que intentarlo.

—Ponte la ropa.

Harry saltó. Snape estaba impaciente. Salió del colchón y se puso de pie, con los ojos muy abiertos mirándole a la cara, devastada por el brillo de una lámpara.

Harry avanzó y envolvió a Snape como una capa. Como un niño.

Un niño, todavía no deseado.

Medio latido después, los dedos de Snape volvieron a marcar los moratones de los bíceps de Harry, lanzándole lejos. Los muslos de Harry se golpearon por la parte de atrás con el borde de la cama y él se desplomó sobre los muelles.

Levantó la barbilla pero, antes de que pudiera pensar en la otra mitad del latido, Snape había sacado la varita y en su boca se estaba formando Imperio.

Harry se levantó y se metió en los pantalones, que hicieron sonidos húmedos. Entonces se puso la camisa y las zapatillas deportivas... adecuadamente, sentándose para deshacer los nudos y rehacerlos bien en lugar de hacerse puré los pies y estrujarse los talones. Nunca se ponía el calzado de aquella manera, pero lo hizo entonces, con gran felicidad. Cuando terminó, se deslizó dentro de su chaqueta, cogió el fajo de billetes doblados que Snape había dejado en la mesilla de noche, se colgó la mochila y se movió dócilmente al lado de Snape, sin tocarle.

Lucha. El pensamiento, el primero de aquel tipo, subió en espiral y Harry lo siguió hacia el suave puño de tela negra a tan solo unos centímetros de él. Luchar, y podría agarrarse a ese codo, pertenecer a Snape al fin. Entonces el impulso desapareció porque Snape le estaba cogiendo a él y (para felicidad suya) le arrastraba contra el esternón y contra su esencia favorita, y de pronto estaban dando vueltas juntos en la nada.

Cuando reaparecieron en el mismo sendero vacío e inquietante, Harry permaneció acurrucado por su seguridad hasta que sintió el tirón de la magia, que le obligaba a retroceder. Luchó contra ella al momento, luchó a brazo partido, con uñas y dientes, resistiéndose al llamamiento de soltarse. Nunca le soltaría, nunca, nunca, nunca, y cuando no resistió la coacción de la maldición, luchó contra la promesa de paz y se puso de rodillas atravesando barreras invisibles. La herida ya estaba limpia de Imperius y Harry sollozó una vez, agarrándose a raíces de árboles, que eran negras pero no suaves, no cálidas.

Entonces la maldición se hundió en él de nuevo, penetrándole por cada poro, más fuerte de lo que nunca la había sufrido. Harry dejó de gimotear y se puso en pie, cerca de Severus pero no lo suficiente. Cuando Severus empezó a caminar por el polvo y la oscuridad, Harry le siguió mecánicamente, exactamente dos pasos por detrás.


***


Snape le dejó cuando ya se veía el club con un seco “Para” y crujidos de ramas sobre la gravilla bajo los talones de las botas antes de desaparecer. Harry permaneció sobre la rejilla de la alcantarilla, esperando que el denso manto del Imperius se desvaneciera. El vacío persistió, arropándole demasiado fuerte, y finalmente Harry luchó por dar un paso. Se dio cuenta de que era ahora sufrimiento, no magia, lo que hacía pesadas sus extremidades.

Después de un tiempo inconmensurable, Harry estaba en la puerta trasera del club, en la entrada en la que ponía “Solo Empleados”. Entró de todas formas, con la mandíbula tan fuerte como su reconstituido corazón. Devolvería la camisa de rejilla y los pantalones de polivinilo antes de marcharse. Habría un nuevo pueblo, y otro, y otro, hasta que cayera muerto, atravesado por una polla hinchada o por una luz verde.

—Ryder. —La voz de Jack le recibió fríamente, bloqueando la puerta del camerino.

—Solo he venido a devolverte la ropa —dijo Harry, rodeando a su antiguo jefe para abrir la puerta.

Jack relajó los hombros.

—Siento perderte —dijo, con la voz amable por el pesar. Puso una mano sobre el hombro de Harry—. Tus clientes regulares también lo sentirán. —Dirigió a Harry una sonrisa irónica—. Pero sé cómo es esto. Es tiempo de cambiar, ¿eh? Tienes buen aspecto. Diría que no ha sido una mala noche para ti.

Harry miraba la puerta cuando cortó su sensación de pérdida con una mentira.

—No ha sido una mala noche.

Empujó la puerta y esta chirrió en sus goznes.

—Menos mal. —Jack suspiró amablemente—. Un par de tíos vinieron preguntando por ti después de que te hubieras ido, y no creo que vinieran a divertirse. Parecieron disgustados cuando les dije que ya no trabajabas aquí. Me preguntaron por tu dirección... yo les pregunté que si estaban locos. Si contestara preguntas como esa no me iría nada bien en el negocio, ¿verdad?

Harry se quedó paralizado, con la mano contra la pintura.

—No tengo por costumbre inmiscuirme en las vidas de mis chicos, pero ya he tenido algunos padres y tíos descontentos, y esos tipos cumplían las premisas. —Jack se rió entre dientes con arrepentimiento—. Aunque con tus tipos fue bien. Les dije que no ibas a volver.

—¿Cómo eran? ¿Cómo era su físico? —Las preguntas le salieron a borbotones y entrecortadas mientras Harry giró la cabeza bruscamente hacia Jack.

Jack se le quedó mirando con la boca abierta ante la cara súbitamente tensa de Harry. Entonces se rió.

—Jesús, Ryder, quieres de verdad escaparte, ¿no? —Hizo una pausa, pero se apresuró cuando los ojos de Harry se oscurecieron—. Bueno, no puedo decir que lo recuerde con claridad, un cliente es igual que el siguiente... Uno era realmente anodino, no demasiado alto, pelo marrón, creo... El otro era un tío pelirrojo, con gafas... no puede ser tu padre, ¿verdad? Porque...

Pero Harry corría por el pasillo, con la mochila haciendo ruido al chocar con la cadera.


***


—Sabías que iban a venir —jadeó Harry, moviéndose con dificultad a causa de la ciega carrera en la oscuridad, con los órganos internos haciendo ruido por invadir las protecciones. La mochila cayó de su hombro al suelo con un suave golpe—. Me llevaste porque sabías que iban a venir. Me iban a obligar a volver, ¿verdad? —Se tambaleó hacia delante, hacia el pilar inmóvil de negro y blanco, desorientado por haberse aparecido en un lugar desconocido.

Severus había sacado la varita al sentir que las defensas temblaban, que cedían, y la muerte descansaba en la punta de su lengua. Entonces Harry apareció delante de él, jadeante, ajeno. Habría matado al chico. Debía haberlo hecho. Estaba ablandándose.

Severus Snape no se había ablandado demasiado.

De su varita salió una luz que cortó el aire con un encantamiento silencioso al tiempo que las defensas se abrían para un permitido (inesperado) visitante.

—¡Snape! —llamó una voz grosera desde la puerta exterior.

Los pies de Harry titubearon a mitad de dar el paso y dejaron marcas en el suelo. Por un instante sintió el viento contra la cara, frío y mojado.

Y entonces la piel de pronto se le estaba chamuscando, inmolada. Incandescente. Los ojos se le pusieron vidriosos y volvieron a enfocarse, clavándose en la imagen reflejada en las estanterías de oscuro cristal a lo largo de la pared. Allí estaba una puta con el pelo enmarañado y la cara ensangrentada. Harry conocía muy bien el tono exacto de rojo que manaba de las rajas. No reconoció al chico.

Los ojos verdes, oscurecidos por la sangre, se volvieron hacia Severus.

—Oh —murmuró Harry, con el sabor del vino a metal salado en la boca—. Para enemigos.

Se puso de rodillas con dificultad, dejando caer la cabeza hacia atrás y sin oír las pisadas sordas que entraban en la habitación.

—¡Snape!

Severus no se volvió. Harry cayó al suelo.

—Ha habido movimiento entre la antigua Orden... ¿qué es esto? ¿Otro de tus chicos? —Un tono lascivo acompañó a la voz—. Estaba seguro de haber sentido algo en las defensas. ¿Por qué no me lo dijiste? Pásamele cuando hayas terminado, si aún está intacto.

La respuesta de Snape fue suave y cruel.

—Si está intacto. Solo acabo de empezar con él... no me vuelvas a interrumpir.

—¿Y qué...?

—No se puede hacer nada de momento —le cortó Snape, con su abrasadora mirada bebiendo de la estela de rojo puro que goteaba por la expuesta garganta—. No nos podemos permitir seguirles muy de cerca. Ahora déjame con mi... invitado.

Una corta y ronca risa, y entonces las firmes pisadas se retiraron. Los ojos de Harry se cerraron y él se volcó hacia un lado.

Snape dejó que las vibraciones dejasen de sentirse bajo los pies. Cuando la puerta principal se cerró de golpe, azotó la varita para cambiar las defensas de bloqueo y se zambulló. Su varita rodó libre.


***


Harry las sintió antes de oírlas: palabras bajas y de limpieza que no podía entender. Entonces entendió dos.

—Quédate quieto. —La voz de Snape, suavizada a una caricia. No, aquellos eran los dedos de Snape. Las yemas trazaban líneas leves y uniformes por su cara. Su piel estaba muda, seca, y la delgada capa de sus párpados cerrados se movió. Harry yacía quieto, acunado en los brazos de Snape, protegido por la nana de suaves murmullos.


***


Harry abrió los ojos y, por un momento, no creyó haberlo hecho. La oscuridad era absoluta. Se movió bajo unas cálidas mantas, con su ropa puesta. Su ropa de verdad, la que había metido en la mochila. Se sentó rápidamente y unas luces brillaron en su cabeza. Había un olorcillo a hierbas que no conseguía localizar. Una grieta amarilla se veía en el suelo, a través de la habitación.

Harry automáticamente intentó coger unas gafas que no estaban allí. Se deshizo de las mantas y salió lentamente de la cama. El parquet estaba frío bajo sus pies desnudos. Sin hacer ruido, abrió la puerta.

Snape estaba sentado en una ancha silla de alto respaldo, orientado levemente hacia el fuego lento. La punta aguileña de una nariz sobresalía desde detrás de las negras madejas que le ensombrecían la cara mientras estudiaba el pergamino que tenía en las manos. Este crujió ligeramente cuando un largo dedo abandonó su posición en el borde inferior, que se enrolló.

Dio un paso y los ojos de Snape se levantaron hacia el marco de la puerta en el que Harry estaba, con sus dejados vaqueros y su vieja camiseta.

—No deberías haber vuelto —dijo Snape, con la cara esculpida en un granito de palidez mortal. Habló una vez, en voz alta, al chico. Interminablemente, a sí mismo.

La boca de Harry se arqueó, tímidamente. No dolía. Sus pies casi dolían, sin embargo, por el frío, para cuando llegó hasta la gastada silla y separó los brazos de Snape con un suave toque en cada muñeca abotonada de negro. Con sus ojos todavía bajos, se encaramó al regazo cubierto por una túnica negra, doblando las rodillas hacia arriba y poniendo los dedos de los pies contra uno de los laterales de la silla, por debajo del apoyabrazos donde el codo de Snape descansaba. Una hilera de botones se le clavaban a través de la camisa, pero Harry pegó las costillas fuertemente al rígido pecho, y entrelazó las manos encima de la tripa. Su mejilla descansó en el hombro de Snape, su frente en su cuello.

Bajo el sudor y el hollín y el lacio pelo color petróleo, la piel de Severus latía y olía débilmente a jabón.

Aparte de eso, Severus no se movía.

Harry se movió, empujando suavemente a través del pelo el estrecho espacio de piel desnuda sobre el cuello blanco de la camisa.

—¿Puedes esconderme de nuevo? —susurró.

Severus apretó la mandíbula.

Harry no dijo nada. Estuvo sentado, acurrucado en el regazo de Severus, durante largos minutos.

Entonces, algo cálido y acuoso se filtró entre el pelo de Snape y bajó por su nuca y por un segundo el corazón de Severus tuvo un espasmo... el díctamo, el hechizo curativo... había fallado. Al segundo siguiente se dio cuenta de la irracionalidad de su miedo: el encantamiento había sido perfecto, realizado tres veces cuando una bastaba.

La voz de Harry temblaba por las lágrimas y salió aún más pequeña que antes.

—No me eches un Imperius. —Levantó la cabeza del hueco del cuello de Severus y se alejó de su pecho, con los ojos fijos en las manos. Estaba temblando—. Me... me iré. —Los inmóviles dedos de los pies marcaron la gastada tapicería.

—No. —Había un hombre, más repugnante aún que él, que medio esperaba un juguete que pasar desapercibidamente por las defensas de Severus—. Todavía no. —Había tutores, que querían sin codiciar, que medio esperaban que Severus ayudase en la nueva búsqueda.

Se movió bruscamente para mirar a Severus. Este estaba mirando al fuego, con los codos agarrotados sobre los brazos de la silla, con las descoloridas manos curvadas en el aire cerca del delgado cuerpo, una de ellas todavía sosteniendo el pergamino.

La cabeza oscura y despeinada volvió a donde el pelo de Severus se pegaba al cuello. Una mano pequeña que no era áspera se cerró en torno a dos dedos manchados de pociones y los bajó hasta los pliegues grises de la camisa.

—No digas cuándo —musitó Harry, casi demasiado suavemente.

Severus dejó que el chico le apretara, dejó que el chico suspirara suavemente en el almidonado cuello blanco y negro, y no sucumbió. Si tenía a Harry cerca, quizá nunca dijera cuándo.

Unas caderas se movieron, sin coreografía alguna, más profundamente en su regazo. Severus cruzó los brazos y atrajo al chico hacia sí.

 

 

Fin

¡Coméntalo aquí!