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Salvando vidas
Por Riatha
Presentado al concurso de El Burdel - Mención especial

 


-Eres gilipollas.

Es la primera frase que Marcos le dirige al novato y Montse no cree que sea la mejor forma de darle confianza, pero Marcos lleva todo el día con el ceño fruncido y la mirada algo baja y a ella no le apetece discutir, así que se limita a lanzarle una mirada reprobatoria y a seguir a lo suyo.

Y la verdad, no es como si Marcos lo hubiera hecho mucho mejor en su primer día como socorrista.

Fue hace dos años, Marcos tenía dieciocho años recién cumplidos y creía que ser socorrista consistía en sentarse y esperar a que vinieran las chicas a coquetear con él.

Montse tenía veintidós y llevaba tres veranos seguidos trabajando en esa misma piscina.

El primer día de Marcos, casi se les ahoga una niña de nueve años porque éste estaba demasiado ocupado hablando con una cría de apenas catorce con poco pecho y demasiado colorete mientras Montse vigilaba la zona de las duchas. La niña se llamaba Lucía, Montse aún recuerda el nombre.

Así que Montse no entiende muy bien porqué Marcos se mete con el pobre Ricardo, que al fin y al cabo lo único que ha hecho es tirarse al agua creyendo que había alguien ahogándose.

Claro que, puede que tenga algo que ver que sea la tercera vez que se tira sin razón.

Ricardo tiene diecinueve años y la sensación eterna de que hay alguien ahogándose. La verdad es que él no quería hacer esa cosa del socorrismo, pero su padre le dio a elegir entre eso e ir a la oficina a trabajar con él. Le faltó tiempo para ir a apuntarse a los cursillos.

Lleva el pelo demasiado largo y el flequillo le cae sobre los ojos tapándole la mirada. Así está bien, cree él, pues es siempre una mirada un tanto asustadiza y demasiado tímida. Tiene pecas en el puente de la nariz y en los pómulos, y cuando se sonroja (que es a menudo), se muerde los labios hasta casi hacerse sangre.

No es muy alto y está excesivamente pálido, lo que junto a su delgadez y el eterno temblor de sus manos, hace que parezca enfermo.

A Marcos le cayó mal desde el primer vistazo.


Quizás es porque Marcos es todo lo opuesto que se puede ser a alguien como Ricardo.

Es tan alto que siempre hay que mirarlo desde abajo. Tiene unas manos enormes que nunca deja de mover y que pasa continuamente entre un cabello color pajizo que siempre parece estar despeinado. Sonríe continuamente, como si cada segundo que no pasa sonriendo fuera una pérdida de tiempo. Habla siempre demasiado alto, y a veces tienes la sensación de que su espalda es tan ancha con el único propósito de poder albergar su risa.

Se ríe echando la cabeza hacia atrás y abriendo la boca. Entrecierra los ojos y coloca sus manos tras la nuca. El sonido sale claro y fuerte. Se ríe a carcajadas.

Cuando Marcos se ríe, el mundo tiembla un poco.

Ricardo no entiende muy bien porqué le cae tan mal a Marcos. Es decir, no es como si le hubiera dado motivos para ello, ¿no?

Le pregunta a Montse cuatro días después de haber empezado a trabajar. Es viernes por la mañana y la piscina está casi vacía, Ricardo observa a Marcos jugar con un niño de cinco años y se pregunta qué diablos le ha hecho para que éste le trate tan mal.

Resulta que lo pregunta en voz alta casi sin darse cuenta.

-No lo sé.

Lo dice casi con pena y a Ricardo le sabe incluso mal haber preguntado.


Montse es la típica chica de la que Ricardo podría enamorarse si pudiera enamorarse de chicas.

Es alta y delgada, el bañador le sienta siempre como un guante y cuando te mira parece que seas la única persona que existe sobre la faz de la Tierra.

Tiene los ojos azules y una melena larguísima que siempre huele a champú.

Cuando Montse se acerca a los adolescentes que siempre hay en grupos en las piscinas, estos callan y ladean la cabeza para verla pasar. Luego hacen comentarios entre ellos y Montse sonríe con algo de timidez pero sin dejar de contonearse.

Nadie diría que es una chica tímida.


No lo es.

El primer día que Ricardo la conoció, Montse se presentó con nombre y apellidos (Montserrat Medina Johnson), le explicó que su madre era inglesa, le habló de su novio Miguel y le habló de sus planes de futuro.

Ricardo sabe más de Montse de lo que sabe de ninguna otra persona en el mundo.

Y sólo han pasado cuatro días.


El caso es que Montse no sabe qué diantres le pasa a Marcos con él, y si no lo sabe Montse, no lo sabe nadie.

Porque una de las cosas que Ricardo sabe sobre Montse, es que ésta es la mejor amiga de Marcos.

De hecho, Ricardo tiene la ligera impresión de que Montse es la única amiga de Marcos.

Es más de lo que él tiene.


Ricardo tiene un grupo de amigos. Son cuatro. Contados. Nunca más; muchas veces, menos.

Salen a comer por ahí y a jugar a fútbol. Salen a jugar al futbolín y algunas veces a la discoteca. Hablan de videojuegos y de las actrices en las que piensan cuando se hacen una paja.

Aun así, no son verdaderos amigos, es como… un grupo de gente con el que vas porque tampoco tienes nadie mejor con quien ir. Ni siquiera se siente del todo cómodo con ellos.

Ninguno de ellos sabe que Ricardo es gay.

No se lo ha dicho aún. (Y no sabe si se lo dirá)

Envidia a Marcos por tener una amiga de verdad. Sobre todo porque esa amiga en cuestión es Montse.
Montse que, Ricardo lo sabe, daría la vida por sus amigos.


Así que, si Montse no sabe qué coño le pasa a Marcos con él, nadie lo sabe.

Pero lo que está claro es que le cae definitivamente mal.

No hay que ser un genio para darse cuenta de eso.

Es decir, Marcos nunca le saluda; si le habla, le ladra más que hablar y lo adorna siempre con insultos; no pierde ocasión para llamarle gilipollas o inútil y frunce el ceño cada vez que Montse habla con él.

Definitivamente no hay que ser un genio para darse cuenta de que no le cae muy bien.

Aunque a decir verdad, a Ricardo tampoco le cae muy bien Marcos.


Le encuentra demasiado jactancioso. A veces, cuando a Ricardo le toca estar sentado en esa estúpida silla de vigilante de la playa, lo ve pavonearse desde arriba con las chicas, y francamente, lo encuentra un tanto patético. Tampoco le gusta la forma en que tiene siempre de hablarle, como si se creyera superior a él y con el derecho de tratarle como a escoria humana. No le gusta el tono de voz que usa, siempre demasiado alto, buscando llamar la atención. No le gustan sus amigos, o el grupo ese que a veces viene a idolatrarle y a reírse de Ricardo. No le gusta la forma en la que a veces habla a Montse, como diciéndole eso no es asunto tuyo. Por gustar, no le gusta ni la forma en que Marcos aparece algunas mañanas, con los ojos rojos y el pelo más despeinado de lo habitual, con el aliento aún apestando a alcohol y toda la pinta de tener una resaca de esas que hacen historia.

Marcos representa todo lo que Ricardo alguna vez quiso ser cuando era aún un adolescente impresionable y marginado por la clase, y todo lo que después decidió que jamás quería acabar siendo.

Son las caras opuestas de una misma moneda.

***

No lo parece, pero tras el flequillo y la mirada tímida, Ricardo aún guarda algo de valor. O quizás tenga que ver con el amor propio, no sabe muy bien.

En cualquier caso, cuando ha pasado una semana de su llegada a la piscina y las bromas y comentarios de Marcos parecen cada vez más insoportables, Ricardo le planta cara. (O algo así).

-¿Se puede saber qué te he hecho?

-¿De qué cojones hablas?

Ricardo titubea, pero la sonrisa de medio lado de Marcos al notarlo es insultante, así que se señala a sí mismo y luego le señala a él con un ademán nervioso mientras dice:

-De ti y de mí. De cómo me tratas y de cómo me hablas. No creo merecerlo, ¿sabes? Jamás te he hecho nada.

-Sí lo has hecho.

Ricardo alza las cejas con escepticismo y Marcos le mira con la burla asomando en sus ojos.

-Ser tú. Eso es en sí algo bastante molesto.

-Tú eres aún más molesto y nadie va por ahí insultándote.

Ricardo está enfadado. No suele pasar, pero cuando pasa, dice cosas que no quiere decir.

-Y no faltan motivos.

Concluye con una mirada dura y la sensación de que el calor va a corroerle las entrañas.

-¿Qué coño dices?

Le da un pequeño empujón que hace que Ricardo pierda el equilibrio y trastabille un poco.

-Hablo del olor a alcohol que desprendes, borracho. Hablo de cómo nos dejas en evidencia a todos con tus ojos rojos y tu balbuceo constante. Hablo de cómo hablas, como si creyeras que el mundo es tuyo cuando en realidad el mundo ni siquiera sabe que existes, Marcos, de eso hablo.

No ve venir el puñetazo que hace que le sangre la nariz.

-Qué te jodan.

Ricardo está tirado en el suelo y Marcos se marcha sin mirar atrás.

Cuando Ricardo le cuenta a Montse qué es exactamente lo que le ha dicho a Marcos para que éste le pegue, Montse aprieta los puños, deja el pañuelo con el que estaba limpiando la sangre ahí encima y se va.

Ricardo no sabe muy bien qué es lo que ha dicho ahora, así que se acaba de limpiar y sale afuera.

Montse le espera apoyada junto a la pared de la enfermería.

-No deberías haberle hablado así.

-Él me habla mucho peor.

-Él no está bien.

Ricardo quiere contestar algo que sea coherente y le demuestre a Montse que tiene razón, pero ésta se dirige a la piscina y le deja a él vigilando esa zona.

Además, en el fondo sabe que no tiene la razón.

Al día siguiente, Marcos llega sin ojos rojos y el aliento sólo huele a café; se disculpa con Ricardo por su comportamiento anterior y por el puñetazo y le da la mano.

Ricardo se la estrecha no muy convencido de que no haya una trampa en todo ese asunto, pero aun así, le dice:

-Yo siento todo lo que te dije ayer, en realidad yo no soy así, no quería, ya sabes…

-Sí, sí, vale.

No habla más del asunto y se marcha sin mirar atrás.

Marcos sigue llegando de vez en cuando con aspecto de haber paso la noche ahogado en alcohol, pero cada vez son menos días y Ricardo aprende a no hablar sobre ello.

En cualquier caso, después de ese día la relación entre ellos mejora. No es que sea buena, porque bueno, puñetazo en la nariz y eres un borracho, pero al menos, se mantiene dentro de los límites de la civilización.

Es decir, se dan los buenos días y hablan de lo que tiene que hacer cada uno y si está Montse a veces son incluso capaces de mantener una conversación.


Todo cambia el día en el que Marcos casi se ahoga.


Es martes y apenas hay gente. Un grupo de madres con los hijos, un par de familias sueltas y un grupo de adolescentes sobrehormonados haciendo demasiado ruido.

Se pegan entre ellos, se dan empujones, gritan y se tiran los unos a los otros al agua sin importar cuantas veces les hayan dicho que no lo hagan, juegan a zambullirse unos a los otros y al final pasa lo que tiene que pasar.

La piscina es honda y el grupito está en la parte donde hacen menos pie, uno de ellos grita entre risas que paren ya que no sabe nadar muy bien, Marcos alza la vista ante eso y le da tiempo a ver como uno de ellos le hace una ahogadilla al chaval. Nota como los demás siguen jugando entre risas y empellones y como el chaval no sale a la superficie.

Corre por el borde de la piscina y se tira casi sin pensar. Coge al chaval por la cintura mientras coloca un brazo bajo sus axilas tal y como le han enseñado, todo parece ir bien cuando el chaval se aferra a él con las piernas y las manos y le impide moverse, tira de él hacia abajo, poco a poco pero irremediablemente.

Le falta el aire y está en ese punto en el que ya ha soltado al crío pero éste sigue aferrado a él.

Se hunden los dos.

Lo próximo que recuerda es una boca contra la suya, unas manos calientes y suaves en sus mejillas y el agua saliendo de sus pulmones.

Lo primero que ve al abrir los ojos, es el flequillo de Ricardo y sus ojos azules detrás de él clavándole la mirada.

Le empuja y se levanta más rápido de lo que se ha levantado en toda su vida.

Grita un par de frases al chaval que casi hace que se ahogue y se encierra en el vestuario de los socorristas.

Cuando sale, Montse le informa de que Ricardo se ha tirado a sacarles y les ha sacado a los dos él solo. Le informa de que el chaval estaba bien, pero que él había tragado agua y estaba inconsciente así que Ricardo ha tenido que hacerle el boca a boca. Montse es algo melodramática, pero cuando dice te ha salvado la vida casi atragantándose con su propio sollozo, Marcos no puede evitar el escalofrío.

-Gracias, tío.

Le sonríe como sonríe al resto de la gente. Con el pecho descubierto y una sonrisa de oreja a oreja que podría provocar guerras. Achina los ojos y al hacerlo parece más pequeño. Le da un pequeño empujón y un golpe en la espalda.

Ricardo murmura no hay de qué y observa la espalda de Marcos alejarse.

En esas espaldas podrían librarse batallas y conquistarse imperios. Es una espalda enorme.

Está bueno, el cabrón.


El pensamiento le sorprende como una bofetada.

No es que no lo haya pensado antes. Que Marcos está bueno es un hecho tan irrefutable como que existe la gravedad, es sólo que no está acostumbrado a que la idea aparezca en su mente de repente.

Supone que es normal cuando te van los tíos. Que te fijes en los que están buenos, entra dentro de la normalidad. Definitivamente. Sí.


***

¿Cómo han llegado a ser amigos? Eso es un misterio.

No saben muy bien como ha pasado.


Al principio eran bromas compartidas y golpes en la espalda; luego fue ir a tomar algo con Montse y luego fue ir solos a tomar algo, después ven a mi casa a jugar a la Play y quédate a dormir, después fue soy gay y nadie más lo sabe, después un vale, ya lo imaginaba y un ¿cómo lo sabes? a media voz; acabó con un he visto como me miras el culo entre risas y un ¿qué equipo quieres ser?.

Marcos es el primer amigo que Ricardo tiene.

Así que, no es tan raro que se enamore de él. Es lo natural, casi.

Claro que, no le dice nada de eso a Marcos.

No ahora que ha conseguido que éste se abra un poco y le hable del divorcio de sus padres y del nuevo novio de su madre, no ahora que Marcos ha dejado de beber y parece sonreírle mucho más que antes.


***


Al final acaba pasando de una forma casi natural, están en casa de Marcos y sus padres ese fin de semana no están. Juegan a la Play mientras beben calimocho y se ríen uno del otro. Montse está durmiendo en una habitación con su novio Miguel, y ellos dos están tan borrachos que apenas pueden hablar.

Ricardo marca gol y Marcos le da un puñetazo suave en el hombro.

-Serás cabrón.

Se ríen etílicamente y Marcos se apoya sobre Ricardo.

-Oye.

-¿Qué?

-Que yo nunca te lo he dicho, pero gracias por salvarme la vida, tío.

Ricardo se ríe y le da un pequeño empujón a Marcos, como si no supiera muy bien si va en serio o es otra de sus bromas.

-Cállate, estúpido.

Lo siguiente que nota son los labios de Marcos sobre los suyos y un brazo en su cintura.

Se separa con brusquedad.

-Marcos…

-Cállate. ¿Por qué tienes que pensar tanto, joder?

Ricardo abre la boca para contestar, pero lo siguiente que nota es la lengua de Marcos contra la suya.
Con argumentos como ése, es muy difícil discutir.

Así que se rinde y cierra los ojos.


Se besan durante un rato, como si el tiempo no pasara para ellos y lo pudieran medir en latidos y respiraciones, comparten saliva y se tocan con la yema de los dedos. Se rozan las mejillas y se notan sin afeitar. Huelen a alcohol y a sudor y Ricardo piensa que es el mejor primer beso de la historia.

Se separan algo jadeantes y se miran casi asustados de la reacción del otro.

-¿Nos vamos a sobar?

Ricardo asiente aún respirando demasiado rápido y se dirige entre trompicones a la habitación de Marcos, se tumba en la cama de invitados y se duerme apenas ha apoyado la cabeza en la almohada.

Nunca tuvo demasiada resistencia al alcohol.


Marcos se ríe entre dientes y le llama mariconazo casi susurrando. No recibe respuesta y lo que acaba de hacer le pasa como un fogonazo por la mente.

Sonríe casi imperceptiblemente y se mete en su cama mientras susurra buenas noches a la nada.

Se duerme con una sonrisa en el rostro y la sensación de que ese va a ser el mejor verano de su vida.

(Y el mejor invierno).

 

Fin

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